La poderosa Corriente de Benguela, que nace en las turbulentas aguas donde se unen los océanos Índico y Atlántico en el extremo sur, transporta una riqueza de incontables cardúmenes. Los pobladores rivereños aprovechan tal abundancia de peces en su dieta de subsistencia y en la elaboración y comercio de un producto característico de este asentamiento poblacional, fundado por portugueses en los comienzos del siglo XIX.

Además de sus embarcaciones, avíos y técnicas de pesca, los colonos provenientes de la antigua Portugalia trajeron consigo a los maestros carpinteros y pedreros y a los mozos ayudantes para edificar los aserraderos, los astilleros, las naves de procesamiento del pescado, la confección de artes de pesca y las casas y residencias que albergarían a los arribantes de la lejana Europa occidental.

En tal escenario baiano no podían faltar las bonitas salinas artesanales, trazadas bajo la égida de los maestros agrimensores y salineros portugueses y construidas en la desértica franja de arena que se extiende desde Punta San José de las Salinas –sitio donde se asienta la villa colonial– hasta las cercanías de la desembocadura del río Tchivangurula al sur.

A los nacionales africanos les correspondió poner brazos y espaldas para levantar una infraestructura que, pasados dos siglos, da muestras de vigencia como sistema de aprovechamiento de recursos naturales.

Distintas generaciones de hombres y mujeres asimilaron con habilidad las faenas de pesca, los modos de conservación del pescado en salmuera y secado al sol, así como la concurrencia a los mercados para realizar las ventas; sin prestar mayor atención a compañías que poseen flotas pesqueras y centros de recepción, clasificación, envasado y conservación en grandes túneles de congelación de pescado.

Los habitantes de Benguela –en comunión con una nutrida, variopinta y multilingüe afluencia venida de los diversos pueblos que habitan Angola, más cierta emigración congolesa y namibia–, se alzan como defensores de una cultura ancestral que tiene raíces profundas en la pesca, la cosecha de sal, y el comercio y consumo del pescado salado y seco. Una tradición local que se encuentra en riesgo a causa del calentamiento de la atmósfera y la acelerada espiral del cambio climático.

Pesca en Chamume, 2015 (Foto: Erlán Morell Hernández).

Muelle de Santa Eugenia, 2015 (Foto: Erlán Morell Hernández).

Calando la red, 2015 (Foto: Erlán Morell Hernández).

La chata del pescador, 2015 (Foto: Erlán Morell Hernández).

La trabajadora, 2015 (Foto: Erlán Morell Hernández).

Secado al sol, 2014 (Foto: Erlán Morell Hernández).

Tendal de pescado en Tchiome, 2014 (Foto: Erlán Morell Hernández).

Pescado seco en el quintal, 2015 (Foto: Erlán Morell Hernández).

Mercado de la plaza nueva, 2015 (Foto: Erlán Morell Hernández).

Cesta de pescado en el mercadillo, 2015 (Foto: Erlán Morell Hernández).

Litoral en Chamume, 2015 (Foto: Erlán Morell Hernández).

Astillero en Baia Farta, 2015 (Foto: Erlán Morell Hernández).

Sobre el autor

Erlán Morell Hernández

Tecnólogo en producción de sal. Experto en manejo y explotación de salinas costeras. Trabajó como especialista en la República de Mozambique (1982-1983) y en la República de Angola (2013-2015). Autor de los libros 'Sal marina y Salinas costeras en el Archipiélago cubano (siglos XVI-XXI)' , 2019 y 'Salinas de San Felipe de Benguela', 2019 (inédito).

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