Armando Franco es descrito por quienes lo conocen como un imán de hombres, astuto e ingenioso. Uno de los entrevistados por el Periodista cuenta que en cierta ocasión viajó con él y un grupo de amigos a un sitio de recreo. En lo que duró el viaje, apenas un par de horas, Armando se hizo amigo de todos. Fue el centro afectivo de la expedición. Anécdotas similares se repiten. También despierta antipatía entre quienes no son sus amigos pero lo conocen del preuniversitario por los cargos que ejerció: presidente de federaciones estudiantiles tanto en la enseñanza media como en la universidad. Le gustaba el poder y al poder le gustaba él. Esos matrimonios son a menudo mal vistos en Cuba, se asume que quienes los mantienen son oportunistas, arribistas, delatores.

Lo nombraron director de Alma Mater (A. M.) con 27 años, en un momento de crisis general de cuadros. Aunque A. M. fuera una revista marginal, poco leída y con problemas agudos de circulación en su versión impresa, no era como esos puestos fronterizos donde los soldados hacen guardia barbudos y semidesnudos al no tener los ojos de un superior encima. Era una de las pocas revistas que existían por decreto, y de activarse cobraría cierto capital simbólico. Si por A. M., miembro vitalicio del cuerpo de publicaciones estatales, se escuchaba un estornudo, era porque todo el sistema tenía catarro.

Armando tuvo que afrontar un dilema, o como mínimo sopesar la noción de autonomía contra sujeción absoluta: ¿hasta qué punto podría cubrir con agencia propia dentro de un medio ajeno, estatal? Es posible que Armando se haya hecho preguntas más profundas aún, del tipo: ¿para dirigir qué estoy yo aquí, la contención o la acción?, ¿es la contención, la indiferencia, el no hacer nada, una acción?

“Tendríamos que informar sobre esto”, se dijo Armando Franco probablemente aquel 11 de julio de 2021, tal como la periodista Hu Shuli ante los hechos de Tiananmen cuando miles de compatriotas salieron a las calles a combatir la rigidez del poder comunista chino. Este escenario para Armando como individuo, como “jardinero”, como agente de cambio, podría ser una suerte de laboratorio donde jugar con elementos de crisis. ¿Por qué no probarse según lo aprendido en la universidad, en lecturas, en viejos problemas que arrastra la prensa oficial y toda la sociedad cubana?

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Wang Boming, socio fundador de Caijin, la revista que dirigía Hu Shuli, era uno de aquellos hijos de altos funcionarios comunistas que habían estudiado en Estados Unidos y luego renunciaron a un puesto laboral jugoso por regresar al país natal. Su oficina en la capital china estaba en el piso que antecedía al de Caijin; apenas tenía que tomar un ascensor o subir las escaleras si algún lío estallaba. Él y sus socios destinaron un cuarto de millón de dólares para que Hu Shuli, que llegaría a ser la periodista independiente más internacional de China, coordinara un medio apegado a la realidad. Su punto de vista era que el país necesitaba medios que cumplieran “su función de revelar los hechos a la opinión pública y ayudar al gobierno, de alguna manera, a detectar males”.

¿Por qué habría de echarse encima el problema de “revelar los hechos”? Probablemente por la misma razón que lo había motivado a regresar a su país: el ser pionero, cierta esperanza de reconstruirlo, el orgullo de hacer algo histórico y darle un sentido sano a su devenir.

Evan Osnos describe a Boming como un hombre ansioso que fumaba un cigarrillo tras otro. En sus años de universitario en Estados Unidos necesitó gestionarse un salario para cubrir sus gastos, así que trabajó en un periódico del Chinatown neoyorquino como reportero. Ahí se le desarrolló el gusto por la primicia, la búsqueda de datos y el estrés tras cualquier destape o pista. El periodismo lo había hecho sentir un “rey sin corona”, le comentó al escritor norteamericano.

Caijin significa “economía y finanzas”. El Partido Comunista Chino (PCCh) y su oficina de propaganda permitían publicaciones privadas adscritas a alguna organización legal que no ahondaran de forma crítica en asuntos de interés político. Después de Tiananmen, una prioridad fue relanzar la reforma económica, procurando que esta no debilitara el poder del Partido. El cauce económico fue visto como una fuente de prosperidad material que se acomodaba a la administración y al ejercicio del poder a base de omisiones y tanteos cautelosos.

Hu Shuli vio la oportunidad de hacer un periodismo cercano al ideal que había construido en su espíritu desde que fuera estudiante de postgrado en una universidad americana y después de Tiananmen. Había vivido en carne propia episodios de censura y de soborno a colegas. Ahora podía trabajar a su manera contando con cierto respaldo de personas bien conectadas.

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Más que en el largo debate sobre si es posible o no ser imparcial, nos interesaría concentrarnos en la recreación de la imparcialidad. Los gestos que se ensayan para ser o, en última instancia, parecer imparcial.

El Periodista cree que un lector bien dispuesto podría encontrar señales voluntarias o involuntarias de simpatía hacia los manifestantes del 11J en ciertos elementos del editorial que A. M. publicó el 13 de julio de 2021 en su edición digital, con el título Cinco claves para entender la situación de Cuba hoy. En estas claves podría haber trazas, rastros, pliegues esotéricos que las vinculen con el contenido que, semanas después, expusieron con más libertad unos sociólogos, filósofos, educadores y economistas convocados para ello.

Las omisiones en el editorial son frecuentes. Aunque parezca obvio, el redactor evita mencionar la brutalidad policial que se desencadenó en algunos lugares y fue registrada por las cámaras de miles de teléfonos móviles. Por otro lado, tampoco criminaliza la protesta, aun cuando este es un recurso fácil, común en los medios oficiales cubanos. Pero mostrar alguna simpatía hacia los indignados tendría consecuencias negativas para el medio, para una futura cobertura equilibrada de los hechos y para el proyecto de ser pionero. Así que estaba en peligro el privilegio resplandeciente de “contar la verdad”.

