Hasta aquella fatídica mañana, que se minaba oro en Aguas Claras era un secreto a voces. Cada día llegaba más de un centenar de hombres a este pueblo diminuto a medio camino entre la ciudad de Holguín y Gibara. Iban a enterrarse en hoyos de 30 o 40 metros de profundidad.

Los que vivieron esa etapa recuerdan que las bocas de los pozos estaban separadas por escasos metros y que, más de una vez, los túneles se llegaron a comunicar bajo la superficie. Visto desde el aire, el descampado semejaba una colmena con gente que entraba y salía de los pozos, entre el ruido de las roldanas izando las cubetas repletas, las voces de los mineros, el ir y venir de los ayudantes botando escombros… La cantera y sus cercanías eran la parte más viva de todo el poblado. Y aunque la policía hacía incursiones esporádicas, tras unos días de descanso para calmar los ánimos la gente siempre volvía al trabajo.

Hasta principios de los años noventa la mina de oro de Aguas Claras había sido el puntal económico del sitio. Generaciones enteras habían dedicado su trabajo a la mina. Así que, cuando las empresas estatales se retiraron y desaparecieron los empleos en el sector, la gente siguió haciendo con naturalidad lo mismo que había hecho por décadas: el pueblo y su única tradición quedaron anclados a la geografía de una tierra sin otra riqueza que las venas de mineral que corren bajo el suelo. Por eso, en Aguas Claras, la minería artesanal nunca fue vista como algo extraordinario. Era un tema del que todos conversaban sin reparos.

Pero en mayo de 2018, dos jóvenes mineros fallecieron y otros cuatro tuvieron lesiones. No se derrumbó la galería donde trabajaban: su error fue no esperar a que se disipara el dióxido de carbono (CO2) de la turbina con que achicaban el agua acumulada en la galería. Al bajar, ambos murieron asfixiados. El resto de sus compañeros se lesionó al caer desmayados mientras trataban de auxiliarlos. Ese día, recuerda Michael*, se desmoronó la minería artesanal en la zona, un negocio que había sido próspero por muchos años.

Sin embargo, el revuelo causado por ambas muertes puso a Aguas Claras en el mapa y las autoridades actuaron de forma drástica, como nunca lo habían hecho. Cuando las ambulancias y los equipos de rescate se marcharon, los túneles de acceso fueron sellados a fuerza de buldócer. Luego las redadas policiales hicieron inviable el trabajo y la prensa holguinera y nacional escribió sobre las afectaciones que las prácticas mineras ocasionan al medio ambiente. Se habló también de las consecuencias legales para los infractores, se citaron a expertos locales y se dieron cifras de instrumentos de trabajo confiscados.

A un año y medio del accidente, lo que antes fuera un área de trabajo plena de actividad, se ha convertido en un lugar silencioso.

Pero Aguas Claras no es un caso único. En otros sitios del Oriente de Cuba, siempre apartados, hay hombres que aún hoy arrancan, como pueden, el mineral a la roca. Es una batalla constante: a medida que se cava una galería la tierra esconde los filones de material. Es un duelo que la tierra siempre gana porque, de una forma u otra, antes o después, la tierra termina por tragarse a los hombres.

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Con la mano Jesús señala la cantera donde trabajan: una caldera gigante de piedra lavada sin vegetación, donde el sol castiga casi todo el día y la sombra es escasa. “El infierno”, me dice. Así lo llama este hombre que, por más de una década, ha descendido casi diariamente a 30 metros bajo tierra.

Jesús es el mayor de los cuatro miembros de La Brigada, tiene cerca de 50 años, las manos toscas y duras y la mirada seca. Él y sus compañeros trabajan cada día en un pozo en la región oriental cubana para extraer oro. Aunque la minería artesanal y a pequeña escala del oro involucra a 15 millones de personas en todo el mundo y genera cerca del 15 % del oro que se extrae cada año en el planeta, esta práctica es ilegal en Cuba: en el país la extracción de minerales metálicos está reservada para empresas estatales y extranjeras, y la Ley 76 de Minas (1994) establece el “dominio inalienable e imprescriptible” del Estado cubano sobre todos los recursos minerales presentes en el territorio nacional. Sin embargo, en los últimos dos años han sido frecuentes en la prensa cubana, y en circuitos científicos, los reportes sobre actividad minera ilegal.

