“Estás matando a tu hijo”

Cuando Mariana, de 18 años, fue a interrumpir su embarazo en un centro hospitalario del municipio habanero Playa, la doctora que la atendió quiso saber en primer lugar si deseaba conservarlo. Al momento de confirmar el estado de gestación, le dijo: “¡Mira qué lindo está tu bebé! Deberías dejártelo”.

Sin embargo, al formar parte de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, el aborto es un derecho humano. Debería serlo en todo tiempo y contexto. Es el derecho a decidir sobre el cuerpo propio, la vida y la historia personal. Respetarlo sin condicionamientos, junto al resto de los derechos sexuales y reproductivos, aun cuando sea considerado opuesto a las doctrinas de una fe o ideología, es lo menos que se espera de una ciudadanía solidaria y consciente de sus problemáticas. El derecho a decidir, en el contexto cubano, es muchas veces objeto de manipulación política, particularmente cuando se busca incrementar índices demográficos a costa de la violencia ejercida sobre los cuerpos gestantes.

Según un material explicativo publicado recientemente por Amnistía Internacional en su página en español, “el acceso a servicios de aborto sin riesgos es un derecho humano. De acuerdo al derecho internacional de los derechos humanos, toda persona tiene derecho a la vida, a la salud y a no sufrir violencia, discriminación ni tortura y tratos crueles, inhumanos y degradantes. El derecho de los derechos humanos especifica claramente que las decisiones sobre nuestro cuerpo son solo nuestras, principio que se conoce como autonomía física. Obligar a alguien a mantener un embarazo no deseado o a buscar un aborto inseguro es una violación de sus derechos humanos, incluidos los derechos a la intimidad y a la autonomía física”.

La respuesta de Mariana fue negativa. Se vistió y se levantó de la camilla demostrando el disgusto provocado por el comentario de la ginecóloga. Cuando intentaba marcharse, esta se le acercó y puso en sus manos la foto del ultrasonido. Le sugirió que la guardara como recuerdo de su primer embarazo. “Eso es producto de los juegos sexuales que inventan ustedes los jóvenes. Por eso la abstinencia es lo mejor que hay, no tuvieras que pasar por esto”, comentó por último la doctora. Fue posible conocer su testimonio gracias a la encuesta realizada por Periodismo de Barrio en mayo de 2022.

Coacciones psicológicas como las vividas por Mariana, según las fuentes consultadas —y citadas más adelante— para este texto, son comunes. El personal de salud en Cuba, en muchas ocasiones, se encuentra permeado por una moral antiaborto que resulta preocupante, en tanto atropella los derechos básicos de las personas gestantes a tomar una decisión realmente válida, acorde a su realidad y posibilidades, sobre acceder o no a la interrupción del embarazo. Con su actitud, la especialista le demostró a Mariana el estigma moral que acompaña el procedimiento del aborto en la sociedad cubana, cuán arraigado se encuentra, y cuán segregacionistas y punitivos suelen ser estos prejuicios.

“Después de obtener mi confirmación —continúa Mariana— retorné a la ginecóloga para ver qué opciones tenía. Según ella la peor de todas era el legrado, lo cual alimentaba mi miedo. Me remitió a un policlínico para una regulación menstrual. Nunca me explicó cuáles eran los procederes. Fui al policlínico, pero me explicaron que la máquina de regulaciones estaba rota. Al indagar por alguna solución, me respondieron con desgano que esa era la única información que podían ofrecerme”. Mariana regresó a la consulta con la ginecóloga dos días después, y al contarle la situación esta le respondió que fuera a Maternidad, a ver si ahí le querían dar la píldora.

Durante todo ese trayecto, Mariana aumentó en casi cuatro semanas su embarazo no deseado. Cuando llegó el día, tras dos horas y un poco más de espera por su turno, en ayunas y con mucho temor —ya que ningún médico le había explicado el proceso—, la declararon apta para el legrado. Señala Mariana que “lo más crudo es que el salón de legrados está justo después de atravesar la zona de recién nacidos. Contemplas tú, en estado de tristeza, la cantidad de personas que han dado a luz en el día; contemplas toda la alegría de los acompañantes. Esto es algo que está normalizado dentro del mismo hospital”.

