El 18 de noviembre de 2022 la Conferencia de las Partes (COP27) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) en Sharm el-Sheij, Egipto, concluyó con el acuerdo de establecer un fondo de pérdidas y daños para los países más vulnerables a los efectos del fenómeno.
Con respecto a la mitigación de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), el borrador de decisiones de la Conferencia señalaba la necesidad de intensificar las medidas adoptadas con el fin de reducir considerablemente las emisiones antes de 2030, si se esperaba limitar el incremento de la temperatura media mundial a 2 °C, e intentar que no sobrepasara los 1.5 °C.
Sin embargo, el documento solo realizaba un llamado a las Partes para acelerar la transición hacia sistemas energéticos bajos en emisiones y reiteraba la importancia de implementar acciones adicionales de mitigación antes de 2030.
Periodismo de Barrio responde varias preguntas esenciales para comprender el estado actual de las emisiones de GEI, los compromisos adoptados para reducirlas y las medidas que deben ponerse en práctica.
¿Cuáles son las concentraciones actuales de los gases con efecto invernadero en la atmósfera?
En 2021 las concentraciones de los tres principales GEI: dióxido de carbono (CO2), metano (CH4) y óxido nitroso (N2O) se habían incrementado en 149 %, 262 % y 124 %, respectivamente, en relación con sus valores en el periodo preindustrial (1850-1900), explica el Boletín de la Organización Meteorológica Mundial sobre los gases de efecto invernadero.
Debido a las emisiones procedentes de la combustión de combustibles fósiles y la producción de cemento, la concentración promedio global de CO2 en ese año alcanzó las 415.7 partes por millón (ppm), medida que indica la cantidad de unidades de una sustancia, en este caso CO2, por cada millón de unidades del conjunto, es decir, los gases presentes en la atmósfera.
Al mismo tiempo, el CO2 es responsable del 81 % del incremento en el forzamiento radiativo de la última década. De acuerdo con el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), el forzamiento radiativo es la medida que permite conocer la diferencia numérica entre la radiación solar incidente y la radiación infrarroja saliente en el sistema atmosférico; en otras palabras, la energía que se absorbe. Un forzamiento radiativo positivo ocasiona un aumento de calor; mientras que un forzamiento radiativo negativo conduce a un enfriamiento.
Con respecto al metano, aproximadamente el 40 % de sus emisiones proviene de fuentes naturales, mientras que el otro 60 % es resultado de actividades humanas como la ganadería, el cultivo de arroz, los vertederos, la explotación de combustibles fósiles y la quema de biomasa. Su concentración en 2021 era de 1 908 partes por mil millones (ppb, por sus siglas en inglés) y fue la más alta desde que se comenzara a medir periódicamente en 1983. Este gas es responsable del 16 % del forzamiento radiativo ocasionado por los GEI.
Por su parte, el 43 % del N2O presente en la atmósfera se origina por actividades humanas como la quema de biomasa, el uso de fertilizantes y diversos procesos industriales. Este tipo de emisiones se ha incrementado en un 30 % en las últimas cuatro décadas. Su concentración alcanzó las 334.5 ppb en 2021 y es responsable del 7 % del forzamiento radiativo.
¿Cómo han variado las emisiones de gases de efecto invernadero?
Según el Informe sobre la Brecha de Emisiones del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el promedio de emisiones globales de 2010 a 2019 fue de 54.4 gigatoneladas (Gt) de CO2 equivalente (CO2e). Esta unidad de medida muestra las emisiones de los GEI expresados en CO2, es decir, es la concentración de este gas que produciría el mismo forzamiento radiativo que una mezcla de diferentes GEI en un momento dado, explica el IPCC.
El PNUMA revela que, si bien el crecimiento anual de las emisiones de 2010 a 2019 se redujo en comparación con la década anterior (2000-2009) de 2.6 % por año a 1.1 %, el promedio de emisiones globales de 2010 a 2019 ha sido el más alto registrado. Ello implica que, aun cuando el incremento de emisiones de un año a otro es menor, se emite mayor cantidad de GEI que en el decenio anterior.