Como sucede en el resto del mundo, en Cuba la minería artesanal es extremadamente peligrosa debido a las precarias condiciones tecnológicas y constructivas en que se realiza. A lo que se añade la imposibilidad de acceder a metodologías y materiales constructivos que harían mucho más seguro su trabajo. Así, las minas artesanales son una ruleta rusa constante. En buena medida, son lo más parecido a una tumba, una que los mineros cavan con sus propias manos.

No hay una estructura preestablecida para excavar estos agujeros. Los túneles se tuercen, suben o bajan, se ensanchan o terminan persiguiendo el cuarzo en el cual se encuentran las mayores concentraciones de oro. Sin embargo, cuando son profundos, los pozos comparten algunas características: una galería de descenso vertical que llega hasta un primer descanso para luego ramificarse en túneles horizontales, la humedad, la falta de oxígeno y el calor apabullante.

Cavar un pozo puede tomar hasta un mes, o más. Todo depende de la profundidad que se le quiera dar. “La mayor demora es empalar, porque tienes que darle profundidad al hueco y luego empalar bien; y luego volver a darle más profundidad y empalar de nuevo. Así repites eso hasta que tengas la profundidad necesaria”, cuenta Michael, quien por años ha sido minero y ha recorrido buena parte del Oriente cubano excavando el suelo. El hueco más pequeño en el que se ha metido tenía 4 metros pues la veta de material estaba muy cerca, pero también ha llegado a los 36 metros de profundidad.

El pozo de La Brigada que conforman Jesús, Thomas (el líder), Ramón y Rizo (al que todos llaman por su apellido) es de los más cómodos. La entrada es una columna vertical cuadrada de 15 metros de profundidad y 70 centímetros de arista por donde solo puede subir o bajar un hombre a la vez. Las paredes del pasadizo están completamente empaladas, una estructura que sirve de escalera y facilita el acceso.

A pocos metros, en la misma cantera, hay otro pozo y otra brigada de mineros, pero las condiciones son diferentes. La garganta de entrada de aquel tiene casi dos metros de diámetro y el empalado es pobre, casi no hay escalera, buena parte del descenso hay que hacerlo por la soga, las paredes muestran la tierra directamente, los puntos para el apoyo están distantes y no todos los hombres que trabajan este hoyo podrían subir o bajar con facilidad por allí. Thomas, el líder de La Brigada, reconoce que el pozo y el empalado dicen mucho de los mineros y de cuánto les importa la seguridad. Para él y su gente no hay nada más importante que salir a la superficie al final del día.

A medida que se desciende, es evidente el cambio en la temperatura y calidad del aire. Hay que hacer descansos cortos, o ir despacio, para que el cuerpo se acostumbre a las nuevas condiciones sin someterlo a cambios bruscos. Controlar la respiración es muy importante. También hay otros trucos útiles: mantener el cerebro activo, pensar con racionalidad, mirar y analizar todo alrededor.

La costumbre, entre los mineros, le gana el pulso al miedo.

Foto: Hansel Leyva

La Brigada tiene una rutina invariable. Con “la chichi”, que no es otra cosa que una motomochila, se bombea aire fresco directo al fondo de la mina por cerca de 45 minutos para renovar el oxígeno en las galerías. Nadie baja antes de esta operación: en estos túneles es más frecuente la muerte por asfixia que por derrumbe. Tras esa inyección inicial de aire, el flujo se mantiene con una fragua, especie de ventilador eléctrico menos potente que envía aire fresco constantemente. Bajo tierra lo más importante es el aire fresco y el agua para mantenerse hidratado mientras se trabaja. La comida es secundaria, incluso llega a olvidarse.

Cuando ya hay suficiente aire en los túneles, alguien baja a conectar la turbina en el fondo de la mina para sacar el agua acumulada durante la noche. El tiempo de drenaje depende de cuánta se haya filtrado. En épocas lluviosas puede demorar más de una hora secar la mina, o debe ponerse a funcionar la turbina en más de una ocasión durante la jornada de trabajo.

