* Este texto contiene descripciones explícitas de violencia sexual. Reconocemos que es un tema altamente sensible y puede afectar a muchas personas. Por favor, ten en cuenta tu bienestar emocional antes de leerlo.

** Con el fin de preservar la identidad de la autora, se ha omitido su nombre y el de las personas involucradas.

 

Varias de mis ex parejas se han ido de Cuba. Supongo que como casi todos en este país. Pero hubo una por la que más lloré. Llamémosle A., aunque la historia no va de él.

Con A. tuve una relación muy bonita. Sinceramente, espero que también la recuerde así, aunque nunca sepa que estoy hablando de él, aunque aquello haya terminado como la “fiesta del Guatao”. Cuando A. se fue, mi vida se detuvo por un tiempo. Luego vino M., con quien tuve una relación más larga e intensa. En cierta forma, aún tenemos una relación, pero no igual. El caso es que, mientras yo conocía a M. y mantenía una relación a distancia con A. (si es que se le puede llamar así), llegó J.

J. apareció en mi vida por M. Eran amigos de toda la vida, del barrio. M. se lo presentó a mi cuñada, la hermana de A., para tener la excusa de estar cerca porque ella andaba pegada a mí todo el día. Entonces, salíamos todos juntos y M. y yo aprovechábamos para escabullirnos a los baños de los bares. Fue una época, recuerdo, muy divertida, por decirlo bonito. El morbo de lo prohibido estaba ahí cada noche. M. y yo juntos éramos –somos– explosivos, no siempre en el buen sentido.

Mi cuñada no duró mucho tiempo con J.; y A. supo que M. existía, así que terminamos. ¿Quién se queda en una relación a distancia con alguien que se ha enamorado de otra persona? M. y yo también terminamos, aunque solo por unos meses. ¿Quién se queda en una relación con alguien que siente culpa por amar “al malo” y no “al bueno”? En ese tiempo, sin A. ni M., hubo una noche que es la que me ha traído hasta aquí. Esa noche estaba J.

***

Tocaba fiesta, como casi todas las noches desde que mi hermana estaba en casa. Llevaba unos meses viviendo conmigo. Me gustaba tenerla aquí, porque nos acompañábamos durante las penas. Ella estaba comprometida con un muchacho que se había ido de Cuba también. Abrazábamos nuestros duelos. Yo transitaba varios, aunque parecía uno solo. Éramos dos zombies emocionales. Dos abandonadas que tapaban el dolor con música y alcohol. A nosotras nadie nos enseñó a gestionar duelos. La muerte de papi fue el primero que atravesamos juntas. Y eso era lo que había: música y alcohol. Qué época más loca, ahora que lo pienso. Dejábamos un día entre fiesta y fiesta para la resaca. Cuando pasaba, volvíamos a la carga. “Esta noche va a ser épica”, recuerdo decir. En realidad, lo decía cada noche, en busca de cualquier subidón que me hiciera sentir viva entre tanto dolor.

Hubo muchas noches que recordaré siempre, sí, pero esta fue la que más me marcó, la que quise borrar para siempre.

Ya habíamos probado casi todos los bares de La Habana. ¿Ustedes también “se casan” con uno o dos lugares en los que son “punto fijo”? Nosotras teníamos dos: uno en El Vedado y otro en Playa. Íbamos primero a uno y luego, de after party, al otro. Esa noche también. Era una rutina. Cuando llegábamos al segundo bar, para “activar” el alcohol, nos tomábamos muchos chupitos de tequila. Esa noche no fue diferente. Bueno, sí lo fue: esa noche nos encontramos a J.

J. era una persona conocida para mí. Nos topamos en el bar de El Vedado. Nos juntamos los tres a dar muela. J. y yo nos pusimos al día con temas en común. Mi ex cuñada lo había dejado y parecía dolido. Yo hice de paño de lágrimas. Siempre juego ese rol. Se me da mejor escuchar que contar, creo. También creo que tengo mejores consejos que dar a los demás que los que puedo aplicar a mi vida. Hablamos también de un tatuaje nuevo que se había hecho en el antebrazo. Se lo celebré porque me gustan mucho los tatuajes y ese había quedado muy bien. Las líneas perfectas, los colores, todo me gustaba de aquel tatuaje. J. era un tipo fuerte, tenía los brazos anchos de tanto hierro de gimnasio. Tenía espacio, piel suficiente para ese tatuaje y se le veía muy bien.

Cuando mi hermana y yo por fin nos aburrimos de estar ahí –serían, no sé, las dos o tres de la madrugada–, decidimos salir para pedir un taxi e irnos a tomar chupitos de tequila al bar de Playa. ¿Qué tú vas a hacer?, le pregunté a J. Han pasado muchos años desde aquella noche. No recuerdo bien qué respondió, pero el caso fue que, de pronto, estaba con nosotras en el after party.

