Hace algo más de dos años se publicó en Cuba el Decreto-Ley 31/2021 “De Bienestar Animal”. Desde entonces mucho se ha hablado al respecto, se han denunciado varios casos de crueldad animal y algunas multas han sido impuestas. La mayoría de estas se han centrado en animales de compañía, de trabajo y los utilizados para el deporte, entretenimiento y exhibiciones.

Poco o nada se comenta, sin embargo, sobre el bienestar de los animales destinados a la experimentación o de laboratorio, que son los vertebrados e invertebrados que se emplean como parte de investigaciones científicas, independientemente de su categoría filogenética o taxonómica.

En este texto, Periodismo de Barrio abordará los aspectos y normas que rigen la experimentación en animales en Cuba, el bienestar de estos y las instituciones involucradas.

¿Para qué se usan los animales de laboratorio y en qué centros?

El uso de animales no humanos con propósitos científicos se basa, fundamentalmente, en la analogía fisiológica con la especie humana. Entre los más empleados se encuentran los primates no humanos, prosimios, gatos, perros, reptiles, anfibios, ovejas, cerdos, cabras, peces, insectos y roedores. Son estos últimos los de mayor uso y, dentro de ellos, las ratas, ratones, conejos, gerbillos de Mongolia y curieles.

Los principales fines de la experimentación con animales vivos son: adquirir conocimientos biológicos básicos, el descubrimiento y desarrollo de fármacos, vacunas y dispositivos médicos; las pruebas de seguridad de medicamentos, otras sustancias químicas y productos de consumo; la investigación medioambiental, la educación y formación especializada.

De acuerdo con un artículo publicado en la revista Alternatives to Laboratory Animals, se estima que el número global de animales de distintas especies utilizados con fines científicos en 2015 fue de 192,1 millones, lo que constituyó un incremento del 36,9% respecto a lo estimado en 2005, a pesar de la creciente preocupación pública respecto a este tema. La cifra incluye animales sacrificados por sus tejidos, animales normales y modificados genéticamente (MG) sin una mutación genética perjudicial que se utilizan para mantener cepas MG, y animales criados para uso en laboratorio pero no utilizados.

En Cuba, la institución dedicada a producir y distribuir animales para la experimentación es el Centro Nacional para la Producción de Animales de Laboratorio (CENPALAB), fundado en la década de 1980. Es también la entidad rectora y coordinadora del Sistema Nacional de Animales de Laboratorio (SINAL), y en sus instalaciones se obtienen animales convencionales y gnotobióticos, es decir, libres de patógenos específicos. Ambos tipos son empleados en investigaciones o como banco genético. Aunque cada centro de investigación cuenta con su bioterio —lugares destinados a la cría y control de especies con fines científicos—, estos son proveídos y asesorados metodológicamente por el CENPALAB.

En dicho centro, además de la producción de animales de laboratorio, se investiga, se cultivan plantas proteicas, se produce alimento para esos animales y se diseñan dietas, se desarrollan bioproductos, kits de diagnóstico y vacunas de uso veterinario, se ofrecen servicios de toxicología (experimental y regulatoria) y se realiza la preclínica de vacunas, entre otras actividades. Allí se mantienen 16 especies de animales de laboratorio convencionales (criados en condiciones normales: perros, ovinos, primates no humanos, cerdos, etc.) y 22 de animales gnotobióticos.

CENPALAB tiene más de 200 clientes en el país, tanto de BioCubaFarma (incluidos el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, el Centro de Inmunología Molecular y el Instituto Finlay de Vacunas) como de los ministerios de Agricultura (por ejemplo, Labiofam) y de Salud Pública.