La mayoría de los grupos de mineros emplean turbinas de combustión interna para drenar, y ello los obliga a subir cuando estas comienzan a funcionar para evitar la asfixia por CO2. Thomas y La Brigada idearon un sistema diferente: con un balón pequeño de gas crearon un colector de humo, acoplado al escape de la turbina y a una manguera que a su vez se conecta a un extractor en la superficie. Así evitan que el CO2 inunde la galería y no necesitan detener el trabajo mientras drenan el agua.

Solo cuando la galería está seca comienzan la faena. En toda brigada los trabajos se reparten: picadores, paleadores, alzadores, escombreros… vigías. Aunque lo ideal es que todos en el grupo sean capaces de hacer cualquier trabajo, eso pasa muy pocas veces. En ocasiones, incluso, hay quienes prefieren repetir en trabajos duros, pero en los que se sienten más cómodos.

Los picadores y paleadores están abajo, en la mina. Los primeros arrancan, con cincel y martillo, los trozos de cuarzo. Este material se encuentra en vetas que pueden tener dos o veinte centímetros de ancho, o más. Sin importar el grosor, una vez detectado hay dos procedimientos: o se remueve la piedra sin valor a su alrededor para liberar la veta, o se zanjea directamente la veta y más tarde se remueve la piedra sobrante. Los paleadores son los encargados de mover el escombro dentro de la galería, ya sea enviándolo a la superficie o acumulándolo en algunas zonas de la mina. “A veces tienes que botar 60 cubos de escombro para poder sacar 10 latas de material”, explica Michael.

Arriba, el alzador es el responsable de izar los cubos repletos de rocas. Este es uno de los trabajos más odiados por los mineros y no se limita solo al escombro o al cuarzo. Los alzadores suben o bajan también los instrumentos, equipos, madera para empalar… Mientras, el escombrero lanzará, lejos del hoyo, la roca de desecho izada hasta la superficie. Entre ambos también operan los equipos de ventilación y están atentos al clima.

La lluvia cancela las operaciones de inmediato, pues, además de inundar las galerías y mojar el empalado –lo que dificulta la escalada–, muchas veces viene acompañada por descargas eléctricas. Bajo tierra, rodeados de minerales metálicos que conducen la electricidad por kilómetros, los mineros estarían en una trampa mortal. Es por eso que, incluso si la lluvia no arrecia, basta un trueno para que todos salgan a la superficie.

Dado el carácter ilegal de este trabajo, penado por la ley con multas cuantiosas, decomiso de materiales y pertenencias, o hasta prisión, la presencia de un vigía es requisito para garantizar la seguridad de las operaciones. Usualmente se ubica a suficiente distancia como para poder detectar pronto la llegada de la policía y avisar con tiempo. No se necesita contestar el teléfono, basta con ver la llamada del vigía para que se active la fuga.

La velocidad a la que se desmonta todo el campamento es asombrosa. En la huida cada miembro de la brigada tiene un encargo específico: unos recogen las mangueras, otros ponen la rústica tapa de madera que intenta camuflar la entrada de la mina, otros huyen monte adentro cargando con los equipos de bombeo y generadores… Lo ideal es que nadie quede dentro de los túneles, ni que quede huella alguna de la presencia de mineros.

Cuando la policía llega hasta esos sitios apartados, se decreta entre las brigadas al menos una semana de descanso forzado, hasta que todo se calme y el operativo policial disminuya. Casi siempre las redadas contra los mineros son por quejas de los guardias forestales, o como parte de alguna batida regional contra otras ilegalidades. Tiene que existir un caso extraordinario, como el accidente en Aguas Claras, para que el centro del operativo sea eliminar focos de minería ilegal.

Si hay brigadas trabajando cerca unas de otras, estas colaboran para minimizar riesgos: están al tanto de la dirección y la profundidad en la que excavan para no desplomar túneles, comparten el vigía, algunos equipos y los gastos para contratar un vigilante nocturno que cuide los pozos de los “buitres”. Estos son personajes que viven del trabajo ajeno y aprovechan las noches para robar material en los mejores pozos; a veces, en el afán de conseguir cuarzo, los buitres llegan a debilitar la estructura misma de la mina, dice Michael.

