Hay en Cuba un esposo al que se le ha caído el cabello por el estrés y unos hijos que dejaron de ser los primeros expedientes de su preuniversitario. Hay además un hijo padeciendo una fuerte gastritis estomacal por la tensión, y una niña a la que llevaron al psicólogo para que le explicara por qué ya su mamá no estaba todos los días en casa. Hay una madre anciana que no ve el momento en que su hija y su esposo estén de vuelta. Hay unos padres que murieron de tristeza. Hay una abuela que se hizo cargo de su nieta y se hará cargo de un bebé que probablemente pase su primer año de vida en prisión.

Esa es hoy la situación de las familias de varias mujeres cubanas que permanecen en la cárcel desde que participaran en las protestas políticas del 11 y 12 de julio de 2021, cuando miles de ciudadanos salieron a las calles cansados de la escasez de alimentos, en medio de una crisis sanitaria agravada por la pandemia de coronavirus y gritando a coro la palabra “Libertad”. Luego de que el pueblo se uniera en estas protestas inéditas, nunca vistas en el país desde la llegada de la Revolución al poder, el presidente Miguel Díaz-Canel convocó a sus aliados a hacer frente a los manifestantes. “La orden de combate está dada, a la calle los revolucionarios” fue la frase que, pronunciada en la televisión nacional, significó casi una orden de combate y desató la represión de las fuerzas policiales contra los civiles.

Desde entonces, más de un hijo —incluso menores de edad— ha tenido que quedar al cuidado de un familiar, más de una madre no ha vuelto a recoger al niño a la salida de la escuela, más de un matrimonio se ha congelado en el tiempo y más de un padre ha dicho que no puede más. Hay en todos ellos un sufrimiento común, una exigencia transversal en la lucha contra el poder político y en el reclamo por la justicia de sus seres queridos.

De las 1.484 personas detenidas por salir a las calles durante las protestas, 218 fueron mujeres, según los registros de las organizaciones Cubalex y Justicia 11J. Hoy 57 de esas mujeres se mantienen en prisión, la mayoría con condenas de más de cinco años de privación de libertad y acusadas por los delitos de desorden público, desacato y atentado. En varias ocasiones, gobiernos y organizaciones internacionales han denunciado las injustificadas detenciones y las penas abusivas, pero el gobierno cubano ha hecho caso omiso a cualquier tipo de denuncia sobre sus constantes violaciones a los derechos humanos.

La mujer cubana ha estado en todos los escenarios importantes de lucha contra el poder en los últimos años, ya sea desde podios más públicos o desde la sala de la casa: se les vio en las protestas de julio y también  manifestarse a las afueras del Ministerio de Salud Pública reclamando atención médica para sus hijos; se les ha visto con tanques y cubos plásticos plantadas en las calles por la falta de agua o comida; han protagonizado las campañas por el reclamo de una ley contra la violencia de género en medio de la ola de feminicidios reportados en el país; se les ha visto protestar por mejoras en la vivienda o reclamando la leche subsidiada de sus hijos.

Esta serie, que no pone nombre ni rostro a sus protagonistas, llega en el Mes de la Historia de la Mujer. Pretende ser un llamado de atención sobre la situación que viven las presas políticas cubanas y el dolor que dejan sus ausencias. En un mes como marzo, cuando se reivindica la figura femenina, esta serie reúne las historias de varias mujeres en un mismo reclamo y expone la fractura de la familia cubana, inevitablemente atravesada por la política. Que sirva de denuncia y sea una manera de recordar a las detenidas, las encarceladas, las apresadas, las enjuiciadas, las condenadas que no merecen, que no deberían ser ni lo uno ni lo otro.

Sobre el autor

Carla Gloria Colomé

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