En un texto publicado en febrero de 2023 por el portal Cubadebate, de acuerdo a Dasha Fuentes Morales, doctora en ciencias veterinarias y directora del Área de Roedores Gnotobióticos, cada semana se envían desde CENPALAB más de 1000 animales hacia los centros de investigación del país. En ese mismo artículo, según Miguel Ángel Esquivel Pérez, jefe del Departamento de Negocios, anteriormente la institución aportaba a la industria biotecnológica nacional alrededor de 1,5 millones de animales de laboratorio al año. “Esa demanda hoy no llega a los 200.000. Por varias razones, entre otras, porque los sistemas se han hecho más eficientes y requieren menos animales”, asegura Esquivel.

¿Cuáles son las normas cubanas?

El uso de animales no humanos en la experimentación científica está regulado a nivel internacional y varios países tienen sus propias normas. Estas varían mucho, pero en general buscan garantizar el bienestar de las especies, la cantidad de veces que se puede utilizar cada animal y el grado de dolor que se le puede infligir sin anestesia.

Las primeras leyes de protección animal fueron promulgadas en Inglaterra en el siglo XIX. Luego, en la década de 1930, ocurre un auge de las regulaciones éticas en EE.UU., Canadá y Europa. En el Código de ética médica de Núremberg (1947) se establecieron una serie de principios que rigen la experimentación con seres humanos, como que “el experimento debe ser proyectado y basado sobre los resultados de experimentación animal”.

En 1964, la Declaración de Helsinki de la Asociación Médica Mundial (AMM), actualizada posteriormente siete veces, acordó que la investigación en humanos debe basarse en experimentos de laboratorio realizados de manera correcta y, cuando sea oportuno, en animales. Además, estableció que se debe cuidar del bienestar de los animales utilizados en estos experimentos.

La AMM también adoptó en la 41ª Asamblea Médica Mundial de Hong Kong, en septiembre de 1989, la Declaración sobre el Uso de Animales en la Investigación Biomédica, actualizada en 2013. En esta se establece que, entre otras cosas, “los animales solo deben ser usados en investigación biomédica cuando está claro que su uso es necesario para lograr un resultado importante y cuando no se disponga de ningún otro método posible; la duplicación de experimentos con animales no debe producirse, a menos que sea justificado científicamente; y el uso de animales para pruebas inútiles de productos cosméticos y sus ingredientes, alcohol y tabaco no debe ser respaldado”. Aunque también plantea que “se debe condenar el elemento anárquico que existe entre los activistas por los derechos de los animales” sin que esto suponga una limitación a la libertad de expresión.

Existen otros códigos y mecanismos regulatorios nacionales, regionales y de entidades como el Consejo de Organizaciones Internacionales de Ciencias Médicas (CIOMS), el Consejo Internacional para las Ciencias de los Animales de Laboratorio (ICLAS) y la Asociación Internacional para la Evaluación y Acreditación del Cuidado de Animales de Laboratorio.

Todas estas normas, por lo general, están basadas en dos principios fundamentales: las “cinco libertades”, enunciadas en 1965, y la “regla de las tres erres”, formulada en 1959 por los biólogos ingleses Russel y Burch en su libro The Principle of Humane Experimental Technique.

Las cinco libertades describen expectativas en cuanto a las condiciones a las que están sometidos los animales cuando se les tiene bajo control humano. Comprenden: vivir libre de hambre, de sed y de desnutrición, libre de temor y de angustia, libre de molestias físicas y térmicas, libre de dolor, de lesión y de enfermedad, y libre para manifestar un comportamiento natural.

La regla de las tres erres, por su parte, reconoce que la investigación puede ser perjudicial para los animales y propone tres estrategias para minimizar el daño: reemplazo, reducción y refinamiento. El reemplazo implica, siempre que sea posible, sustituir a los animales utilizados por un método alternativo como cultivos de células y tejidos, o modelos artificiales e informáticos. Si esto no es posible, se recomienda la sustitución de los llamados animales “superiores”, como los mamíferos, por animales “inferiores”, como los invertebrados. Reducir alude al número de animales utilizados. Esta reducción suele hacerse prestando especial atención al diseño experimental y asegurándose de que para obtener resultados estadísticamente significativos se empleen suficientes animales pero no más de los necesarios, evitando así daños injustificados. El refinamiento se aplica cuando las otras dos estrategias no están disponibles. Se trata de modificar el diseño experimental para minimizar los daños potenciales, tanto en los propios experimentos como en las prácticas de alojamiento y cría.