Para la activista feminista y periodista Kianay Anandra, en artículo publicado por Árbol Invertido con el título “Falso. Así se desinforma en España sobre el aborto en Cuba”, “la escasez y la dificultad en el acceso a los servicios de interrupción en zonas periféricas obliga a muchas embarazadas a tener que recurrir a transacciones monetarias informales al interior del Sistema de Salud. A las dificultades para acceder a un aborto se suman vacíos educacionales, obstrucciones por parte de grupos conservadores antiaborto, la mala praxis, la poca disponibilidad de métodos anticonceptivos y violencias de diverso tipo que pueden surgir durante el proceso de interrupción”.

“¡Ay, mira ella cómo llora!”

“Me llamaron por mi nombre y dijeron que me apurara —cuenta Mariana—. Resulta que estaban disminuyendo el tiempo del proceso porque los médicos no habían almorzado. Una vez dentro del salón, una enfermera joven me dijo: «¡¿Cómo no te has quitado el blúmer?! ¡Dale! ¡Arriba! ¡Quítate eso ya!». Acostada en la camilla, la anestesióloga pinchó seis veces mi brazo con la aguja, mientras apretaba con sus uñas postizas y exclamaba que no me encontraba la vena. Me miró el rostro y procedió a su siguiente exclamación: «¡Ay, mira ella cómo llora! ¡Qué bobería te cae!»”.

“Terminado el legrado —continúa Mariana—, el doctor que me sacó de la sala exclamó a mi acompañante: «No debería estar ella aquí, es muy joven para eso». Pasado un tiempo aún estaba anestesiada, pero me fui incorporando poco a poco. Una doctora se acercó y le dijo a mi acompañante: «¡Tienes que llamarla por su nombre! ¡Y que se levante, arriba, que necesitamos la cama!». El personal médico demoró el proceso. Comencé con tres meses de embarazo y terminé con cuatro. Siempre era algo. O no me podían atender por falta de algún instrumental, o no me daban una solución, una variante. Era solo un no, arréglatelas tú, mira a ver con quién resuelves. No existía la comprensión, hacían muchos comentarios inapropiados. Espero que mi historia pueda cambiar algo, o hacer conciencia social de cuán normalizado está el maltrato”.

Según el testimonio de Claudia, natural del municipio Playa en La Habana, luego de la interrupción las pacientes son devueltas a la sala “donde todas vimos cómo las tiraban una a una, como sacos de papas. Alguna bien podía estar sangrando. Si alguna demoraba mucho en despertar —por la anestesia general— la agitaban, la cambiaban de ropa a la vista de todas y luego la sacaban donde estaba el familiar esperando. De más está decir que las medidas higiénicas no son las mejores. Por la misma camilla pasamos todas sin previa limpieza. Pero nada, estamos acostumbradas a callar y, por tanto, al conformismo”.

Lena Pérez Font, quien accedió a dar su nombre para esta y futuras investigaciones de Periodismo de Barrio, nos cuenta que ha tenido varios abortos, y que muchos de sus embarazos ocurrieron porque los métodos anticonceptivos que utilizó, lejos de ayudarla, le hicieron daño de una manera u otra. “El tema de los métodos anticonceptivos y la salud de la mujer deja mucho que desear. Los DIU no son a la medida, las tabletas no aparecen, los preservativos son de la peor calidad que existe”.

Según entrevista realizada al personal que atiende la farmacia del municipio Siboney para el reportaje del pasado año “El aborto en Santiago de Cuba: entre el conservadurismo religioso y la complicidad estatal”, los anticonceptivos no llegan con la frecuencia deseada. No se hallaban en existencia ni liberados ni por receta médica, al menos en ese establecimiento. Esta situación provoca que la población de la zona tenga que estar atenta a la llegada de los suministros, y que la falta de acceso, finalmente, obstaculice su uso adecuado, lo cual atenta contra la posibilidad de evitar un embarazo no deseado.