El redactor no puede declarar que él también está harto de ese estado de cosas, ni insinuarlo siquiera. Debe andar con sigilo, atento a sus pasos y al eco que producen. Podrá utilizar el sedimento semiótico del destinatario al estilo del “buen entendedor”, y que el lector añada lo que falta, mas en ese punto deberá hilar una filigrana que permita ser leída tanto a favor del poder como en su contra. Para lograr esto empleará un recurso: lo que dice el “propio presidente”: “Con insatisfacciones legítimas por parte del pueblo, como reconociera el propio presidente del país, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, la génesis de las protestas radica en algo más que la acumulación de frustraciones”.

En el mismo orden retórico, resulta una pincelada sutil separarse de este corpus afectivo: decir “el presidente del país” en vez de “nuestro presidente”. Entre una variante y otra hay un salto. El uso del sintagma “nuestro presidente” es moneda corriente en la educación sentimental nacional. Millones de cubanos llegan a adultos sintiendo que quienes dirigen el país desde 1959 son una forma especial de familia. Ese vínculo casi filial se blande como autoafirmación, como búsqueda de identidad ante las molestias que causa el régimen de carencias con que se vive en la Isla.

Posicionarse tras la voz del presidente —que era contra quien iban dirigidas varias de las consignas más usadas en las protestas— no significa que se esté de su parte. El redactor tenía que echar mano de un recurso que lo salvara de la parcialidad sin parecerlo. Optó por la desaparición.

Intentemos colocar esto en un marco más abstracto y volvamos a Leo Strauss. En su ensayo La persecución y el arte de escribir, Strauss imagina a un historiador que desconfía del punto de vista oficial sobre algunos pasajes históricos. Querrá dejar expreso su malestar, se atreverá a hacer pública su visión, ya que ha descubierto que esta vale tanto o más que la oficial, y se lanzará a la empresa secreta de escribirla: “tendría que exponer el punto de vista liberal antes de atacarlo; lo expondría de esa manera tranquila, carente de espectacularidad y, hasta cierto punto, aburrida que no podría sino parecer natural; usaría muchos términos técnicos, aduciría muchas citas y daría una importancia indebida a detalles insignificantes; parecería olvidar la guerra santa de la humanidad en triviales disputas de pedantes. Solo cuando alcanzara el corazón del argumento escribiría tres o cuatro frases en ese estilo terso y vívido capaz de llamar la atención de jóvenes que aman pensar”. En esta emboscada de mensajes, la línea “Con insatisfacciones legítimas por parte del pueblo, como reconociera el propio presidente del país” sería la antesala “correcta”, el tributo que debería pagar Alma Mater antes de pasar al núcleo crítico, el próximo nivel. Pero este núcleo crítico no estará en el texto sino, más adelante, en las entrevistas a sociólogos, filósofos y sicólogos amparados por investigaciones científicas.

“La persecución —dice Strauss— suscita así una peculiar técnica de escritura y, con ella, un peculiar tipo de literatura en el que la verdad sobre las cosas cruciales se presenta exclusivamente entre líneas. Esa literatura no se dirige a todos los lectores, sino solo a lectores inteligentes y dignos de confianza. […] Tiene todas las ventajas de la comunicación pública sin tener su mayor inconveniente: la pena capital para el autor”.

En el adjetivo “propio” se le revela un énfasis al Periodista, se dispara un aviso, ya sea como guiño consciente o como muestra de miedo. El redactor de Alma Mater hizo algo habitual en la prensa cubana: instrumentalizó frases del presidente para desaparecer, no porque le faltara valor o capacidad intelectual para comprender la complejidad del 11 de julio, sino porque como decisor no tiene presencia. Es como un vampiro: no se refleja en el espejo.

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Caijin salió a la calle en abril de 1998. Su primer número publicó en portada un reportaje que describía las pérdidas millonarias de un racimo de pequeños inversores. No fueron advertidos de que Qiong Min Yuan, la empresa inmobiliaria por la que apostaban, había exagerado su informe de ingresos. El conflicto se acentuó al conocerse que existía otro grupo de financistas que sí estaban sobre aviso y retiraron a tiempo sus acciones. La inmobiliaria fue a la quiebra y sepultó con ella a los inversores sin pedigrí.

El reportaje desagradó a los censores del Departamento Central de Propaganda (DCP) chino, quienes acusaron a Caijin de saltarse las regulaciones que prohibían a la prensa revelar información sensible. Evan Osnos no describe en qué consistió la afrenta o la hipersensibilidad que el caso despertaba en los censores. Acaso se trataba de funcionarios públicos de cierto rango implicados en ocultar información por negligencia o a cambio de coimas, o simplemente el reportaje violó el código que dictaba no manchar la imagen de un país transparente y confiable para las inversiones. Algunos ejecutivos del medio tuvieron que presentar una autocrítica ante los censores. La escasa circulación de Caijin, por demás, hacía que se volviera en la práctica una publicación de nicho, para consumo interno.

En 2001 Caijin lo volvió a hacer, no sin antes preparar una salida exitosa. Un reportero de 25 años descubrió que una empresa de prestigio llamada Yinguangxia Holdings, que cotizaba en la bolsa, había duplicado sus números y reclamaba beneficios falsos que ascendían a 87 millones de dólares. La empresa era un referente nacional, había recibido el visto bueno de varios altos dirigentes que la habían visitado, así que el escándalo iba a salpicar a la esfera política.

A Wang Boming le preocupó que Caijin fuera clausurada, así que antes de publicar el trabajo se lo presentó a un alto funcionario del PCCh. Este revisó el texto. Si podían asegurar que los hechos enumerados eran totalmente ciertos tendrían luz verde, dictaminó. El trabajo se publicó, se suspendieron las acciones de la empresa en la bolsa y los directivos implicados en la estafa fueron a la cárcel. El método de Hu Shuli se basó en el cálculo de consecuencias, en saber hasta dónde podrían ser tolerados.