La propiedad de un pozo depende de la iniciativa. Cuando los yacimientos están en tierra de nadie, es decir en tierras del Estado, basta con identificar un sitio virgen, cavar un poco y declarar el terreno como propio. Eso es suficiente para que otros mineros reconozcan el derecho a trabajarlo. No se necesitan títulos de propiedad u otras pruebas; el terreno es de quien primero llegue y lo marque. Así funciona.

En el Oriente de Cuba la minería artesanal de oro es un contrato sin firmas, un pacto de palabra cuya única garantía es la confianza entre quienes arriesgan todos los días su vida cavando en galerías subterráneas, o escabulléndose de las autoridades cubanas.

No importa quién sea el dueño, una vez conformada la brigada de trabajo, los miembros tendrán partes iguales en las ganancias cuando el pozo comience a rendir frutos. Tampoco se tomará decisión alguna si todos los miembros de la brigada no están de acuerdo, ningún voto pesa más que otro, ni siquiera el del dueño del pozo.

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Después de llegar al primer descanso y avanzar mina adentro, conviven la opresión al pasar por galerías estrechas y la certeza de que todo podría venirse abajo y sepultar la mina y los mineros para siempre. A 30 metros de la superficie, el miedo a morir cobra dimensión física y puede palparse en una pared húmeda o en una viga floja.

En el pozo de La Brigada el verdadero descenso comienza cuando desaparece el empalado del túnel vertical y toca avanzar por pasadizos escarbados a mano en la roca, húmedos por el calor infernal que hay, aunque se bombee aire constantemente. Muchas veces es preciso arrastrarse entre ellos, apretarse en algunos tramos contra el suelo, evitar tocar el viejo empalado del techo.

Llegado a un punto del trayecto, es necesario aferrarse de una soga azul y mojada que hace las veces de pasamanos. Thomas advierte que no debe soltarse.

Bajar hasta la zona de trabajo puede tomar tres minutos, o treinta. Es difícil calcularlo. Cuesta respirar. Una vez allí, adaptarse a la presión y al poco oxígeno toma tiempo, normalmente unos 10 minutos.

El tamaño de la galería principal, donde se guardan los implementos de trabajo y la turbina, permite estar de pie. Esta cámara es la antesala del sitio donde se concentran los trabajos para obtener el cuarzo, y hasta donde se llega por un pasaje aún más estrecho que los anteriores. Allí, con rocas apuntaladas por montones de madera sobre la cabeza, Rizo y Jesús trabajan sin detenerse: con una naturalidad pasmosa palean lodo, achican agua, limpian escombros, tratan de avanzar en un sitio en el que se supone no deberían estar.

Foto: Hansel Leyva

En la galería mayor y en la zona en la que trabajan la luz proviene de los bombillos que han instalado en las paredes (se alimentan de una batería en el exterior) y que dan un toque de modernidad a la gruta. Estas precauciones, me dicen, son casi una rareza. Para muchos mineros, las medidas que toma La Brigada parecen una exageración.

Sin embargo, hay otras leyes no escritas que todos cumplen. Una de ellas es que, allí donde se realiza la minería ilegal, nadie toma fotos. Esto no es negociable, pues bastaría una instantánea para comprometer a todos los presentes. En sitios más grandes y atestados de gente que no se conoce, más de una pelea ha comenzado por esta razón, me cuentan en La Brigada.

Es una regla tan estricta que ni siquiera bajo tierra lo permiten, aunque todos están seguros de que la policía jamás podría identificar las grutas. Lo saben porque los policías llegan y los ahuyentan por un tiempo, decomisan lo que queda olvidado en la huida y, a veces, prenden fuego a los hoyos para derrumbarlos; pero jamás bajan a las galerías.

La reticencia a las fotos es solo un detalle. Por naturaleza los mineros son gente desconfiada. Desconfían del clima fuera de los hoyos. Desconfían de los aparatos con que bombean aire a cuarenta metros bajo tierra. Desconfían de las paredes que ellos mismos han escarbado en la roca. Desconfían del techo que han apuntalado para que no se les desplome encima. Pero desconfían, sobre todo, de los extraños.