Posteriormente, se ha podido constatar que dicha realidad no es exclusiva de la zona oriental, donde se realizó el reportaje, sino que está presente a lo largo del país. La falta de acceso y la escasez es igual en todas las farmacias, lo que ha potenciado un creciente mercado informal donde se trafican, a precios exorbitantes, todo tipo de métodos anticonceptivos y abortivos, como las píldoras anticonceptivas, las vacunas, las “pastillas del día después” y las intravaginales de misoprostol.

A todo ello se suma la falta de información y/o la difusión de falsos métodos de control reproductivo, que hacen que en la práctica los embarazos ocurran con mayor frecuencia, sobre todo en la adolescencia y la primera juventud. En el texto de Mónica Rivero “El método anticonceptivo de tu amiguita no funciona”, publicado por elToque en mayo de 2021, la periodista relaciona diversos métodos seudoanticonceptivos muy utilizados por las jóvenes, particularmente cuando se inician en las relaciones sexuales. Entre ellos destacan los lavados después del coito, el conteo mediante aplicaciones móviles de los días de fertilidad o infertilidad y el coito interrumpido. “A demasiadas adolescentes y mujeres les ha costado un embarazo no deseado, su propia fertilidad o la intervención de uno o más embarazos u otros procedimientos médicos no haber tenido claridad sobre este tema, que debería ser pan comido, aprenderse en la escuela y hablarse con libertad en la casa”, explica Rivero.

“Si abriste las piernas y gozaste, ahora te aguantas”

Graciela, natural de La Habana, nos comparte que “ante [la decisión de abortar] se informa únicamente acerca de los riesgos de someterse a estos procedimientos. Nadie habla de los riesgos de llevar a término un embarazo en la adolescencia o las implicaciones de tener un hijo no planificado ni deseado siendo tan jóvenes. He visto mujeres cercanas decidir continuar con su embarazo por temor, sin tener la más mínima idea de qué hacer después, las implicaciones para su vida y proyectos. Les tocó y ahora hay que asumir” es el criterio que prevalece, al fin y al cabo.

Según advierte la periodista Genevra Pittman en su texto para Reuters Health sobre el aborto legal más seguro que el parto, estudios realizados en Estados Unidos por el Instituto Guttmacher —especializado en investigaciones sobre salud sexual y reproductiva— aseguran que “las mujeres son 14 veces más propensas a morir durante o después de un parto normal que debido a las complicaciones de un aborto. Los especialistas sostienen que los resultados, que no son inesperados, contradicen algunas leyes estaduales que sugieren que los abortos son procedimientos de alto riesgo”.

En el sitio web PlannedParenthood en español, se explican un poco más las razones por las que el aborto no debería representar un procedimiento de alto riesgo para la vida de la persona que gesta. Y es que, en general, el aborto es una práctica segura y sencilla de realizar desde el punto de vista clínico, y no significa un problema mayor que el de muchos otros procedimientos ginecológicos que se llevan a cabo en centros de salud. Los problemas acontecen cuando el aborto no se efectúa de forma segura.

“A menos que tengas alguna complicación grave y poco frecuente que no se trate —continúa el material—, no causa riesgos para embarazos futuros ni para tu salud en general. Tener un aborto no hace que tengas más riesgo de padecer cáncer de seno (mama) ni afecta tu fertilidad. No causa problemas en embarazos futuros, como defectos congénitos, nacimientos prematuros o bebés con bajo peso al nacer, embarazos ectópicos, abortos espontáneos o muerte infantil”. Todas estas creencias forman parte del imaginario social, cargado de prejuicios, mitos y concepciones erradas estrechamente relacionados con los juicios religiosos y morales.

Los conflictos emocionales después de abortar tampoco son considerados graves ni de larga duración. Según la información consultada, estos son poco comunes, y su ocurrencia no es más frecuente que la de los conflictos emocionales que sobrevienen a un parto. Las posibilidades aumentan cuando la persona que aborta no cuenta con el apoyo necesario o ya sufría algún padecimiento previo a la realización de la práctica. “Hay estudios que demuestran que la mayoría de las personas sienten alivio después de un aborto”, concluye el texto.

