El mar está apacible. Solo se escucha el sonido de las olas. No hay nadie en la costa. Miro el horizonte. Espero. Hay una calma que asusta y desahoga.
De entre la espuma emerge una cabeza. A unos 20 metros de la costa. Un brazo se agita. Un grito inentendible. El cuerpo sale del mar, tembloroso. Ya lo tengo delante.
–¿Eres Ernesto? –me pregunta.
Su voz suena preocupada, confusa.
–Asere, llégate a la esquina y dime si hay policías.
Me levanto. Son veinticinco metros eternos. Miro a un lado y al otro. No hay nadie. Como la costa, la calle está vacía. Le enseño mi pulgar en señal de que no hay peligro.
El buzo corre sobre el dienteperro. Los tanques y reguladores se tambalean sobre su espalda. Me pide que lo siga. Entramos a una casa que sirve de repositorio para los equipos. Hay alguien más adentro. Un muchacho, no pasa de 20 años.
–Llevo media hora debajo del agua –le dice el buzo.
–¿Qué pasó?
–La policía. Vi una patrulla. No puedo arriesgarme a que me decomisen los equipos –continúa mientras el muchacho lo ayuda a desvestirse. El buzo se queda en calzoncillos. Los trajes son muy caros y hay que limpiarlos con agua dulce. Cuidarlos es fundamental para extenderles la vida útil.
Vestido con ropas secas, el buzo debe volver a la costa.
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El buzo se llama Jesús. Tiene 32 años. Es delgado, no muy alto, negro. Descubrió el mar desde pequeño. Siempre le intrigó el océano, la idea de explorarlo. Se sumergió por primera vez a los 16 y logró certificarse como instructor ocho años después.
Mientras regresamos a la costa, me explica que el submarinismo recreativo no está penado por la ley. Lo ilegal es lucrar con la práctica.
En febrero pasado, el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS) incluyó al buceo como una de las 124 actividades no aceptadas entre las modalidades de cuentapropismo.
De esta manera, los profesionales independientes quedaron imposibilitados de instruir a practicantes; también de ser contratados por entidades naturales o jurídicas para limpiezas de zonas costeras, exploraciones marinas, así como labores de rescate y salvamento.
–Pero la policía no cumple las leyes o las desconoce –dice Jesús–. En ocasiones llegan, te quieren cargar, quitarte todo. Te dicen: “Aquí está prohibido bucear”. Por eso el miedo.
Jesús lleva casi una década vinculado a generar experiencias alrededor de la enseñanza y la práctica del submarinismo. Ha invertido mucho dinero en su negocio. Vive de ello.
Antes de la prohibición, instructores como él aprovechaban el limbo legal que existía alrededor de la actividad. La vía para ello era obtener una licencia como Entrenador de Prácticas Deportivas que otorgaba el MTSS. Esta brecha estimuló el ascenso de nuevos emprendimientos que no solo elevaron los ingresos personales de cada entrenador, sino que también crearon la idea de pensarse como una comunidad y la posible instauración de una industria.
Un kit de buceo en el mercado mundial oscila entre 900 y 1 300 dólares. Si a esto le sumamos las condicionantes del contexto cubano, el insuficiente acceso a recursos no estandarizados, el precio se incrementa. Adquirir equipos de uso es la solución más sencilla.
Para ejercer como instructor es obligatorio superar categorías de certificación teóricas y prácticas. Existen agencias internacionales –PADI, SSI, CMAS, entre otras– cuya función es emitir los títulos que avalan el nivel de cada practicante.
En Cuba es imposible obtener este tipo de certificación de manera independiente. Solo es viable alcanzarlas si trabajas para una entidad estatal. Por tanto, es necesario para los cuentapropistas salir del país o realizar los exámenes teóricos de forma on-line y los prácticos con un avalador internacional, asumiendo los costos de su estancia y viaje.
–Las pruebas son muy exigentes. Necesitas mucho tiempo de preparación. Aprendes, por ejemplo, que no puedes entrenar a más de siete metros de profundidad; irte al agua con más de ocho estudiantes; a qué distancia estar de un alumno a la hora de instruir. Parecen cuestiones sencillas, pero no lo son –aclara Jesús.
