Por lo que sabemos, solo hay una mujer y un muro. Está sentada en lo alto de la doble escalera y mira por encima de la casa vecina, de espaldas al mar. Desde abajo, solo alcanzamos a ver el borde superior de una ventana en la planta baja del edificio ubicado en la calle C entre 3ra. y 5ta., en El Vedado. La mujer se llama Flora Amparo Castañeda y lleva seis décadas viviendo aquí.
Lo demás pudiera no existir. Lo demás se lo ha ido llevando el mar.
“A mí se me ha metido el agua tres veces; yo pedí una autorización para subir el muro un metro, pero las penetraciones han ido subiendo también. Al principio sí perdí cosas. Hubo una vez que de pronto vino… y hasta un piano de cola pasó por 3ra.”, dice.
Otra vez, recuerda, el agua demoró tanto en retirarse de las calles, que su nieto la recogía en cubos para limpiar el fango que había invadido la casa.
Flora Amparo cree que ahora es difícil que le entre el agua, que el muro de más de un metro veinte que han levantado junto a la escalera que le sube y le baja para entrar al apartamento es resguardo suficiente.
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El Instituto de Meteorología de Cuba identifica como fenómenos actuantes de las inundaciones costeras en la Isla, los ciclones tropicales, los sistemas frontales y los vientos de región sur asociados a bajas extratropicales; también la combinación de sistemas de altas y bajas presiones localizados sobre el continente y el Atlántico.
Durante estos eventos meteorológicos, son el arrastre del viento, la rompiente de oleaje y la surgencia de tormenta los que generan penetraciones del mar en zonas costeras como El Vedado, en La Habana.
El estudio clasifica las inundaciones para el malecón de esta ciudad como fuertes (las aguas alcanzan la calle Línea por G hasta 12), moderadas (hasta calle 3ra.), y ligeras (cubren la Avenida Malecón), de acuerdo con el documento de regulaciones urbanísticas para la zona de El Vedado, emitido por la Dirección Provincial de Planificación Física del municipio Plaza de la Revolución en 2006.
Orientado a reglamentar las intervenciones en el deteriorado fondo habitacional del área, así como en edificaciones no privadas, allí se recogen las disposiciones de acuerdo con la expresión jurídica de los planes de ordenamiento de las ciudades. Algunas de ellas con el objetivo de salvaguardar el patrimonio arquitectónico y, otras, de definir aquellas modificaciones, reparaciones y nuevas construcciones permitidas por la ley.
El artículo 258 del epígrafe 5.5, “Áreas de penetración del mar”, define como Zona de Restricciones Especiales por la penetración del mar a la “afectada por dicha penetración que se encuentra adyacente al litoral, en cuya franja se producen periódicamente, por esa causa de desastre natural, mayores o menores daños a las construcciones existentes, afectaciones al mobiliario urbano en general e igualmente a los componentes de la estructura vial y de las redes técnicas soterradas o aéreas, así como también presenta determinados riesgos para la vida humana”. Allí, las zonas primaria y secundaria de riesgo se precisan según el alcance de las penetraciones del mar y los daños que estas ocasionan.
Para quienes habitan esta parte de El Vedado, existen dos clasificaciones mucho más sencillas: las inundaciones que llegan hasta sus casas y las que no. Las más “duras” vienen casi siempre asociadas a ciclones y huracanes; las más “leves” mojan las calles, no llegan al tobillo, no suben de un tercer escalón. Ante los peligros que supone la invasión repentina o paulatina del mar, los residentes entre la calle Línea y la Avenida Malecón tienen su propio manual de protección.
Un recorrido por sus entrecalles devuelve un mapa bastante completo de las principales modificaciones arquitectónicas y urbanísticas que fungen como respaldo ante la contingencia: muros de concreto que pretenden aislar, escaleras que simulan subir el nivel de la vivienda, compuertas de metal, barbacoas o placas intermedias, y piedra jaimanita para ocultar el desgaste de los repellos, son algunos de los más recurrentes.
Flora Amparo Castañeda levantó un muro de casi dos metros que rodea la planta baja del edificio donde vive con su familia. Seis escalones suben al borde de la construcción y luego bajan hasta su propiedad. La altura máxima permitida en el área es de 1.20 metros (con un 67 % de transparencia, según el documento de Planificación Física), pero Flora Amparo asegura que en su momento pidió autorización para violar esa norma y se le concedió.
Otros vecinos lo han constatado: frente a la falta de soluciones por parte del gobierno, suelen flexibilizarse los permisos para construir al margen de la ley.