Muchos de ellos se conocen de toda una vida: son del mismo pueblo, han minado juntos en varias provincias; se han ido de campaña juntos a probar suerte por muchos días, y han vuelto un poco menos pobres a sus casas; han corrido juntos por el monte cuando llega la policía y, a veces, han esperado juntos por horas en los hoyos hasta que la policía se marche. Vivir constantemente al margen de la ley y al borde de la muerte ha forjado una fraternidad a la que no se pertenece de golpe. Es una confianza que lleva años fraguar, pero que les permite depositar la vida en manos de sus compañeros cada día.

Hace ya una hora que Rizo, Jesús y Thomas se turnan para palear lodo cuando, desde arriba, Ramón avisa que hay una tormenta cerca y truena mucho. Ese es el santo y seña para salir del hoyo. Se apaga la turbina que ha estado drenando el agua que se filtra constantemente y emprenden el regreso.

Otra vez el mismo pasaje angosto, la misma soga azul, más barro por toda la ropa, el ascenso por el empalado de madera estrecho pero cómodo y, al final, el aire de la superficie que parece más puro que nunca y consigue pasar por frescos los 32 grados Celsius de temperatura que abrasan la cantera de piedra.

Todos lamentan que la tarde termine así. Hace más de tres días que La Brigada solo puede achicar agua, repasar el empalado de las grutas donde se trabaja y remover lodo. Casi nada de material se ha extraído.

Una vez fuera, el material deberá seguir un largo proceso. Tras recolectarse, el cuarzo debe pilarse –hacerse piedras más pequeñas– y secarse. El transporte de cada lata de material en carreta cuesta 20 pesos, pero eso no es una preocupación para La Brigada, pues tienen en qué moverlas. Ya seca, la roca será triturada en un molino especial reforzado, hasta que se convierta en un polvo fino.

Los propietarios de estos artefactos no son mineros, al menos ya no: ellos reciben 30 pesos por cada lata de material que pase por sus máquinas y las brigadas suelen acumular al menos una decena de estas antes de ir al molino. Moler es un negocio menos riesgoso que meterse bajo tierra, pero igual de penado por las autoridades cubanas, quienes también hostigan al resto de los eslabones de la cadena productiva. Por supuesto, uno o varios miembros de cada brigada estarán presentes mientras se muela el material.

Aunque todos conocen el precio habitual, en ocasiones los dueños de molinos aceptan como pago una parte del material que deben moler. No es lo más usual, pero cuando saben que el cuarzo proviene de un pozo con alta concentración de oro, puede negociarse con ellos sin demasiados contratiempos.

Ya con el polvo listo, llega el turno del lavado. Con ligeras variaciones, este paso no ha cambiado mucho en siglos. Michael explica que para ello se emplea un aparato que se conoce como racle, o carro. Básicamente es una batea montada en dos balancines donde se pone el polvo y se le añade agua para que el líquido arrastre el lodo y deje detrás el polvo metálico.

No todo el mundo sabe cómo lavar, asegura Michael. Él lo ha hecho y no le gusta. Requiere entrenamiento y paciencia: debe hacerse despacio, pues de otra manera se corre el riesgo de botar oro junto al lodo. Sin embargo, el lavado siempre lo hace una persona de la brigada, es un momento definitivo del proceso que no se deja en manos de extraños. Hay quienes se ganan un puesto dentro de las brigadas solo por su habilidad para lavar el oro.

Separado el polvo metálico, comienza la alquimia. Dentro del recipiente sin agua se vierte azogue o mercurio –metal pesado que a temperatura ambiente es el único en estado líquido–, el cual tiene la propiedad de amalgamarse con las diminutas partículas de oro y separarlas del resto de los minerales. El mercurio no se comercializa legalmente en Cuba, sino que es adquirido de trabajadores de industrias estatales que lo emplean: el costo del producto es de 60 pesos cubanos por un pomito de penicilina. Podría parecer poco, pero ello es suficiente para procesar hasta 80 gramos de oro.