En la primavera de 2003, una reportera de Caijin viajó a Hong Kong y notó que en el andén del tren a Guandong (Cantón) casi todos los pasajeros llevaban mascarillas quirúrgicas. La prensa había estado informando de una epidemia en esa ciudad, pero las autoridades declaraban que todo estaba bajo control. La reportera avisó a Hu Shuli y esta puso manos a la obra. Los medios de prensa de la provincia fueron orientados por el DCP para que dieran noticias tranquilizadoras; este incluso fijó el tipo de letra que debían usar para las publicaciones. Hu Shuli no conocía orden alguna sobre qué hablar, qué no y cómo, la restricción era solo para Guandong, así que Caijin, sin dique de contención, podría informar.

El equipo de la revista consultó varios libros sobre enfermedades respiratorias, infecciones y virus. Hallaron incoherencias en las declaraciones de funcionarios del Gobierno, a los que seguramente les tocaba hacer malabares para ocultar que el brote de SARS se iba de control e impedir un alud de prensa. Guandong no era una provincia menor, sino la más poblada y económicamente pujante de China. Su acceso al mar y la vecindad con Hong Kong la hacían un centro de negocios importante y uno de los puntos más transitados del país.

Durante un mes Caijin publicó semanalmente suplementos especiales sobre la situación, además del seguimiento que ofrecía en sus números regulares. Sus informes sobre la epidemia no coincidían con los que emitía el gobierno de la provincia. Los datos que publicaba la página web de la Organización Mundial de la Salud contradecían los mensajes de “no pasa nada” que difundían los funcionarios, hasta que un día el DCP mandó a parar a Caijin.

Las orientaciones del DCP solían ser secretas y sistemáticas, incluso en algún momento dejaron de circularse por escrito y se hicieron orales para evitar que llegaran a la opinión pública —en 2005 el periodista Shi Tao fue condenado a 10 años de cárcel por filtrar uno de estos documentos—. Las directrices se orientaban tanto por teléfono como en reuniones presenciales, a las que los periodistas se referían como “ir a clases”. El DCP no leía los trabajos antes de salir, se conformaba con que los jefes de medios percibieran su presencia, su vigilancia.

Según Evan Osnos, Hu Shuli tenía un espectro de error de tres tarjetas amarillas al año. Al tercer error le sacaban una tarjeta roja y le cerraban el medio. En su libro Osnos describe la influencia del DCP como una anaconda que cuelga enroscada de una lámpara fijada al techo. Los directores de medios conviven con esta bestia, que puede volverse letal al menor movimiento ininteligible. Hu Shuli aprendió a convivir con este elemento usando su capacidad de adivinar los estados de ánimo de la serpiente.

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Armando Franco fue liberado de su cargo el 26 de abril de 2022, diez meses después de las manifestaciones del 11 de julio. La orden del Comité Nacional de la UJC, rama juvenil del Partido Comunista, parecía más cerca del castigo que del ascenso. Así lo estimaban sus colegas y él mismo, a saber por algunas declaraciones que hizo semanas después en su muro de Facebook.

La noticia corrió como pólvora, no porque interese mucho lo que suceda con el director de un medio de prensa oficial como Alma Mater —ausente o irregular en los estanquillos—, sino porque la revista llamó la atención a partir de los sucesos del 11J y las declaraciones del estudiante Leonardo Romero Negrín.

Ahora bien, cuando se dice que la noticia se diseminó no debe pensarse que se habló del hecho en las barberías, las mesas de dominó o las largas colas para adquirir productos de primera necesidad. La noticia se ventiló en el gremio periodístico y entre los seguidores de Armando en redes sociales. Fue comentada por los opositores más concienzudos y los que andan a la caza de cualquier movimiento. Hubo opiniones irónicas y vehementes, la mayoría opuestas a la decisión tomada. El apoyo resuelto al exdirector, por demás, vino de simpatizantes del oficialismo, únicos que se habían tomado la molestia de creer en el trabajo de la revista como pieza de una probable vindicación del periodismo (imparcial, autónomo, crítico) en los medios oficiales.

En general, prevaleció en las críticas el sentimiento de hartazgo hacia el estilo de dirección vertical de funcionarios e instituciones. Enrique Villuendas, funcionario que atiende la prensa en el Departamento Ideológico del Partido Comunista de Cuba, publicó en su cuenta de Twitter que se había reunido con Armando, lo había escuchado y le había prometido revisar el asunto.

Lo mismo dijo la primera secretaria de la UJC, quien intervino dos veces en el mismo día en su muro de Facebook. En la mañana declaró que abriría un canal de diálogo con Armando y prometió atender el caso; en la noche, tras reunirse con él, calificó “la percepción de que había sido sancionado o expulsado de la revista” como un “error de procedimiento a analizar”.

En ambas publicaciones la funcionaria afirmó que no se trataba de una expulsión, pues el trabajo de Armando en Alma Mater había dejado una “impronta”. Habló en términos de “resultados evidentes”, pero no los enumeró. Su comunicado fue formal, parecía un modelo o carta tipo que podrían aplicar al resto de los cuadros por liberar en los próximos meses.

La Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), cuyos dirigentes se enorgullecen de ser un solo elemento con el Partido Comunista, también dejó claro que respaldaba al joven director. Parecían actuar bajo la sombra de la opinión de Villuendas. Insinuaban que se había cometido un error. Un error menor.

El primero de mayo de 2022, Lis Cuesta, esposa del presidente de Cuba, compartió en su cuenta de Twitter una foto amistosa de Armando posando junto a un emprendedor de la rama botánica. Pero Armando no parecía satisfecho con estas señales de “te acompañamos, muchacho”. Su malestar afloraba a través de personas cercanas. Su esposa, su padre y su suegro —periodista especializado en economía— salieron en defensa suya. El equipo de Alma Mater renunció casi en pleno en solidaridad con él. El espectáculo de “no pasa nada” que se ofrecía al mundo era un barco cuya tripulación se arrojaba al mar en masa.