“Claro, hay una regulación urbanística que dice la altura máxima del muro, pero aquí pareciera ser que se hacen los de la vista gorda por la situación”, dice Antonio López, quien reside en 3ra. y A.
“¿La razón por la que estoy subiendo el muro? Únicamente por el mar. Después haré una talanquera ahí y por lo menos esas [penetraciones] que me llegan hasta el tercer escalón y me mojan todo el jardín, no pasarán. Me joderá la que venga por arriba, que me entra a la casa…, pero ya voy teniendo margen de maniobra para desarmar todo”.
Desarmar todo significa, según Alberto, colgar los muebles de ganchos en la pared a una altura suficiente –presumiblemente– para que no los toque el agua; hacer espacio en la barbacoa para subir los equipos electrodomésticos; salvaguardar los objetos de valor o la madera si no es buena. Y esperar.
Esperar donde los vecinos o dentro de la vivienda: en barbacoas y placas intermedias, o en el techo de la cocina como había venido haciendo Marta María González hasta que el agua también llegó ahí. Tienes que hacerle cosas a la casa, dice, porque si no te come la humedad. Y si no enchapas, con jaimanita, con lozas, con algo, las paredes se te llenan de huecos.
Iván Martínez es ingeniero civil, y fue consultado para este reportaje acerca de la efectividad y legalidad de las obras de protección contra las inundaciones que se han convertido en una marca distintiva de la zona baja de El Vedado:
“No creo que ninguna de esas modificaciones sea legal, pues afectan bastante la arquitectura y no se respeta ningún principio urbanístico cuando hacen esas paredes de dos, tres metros pegadas a la acera: ni la línea de fachada, ni la línea de propiedad con respecto a la acera. Muchas de esas paredes no son para proteger del agua si tienen una puerta, simplemente son para aprovecharse de un espacio común y hacerlo particular”.
“Sí es eficiente elevar la altura por la que debe pasar el agua. Cuando hacen unas escaleras que subes y luego bajas, cuando hacen un escalón o un muro con un escalón, pero si se satura mucho el alcantarillado, el otro problema es que entra el agua por la plomería, y eso no tiene solución”, explica.
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Sacos de arena.
Sacos de arena encima del inodoro, del fregadero, de la bañadera… Esa es la solución que ha encontrado la gente para cerrarle una entrada más al mar. Hay otras, difíciles de implementar y caras, mucho más caras.
Después de la Tormenta del Siglo en 1993, Humberto Mollinedo y su esposa se unieron a los demás habitantes de su edificio para levantar un muro tan alto que apenas se divisa la entrada al inmueble desde la acera. Un bloque blanco de concreto que les aísla casi completamente del mar que avanza hasta la calle Calzada, a veces hasta Línea.
“Ahora también compramos unas válvulas automáticas para hacer un trabajo de plomería allí donde salen las albañales y las pluviales, que es por donde mismo sube el mar. Entonces aún va a dejar salir el agua, pero cuando venga, automáticamente se cierra y ya no entra por los tragantes”, dice.
Al principio, Humberto y su esposa perdieron más muebles de los que pueden recordar. Su apartamento en la planta baja del edificio es ahora “una gran piscina”, en la que quedan pocas cosas que evacuar en caso de ser necesario.
Humberto y su esposa han ido acomodando su vida al espacio en el que viven. Fundieron al suelo dos sofás y una cama de piedra con bordes de mármol, colgaron los televisores en la pared, sustituyeron las puertas de madera por plásticas y eliminaron casi toda la mueblería de metal.
Es mucho más fácil limpiar el fango de la piedra que del mimbre.
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“La solución global a eso son obras de ingeniería bastante complejas y caras, como los yaquis de concreto a las afueras del malecón, de manera que las olas rompan detrás y no sobre el muro, y eso evite en un porciento elevado las penetraciones. La mayoría de las veces que sucede no es porque suba mucho el nivel del mar, sino porque las olas rompen sobre el malecón, lo traspasan y va acumulándose el agua, y la red de alcantarillado está en muy mal estado”, explica Iván Martínez.
“También a través de urbanismo, cuando uno va a construir una vivienda nueva o a hacer modificaciones importantes a una existente en esas zonas, se obliga a subir el nivel de la casa, pero eso también es extremadamente caro”.