A pesar de que entre 2019 y 2020 hubo una caída en las emisiones de 4.7 %, lo cual confirma que la respuesta global a la pandemia de la COVID-19 tuvo un efecto a corto plazo en estas, el documento apunta que para finales de 2020 se había registrado un crecimiento en las procedentes de los combustibles fósiles y el sector industrial.
Por su parte, las tendencias de emisiones en 2022 y los años siguientes estarán influenciadas por la guerra en Ucrania y disrupciones en el suministro energético global. El PNUMA expone que los pronósticos sugieren un incremento en las inversiones en combustibles fósiles, debido a los planes de varios países de expandir su infraestructura de gas natural con el fin de asegurar el suministro nacional.
¿De dónde provienen las emisiones?
Las emisiones a nivel global provienen de seis sectores económicos: energía, agricultura, industria, transporte, edificios y desechos, indica el informe Estado de la acción climática 2022, publicado por la organización Climate Action Tracker (CAT).
Desde 1990 los sectores que más contribuyen a las emisiones son el energético, el agrícola y el industrial. En 2019 constituyeron el 33.2 %, 22.4 % y 19.8 % de las emisiones globales respectivamente, mientras que el transporte, los edificios y los desechos representaron el 24.6 % restante.
También existen subsectores con elevados niveles de emisiones: la electricidad y calefacción contribuyen con 68.6 % a las emisiones del sector energético; el uso de suelo, el cambio de uso de suelo y la silvicultura representan el 50.4 % de las emisiones de la agricultura; los procesos industriales de la metalurgia suponen el 26.7 % de las emisiones industriales; el transporte terrestre es el 71.3 % de las emisiones de este sector; mientras que los inmuebles residenciales representan el 71.9 % de las emisiones de los edificios.
¿De quién son las emisiones?
El 55 % de las emisiones a nivel global provienen del transporte internacional y de siete países: China, Estados Unidos, India, la Unión Europea, Indonesia, Rusia y Brasil.
Sin embargo, estas emisiones se miden sobre la base de la producción –conocidas como emisiones territoriales– y no del consumo. En otras palabras, contabilizan dónde se creó el producto que en el proceso de fabricación originó las emisiones y no quién lo emplea en su destino final. De esta manera, no se toman en cuenta factores como el comercio internacional o las inversiones realizadas en el extranjero.
El Informe sobre la desigualdad global 2022 resalta que las emisiones territoriales se emplean por las autoridades a nivel mundial para reportar sus progresos en mitigación o negociar acuerdos internacionales de cambio climático, pero el PNUMA destaca que, cuando las emisiones se estiman sobre la base del consumo, tienden a ser menores en las naciones que son exportadoras netas de este tipo de bienes como India o China.
La metodología de emisiones territoriales ocasiona una transferencia de emisiones, donde los países de altos ingresos deslocalizan la producción de sus industrias más contaminantes hacia otras naciones y luego importan los bienes y servicios intensivos en carbono. Ello permite establecer una diferenciación entre aquellos países que son importadores (mostrados en rojo en el mapa) y exportadores (mostrados en azul en el mapa) netos de emisiones.
Los importadores netos son aquellos que importan más CO2 que los bienes que exportan; mientras que en el caso de los exportadores netos ocurre lo contrario: los bienes exportados requieren más CO2 para su producción que los importados por el país.
¿Qué es la brecha en las emisiones?
La propia CMNUCC en el borrador de decisiones de su última COP en Egipto reconocía la insuficiencia de las políticas y medidas actuales para alcanzar el objetivo mundial a largo plazo de limitar el incremento de la temperatura y la existencia de disparidades considerables entre las acciones de mitigación prometidas colectivamente y la reducción necesaria para lograr ese objetivo. Precisamente, esta diferencia entre el estimado global de emisiones de GEI resultante de la implementación de los compromisos de mitigación de los países –conocidos como Contribuciones Nacionalmente Determinadas (CND)– y el total global de emisiones requeridas para cumplir el objetivo de limitar el incremento de la temperatura es conocida como la brecha de emisiones.
Antes del Acuerdo de París, los compromisos de mitigación se establecían de manera generalizada. En el Protocolo de Kioto, acordado en 1997 en la ciudad homónima, el compromiso consistía en reducir en no menos de 5 % las emisiones de los países desarrollados entre 2008 y 2012, en comparación con los niveles de 1990.