En consonancia con la falta de información, los prejuicios del personal de salud y su inadecuado comportamiento, cada día más normalizado, los casos de violencia ginecobstétrica en Cuba —de los que tenemos noticia— ocurren con alarmante frecuencia y es preocupante la naturalidad con la que médicos, enfermeros y pacientes atraviesan por esos episodios sin mayores consecuencias.

“Hace relativamente poco tiempo fui a hacerme una regulación —nos cuenta otra de las testimoniantes—. Tuve el apoyo de mi madre y mi novio. Pero, en el día señalado, fue todo bastante feo. El personal de salud que había adentro de la sala era demasiado. Y estaban apurados. El médico decía: «vamos, pónganse las batas… vamos a salir de esto». Entrábamos varias muchachas a la vez. Después del procedimiento nos acostaban en un sofá incómodo. Tenías que pararte rápido porque la siguiente venía detrás. No te tratan bien, como debería ser antes y después de enfrentarte a un procedimiento como ese”.

Otra de las encuestadas, mujer universitaria de Habana del Este, declara: “El médico especialista que realizó la interrupción vio que estaba nerviosa y que tenía miedo y me dijo que mi problema había sido abrir las piernas. Él ni siquiera conocía bajo qué condiciones quedé embarazada, todo eso durante el procedimiento. La enfermera también me maltrató”.

En un reportaje para Árbol Invertido, la periodista Claudia Padrón Cueto habla de la sistematicidad de la violencia obstétrica, y de cómo las mujeres son concebidas como cuerpos sin autonomía y sin derecho a decidir en los salones médicos cubanos. “No reciben información sobre su estado o los procedimientos que les van a realizar […]. Además, muchas son maltratadas física, psicológica y verbalmente”. Aunque este análisis versa sobre la violencia ejercida contra las mujeres en el momento de parir, puede dar la medida de lo que sucede en las consultas de ginecología y obstetricia en Cuba, ya que el personal muchas veces es el mismo que atiende en los salones de legrado. Es válido destacar, no obstante, que la periodista en el propio artículo señala que “Los resultados de este proyecto [Partos Rotos] no son una muestra representativa a nivel estadístico de la población de mujeres cubanas. Hay una sobrerrepresentación de La Habana y menor número de respuestas de otras provincias. Por tanto, los resultados […] no se pueden extrapolar ni generalizar como un reflejo de todas las experiencias de parto en el país”.

“Muchas madres coinciden en que la falta de información y ser ignoradas fueron las muestras de violencia que más padecieron […] Cientos de mujeres confirmaron que hay un panorama de violencia hacia ellas dentro del sistema de salud”, asegura Padrón Cueto. La naturalización del maltrato, la falta de empatía y los prejuicios en torno a la maternidad contribuyen a que en la actualidad la violencia ginecobstétrica sea un fenómeno invisibilizado, del que poco se habla.

Nosotros no estudiamos para matar bebés

Es sabido que ni las restricciones legales ni las sanciones morales o religiosas consiguen que las personas gestantes dejen de acudir al aborto, aun en la clandestinidad o cuando representa un alto riesgo para sus vidas.

Según un reporte de la Organización Mundial de la Salud de 2021, “cada año se provocan cerca de 73 millones de abortos en todo el mundo. El 61% de los embarazos no deseados (y, en conjunto, el 29% del total de embarazos) se interrumpen voluntariamente […] Sin embargo, cuando una mujer que está embarazada sin haberlo deseado encuentra obstáculos para que se le presten servicios de atención al aborto oportunos, seguros, asequibles, de calidad, respetuosos, no discriminatorios y a una distancia razonable se expone a riesgos si decide abortar”.