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El 5 de julio de 2009 hubo un enfrentamiento entre etnias en la provincia de Xinjiang. Los uigures son una comunidad turca musulmana que en el pasado fue mayoría en la región, hasta que emigraron hacia allí millones de chinos. El dato de interés es que más del 92% de los ciudadanos de Xinjiang se consideran han, la etnia rival de los uigures. Cuando se habla de choque étnico quizá se reste valor a que los uigures son una minoría con identidad ante una mayoría abrumadora, de manera que podrían sentirse acorralados, ninguneados si los gana algún sentimiento de afrenta y vindicación.

El conflicto de Xinjiang comenzó luego de una protesta relacionada con la actuación de la policía ante un altercado entre han y uigures, que estos interpretaron como un ensañamiento contra su gente, así que organizaron protestas que degeneraron en violencia. Se contabilizaron unas 200 muertes, en su mayoría de la etnia han. Para evitar que los grupos enfrentados se organizaran, el Gobierno cortó de forma repentina las comunicaciones del lugar: cero mensajes de texto, cero llamadas. El apagón casi total de Internet duró diez meses e hizo estragos en la economía del territorio, que perdió un 44% de sus exportaciones.

Asimismo fue controlada la cobertura de prensa. Solo medios de confianza consiguieron permiso. Caijin tuvo luz verde, pero apenas dos periodistas obtuvieron licencia, muy pocos para la capacidad de generación de contenido que había alcanzado el conflicto. La revista envió a un tercer hombre que reportó sin autorización hasta que un policía lo descubrió en una sala de internet. Quisieron revisar su laptop, pero el reportero no solo no lo permitió, sino que se enfrentó a uno de los guardias. Lo mandaron de vuelta a Beijing y el altercado fue notificado, como era de esperar, a altos círculos del Gobierno que estaban al tanto de todo lo que ocurría en Xinjiang.

Las autoridades del Departamento Central de Propaganda advirtieron a Caijin. Era una “tarjeta amarilla” antecedida por otra el mes anterior. Debían bajarle los humos a Hu. Los patrocinadores le exigieron presentar con antelación el reportaje de portada y hacer modificaciones. Otra exigencia fue cesar de escribir sobre política. Ordenaron volver al diseño original: informes proactivos y optimistas sobre economía y finanzas. Hu se puso furiosa: ¿qué hecho no era político en China?

Desde 2008 el periodismo de investigación había aumentado la popularidad y el alcance de la revista. Los reporteros estaban tan bien informados que en ocasiones se volvían gurúes para quienes debían ser sus fuentes. Si se trataba de un hecho de corrupción política, ellos recopilaban datos e indicios durante semanas o meses. Cuando la agencia oficial Xinhua anunciaba el arresto de algún alto funcionario, media hora después Caijin tenía un informe prolijo sobre el tema. La audacia de la revista y la pregunta obligada de por qué no rodaban las cabezas de sus directivos había inoculado en el gremio el sentimiento de que Caijin contaba con influencias poderosas dentro del PCCh.

El medio de prensa triplicó su plantilla, llegó a tener más de 200 empleados entre redactores y corresponsales. Había demanda de temas críticos. Los lectores eran sacudidos con revelaciones, pero querían más. No solo intuían que había basura bajo la alfombra de noticias optimistas que supervisaba el DCP, querían que el periodismo se pareciera a ellos, a sus vidas aguijoneadas por alcanzar ese bienestar material del que se hacía eco la propaganda política. El Partido había renunciado a modificar la sociedad y construir al hombre nuevo a cambio de mantenerse en el poder. Existía un conflicto latente entre lo económico y lo afectivo que necesitaba un espejo, una confrontación, una respuesta periodística.

Al tiempo que las ambiciones de Hu Shuli crecían, entró a la empresa una directora comercial, Daphne Wu, que como veterana experta en banca de inversión logró triplicar la venta de publicidad. En La Edad de la Ambición, Evan Osnos, testigo de la fiebre china por extender aún más la reforma económica, presenta así las aspiraciones de Hu y Daphne: “tenían planes más ambiciosos que una simple revista: se imaginaban «toda una plataforma mediática de información y opinión», me dijo Wu en su despacho desde el que se dominaba Beijing. Su comentario habría podido pronunciarlo un ejecutivo de Silicon Valley. «Queremos dar un producto de calidad, al margen del formato o del dispositivo»”.

Mientras más visitas hacía la directora al exterior, con más ambiciones retornaba. En algún momento un académico americano le dijo que si se quedaba en China como periodista nunca entraría en el circuito internacional. Hu Shuli se propuso hacerle ver que estaba equivocado. Según Osnos, Caijin se convirtió en uno de los referentes más leídos por occidentales que querían saber sobre la economía más pujante del mundo.

Tras las correcciones, Hu intentó adaptarse, pero sus jefes cancelaban una portada tras otra. Hu Shuli hablaba alto y su taconeo era fuerte, era imposible no oírla llegar cuando entraba al piso donde Caijin tenía sus oficinas. Del mismo modo, le precedía el historial que había acumulado. Wang Boming le dijo a Osnos que en el fondo le temía, y a pesar del tono chistoso no era menos cierto: el método, el taconeo, la voz de Hu lo tenían harto. El magnate miraba la revista como un negocio, estaba cansado de enfrentarse a reproches, reparos, críticas tanto de empresarios como de funcionarios del Partido y el DCP. Se quejó ante Osnos de la mala costumbre de promocionar una marca usando toda una página y en la siguiente publicar un reportaje hablando mal de esta.