En el ámbito nacional, se aprobó y puso en vigor en 2013 la Regulación No. 64/2012 “Lineamientos para la Constitución y Funcionamiento de los Comités Institucionales para el Cuidado y Uso de los Animales de Laboratorio (CICUAL)” del Centro para el Control Estatal de Medicamentos, Equipos y Dispositivos Médicos (CECMED). Su objetivo es “establecer las responsabilidades, funciones, actividades y documentación de los CICUAL en cada una de las Instituciones del país pertenecientes o no al Sector Salud e instituciones docentes que utilizan animales de laboratorios (sic) que generen resultados con el objetivo de cumplimentar requerimientos reguladores”. La norma se basa en recomendaciones y criterios armonizados del ICLAS.

A su vez, el CICUAL es “un sistema de protección institucional definido para la protección de los animales de experimentación, con personal independiente de la conducción del estudio y que es responsable de velar por el cumplimiento de las medidas y procedimientos que aseguren la protección de los animales incluidos en los proyectos de investigación”.

Entre las funciones de estos comités se encuentra, además de la evaluación ética de los protocolos de investigación que involucren animales, la revisión y aprobación del protocolo de actividades relacionadas con el cuidado y uso de los mismos. Ello comprende: la justificación científica para el uso basada en la ausencia de alternativas y la no duplicación de los resultados, así como la selección de la especie y del número de individuos; la evaluación de la posibilidad de reducción de los índices de severidad de los procedimientos propuestos; el establecimiento de medidas de analgesia y sedación, así como determinar el punto final humanitario; la justificación y descripción del método de eutanasia apropiado a la especie, edad y estado de salud del animal, tomando en cuenta las recomendaciones de la Federación Europea de la Ciencia de los Animales de Laboratorio y del Panel de la Asociación Americana de Medicina Veterinaria.

En esta resolución, el CECMED plantea incluso que “la calidad de los resultados experimentales que forman parte de la caracterización farmacodinámica, farmacocinética y toxicológica de los medicamentos, vacunas y dispositivos médicos implantables, resulta comprometida seriamente cuando la conducción de ensayos en animales no considera la protección del bienestar animal, el control del estrés, el dolor y el punto final humanitario”.

Pero, ¿qué es el bienestar animal? Según la Organización Mundial de Sanidad Animal, es “el estado físico y mental de un animal en relación con las condiciones en las que vive y muere”. En el caso de animales no humanos, esto significa que se deben garantizar las condiciones adecuadas de alojamiento (temperatura, humedad, iluminación, ruido), de nutrición (acceso al agua y a la comida) y de sanidad (higiene, prevención y control de enfermedades).

Puntos de vista más modernos de la ciencia del bienestar animal hacen hincapié, como componente central del mismo, en el papel de la sintiencia animal, es decir, su capacidad de experimentar estados subjetivos como el placer o el sufrimiento . En este sentido, las diferentes posturas, consideraciones y acuerdos toman en cuenta no si un animal puede “razonar” o “hablar”, sino si es capaz de experimentar placer o sufrimiento.

La publicación del Decreto-Ley 31/2021 “De Bienestar Animal” y de su Reglamento supuso un marco regulatorio adicional en ese sentido. Esta legislación reafirma la obligatoriedad de “contar con un Comité Institucional de Ética para el Uso y Cuidado de los Animales y regular su funcionamiento, así como implementar el programa de cuidado y uso de animales de experimentación” en todas las instituciones del país autorizadas con fines científicos. A diferencia de otras legislaciones a nivel internacional, esta norma incluye no solo a vertebrados, sino también a invertebrados. En general, ratifica todo lo normado en la Regulación No. 64/2012 a este respecto.