En concordancia con las estadísticas, el 45% de los abortos ocurridos a nivel global entre 2010 y 2014 fueron peligrosos y, de ellos, una tercera parte tuvieron lugar en condiciones de gran peligrosidad, es decir, fueron practicados por personal no calificado “mediante métodos dañinos y cruentos”, continúa la nota de prensa. “El 97% de los abortos peligrosos se practican en países en desarrollo, más de la mitad en Asia (la mayor parte de ellos, en las regiones meridional y central del continente). También son peligrosos la mayoría de los abortos practicados en América Latina y África (aproximadamente tres de cada cuatro). En este último continente, casi la mitad de los abortos no se practican en condiciones de seguridad”, concluye la nota.

En definitiva, queda en evidencia que “las políticas restrictivas no solo no reducen el número de abortos en las mujeres y las niñas, sino que también afectan la posibilidad de que se practiquen de forma digna y sin riesgos. La proporción de abortos peligrosos es significativamente más elevada en los países que imponen leyes muy restrictivas que en aquellos donde estas leyes son más laxas”, explica el material.

El consenso entre especialistas disminuye cuando el aborto no tiene lugar por razones terapéuticas, es decir, cuando responde a una decisión de la persona gestante y no es consecuencia, por ejemplo, de un embarazo de alto riesgo. Igualmente, las probabilidades de que se le niegue a la persona el procedimiento de interrupción aumentan según su edad, sus condiciones socioeconómicas, las fallas de métodos anticonceptivos y/o los embarazos producto de violaciones. En el material citado se argumenta que algunos de los obstáculos que dificultan la práctica adecuada, respetuosa y segura del aborto son “su costo elevado, la estigmatización de las personas que lo solicitan y del personal de salud que lo practica y la negativa de algunos trabajadores de la salud a realizar estas intervenciones basándose en sus creencias religiosas o en consideraciones éticas”.

Por otro lado, también es válido considerar otras trabas como “la consideración del aborto como delito, la obligatoriedad de esperar un tiempo para abortar, la prestación de información o asesoramiento sesgados, la exigencia de obtener la autorización de terceras personas y las restricciones que afectan al tipo de profesionales o establecimientos de salud donde se pueden ofrecer estos servicios”, añade la nota.

En el caso cubano el panorama se muestra distinto en varios aspectos. Mónica Fernández en su texto “Aborto en Cuba: Una mirada histórica a un desafío actual”, publicado en 2021 por elToque, aclara que Cuba, a pesar de haber sido el primer país de Latinoamérica en despenalizar el aborto, no ha incluido el acceso a esta práctica como derecho humano en ninguna de sus legislaciones correspondientes. “El Código Penal vigente desde 1987 —argumenta Fernández—, describe en qué consiste el aborto ilícito. Pero aún no existe una ley que refrende la política del derecho al aborto libre y seguro. Aunque el artículo 43 de la Constitución aprobada en 2019 asegura el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, el alza de los fundamentalismos (hoy centrados en la oposición a las teorías de género y la educación sexual) hace necesario pensar que el acceso al aborto, asumido como un derecho de la mujer cubana durante décadas, debe tener un respaldo legal y no depender solo de una política sanitaria gubernamental”.

Es por ello que las normas éticas que debe observar el personal sanitario en todo momento se encuentran muy relacionadas con la definición y ejecución de los procedimientos para dar cumplimiento a la ley. La actitud de los médicos, enfermeros y personal de salud en general es crucial a la hora de considerar la aplicación de leyes en lo que respecta al aborto. En el caso de Cuba, en ocasiones pareciera quedar a discreción de los especialistas el momento, las condiciones y, en definitiva, la posibilidad de acceder o no a la realización de este procedimiento.

Graciela, residente del municipio Cerro en La Habana, en su testimonio recogido por Periodismo de Barrio ahonda un poco más en estos criterios. “Tengo amigas que al hablar del tema del aborto deciden por sus hijas. El aborto no es bien visto, no es una opción, todo porque consideran que un embrión es un niño, lo cual es desconocimiento sobre estos temas”.