Al tercer artículo denegado Hu comenzó a preocuparse. Ya sus reporteros no contaban con salarios tan altos. Desde la fundación del medio el país había evolucionado, el costo de la vida ascendió. La pasión los movía y los mantenía en el oficio, pero como para eso hay que movilizar un alto volumen de capital ético y moral a fin de seguir en la carrera, tal inversión, tal vigilancia sobre sí mismo y sobre los otros puede resultar agotadora, puede crear autocompasión y fragilidad. Si los rechazos seguían, ¿para qué invertir tanto esfuerzo que, además, era mal pagado? Ganaría el conformismo, la apatía o la corrupción entre los periodistas. A la cuarta negativa Hu decidió saltarse las prohibiciones y publicar el texto.

La relación entre Wang Boming y Hu se había deteriorado. Tras las últimas tensiones, esta consideró buscar a otros patrocinadores y concentrar más poder editorial. Le propuso a Wang hacer una nueva distribución de la empresa, comprar ella y su equipo el 30% del negocio y tener la última palabra sobre lo que se publicaba o no, incluyendo ser la que se enfrentaría a los funcionarios del DCP cuando se dieran crisis de censura. Opinaba que era ella como directora la que debía tomar la última decisión. Wang Boming no aceptó. Creía que tras la pantalla de la libertad de expresión se ocultaban ansias de poder, y Caijin era la revista más rentable de todas las que le pertenecían. Asumió la petición como un acto de ingratitud.

Meses después Daphne Wu dimitió, y con ella unos sesenta empleados. Los jefes que se iban dieron a sus subordinados 72 horas para pensar qué iban a hacer. Tenían que sopesar que ya Hu Shuli no tendría la protección política de antes y que probablemente se lanzaban a un territorio inestable. Como es de imaginar, Hu era una mujer tiránica con su tropa y demasiado blanda a veces con personajes de influencia. Aun así, su impronta generaba seguidores. Uno de los reporteros que la habían acompañado en esos años le explicó a Osnos algo parecido al excepcionalismo que se oía en Cuba sobre la figura de Fidel Castro: no había nacido una persona como ella en cien años. En Estados Unidos —explicaron a Osnos— podrían encontrarse millones de personas como Hu; en China era un caso demasiado raro.

En noviembre de 2009 Hu dejó la revista llevándose con ella a 140 miembros de la redacción.

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En la mañana del 10 de mayo de 2022, unos 15 días después de su liberación como director de Alma Mater, Armando Franco dio una explicación pública en su muro de Facebook. Cuestionaba la medida que había tomado la UJC, no estaba conforme ni contento, ni creía que era un ascenso. Buscaba aclarar la naturaleza del proceso. Interpretó que el silencio lo hacía cómplice de lo sucedido y sus posibles interpretaciones.

“Para algunos, mi mutismo ha sido una confirmación de que fue una decisión justa, de que algo hice o andaba mal, de que las organizaciones políticas no se equivocan y que, si así fueron las cosas, es porque así tenían que ser. […] Ante mi petición de explicaciones, ambos [funcionarios que lo separaron del cargo: Nislay Molina, ideológica del Comité Nacional de la UJC, y Asael Alonso Tirado , director de la Editora Abril] expusieron que «la decisión, aprobada el 20 de abril, era producto de continuos errores en el trabajo editorial de la revista». Sobre la mesa estuvo todo el tiempo un documento que ambos consultaron indistintamente para listar esos «errores». […] En aquel encuentro intenté explicarles el sinsentido de lo que exponían. La funcionaria de la UJC me interrumpió y entre otros criterios más bien groseros, que omito ahora por educación, dijo: «A ti debimos botarte hace mucho tiempo, no hay nada más que hablar, te estamos haciendo el favor de liberarte. Puedes hacer lo que quieras, es una decisión nuestra»”.

Salvando el hecho de que estamos frente al testimonio de Armando y no de los funcionarios que se reunieron con él —y no hicieron público lo que sucedió—, se ha de observar que hay una verosimilitud prosaica y una equivalencia en la franqueza de ambas partes: se califican, valoran la actuación del otro sin reservarse nada, no se temen, no se camuflan ni se esconden en las frases del “propio-presidente”. A diferencia de las declaraciones de altos funcionarios y figuras públicas, los implicados se molestan. Nislay trata a Armando en términos groseros, que él no revela por pudor, por educación y no tanto por guardar la confidencialidad. Ambos sufren, se desgastan, son falibles.

Pero la vivencia de Armando contrasta con lo que expresa la primera secretaria de la UJC, Aylin Álvarez, el 28 de abril de 2022 en su perfil de Facebook. Ella narra una reunión a la que asiste Armando Franco y un tercero, Rogelio Polanco, jefe del Departamento Ideológico del Comité Central:

“Su liberación, valorada en la Comisión de cuadros de nuestra organización, no tenía más propósitos que el de aprovechar su experiencia y conocimientos en otros proyectos de comunicación, que ya se le habían anunciado, avalado por sus resultados evidentes en AM.

“Se trata de un proceso natural, por el que transitamos los jóvenes en la #UJC, organización en la que aprendemos, aportamos y nos consolidamos como revolucionarios, para luego cumplir otras actividades en la sociedad. Bajo esta concepción, durante los últimos días hemos realizado movimientos similares.

“Aproveché el momento también para reiterar de frente y mirando sus ojos el reconocimiento al trabajo y resultados alcanzados por el colectivo de Alma Mater, y su impronta durante estos años, así como el deseo de que no se pierdan los logros y se perfeccione el trabajo”.

Lo destacado en negrita por el Periodista enfatiza el supuesto criterio que tiene el funcionariado sobre la gestión de Armando. De este se desprende que es un profesional calificado, eficiente y estimado por la alta dirección. Pero como Armando ha sido liberado contra su voluntad, de tales elogios  emanan dudas: pudieran ser una simulación frente a los interesados en el caso.

Aylin Álvarez utiliza tópicos, frases hechas, dispositivos vaciados por el uso. Habla desde su perfil personal pero usa un lenguaje impersonal, corporativo, que se traiciona cuando declara que mira a los ojos a Armando.