Sin embargo, durante las sesiones de la COP19 en Varsovia, Polonia (2013), las Partes acordaron que cada nación decidiera voluntariamente sus compromisos de mitigación y los comunicara a la CMNUCC. No obstante, esta modalidad creó un nuevo problema: la insuficiencia de las CND para cubrir los objetivos de reducción de emisiones.
Así, en 2015, en el momento de la firma del Acuerdo de París, las emisiones resultantes de las CND de los países conducían a un escenario de incremento de temperatura de 3 °C para 2100, debido a la brecha de emisiones de 15 Gt de CO2e.
Esta brecha se reconocía en el propio Convenio y como estrategia para solucionarla su artículo 4 establecía que las Partes debían comunicar nuevos compromisos cada cinco años, los cuales se esperaba que mostraran objetivos progresivos de mitigación y reflejaran la mayor ambición posible en este sentido.
Para el 23 de septiembre de 2022, 139 países –que representaban el 91% de las emisiones globales en 2019–, habían presentado sus compromisos, expone el informe El Estado de las Contribuciones Nacionalmente Determinadas: 2022 del World Resources Institute (WRI). De ellos, 74 –con una cobertura del 77 % de las emisiones globales– anunciaron metas de emisiones más bajas que las presentadas en sus CND previas; 23, que representaban el 9 % de las emisiones globales, no redujeron sus metas de emisiones; mientras que 42, con el 5 % de emisiones globales, no pudieron analizarse porque sus compromisos anteriores no poseían suficiente información como para poder compararlos con los actuales.
Por otra parte, desde la firma del Acuerdo de París, algunos de los Estados que son naciones en desarrollo condicionaron el cumplimiento de sus CND a la recepción de apoyo financiero y transferencia de tecnología de los países desarrollados.
Las CND de septiembre de este año presentaron también una variación en este sentido, pues un mayor grupo de países ha declarado reducciones incondicionales de emisiones, mientras que otros han optado por incluir una combinación de objetivos condicionales e incondicionales en sus compromisos.
No obstante, la evaluación realizada por el PNUMA revela que, a pesar de que las CND actuales muestran avances, los países no se encuentran bien encaminados en la implementación de acciones para cumplirlas, además de que estos compromisos siguen siendo insuficientes para cerrar la brecha de emisiones.
La organización estima que con las políticas implementadas actualmente las emisiones se reducirán solo un 5 % para 2030 y, si se cumplen los compromisos declarados, esta reducción aumentará nada más que hasta el 10 %, cuando se requiere el 45 % y 30 % para limitar el incremento de la temperatura a 1.5 °C y 2 °C, respectivamente.
En el caso de que se cumplan las CND incondicionales la brecha de emisiones resultaría en 23 Gt de CO2e para el escenario de 1.5 °C y 15 Gt de CO2e para el de 2 °C. Con respecto a las condicionales, la brecha se reduciría solamente 3 Gt de CO2e en ambos escenarios.
¿En qué estado se encuentra la implementación de acciones climáticas a nivel mundial?
La CAT propone un conjunto de indicadores de cambios sistémicos para medir el progreso a nivel global en la acción climática. De 33 parámetros empleados para evaluar el desempeño en los sectores de energía, industria, transporte, edificios, agricultura y uso de suelo, ninguno se encuentra en buen camino para cumplir con las metas fijadas para 2030.
Por el contrario, el 42.4 % avanzan a un ritmo muy lento por debajo del requerido; el 18.2 % posee un avance insuficiente; los cambios en el 15.2 % van en la dirección equivocada; mientras que para el 24.2 % no se cuenta con suficientes datos como para realizar una evaluación.
Dentro de los indicadores que avanzan a un ritmo muy lento se encuentran la cuota sin reducir de carbón en la generación eléctrica, la intensidad de carbón en esta generación y en la producción global de cemento, la producción de hidrógeno a través de energías renovables, la deforestación y la intensidad energética de las operaciones en los edificios.
También en los sectores de agricultura y transporte, el rendimiento de los cultivos, el consumo de carne de rumiantes, el número de kilómetros de vías rápidas y de ciclovías, la participación de vehículos eléctricos y con baterías en las flotas de vehículos ligeros, medianos y pesados, así como el porcentaje de empleo de combustibles sostenibles en aviones y combustibles de emisiones cero en barcos.