Por su parte Yeni, joven universitaria también del Cerro, comenta que “una conocida tuvo un embarazo no deseado a los 16 años. Es hija de una pastora evangélica divorciada (irónicamente) pero con mucha preeminencia en su iglesia. No solo fue obligada a parir, también fue obligada a casarse. No estudió, al poco tiempo tuvo otro hijo. Ella todavía no sabe la violencia de la que fue víctima”.

Un joven de Guanabacoa en la capital también quiso aportar su experiencia en el caso de una persona cercana: “La madre de un conocido estaba en espera de su tercer hijo, y fue «persuadida» por otros miembros de su religión para que desistiera [de realizarse el aborto]. Son de una zona rural de Matanzas, municipio Calimete. En ese entonces ella contaba con alrededor de 40 años. Su propio hijo, que no reconoce el derecho de su madre a decidir sobre su cuerpo, también le insistió en que no debía abortar porque pondría fin a la vida de un ser humano. Él usó como argumento que, en el momento del aborto, el feto experimenta dolor y que supuestos estudios lo comprueban. Sabemos que ese tipo de estudios están mediados por intereses externos a los científicos y que el resultado puede ser usado para manipular e influir sobre la mujer y su círculo cercano”.

Un estudio de BBC News Mundo explica, sin embargo, que el feto no puede experimentar dolor antes de las 24 semanas. Según un informe del Real Colegio de Obstetras y Ginecólogos del Reino Unido, antes de ese límite “los fetos no han logrado desarrollarse y están sedados”. Incluso después de ese tiempo, la institución asegura que un feto se encuentra sedado de forma natural dentro del útero y, por lo tanto, no posee conciencia.

“Yo estoy muy preocupada por la situación de las mujeres en el país, sus derechos sexuales y reproductivos de manera general. No hay preservativos y los que aparecen tienen un costo elevado (sobre todo para los más jóvenes que aún estudian), no funcionan los servicios para hacer regulaciones menstruales en todos los policlínicos por diversas razones, cada vez se dificulta más acceder a una interrupción y más si es a nivel de hospital, es muy difícil hacerse un ultrasonido a tiempo. Es imprescindible atender a este tema lo antes posible, veo muchas banderas rojas en todas partes”, comenta Graciela en la encuesta de Periodismo de Barrio.

“Ustedes tienen que esperar”

Claudia refiere, además, que “hubo un momento en el que vimos cómo no se respetaba la cola (muy común) para hablar con enfermeras y doctores. Sus palabras literales fueron: «a ustedes les toca esperar porque nosotros les estamos haciendo un favor, no tenemos que cargar con su irresponsabilidad»”.

Andrea, de Santiago de Cuba, relata que “escuchaba a las muchachitas hablando entre ellas, y todas decían: «¿cómo puede ser que las pastillas no funcionen?, ¿tú estás segura de que te pusieron la cantidad que tenían que ponerte?». Porque normalmente son dos comprimidos vaginales o pastillas orales al mismo tiempo cada cuatro o seis horas el primer y el segundo día. Entendí que lo que estaban haciendo era ponerles una sola pastilla, y si por la noche no habían expulsado el embrión las pasaban por regulación o por legrado. Todas lo hablaban: «yo sentí que no me puso dos, me puso una sola»”.

“Otra jovencita estaba ahí porque su mamá trabajaba en el hospital —continúa Andrea—. La madre pagó 1600 pesos cubanos por pastilla y otros 3000* por el legrado, porque no había funcionado la primera vez, según nos contó. Esa era la forma en que su mamá había podido «resolver»: pagando”.

“Las violencias de todo tipo que sufrí y que vi sufrir a mis compañeras realmente merecen un espacio en el debate público. Es necesario que se conozcan, que se ponga la mirada sobre la realidad de lo que está sucediendo con el aborto en Cuba, en particular en esta ciudad. Aquí el salón de legrado es una mafia y una carnicería”, concluye la entrevistada.