En la reunión descrita por Aylin los observa el máximo ideológico del PCC. Imaginemos la escena: sendos retratos amenazadores de Fidel y Raúl Castro colgados en la pared, y al frente Rogelio Polanco, en cuya pulcra solidez parece concentrarse la autoridad que mantiene la preciada unidad de la nación.

Polanco la tiene fácil para argumentar con gestos y tonos amables. Quizá alude a la información confidencial que se maneja sobre amenazas exteriores, de la cual solo se podría decir allí una mínima parte. Quizá alude a la complejidad de los sucesos del 11J como prenda para que Armando comprenda que no era un ensañamiento contra él, ni el momento de mostrar escisiones críticas en público.

¿Cuál habrá sido la actitud del joven periodista? ¿Dura, diplomática, aduladora, diáfana, apasionada? Polanco lo observa a él y a Aylin Álvarez. La primera secretaria mira a los ojos a Armando y le reitera los positivos aportes de su gestión. En el relato a sus seguidores en redes sociales Aylin usa “reiterar” en vez de “le reiteré a Armando”. El infinitivo construye una reverberación marmórea, institucional. Aunque le mira a los ojos no parece que le habla a Armando, sino a una multitud.

Es cierto que nunca sabremos si el mirar a los ojos fue real, pero sí podríamos confiar en la escena como una recreación del deseo de la primera secretaria. ¿Así ella quería que sucedieran las cosas? Ante la imposibilidad de frontalidad o franqueza, teniendo a Polanco presente y obligada a ejercer su rol ante los seguidores de las redes sociales que esperaban se comportara como la alta funcionaria que es, usa el infinitivo. Con los ojos, sin embargo, quiso decir algo que el oblicuo “reiterar” ocultó. Los ojos portan una transparencia que no alcanzan las palabras. Quien miente no podría mirar así. Al discurso impersonal, sin rostro, de repente le brota un par de ojos que envían mensajes personalizados y secretos.

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En 2007, estando todavía en Caijin, Hu Shuli fue más allá del nivel permitido. El medio de prensa encontró que un grupo de inversores llamado Luneng había comprado por una miseria el 92% de un conglomerado de 10 mil millones de dólares, lo que incluía centrales eléctricas y un club deportivo. Detrás de la compra había una maraña de inversionistas y juntas directivas, casi la mitad de las cuales provenía de una fuente imposible de localizar. El texto se titulaba “¿De quién es Luneng?”.

Caijin quiso darle seguimiento, pero el DCP los llamó, canceló el tema, prohibió la venta del número en los estanquillos y los empleados de la revista tuvieron que rebajarse a romper con sus propias manos la publicación ya impresa. Como era habitual en China, y como se ve a simple vista en Cuba usando las redes sociales, los hijos de altos dirigentes del Partido Comunista se habían convertido en empresarios exitosos. Al parecer jugaban con ventajas, adulaciones, atajos con los que otros sin su pedigrí no contaban. El artículo sobre Luneng había insinuado que detrás de la compra estaban estos hijos. Buscaban el anonimato para evitar el escrutinio y las tóxicas contabilizaciones de la revista Forbes sobre acumulación de riquezas.

Como subraya Anne-Marie Brady, si bien después de Tiananmen el Gobierno enfatizó que China se regiría por leyes y “no por decreto (o por editorial de periódico) como en los años de Mao”, el desfase entre reforma política y economía seguiría causando malestares e incoherencias que cualquier ciudadano podría señalar. Del mismo modo lo haría un medio independiente como Caijin en cuanto se lo permitiesen.

La República Popular China estaba tratando de ajustar su sistema jurídico a las nuevas formas de propiedad y de gestión económica para lograr, hasta donde se pudiera, un ecosistema de Estado de derecho. El PCCh necesitaba que fuera un país confiable para la inversión extranjera y nacional, y no uno que mutara de un lado al otro según lo decidieran, por idealismo o pactos radicales, sus dirigentes. Este cambio de paradigma se hacía más visible en el caso de la prensa, atada de pies y manos para denunciar a empresas extranjeras que explotaban al máximo la mano de obra que China ofrece a precio de remate, y que en parte eran responsables de que miles de productos electrodomésticos tuvieran precios accesibles.

La académica Anne-Marie Brady observa en Marketing Dictatorship que los asuntos que no podían “resolverse fácilmente sin una reforma del sistema político (es decir, los trabajadores desempleados, la estabilidad social y la lucha política) se convirtieron en temas tabú. […] Como el PCCh ha dejado de definir su legitimidad para gobernar China en términos revolucionarios, pero no ha descartado el nombre y el simbolismo vinculado a su pasado revolucionario, «socialismo» y «mercado» se han convertido en las palabras clave de la era actual. El Partido utiliza eufemismos como «socialismo con características chinas» y «economía de mercado socialista» para describir (en términos marxistas) la naturaleza poco ortodoxa de la transformación económica del país en los últimos veinte años. Por el contrario, el uso de la palabra clave de la era Mao, «revolución», ha disminuido considerablemente desde 1989. El término «revolución» se ha convertido casi en peyorativo en este sistema político reacio al cambio”.

Como ya vimos, estos temas tabú eran actualizados semanalmente según le conviniera al Departamento Central de Propaganda. Vale indicar que, en comparación con el régimen de control absoluto que impone su homólogo en Cuba —el Departamento Ideológico del Comité Central—, el ecosistema comunicacional en China es más flexible, se cierra y abre a discreción desde un puesto de mando que integran unos ajetreados y hacendosos funcionarios. El punto de vista chino asume riesgos. El desarrollo es allá un río revuelto en el que pueden surgir pejes realmente grandes como Tiananmen, Falun Gong (el multitudinario movimiento de meditación que pidió independencia jurídica), rebrotes de minorías exacerbadas, etc.