Tras revolver una y otra vez, el mercurio y el oro atrapado por este se depositan en un paño muy fino que servirá como colador; puede ser la tela de una sombrilla, o el bolsillo de un short de nailon, pero siempre debe ser una tela lo más fina posible, me cuenta Michael. A mano, la tela se exprime para sacar la mayor cantidad de mercurio y lo que queda en el paño se coloca a la candela en una cuchara o un recipiente similar.

Con el calor el mercurio restante se evapora en gases que son altamente peligrosos para los humanos, pero los mineros solo se protegen cubriéndose la cara con un pulóver como única barrera. Cuando los vapores se disipan queda el oro “amarillito, de lo más chulito ahí”, dice Michael sin esconder cuánto le gusta esa visión.

El oro obtenido, de entre 19 y 21 quilates, se venderá entonces a los compradores en el mercado negro por un valor de 30 CUC el gramo. Para su uso en la joyería, cada gramo de ese oro deberá ser mezclado y rebajado con un gramo de cobre y medio gramo de plata, para garantizar la dureza de la aleación y llevarlo a oro de 10 quilates, el más barato de los empleados por los orfebres. Así, del gramo inicial vendido por el minero, se obtienen dos gramos y medio listos para comercializar. Cada gramo de oro 10 quilates se compra actualmente en Cuba por 20 CUC.

La vaporización del mercurio es una de las técnicas más extendidas para recuperar oro de manera artesanal en todo el mundo. Se calcula que de esta manera más de 1 400 de toneladas de mercurio son liberadas a la atmósfera cada año, lo que lo convierte en la principal fuente mundial de contaminación por este metal, según información del programa de Oportunidades Globales para el Desarrollo a Largo Plazo (Global Opportunities for Long-term Development, GOLD) amparado por el Global Enviroment Facility (GEF).

El mismo comunicado advierte que “la prolongada y elevada exposición a la inhalación del mercurio daña los sistemas nervioso, digestivo e inmunológico. […] en humanos, esto se ha denominado enfermedad de Minamata […] Los síntomas más notables de la enfermedad son convulsiones, pérdida de la coordinación muscular y daños en la visión, el habla y la audición”.

A través de GOLD se podrían canalizar fondos a países donde muchos mineros artesanales todavía dependen del mercurio para la extracción de oro. En total, GEF dedicará a este programa 45,2 millones de dólares, monto que podría ampliarse hasta los 135,1 millones con la contribución de presupuestos gubernamentales, instituciones financieras internacionales y empresas privadas. “Con estos fondos, los gobiernos pueden apoyar a las empresas artesanales y de pequeña escala mediante la creación de políticas e incentivos de mercado, y conectándolas con los mercados internacionales y las cadenas de suministro que favorecen la extracción de oro con técnicas que empleen menos o nada de mercurio”, sentencia el artículo.

Ni un solo centavo de estos fondos transformará las condiciones en las que hoy los mineros artesanales de Cuba refinan el oro. Aunque ya no es un secreto que, desde Camagüey a Las Tunas, pueden encontrarse focos de esta actividad, las autoridades cubanas están más enfocadas en eliminar estas prácticas que en crear un marco de legalidad que permita normalizar y aplicar medidas de seguridad a las excavaciones existentes.

Para muchos de los mineros cubanos este sería un escenario deseable: trabajar sin preocuparse de la policía, comprar los materiales necesarios para asegurar los túneles, excavar, procesar y luego vender el mineral al mismo Estado. Comprándolo al precio que hoy lo venden los mineros, el costo para el Estado cubano sería de 933 CUC la onza troy (medida de peso estándar empleada para la comercialización de metales preciosos y que equivale aproximadamente a 31,1 gramos), muy por debajo de los 1 475,95 dólares que registró como valor de mercado el 6 de diciembre de 2019.

