Samuel Cabrera Arencibia vive cerca de la bloquera y el antiguo psiquiátrico, en un barrio sin nombre en las afueras de Pinar del Río. “Llega y pon” les dicen a las casas que se construyen así: se va con tres palos y con el dedo se selecciona un lugar que a nadie le pertenece. Allí se abre el primer hueco. Pasado no mucho tiempo, quizá minutos, llegan más tablas y más dedos señalando. Pero él no vino con tablas. El primer hueco que Samuel abrió fue para sembrar una planta.
La figura de José Martí ejerce fascinación en Samuel, a tal punto que la idea de su bosque es la de coleccionar todas las plantas que el apóstol mencionó en sus obras. Son 319 en total. Hasta ahora, Samuel tiene un aproximado de 70 especies catalogadas con sus nombres comunes y científicos.
La pasada sequía hizo estragos en el bosque. Samuel no pudo regarlo porque nunca hubo agua en las tuberías. Nunca existieron tuberías. Los hombres pudieron abrir huecos para sus tablas, pero no para conductos y sistemas de alcantarillado. Eso no les toca a ellos. Hace diez años el gobierno les prometió la instalación del sistema de aguas. Hace pocos días, a las dos de la mañana, Samuel vio por primera vez salir agua del grifo. Le alcanzó para llenar sus tanques; después la cañería tosió tres veces y la última gota se evaporó antes de caer al suelo. El agua de los tanques es para sus necesidades básicas, no le alcanza para regar las plantas. La esperanza para su bosque es que llueva, y en esa espera muchas de las especies mueren o se esconden bajo tierra a esperar las lluvias. Cuidar un bosque sin tener agua con que regarlo puede hacer envejecer. Otra cosa que también puede envejecernos prematuramente es leer libros durante 10 años iluminándonos con una chismosa. De esa manera Samuel leyó cientos.
El bosque martiano de Samuel es una isla en tierra, un oasis, un laberinto donde los caminos entre los árboles están señalados con frases que él mismo escribe con letras apretadas, infantiles; sobre pedazos de cartón, como un náufrago que desea ser encontrado. Pero sus señales no son de auxilio (aunque algo de grito tienen): guían a los visitantes hacia ellos mismos, aquí deben encontrarse o perderse. Uno se puede perder entre tanto verde.