El PCCh había descubierto que eran importantes las válvulas de escape. El periodismo de investigación podría sacar reportajes que denunciaran la corrupción dentro de la reforma siempre y cuando no faltaran al respeto de la frágil estructura central. Sentir que estos brotes de denuncia eran vigilados por la “anaconda de la lámpara” era amenazante, pero no lo suficiente para espantar. Ello creaba la sensación de participación, con mecanismos de autorregulación que funcionaban de forma autónoma, tal como se espera de un sistema plural y con contrapesos.

Este es el marco en donde Hu Shuli había aprendido a jugar. Probablemente no se sentía angustiada, sino realizada por saber relacionarse con los límites. Si recordamos, yendo a la primera parte de esta serie, que Hu había sido hija, nieta y sobrina de prominentes comunistas, se entenderá por qué ella podía convivir con un punto de vista que para otros implicaba algún grado de complicidad o servilismo ante el poder.

Cheng Yizhong, periodista encarcelado durante cinco meses por publicar un texto que destapó manejos policiales corruptos, le comentó con amargura a Evan Osnos: “Los temas que aborda Caijin no han afectado los pilares del régimen; se puede decir que en cierto modo ella [Hu Shuli] va sobre seguro. […] Conste que no estoy criticando a Hu Shuli, pero hasta cierto punto Caijin solo está al servicio de un grupo de presión más poderoso, o digamos relativamente mejor”.

Cheng había denunciado y seguido la muerte de un joven diseñador tras una paliza ejecutada por policías. Habían arrestado al chico en la calle siguiendo una política de detención rápida que habilitaba a las fuerzas del orden a pedir documentos y conducir a supuestos vagabundos o prófugos de la justicia a un shourong o estación de “custodia y repatriación”. Quienes podían pagar una cuota libraban; los que no, eran trasladados a fábricas o granjas gestionadas por el shourong, donde debían trabajar.

El caso se agravó al demostrase que el joven tenía sus papeles en regla al momento del arresto. El reportaje provocó indignación pública. La política de los shourong era rentable para la policía local y proliferaron unos 700 en todo el país. Cheng demostró que “algunas comisarías compraban reclusos para incrementar ingresos”. Esta serie de trabajos logró que los shourong fueran eliminados y constituyó un raro caso en el que la prensa actuaba como palanca transformadora de la sociedad. Pero Cheng se había lucido también en su cobertura del SARS: necesitaba un escarmiento. Al año fue juzgado en una corte junto a dos colegas por “repartir ilegalmente las primas concedidas por su consejo de redacción”.

Cheng comparó ante Evan Osnos la naturaleza de su lucha por reducir el poder de la policía con los temas que publicaba Hu Shuli. Concluyó que ella trabajaba en función de mejorar el rendimiento del Gobierno, asegurar sus pilares, y él para modificarlos. También subrayó que Hu se desempeñaba en una esfera social que la mantenía a salvo de los burócratas menores. Estaba al servicio de una cúpula, reflejaba los deseos de esa gente que mamaba de un statu quo sin interés en destruirlo, porque sería como serrucharse el piso. Después de salir de la cárcel, Cheng dejó el periodismo de investigación y pasó a trabajar en un medio de prensa de bajo perfil.

Hu y una tropa de 140 desertores de Caijin fundaron Caixin, nombre equivalente a Nueva Caijin. Allí la periodista implementó el mismo dispositivo intuitivo que la había mantenido a flote durante años: “jugar con la cadena y no con el mono”. Lejos de sus viejos padrinos, tendría que poner en marcha la misma actitud gracias a la cual ellos la eligieron como directora de un medio de prensa que les rendiría beneficios económicos: ser proactiva y no destructiva, ayudar a que el poder se perfeccionara.

Evan Osnos quiso saber qué creía Hu de la suerte con que había rodado durante años, pues ni cerraron la revista ni la metieron presa. Ella respondió: “Nosotros nunca decimos nada de manera visceral o despreocupada, tipo «Usted miente». Intentamos analizar al régimen y luego decir por qué una buena idea o un buen deseo no pueden convertirse en realidad”. Tal y como sucede en Cuba, la culpa de que las buenas, justas y humanistas ideas no se concreten se le achaca, cuando no a los enemigos del país, a malas prácticas o manejos de la burocracia en abstracto; nunca de forma frontal al sistema socialista radical y antidemocrático o a un dirigente en específico.

Pese a que Hu trabajaba en un medio privado, su proceder encajaba con una política gubernamental que ella no intentó modificar. Aun funcionando como una empresaria privada, seguía siendo una proyección de lo que deseaba el Partido Comunista. Anne-Marie Brady comenta que “desde principios de la década de 1990 el Partido ha fomentado el desarrollo de un papel limitado de vigilancia para los medios de comunicación. En lugar de un cuarto poder (en chino di sige quanli, o a veces disi dengji), que implica que los medios de comunicación tienen poderes independientes del gobierno para criticar la política y los asuntos gubernamentales, los teóricos de la propaganda prefieren el término cuarto poder gubernamental (di sige bumen). Esto significa que los medios de comunicación están conectados con el sistema de vigilancia y control de la sociedad por parte del Partido-Estado, y no separados de él”. El PCCh pudo reformar su prensa, permitiendo no solo un “cuarto poder gubernamental”, sino emprendimientos privados a los cuales mantenía a raya.

¿Qué ocurría en la oquedad de Hu Shuli? ¿Qué se decía a sí misma en la cocina, allí donde podía ser franca consigo y con todos aun cuando no la escucharan? ¿Hacia dónde tendía en definitiva la polis suya? De ser comunista y guardia roja, Hu había mutado durante Tiananmen a hacerle alguna oposición al régimen que legó Mao Zedong. No sería de extrañar otra mutación, un acomodo de prioridades. Su aspiración a simplemente vivir y hacerlo en su país y cultura de origen era poderosa. Quería sentirse útil allí donde había instituciones e imaginarios por construir para que el entorno se pareciera mucho más al espíritu de su generación.