En cuanto a los indicadores de ritmo insuficiente se ubican la participación de fuentes de emisiones cero en la generación eléctrica, de vehículos eléctricos y con baterías en las ventas de vehículos ligeros y autobuses, la contribución de la electricidad a la demanda final energética del sector industrial, la reforestación, y la producción de carne de rumiantes.
Con respecto a los van en la dirección equivocada se encuentran la cuota sin reducir de gas natural en la generación eléctrica, la intensidad de carbón en la producción de acero, los kilómetros viajados por pasajeros en autos, la pérdida de manglares y las emisiones derivadas de la producción agrícola.
Entre los que no poseen suficiente información como para realizar una evaluación están la intensidad de carbón del transporte terrestre de pasajeros y de las operaciones de los edificios, la restauración de manglares, la degradación y restauración de humedales, el desperdicio de alimentos y el porcentaje de producción perdida de alimentos.
El documento señala que modificar las tendencias actuales de los indicadores hacia el cumplimiento de los objetivos climáticos requerirá la implementación de medidas que permitan el avance de las acciones a la velocidad y escala necesarias.
¿Qué acciones pueden ponerse en práctica para acelerar la transición?
El PNUMA apunta que solo una transformación urgente y sin precedentes en las ambiciones de mitigación y su implementación puede lograr cerrar la brecha de emisiones para limitar el incremento de la temperatura. Tal transformación debe ocurrir paralelamente en todos los sectores económicos y todos los países a un ritmo acelerado.
Por la elevada contribución de la electricidad a las emisiones en el sector energético, las acciones deben centrarse en extender las fuentes renovables de energía lo más rápido posible a través de políticas, incentivos, eliminación de barreras administrativas y de subsidios a combustibles fósiles, así como la adaptación de las redes de transmisión a este tipo de energías y la creación de capacidades de almacenamiento a corto y largo plazo.
El sector industrial debe descarbonizar la producción, reducir los desechos, aplicar la economía circular y mejorar el acceso a materiales con mayor tiempo de vida útil y eficientes en términos energéticos y de emisiones.
En el transporte es necesario invertir en mejorar los sistemas de transporte colectivo y en tecnologías que permitan acelerar la transición hacia vehículos eléctricos y combustibles con cero emisiones.
Con respecto a los edificios se requiere optimizar la construcción de sus estructuras con el fin de reducir las necesidades de calefacción y aire acondicionado, diseñar y construir edificios con mínimos requerimientos energéticos provenientes de combustibles fósiles, además de disminuir las emisiones que se originan en la fabricación de materiales como el cemento y el acero.
En cuanto a la agricultura y al uso de suelos resulta importante realizar cambios hacia dietas más balanceadas, reducir los desechos, el desperdicio de alimentos y la degradación de los suelos agrícolas; disminuir la tala de bosques para emplear los terrenos en la agricultura; transformar el proceso de producción de alimentos, con mejoras en la gestión de los cultivos de arroz, de los fertilizantes y nutrientes, además de descarbonizar la cadena de suministro de alimentos.
Y como está Cuba cumpliendo sus compromisos con respecto a la Convención para el Cambio Climático y ante el Acuerdo de París? Quien se cree que se vayan a reducir las emisiones netas hasta el 2030, con decenas de patanas turcas contratadas por 17 años y proyectos de nuevas termoelectricas rusas (hasta 4) que se saben muy poco eficientes y, peor aún, quemando crudo nacional? Además, el muy incierto programa de Fuentes Renovables de Enegía (FRE), que se sabe nunca llegará al 24 % según lo comprometido hasta el 2030, cuando se sabe a gritos que no hay biomasa para asegurar el 14 % (por este concepto en bioelectricas) de ese 24 % comprometido. Esa Contribución Nacional Determinada por Cuba, es falsa evidentemente. Para no hablar del compromiso de sustitución de transporte de combustible fósil por eléctrico, sin nadie estar siquiera pensando en la infraestructura que lo soporte ni en los costes y garantías financieras para su sustitución. Y qué pasará cuando sea evidente que estos compromisos se incumplirán? Claro, como siempre se tendrá el socorrido recurso de echarle la culpa al bloqueo norteamericano.