Su madre no comprende que ejerza como instructor de buceo. “¿Por qué quieres hacer una actividad ilegal?”, le pregunta a menudo.
Él siempre le contesta igual. “Yo podría trabajar para el Estado, tener un salario, una tranquilidad. Conformarme con eso. Pero cada cual tiene metas y aspiraciones diferentes”.
Su motivación es enseñar a alguien que nunca ha buceado y ver cómo esa persona va progresando. Ser capaz de mostrarle la vida que existe en las costas, ríos y cuevas cubanas.
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La Isla cuenta con siete marinas y 39 Centros Internacionales para la práctica del submarinismo recreativo. En los espacios institucionales, el capital humano supera los 200 instructores certificados. Además, posee 66 embarcaciones equipadas y alrededor de 1 000 puntos de inmersión en uso.
El portal CubaDivingNow estima que el 98 % del borde de la plataforma marina del país está rodeado por arrecifes coralinos. En estos ecosistemas habitan innumerables especies de crustáceos, moluscos, peces, esponjas, estrellas de mar, erizos, tortugas, delfines y manatíes.
Estas condiciones constituyen un privilegio. Según el diario Granma, en 2018 la Organización Mundial del Turismo señaló a Cuba entre los destinos más importantes para la exploración subacuática; aunque al año siguiente la revista especializada Diving no reconoció a la Isla en su top 25 de lugares recomendados.
Como parte del sistema inversionista en el sector, Juventud Rebelde informó que la compañía rusa SiberianDiving y la Empresa de Marinas y Náuticas de Cuba Marlin S. A. firmaron un contrato para el desarrollo de instancias estatales en los balnearios de Varadero y Cayo Coco. El objetivo es ofrecer mejores servicios a los más de 100 000 clientes que cada año visitan este tipo instalaciones.
Entre el área gubernativa y privada existen diferencias focalizadas en la relación instructor-aprendiz y el acceso a recursos. Los centros estatales tienen un volumen de trabajo mayor, por lo que muchas veces se imposibilita el trato personalizado que la práctica requiere. Generar una sensación de seguridad al cliente es determinante para garantizar una inmersión exitosa.
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René Urrutia, certificado hace 12 años, cree absurdo suponer al sector privado como rival de experiencias gubernamentales. “El Estado tiene una infraestructura de aseguramiento logístico que nosotros nunca tendremos bajo el sistema cubano actual”, expresa.
“Nosotros somos capaces de generar nuestra propia clientela”, comenta Alfredo Chacón, dueño de la compañía particular SnorquelTrip, especializada en la práctica recreativa del buceo en Matanzas. “Años atrás, mucha gente nos la propiciaba, desde un salvavidas hasta el maletero de un hotel, a cambio de comisiones. Pero ahora tenemos Internet, sitios webs y páginas en Facebook. Somos sustentables”.
No existe una declaración oficial donde se explique el porqué de la prohibición anunciada por el Ministerio de Trabajo. La comunidad del buceo sospecha que las principales razones fluctúan entre la posible competencia que representa el sector privado; la supuesta inseguridad de la práctica; el daño al medio ambiente que la actividad pudiese generar y la incapacidad del Estado de implementar que todo lo anterior funcione correctamente.
Con la finalidad de conocer las justificantes que avalan la contravención, Periodismo de Barrio escribió a la Federación de Actividades Subacuáticas, una organización reconocida por el Instituto Nacional de Deporte, Educación Física y Recreación, sin recibir respuesta.
A raíz de las inconformidades generadas por la contravención, el gremio envió, en febrero pasado, una carta al MTSS donde exigía conocer el porqué de esta limitación. Tres meses después, no ha recibido réplica.
La misiva ofrece como solución una variante de gestión privada o cooperativa. Sin necesidad de grandes inversiones, un cuentapropista podría servirse de ofertas ya existentes en el mercado estatal como la renta de equipos y espacios, coordinación de chequeos médicos, cursos de actualización, etc.
De acuerdo con los firmantes “permitir esta alternativa generaría un impacto positivo en la economía del país a través de los impuestos y también al desarrollo socioeducativo de la población”.