Hu se sentía participante, un actor con el poder de modificar el estado de cosas. Ambas capas superpuestas fundaron una personalidad intermedia, pragmática, capaz de negociar, de construir un consenso que generase una convivencia entre dos paradigmas reconciliables. En 1989 el Partido Comunista estaba por demostrar si podría empujar una reforma que sacara al país de la miseria. En 2010 ese deseo era un hecho.

En Marketing Dictatorship, Anne-Marie Brady concentra su análisis en el poder de la propaganda política, pero esta no sería nada sin un complemento económico. El Gobierno chino había logrado una remontada. El país crecía, la propaganda apoyaba. La intención del Partido Comunista Chino de sacar a su población de la espiral de pobreza fue consistente. Brady plantea que a mediados de los años noventa “los funcionarios de propaganda de las empresas recibieron instrucciones de asumir el papel de animadores de la reforma económica, poniendo el énfasis de su trabajo de pensamiento en los objetivos económicos. Se les dijo que «fomentaran la eficiencia en el lugar de trabajo», que «entrenaran a los trabajadores en la mentalidad de la competitividad» y que recordaran a los trabajadores de las fábricas de propiedad extranjera que con su duro trabajo «ayudaban a ganar divisas para China»”.

La profesora explica que los propagandistas chinos del DCP hicieron suyos pensamientos de algunos gurúes de las relaciones públicas occidentales. Walter Lippmann, autor de Public Opinion, fue uno de los principales referentes. Los académicos de las universidades chinas, supervisados también por el DCP, comenzaron a llamar “comunicación política” a la propaganda para eliminar la mala reputación de esta palabra. En 1998 el nombre del Departamento Central de Propaganda cambió a Departamento Central de Publicidad.

Anne-Marie Brady comenta: “En palabras de Walter Lippmann, el trabajo de relaciones públicas podría gestionar las actitudes del público sobre diversos temas con el fin de «fabricar el consentimiento» para la continuidad del gobierno de la élite. Lippmann llamó a la cristalización de la opinión pública «mente de grupo» y a la creación de la opinión pública «fabricación del consentimiento». Según Lippmann, «el ideal de la opinión pública es alinear a los hombres durante una crisis de tal manera que se favorezca la acción de aquellos individuos que puedan resolver el problema»”.

Y de alguna forma Hu contribuía con esto último. Evan Osnos la describe como “oposición leal”. En una columna de 2007 Hu dijo: “Hay quien afirma que llevar adelante las reformas políticas será desestabilizador. Sin embargo, mantener el statu quo sin hacer ninguna reforma crea, de hecho, un caldo de cultivo para la agitación”. La frase de Hu contiene un aprendizaje, el esfuerzo por hallar un hogar estable en su fuero interno.

Quizá valga observar que la propaganda funciona como un juego de lego donde el poder ofrece fichas de diseño al individuo y este asume cómo debe usarlas para conservar su estabilidad emocional y política. Las personas como Hu Shuli, los funcionarios del DCP que el 4 de junio de 1989 salieron a las calles a pedir reformas y el fin del Partido Comunista encontraron en ese lego un sitio donde aliviar su angustia.

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El 31 de julio de 2022, la empresa Palco, vinculada con la gestión de eventos internacionales y paquetería desde el exterior, anunció en su perfil de Facebook que Armando Franco pasaría a ser su nuevo responsable de comunicación. Para una parte de los que siguieron el episodio de su destitución, saber que ocuparía este cargo fue verlo entrar en el juego de puertas giratorias.

Palco es una puerta al mundo en un país rodeado de mar y con un sistema político cerrado. Funciona a menudo como intermediaria para importaciones. En general, como puesto de trabajo, se la asocia con el trato con extranjeros, el comercio y facturación de servicios en moneda dura. Laborar en Palco es un privilegio. Significa libertad de movimiento, dietas en divisas, acceso a artículos, medicinas y productos alimenticios difíciles o imposibles de conseguir en el territorio nacional, donde solo hay tiendas desabastecidas. Armando disfrutará de una vida “acomodada” ajena al igualitarismo, fuente de escasez y precariedad que por defecto genera el sistema político y económico cubano.

El economista Mauricio de Miranda, en un artículo para La Joven Cuba, plantea que el Gobierno “no parece dispuesto a adoptar las transformaciones radicales que requiere la economía, ni los cambios institucionales para asegurar la sostenibilidad de dichas transformaciones, y da la sensación de no saber qué más puede hacer, además de lanzar consignas y hacer llamados a la «resistencia creativa». Esto ha conducido a reforzar —en una parte considerable de la población— la sensación de desesperanza respecto al futuro del país, mientras aumentan la pobreza y la desigualdad social”.

Visto desde fuera, este final parece el cierre de un ciclo. El Armando que ingresa a Palco es un producto envuelto en plástico que sale por la estera de una fábrica de cuadros políticos. Mientras más se pregunta el Periodista por qué el exdirector de Alma Mater no fue destinado a dirigir una célula destartalada de la UJC en un municipio agrario del oriente de Cuba —como pasaba en la era de Mao con los dirigentes sancionados por disentir, cantera de la que salieron los reformistas que empujaron el repunte del gigante chino—, menos confía en la versión que aquel dio de su proceso de destitución. El Armando de Palco parece confirmar que la política de cuadros del PCC, su poder de generar cohesión, sigue teniendo esa rara vitalidad de algunas instituciones en la Isla: funcionan como nuevas mientras la economía se desmorona.

 

La primera parte de este ensayo se titula “Para la prensa cubana, Hu Shuli es una pregunta y una respuesta” y puede leerse aquí.

La segunda parte de este ensayo se titula “Hu Shuli en China: ¿Alma Mater en Cuba?” y puede leerse aquí.

Sobre el autor

Carlos Melián Moreno

Realizador audiovisual. Colaborador en medios como 'El Estornudo' y 'elTOQUE'.

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