Los datos de la explotación aurífera en Cuba no son públicos: aunque el país mantiene en funcionamiento minas de oro en provincias como Villa Clara (Yacimiento Falcón) y Camagüey (Golden Hill), el Anuario Estadístico de Cuba no reporta la producción de este metal. Sin embargo, es notable que en su edición de 2018 la Cartera de Oportunidades para la Inversión Extranjera señalara un total de 32 ofertas relacionadas con la minería del oro en el territorio nacional: cuatro de ellas ubicadas en Holguín y entre las que se encuentra la zona Aguas Claras-Guajabales, el sitio donde en mayo de 2018 fallecieron los dos jóvenes mineros.

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Ilustración: Monkc

Ilustración: Monkc

Al final del día todos los equipos se recogen, las mangueras usadas para extraer agua de la mina son desmontadas y cada quien emprende el camino de regreso a casa. Hace más de un mes que La Brigada no muele una sola lata de material. Y eso significa que hace más de un mes que nadie cobra un centavo. En todo ese tiempo, el pozo solo ha dado pérdidas: comida, transporte, combustible… En el grupo todos esperan que eso cambie pronto.

Pero solo tienen eso, la esperanza: en la minería artesanal nunca se tiene certeza del éxito.

Incluso cuando comiencen a procesar el material, no siempre será un negocio lucrativo. Sumando los costos de producción, cada lata de material extraído de la galería solo será rentable si rinde, como mínimo, tres décimas de gramo. Con los precios actuales, serían 225 pesos. Restando solo los 30 pesos para moler cada lata (y obviando los 60 del azogue, el combustible y la comida), la ganancia por lata sería menos de 50 pesos cada uno, menos de dos dólares. Nada, si se tiene en cuenta el riesgo que corre La Brigada cada día.

Sí, a veces el milagro llega y alguien gana la lotería al encontrar un filón de cuarzo con gran carga del mineral, pero es muy raro: las concentraciones habituales de oro en estas rocas son bajas, tan bajas que el mismo gobierno cubano no se decide a explotarlas. Además, cuando eso sucede, muchas veces ese dinero servirá para saldar las deudas acumuladas con el trabajo o la compra de insumos. Nadie se ha hecho rico aquí, me dice Thomas sentado al borde del pozo.

Sin embargo, muchos siguen aferrados a los cinceles. “Al minero le da la fiebre del oro porque es un trabajo que puede dar mucho dinero y a veces no lleva inversión, solo el trabajo de cada uno. En el tiempo que yo trabajé en eso, nadie se fue por propia voluntad del hoyo”, me cuenta Michael, quien por cuatro años vivió de la minería y derrochó la mayor parte de sus ganancias en restaurantes, habitaciones de hoteles y discotecas.

Por su parte, Luis Manuel lleva la mitad de sus 32 años picando cuarzo bajo tierra, llegó a la minería pensando que sería solo por un tiempo. Pero la primera semana hizo 12 000 pesos y hasta allí llegó la universidad y las ganas de ser Licenciado en Deportes. Ahora, con lo que gana en la mina, compensa los gastos en la finca de su familia. “En la vida real”, dice, él es agricultor.

Cuesta trabajo definir con estos hombres qué es la vida real para ellos: si se trata de la realidad palpable de una galería oscura y húmeda a 40 metros de profundidad, o el teatro que representan para mantener un bajo perfil ante las autoridades cubanas.

Casi anochece y dejamos atrás la cantera. Converso con Jesús mientras avanzamos por un camino de tierra olvidado. En este monte del Oriente cubano solo nuestra conversación rompe el silencio de los alrededores. Jesús es de los que está en el oro porque no ve otro remedio. Aunque ha trabajado para empresas estatales antes, incluso alternándolas con la minería, la opción de volver a esos empleos no está en sus planes.

Pero tampoco quiere hacerse viejo en un hoyo, como le sucedió a su suegro en estas minas. Sueña con un golpe de suerte que recompense el sacrificio, un filón que le permita hacer dinero y montar un tallercito de carpintería; nada de otro mundo, apenas lo suficiente como para vivir sin escurrirse tierra adentro los días tranquilos y monte adentro cuando llegan los policías.

Mientras ese golpe de suerte llega, cada mañana Jesús regresa, disciplinadamente, al infierno.

 

* Los nombres de los entrevistados y miembros de La Brigada han sido cambiados para proteger su identidad.