Sobre lo que se puede o no hacer en materia de modificaciones, reparaciones y nuevas construcciones en las zonas de riesgo de El Vedado, el documento emitido por Planificación Física en 2006 precisa que en ambas zonas –primaria y secundaria de riesgo– las restricciones fundamentales están asociadas a la calidad técnico-constructiva de las nuevas edificaciones y al mejoramiento de dicha calidad en las existentes. Por lo tanto, se prohíbe la posible vulnerabilidad de las mismas, el crecimiento poblacional o habitacional no previsto, las ampliaciones y divisiones en plantas bajas, las instalaciones sin la solidez requerida, entre otras.
Asimismo, el documento señala que los edificios de nueva construcción se diseñarán o modificarán ubicando el nivel del piso de las plantas bajas por encima del límite superior de inundación. De lo contrario, estas serán utilizadas como parqueos de vehículos, sótanos o semisótanos, etc. En cualquier caso, queda prohibido su uso como vivienda.
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Aunque la temporada ciclónica (de junio a noviembre) y los meses de invierno son los momentos del año de mayor peligro de penetraciones del mar, aquí se vive en constante estado de alerta. Nunca se sabe, dicen los vecinos.
A pesar de ello, añaden, la compraventa de casas en la zona no se ha visto afectada. Que los precios siguen altísimos, y que la verdad es que muchos no quieren irse a otro sitio.
A Antonio López le preguntamos si no era más fácil mudarse que levantar muros una y otra vez:
“Cuando acaba de pasar el ciclón, ese es el primer pensamiento, pero hay otras cosas que te atan: yo crecí aquí, el barrio es bueno, estás en un lugar bonito, tienes calor y te sientas en el malecón y te tomas una cerveza… Pero la verdad es que cuando pasa eso piensas ‘Pa qué me quedo aquí, me voy a mudar’, y nada, sigues batallando”.
“Al contrario, las casas valen mucho porque están cerca del mar, es un lugar atractivo, de mucho turismo, aquí no se pierde valor por eso. Vaya, algunos apartamentos sí, pero este edificio no ha perdido valor, además todo lo que tenemos cerca es lindo”, dice Luz María Robles.
Ricardo Ramírez es el director de la agencia de compra venta Casas Cubanas y se refiere a la devaluación de los inmuebles en las zonas de penetraciones del mar como una “leyenda urbana no tan leyenda”, que afecta la zona de El Vedado desde Línea hasta el malecón y las calles comprendidas entre N y La Chorrera, frente al túnel de 5ta. Avenida.
“Para negocios es una buena opción, sobre todo las plantas bajas, porque al final el negociante calcula y sabe que un fenómeno climatológico puede suceder una, dos veces al año, y toma sus medidas en esa época, desmonta todo el negocio, pasa la perturbación, drena la cisterna, la limpia…, pero porque cuenta con una economía para poder hacer eso cada vez que suceda”.
“No es así en el área residencial. Cuando hay una penetración del mar no solamente afecta la arquitectura de las viviendas, porque, aunque a veces no sea visible, la afectación sí está en el manto freático, se va generando un debilitamiento de las edificaciones, empiezan las humedades y a corto o largo plazo siempre sale, sobre todo en las plantas más bajas. Entonces a esa zona le huyen más las personas que quieren vivir en El Vedado, y prefieren comprar de Línea hacia arriba”.
“Para hacernos una idea –explica Ricardo–, un apartamento con las mismas características de extensión, tipo de construcción y distribución de sus espacios, ubicado en una zona por debajo de la calle Línea, al compararlo con uno idéntico por encima de esa arteria, tiene una depreciación de casi un 20 %”.
En Casas Cubanas, como en la mayor parte del incipiente mercado inmobiliario cubano, trabajan casi siempre por oferta y demanda del vendedor. Un promedio del comportamiento en el municipio Plaza de la Revolución, le dice a Ricardo que el metro cuadrado ronda entre los 700 y 1 500 CUC. En El Vedado asediado por el mar, los valores están entre 700 y 1 000 CUC.
Esos valores, claro está, dependen de muchísimos factores como las condiciones arquitectónicas de la vivienda o los servicios ubicados en las zonas aledañas a esta. Y quien pone la venta lo hace muchas veces pensando en el inmueble que va a comprar después. En ceder aquí para ganar allá. En alejarse del agua salada hasta el pecho y de las paredes reventadas bajo las capas de repello.
Cuentan que hasta cerca de Calzada llegaba la roca en este lugar. Las casas y las calles vinieron mucho después, arrebatándole espacio al mar. Dice Marta María que ella no lo vio, pero que cuando era niña tampoco se sufrían penetraciones tan fuertes.
“Será como dicen los viejos, que el mar está buscando su territorio, pero nos va a dejar a nosotros sin ninguno”.
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