Por su parte, el Decreto 38/2021 “Reglamento del Decreto-Ley 31 Del Bienestar Animal”, en su artículo 58, inciso g, establece como conducta infractora del bienestar animal “experimentar y utilizar animales para fines educativos, infringiendo lo establecido en la legislación vigente”. En el artículo 59, inciso b, se establece como sanción de dicha conducta una “multa de 1000 pesos cubanos para las personas naturales y de 3000 para las personas jurídicas, la obligación de hacer correspondiente, el decomiso del animal cuando corresponda, la suspensión temporal o definitiva de la licencia, permiso o autorización otorgada al infractor y la clausura definitiva de la instalación cuando proceda”, aunque no queda clara la institución encargada de velar por lo dispuesto.

¿Hay prácticas poco éticas?

En Cuba no existe una norma que prohíba expresamente el uso de animales en la industria cosmética (Ilustración: Rocío Morejón).

“Nosotros somos defensores de que los animales de laboratorio se usen racionalmente, pero actualmente, y no solo en Cuba sino a nivel internacional, hay muchos casos en los que es imprescindible usarlos, la única vía. Hay pruebas, procesos, definiciones de dosis que, necesariamente, hoy debemos hacer en animales”, aseguró a Cubadebate en 2021 Miguel Ángel Esquivel Pérez, entonces jefe del Departamento de Vigilancia Tecnológica de CENPALAB.

Sin embargo, la falta de transparencia informativa y de un activismo fuerte a favor del bienestar de los animales para experimentación en Cuba —en parte debido a la persecución que sufre toda forma de activismo en el país— dificulta el monitoreo del cumplimiento de las normas establecidas.

Según un análisis del Decreto-Ley 31/2021 publicado por la revista El Refugio, “en el tema de los animales en la experimentación no se dispone que haya observadores neutrales, especialistas en bienestar animal ajenos a los centros de experimentación que certifiquen que lo dispuesto se cumple rigurosamente. Una vez más: el juez es la parte, y la parte es el juez. En cuanto al uso de los animales en la educación, ocurre lo mismo”.

El mencionado texto apunta a la necesidad de que las comisiones de ética incluyan “miembros que no sean parte de la institución para garantizar imparcialidad en sus decisiones y valoraciones”. Señala que la promoción del uso de un menor número de animales en la educación es, en la práctica, “promover el uso del mismo animal en múltiples procedimientos, tal y como hoy hacen el CENSA [Centro Nacional de Sanidad Agropecuaria] y la UAH [Universidad Agraria de La Habana], instituciones que realizan múltiples operaciones en un mismo perro para enseñar procedimientos quirúrgicos”, considerados antiéticos y crueles. “La experimentación por motivos educacionales es inaceptable dado el desarrollo actual de la tecnología”, afirma.

En el país se emplean animales no humanos para varias investigaciones y en la creación de productos de uso biomédico y biotecnológico. Así, por ejemplo, se han realizado estudios preclínicos de una vacuna contra el dengue, otra terapéutica contra el VIH, y para la obtención de las vacunas de COVID-19. En el último caso, según la escala zoológica de experimentación, se usaron ratones para probar que las vacunas levantaban respuestas, luego primates, y para la liberación del medicamento —que es cuando entra al cuerpo y se libera su principio activo— curieles y conejos. También se utilizan animales en el área de toxicología antes de poner en el mercado los lotes de vacunas y fármacos (en CENPALAB se hizo la toxicología del Nasalferón, entre otros conocidos productos). Los conejos, por su parte, son empleados para determinar la presencia de pirógenos (sustancias que provocan fiebre) en medicamentos o vacunas.