Bailamos mucho. La mayor parte de los recuerdos son borrosos, pero sé que bailamos mucho porque ahora, haciendo memoria, recuerdo su cara mirándome todo el rato. Me veía bailar, como si jugara. Yo no me sentía incómoda, debo decir. J. era una persona conocida, ya lo dije, casi habíamos sido familia, al menos yo lo sentía así. De alguna manera confiaba. Mi hermana estaba tan o más borracha que yo. Supongo que hay muchas cosas que no recuerde de aquella noche. Pensé, antes de escribir esto, preguntarle, pero me avergüenza que sepa que nunca le conté. No quiero que crea que no confié en ella. Sé que hice mal. Lo sé ahora, después de haberlo entendido todo.

***

Eran casi las cinco de la madrugada. Ya no cabía una gota más de alcohol en nuestros cuerpos. J. se veía muy sobrio, al contrario de nosotras, aunque no dijo eso. Desde el bar hasta mi casa se podía ir caminando. En cambio, J. vivía más lejos, cerca de M. Le dije que se quedara con nosotras, que descansara y se marchara cuando amaneciera. No tenía miedo, ¿por qué lo tendría? Habíamos estado toda la noche hablando de la hermana de A., de M. y de A. Nos habíamos contado nuestras penas, eso une. Mi hermana estaba tranquila también. J. aceptó mi propuesta y nos fuimos andando.

En aquella época mucha gente se quedaba a dormir en mi casa después de las fiestas. Amistades, claro. Mi cuarto estaba en la azotea y tenía dos puertas para acceder: una por la azotea y otra que lo conectaba por dentro con el resto de la casa. Cada vez que llegaba de una fiesta, hacía algo de comer. Si había alguien más, hacía comida para todos. Mi hermana y J. se quedaron en el cuarto mientras yo preparaba unos panes con algo. Ella aprovechó para avisarle a su prometido que ya estaba en casa. Yo la mortificaba diciéndole que le daba “el parte”, como si estuviera en el servicio militar. Se reía, pero sabía que tenía algo de razón.

Subí al cuarto con los panes. Mi hermana había terminado de dar su “parte”. Comimos y armamos el campamento para que J. durmiera en el suelo sobre uno de los dos colchones que tenía mi cama. Algún que otro chiste salió sobre nuestras ex parejas: ninguno habría sido capaz de imaginar las vueltas que daría la vida para que él terminara durmiendo la borrachera que decía tener en mi casa. Ninguno. Ni M., ni A., ni mi ex cuñada. De alguna manera resultaba graciosa la situación. Ya no éramos dos, sino tres zombies. O eso creía yo.

Mi hermana cayó como roca. Yo lo intenté, pero todo me daba vueltas. J. aún estaba en el baño lavando su tatuaje nuevo. Me dieron ganas de vomitar. Comer y acostarte tan borracha debería estar prohibido. Intenté aguantar las náuseas acostada, pero no pude. Me levanté y fui al baño. J. todavía estaba ahí, con su tatuaje. Me senté en el murito de la poceta de la ducha, justo al lado del inodoro. Me incliné y no salió nada. ¿Necesitas ayuda?, me preguntó. Me reí porque no sabía cómo podía ayudarme. Se veía tan torpe. Creo que me voy a bañar, ¿te falta mucho con el tatuaje?, le dije. No, ya terminé, respondió y salió.

Me levanté como pude, agarrándome de la toalla que colgaba a mi lado. Me desvestí, entré a la ducha y abrí la pila. El agua en mi piel se sentía tan bien, era lo único que se sentía bien. Mi cabeza daba vueltas si cerraba los ojos, así que enfoqué la vista en las líneas blancas que separaban las baldosas frente a mí. No sé cuánto tiempo estuve allí intentando sentirme mejor para poder irme a dormir.

(Se me acelera la respiración ahora porque sé lo que viene y no quiero escribirlo).

¿Estás bien?, preguntó J. desde la puerta. Le dije que sí, que estuviera tranquilo y se acostara. Curiosamente, yo seguía confiada. Ahora me lo cuestiono, claro, porque el “cómo no lo viste venir” me persigue. En lugar de salir, entró. Recuerdo que su cuerpo detrás de la cortina hizo que el mío se incomodara. Yo seguía mareada, aturdida, borracha. No sé bien cómo ni cuánto tiempo estuve viendo su silueta, pero en algún punto corrió la cortina y entonces supe lo que quería. “Esto no está bien, le dije, nerviosa. Mi cuerpo desnudo, incapaz de defenderse, mojado, le pareció una invitación. “Ya voy a salir, estoy bien, le repetí. “¿Me vas a decir que tú no quieres esto?, ¿para qué me trajiste, entonces?”, preguntó.

(Ahora me tiemblan las manos. He estado tanto tiempo reprimiendo esto que, contarlo, arde.)

Yo sabía que no tenía opción. ¿Ya dije que era un tipo fuerte y más alto que yo? “Yo no quiero nada”, respondí.