Sobre el autor

Julio Batista Rodríguez

Melena del Sur, La Habana (1989). Periodista cubano, 29 años de edad. Desde 2015 forma parte del equipo fundador de 'Periodismo de Barrio', donde integra el Consejo Editorial y se desempeña como periodista. Recibió el Premio Iberoamericano de Periodismo Rey de España 2017 en la categoría de Periodismo Ambiental y Desarrollo Sostenible. Graduado de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana (2013). Cursó estudios en los postagrado internacional de Periodismo Deportivo (2014) y el de Periodismo Hipermedia (2015) en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Ha participado en eventos académicos y profesionales como el Foro de Periodismo Centroamericano (El Salvador, 2016), Taller para Periodistas Cubanos (Alemania, 2017) y el Congreso Internacional de Comunicación (La Habana, 2015). Como profesional laboró en el periódico 'Trabajadores' (Cuba, 2009-2016) y como asesor de programación del canal nacional de televisión Tele Rebelde (Cuba, 2014-2016). Además, ha publicado en las revistas 'Cubahora', 'OnCuba', 'Progreso Semanal', 'elTOQUE', 'Cuba Contemporánea', 'Postdata', 'Cuba Posible', el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, el periódico alemán 'Taz'. Actualmente se mantiene como colaborador de 'Radio Francia Internacional'.

12 comentarios

  • Genial tu artículo.. solo se puede escribir de lo que uno ha vivido, según Heminway.
    Tu historia está muy bien contada
    Saludos desde Viena
    Jose

    • Me encantó esta historia,ya sabía que en Oriente algunas personas se dedicaban a excavar en túneles ilegales en busca de oro,pero nunca había leído nada como esto,dónde se cuente con tanto detalle sobre este arriesgado trabajo,en ocasiones me sentí dentro de la mina,soy santiaguera y en mí tierra hay una leyenda de una gran beta de oro dentro de la mina de Cobre del poblado con el mismo nombre, dicen que el gobierno lleno de agua la mina de cobre para que los mineros ilegales no pudieran extraer tan valioso mineral,lo peor es que se cuenta que la beta es tan valiosa que la compañía Cherry la quiso trabajar y que no hubo arreglos en las negociaciones,quizás esa beta de oro nos ayudaría a salir de la situación tan dura en que vive Cuba, gracias por tu artículo y si pudieras por favor investiga la historia de la beta de oro de la.mina del Cobre.

  • Muy buen trabajo. Vale doble cuando la canasta periodística cae en un tema desconocido. Gracias por acercarlo a todos y sacarlo de esos 40 metros de profundidad.

  • En el pueblo de Guaracabulla, Villa Clara, dicen que esta sentado sobre una mina de oro, dos jovenes fueron arrestados porque hicieron un tunel en la tierra que partia de la sala de su casa.

  • Muy buen trabajo , acabo de enterarme de este tema, conozco de otros lugares en Cuba donde existe cuarzo y se dice que hay oro , pero no se explota estas reservas .

  • Muy buena te agradezco que tengas el valor de contar estas historias. Soy de baracoa Guantánamo y aquí también se extrae sin tanta experiencia pero es cierto el país a quien le esta guardando los minerales.

  • Excelente lo que nos cuentan ,cuanto trabajo pasan y con la poli detrás de ellos ,por que no los legalizan ya si producen riquesas que necesitamos, el gobierno dirige con orejeras ,no se percatan de lo que ocurre a su alrededor si no les conviene ..continuaré leyendolos pues nunca había tenido oportunidad de hacerlo ,Saludos de las Tunas

  • Gracias amigo por compartir estas historias en mi caso ya que tengo familia en aguas claras conocía del tema y tienes toda la razón así mismo como lo cuentas paso lo que no sabia que habían más lugares donde practican la minería también y si supe que Ivan gente de santiago y de las tunas a cavar ahí en aguas claras duro trabajo depende mucho del factor suerte es la realidad saludos y bendiciones

  • Me gustaría saber mas de la historia de las minas ya que mi padre nació allí hijo de español que lavaba oro en la mina junto a mi abuela quiero saber si existe algún listado de Españoles que trabajaban

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