Para producir anticuerpos monoclonales y otros bioproductos (incluidos hemoderivados) se necesita asimismo de aminales. La obtención y procesamiento de subproductos de la sangre de diferentes especies se realiza en varios centros del país. Solamente en CENPALAB se analizan alrededor de 2000 litros anuales, que se distribuyen en los hospitales como materia prima para el desarrollo de medios de cultivo y pruebas diagnósticas. Los anticuerpos monoclonales (AcM), por otra parte, son obtenidos principalmente a través de una técnica éticamente debatible: el uso de hibridomas.

Es una forma tradicional que requiere inmunizar al animal —normalmente un ratón, una rata o un conejo— y luego sacrificarlo para extraerle el bazo. Las células productoras de anticuerpos del bazo del animal (células B) se fusionan con una célula cancerosa (un mieloma) para que crezcan y se dividan indefinidamente mientras siguen produciendo anticuerpos. El tumor de las células fusionadas se denomina hibridoma. Las células creadas que producen el anticuerpo se aíslan y clonan para obtener el máximo rendimiento de anticuerpos.

Una vez clonadas y seleccionadas las líneas celulares de hibridoma deseadas, la siguiente etapa es la producción de los anticuerpos. Esto puede hacerse in vivo o in vitro: inyectando células de hibridoma (un tumor) en la cavidad peritoneal de un ratón (in vivo) o utilizando técnicas de cultivo celular in vitro. Cuando se inyectan en un ratón, las células de hibridoma se multiplican y producen líquido (ascitis) en su abdomen, que contiene una alta concentración de anticuerpo, el cual es extraído por punción. El método de la ascitis de ratón es el más utilizado por ser barato, fácil y rápido, pero en muchos casos puede ser sustituido por cultivos celulares.

Si se acumula demasiado líquido o si el hibridoma resulta un cáncer agresivo, es probable que el ratón experimente dolor o angustia. Cuando el método in vivo produce dolor o angustia en los animales, la normativa obliga a buscar una alternativa. Esta consiste en cultivar células de hibridoma en un medio de cultivo tisular. Dicha técnica requiere cierta experiencia, necesita medios especiales, puede ser cara y tardar demasiado. Se ha investigado mucho sobre métodos in vitro para cultivar hibridomas, y estos nuevos métodos son menos caros, más rápidos y producen anticuerpos en mayor concentración que en el pasado, lo que hace aún más cuestionable el método in vivo.

Este es, sin embargo, uno de los métodos más extendidos en la industria biotecnológica cubana, y se emplea en instituciones como el Centro de Inmunología Molecular, el Instituto Finlay de Vacunas y los Laboratorios de Anticuerpos y Biomodelos Experimentales. En el CENPALAB, por ejemplo, se obtiene el líquido ascítico, rico en anticuerpos monoclonales, que se emplea en la vacuna cubana contra la hepatitis B. “Antes, al CIGB, que hace la vacuna, le mandábamos miles de ratones, pero trasladar tal volumen es un problema logístico, a lo que se suman el estrés de los animales, las muertes en el traslado. Y se necesitan condiciones para mantenerlos”, relata Miguel Ángel Esquivel.

Queda mucho camino por recorrer en el país en el sentido de garantizar el bienestar y la protección de animales no humanos usados para la experimentación. No existe, digamos, una norma que prohíba expresamente el uso de animales en la industria cosmética. Falta, en general, transparencia informativa, observadores externos, una mirada menos antropocéntrica y un fuerte activismo que presione a los responsables.

Sobre el autor

Yennys Hernández Molina

Santiago de Cuba (1981). Periodista y activista independiente por los derechos de la comunidad LGBTIQ+. Es Doctora en Química y fue profesora e investigadora en la Universidad de Oriente durante 15 años. Ha publicado sobre diversos temas en medios independientes como Havana Times, Q de Cuir y Cuba Próxima. También ha colaborado o formado parte del equipo coordinador de varios grupos de activismo, como Plataforma 11M y la campaña Ahora Sí.

Deje un comentario