A mí el sexo casual, así, con un “si te he visto ni me acuerdo” mañanero, nunca me ha parecido incómodo, mientras me apetezca. Pero este no era el caso. J. para mí era el amigo de M., la persona de la que me había enamorado, por quien estaba sufriendo. Además, ni siquiera me gustaba. “Vete, por favor. Ya voy a salir y no me siento bien”, le pedí como quien habla con una pared. Volví a las líneas blancas que separaban las baldosas, esperando a que se fuera. Pero su mano en mi nuca me advirtió que ya había decidido violarme.

Estaba detrás de mí, con una mano me tenía agarrada y con la otra, echó saliva en mi vulva para penetrarme. Aquella mano me enfrió el alma. Mientras empujaba, tan torpe, preguntaba si me gustaba y me llamaba puta. Yo pensaba en M. y miraba fijamente las líneas blancas. Las lágrimas comenzaron a correr por mi cara, pero la ducha seguía abierta y mi cabeza estaba debajo, así que no las vio, supongo. Solo pensaba qué iba a decir M. si se enteraba; M. no iba a querer más nada conmigo; M., M., M., y las lágrimas seguían. Mi vagina quería expulsarlo, sentía mi cuerpo queriendo empujar, pero ese miedo que te paraliza me lo impedía. ¿De qué más es capaz una persona que viola a otra? Tuve la sensación de merecerlo, porque, como preguntó, para qué lo invité. No sabía si había hecho algo mal o si había enviado mal las señales y se había confundido. Nunca sentí que no era mi culpa.

Me volteó, yo cerré los ojos porque no quería guardar ese momento, no quería ver nada, pero seguía muy mareada; me puso de rodillas y la metió en mi boca. Me obligó a hacerle sexo oral mientras me agarraba del pelo. Ojalá el vómito hubiera salido, pero solo estaban las lágrimas. Mis muslos temblaban. Mi cara se sentía rígida, fría. El asco. ¿Te gusta, puta?, mientras dejaba su semen en mi cara. Se limpió y fue a dormir.

Yo me puse de pie, metí mi cabeza debajo de la ducha y me lavé la cara. No paraba de temblar. Estuve un rato ahí. Salí, me vestí y fui al cuarto. No veía nada. Mis ojos ardían tanto que no podía abrirlos, como cuando te cae sudor. Acostada, al lado de mi hermana, llorando, intenté despertarla. Me arden mucho los ojos, ayúdame por favor, despiértate, le susurraba porque no quería que J. me oyera. Él estaba ahí, acostado boca abajo como quien no acaba de violar a nadie. Despiértate, ayúdame, le decía llorando. Mi hermana había caído como roca. Jamás me escuchó. El ardor en los ojos era muy intenso, no se me olvida. Tan intenso que no podía dormirme. Quizás no era el ardor lo que no me dejaba dormir.

Días después, la culpa me estaba comiendo y decidí contárselo a M. Por supuesto, rabió. Se lo dije por teléfono y automáticamente me colgó. Insistí. Al día siguiente, en su casa, hablamos. En su cabeza no cabía tanta traición, ni la de J. ni la mía. Porque no, M. no me creyó al principio. M. supuso lo mismo que yo: que al invitar a J. a mi casa lo estaba confundiendo. Esos códigos que se (mal) manejan en los que dormir en la casa de una mujer significa que ella quiere tener sexo, nos han jodido. Una no siempre quiere sexo, una a veces solo quiere dormir y ser amable. Y si una te dice que no, es no.

***

Desde aquella noche han pasado muchos años. M. y J. rompieron relaciones. M. y yo decidimos dejar eso atrás. Hace muy poco volví a sacar el tema: ¡¿sabes qué me pasó?!, empecé. Resulta que teniendo sexo con otra persona, al parecer no limpié bien mis manos y me rasqué un ojo. Entonces, me ardió. El cerebro guarda eventos traumáticos y los desbloquea en el momento que menos necesitas. Estaba teniendo sexo con alguien a quien quise mucho, y ese ardor en el ojo me llevó de nuevo a aquella noche, a las líneas blancas que separaban las baldosas de mi ducha, a mis muslos temblorosos, a mis susurros junto a mi hermana. Aquella noche me había jodido esta también.

Le conté esto a M. y nos dolió. Todavía nos duele, aunque no lo digamos. Supongo que si me lavo las manos la próxima vez, no tenga que volver allí.

Sobre el autor

Periodismo de Barrio

Revista digital hecha desde Cuba para ampliar y diversificar la información sobre el impacto del cambio climático en poblaciones vulnerables del país, mediante la producción de investigaciones periodísticas en diferentes formatos y géneros.

Un comentario

  • A mí también me tiemblan las manos y no puedo dejar de llorar, ni siquiera sé qué decirte, ni cómo decírtelo. Una parte de mi corazón se quiebra cada vez que escucho historias de mujeres que han sido violentadas. Gracias por compartir tu historia, por darme la oportunidad de llorar a tu lado. Gracias por alimentar mi rabia, esa que hace que sigo luchando a pesar del cansancio y de la sensación de impotencia. Espero que en los días especialmente difíciles recuerdes que no estás sola, que tienes a medio mundo llorando y temblando a tu lado.

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