“Tu abuela jamás te habría permitido sacarte esa barriga”

“Mi abuelo fue gemelo, mi mamá fue gemela, pero mi abuela perdió [a su hermano] y entonces yo tengo grandes posibilidades de tener gemelos —expone Glenda—. En efecto, cuando me hacen el ultrasonido me salen dos bulticos. A mí eso me partió el alma, pero realmente no era el momento para tener hijos. Cuando voy a hablar con la doctora del médico de la familia para ver cómo puedo hacerme una regulación o una interrupción con pastillas, esa mujer, que me conoce de toda la vida y conoce a mi familia, me dijo: «Tú te salvas que está muerta, porque si ella se entera de esto… Tu abuela jamás te habría dejado sacarte esta barriga»”.

En su testimonio Gretel, de la Habana Vieja, narra que, cuando supo el pasado año que estaba embarazada, su pareja no la violentó directamente, pero sí intentó llamar a sus familiares para que lo ayudaran a convencerla de que se dejara el embarazo y así satisfacer su deseo de ser padre. Tuvieron varias charlas al respecto, a pesar de que él sabía que no compartían la decisión. El día antes del legrado, el novio apareció en casa de la encuestada para acompañarla al centro de salud donde se practicaría la interrupción e insistió en que ella mantuviera el embarazo a toda costa, presionándola emocionalmente.

“Llevaba poco tiempo con mi pareja, y cuando descubrí que estaba embarazada aún estudiaba en la universidad. Mi suegra cuando se enteró intentó convencerme de que no abortara. Ella trabajaba en un policlínico y era el contacto que tenía para ultrasonidos y consultas. Intentó retrasarlo para que me pasara de las semanas. Yo supe esto después. Ella me decía que no había turno”, testimonia Vanesa.

“Cuando por fin me resolvió para hacerme la regulación, la doctora, que la conocía, me trató muy mal. Incluso sufrí quemaduras en la vulva por la lámpara que utilizó. Yo le decía que me quemaba y la frase de siempre: «aguanta, que tú gozaste». El proceso de recuperación también fue horrible. Mi exsuegra todo el tiempo maltratándome por haber abortado”, concluye la joven.

El daño antropológico creado por la institución de la familia y, particularmente, del matrimonio (tradicional y conservadoramente concebido) es más severo de lo que muchos podemos llegar a conocer. Las mujeres y personas gestantes en general, quienes carecen del apoyo y la comprensión de sus familiares cercanos y del respeto de su pareja, tienen un riesgo mucho mayor de sufrir complicaciones, alteraciones y demás escollos, tanto físicos como emocionales, a la hora de plantearse una interrupción del embarazo. Son pocos los casos en los que presiones de todo tipo, violencias varias y prejuicios sociales no representan una carga significativa. A ello se suma tener que lidiar con la tortura que puede ser el sistema de salud cubano a la hora de abortar.

Para Marta, natural de La Habana, la conclusión cae por su propio peso: “Me han hecho mucha presión social, incluso cyberbulling, cuando he contado mi experiencia. Lo único que tengo claro es que si el aborto fuera un asunto que experimentaran los hombres no hubiera discusión. Yo me he practicado cuatro abortos y todos han sido porque no tenía otra opción. No creo que nadie tenga derecho a cuestionar mi decisión”.

 

*Las cifras corresponden al momento en que se realizó la entrevista a la testimoniante.

 **Los títulos utilizados para cada sección corresponden a frases extraídas de los testimonios recopilados por Periodismo de Barrio durante una encuesta sobre el aborto realizada en mayo de 2022.

 ***A menos que se indique lo contrario, los nombres de las testimoniales han sido cambiados para preservar su identidad.

Sobre el autor

Annery Rivera Velasco

La Habana (1987). Poeta, periodista independiente y activista por los derechos de la comunidad LGBTQIA+. Graduada de la Licenciatura en Estudios Socioculturales. Diplomada en Derechos Humanos con enfoque feminista por la Universidad Austral de Argentina. Especialista en Estudios y Políticas de Género con enfoque Queer por la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Argentina). Poemas, ensayos y artículos de crítica cultural de su autoría han sido publicados en revistas y antologías como La Gaceta de Cuba (Cuba), Cubanow (Cuba), Q de Quir (Cuba), Antología de la Editorial 3K (México), entre otras publicaciones.

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