Entre las propuestas colegidas en el documento se encuentra desarrollar actividades relacionadas con la higienización de las playas, algo que han venido haciendo, desde hace mucho tiempo. Instructores privados a lo largo de la Isla han creado grupos y proyectos comunitarios que velan por el cuidado del medio ambiente. MEDISUB, Buceadores por la Tarea Vida, Costa Limpia y Caballeros del Mar convocan limpiezas de las costas periódicamente.
El interés de potenciar el componente didáctico es uno de los temas recurrentes en el comunicado. Una de las iniciativas es la creación de talleres donde se incentive la recuperación de los corales dañados, así como capacitar a los buceadores y pescadores sobre los protocolos a seguir en caso de accidente.
Los redactores, a título del gremio, abogan por la cooperación con organismos afines al submarinismo recreativo.
–O es un desconocimiento profundo, o una mano malintencionada no quiere ver la actividad realizada de forma independiente –afirma Jesús–. ¿Hay que evaluar a la gente? Sí. ¿Hay que depurar el claustro de instructores? Sí. ¿Crear una comisión encargada de determinar quién puede o no? También.
“La gente no va a dejar de bucear. En este país hay mar para todos”.
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El mar continúa en calma. Jesús camina apurado por el dienteperro. Lleva una mochila con ropa seca para sus estudiantes. Mira el agua tratando de localizarlos. También la calle, por si ve la patrulla.
Veinte minutos después, regresa a la casa con un chico y una chica nerviosos, cargados con tanques, reguladores y trajes que acomodan bajo la llave de agua dulce. Jesús trata de calmarlos.
–Esto pasa a menudo –les dice–. Ya estoy acostumbrado.
Desde la llegada de la Covid-19, en marzo de 2020, la policía ha intensificado sus rondas en la costa y es más difícil enseñar. Aun así, Jesús se las ha agenciado para respetar y hacer cumplir las medidas sanitarias.
–Nos vamos al agua todos separados. No compartimos equipos. El que yo me pongo en la boca no se lo pone nadie. Esto es algo que se está haciendo a nivel mundial, de hecho, las agencias reguladoras lo han instituido de esa manera. Respetamos el distanciamiento social y el uso del nasobuco hasta el momento de la inmersión.
Más calmados, nos sentamos a conversar en la terraza. El aire lleva el olor a mar hasta donde estamos. Los equipos se secan a la sombra de un árbol. Jesús recuerda en voz alta la serenidad que le da el buceo; los peces y corales que ha descubierto.
–Puede ser intimidante, pero una vez que lo dominas es seguro. Se convierte en una adicción.
La pequeña terraza da para la esquina. Una patrulla se detiene cerca. Todos sabemos que está ahí, pero nadie se voltea a mirarla. Hay preocupación en los ojos de Jesús. La patrulla permanece detenida unos segundos. Luego arranca y se va.
–Esto pasa a menudo. Ya estoy acostumbrado. Yo creo que lo hacen para asustarnos.
La vida de Jesús se ha vuelto inestable. La prohibición, el acoso policial, la falta de dinero, la presión familiar, la tensión de perderlo todo. Él no quisiera irse del país para hacer su carrera, pero no le están dado otra alternativa.
Sigue a la patrulla con los ojos hasta que se pierde en el horizonte.
–Uno no debería bucear asustado.
Genial, me encantó este escrito.
Genial este reportaje. Yo vivo cerca de la costa y he presenciado la desaparición de negocios particulares que ejercían esta práctica cuando, legalmente, aun era una zona gris. En la balanza pesan mucho más los aportes de la inmersión al país que sus infundados “peligros”: los instructores de buceo no son delincuentes. Basta ya!
Muy bueno, sobre todo por lo poco tratado del tema, es importante sacar a la luz y pedir respuesta siempre de cosas incomprensibles, gracias
Muy bueno, no me sorprende!!! Pero estaria genial toda una serie de trabajos dedicados a estos nuevos negocios prohibidos, de seguro tan buena idea ya se le ocurrio a mi amigo Ernesto, o a su equipo, asi que espero.