Los desastres naturales que con más entusiasmo se ensañan con Cuba tienen una temporalidad limitada. Huracanes, lluvias intensas y terremotos de menor magnitud que avisan sobre el grande posible ocurren en el lapso de minutos, horas, a lo sumo días. Los medios de prensa –encargados de acompañar a las víctimas y de visibilizar los daños y también sus causas– siguen el paso de la Defensa Civil. Como la Defensa Civil funciona bien en esta isla –que no es isla sino archipiélago– pocos se cuestionan los tiempos de la prensa. La cobertura avanza a ritmo de fases: Informativa, Alerta y Alarma y Recuperación. Cámaras a la calle. Chubasquero en mano del periodista. Y acción.
La recuperación casi nunca merece atención pasada una semana. Se pone vieja. Se vuelve monótona. Tan monótona como las cabañas del campismo donde vive la gente de Mar Verde por donde entró el huracán Sandy en 2012, o como los restos idénticos de los cuartos de los pescadores de la base Trocha que fueron arrancados por los vientos ese mismo año. Tan aburrida como la vida de quienes quieren salir del Vedado porque están atrapados en los sótanos cada vez que al mar le da por desbordarse, o los de Santa Fe, a quienes ni siquiera les quitan la luz cuando anuncian penetraciones del mar.
Corrijamos, la recuperación merece la atención de la prensa cuando pasa algo. Cuando se entrega una nueva vivienda, por ejemplo. Pero sucede que todos los días no se entregan nuevas viviendas. Sucede que el periodo de ocurrencia entre un desastre natural y otro es mayor que la capacidad de respuesta económica del país. No tenemos desastres semanales, como podría pensarse, sino apenas una economía deficiente. Pasa entonces mucho tiempo sin que ocurra nada.
El hecho de que no ocurra nada también es noticia. Es, obvio, la noticia incómoda. Tan incómoda como la misma fase de recuperación. Esa que hay que cubrir mientras están los camiones recogiendo escombros y despojos de árboles, mientras están los funcionarios gubernamentales en las calles evaluando daños, mientras haya algo que mostrar, algún avance, así sea mínimo. Aunque el avance sea una promesa pública.
Y hay que olvidarla convenientemente –la fase de recuperación, no la promesa pública–. Porque si siguiéramos la recuperación, ateniéndonos estrictamente al significado de la palabra –y no a alguna suerte de eufemismo que funciona según el objetivo social de la Defensa Civil, pero no de la prensa y mucho menos de los damnificados–, entonces habría que llegar hasta la familia de la cueva, y preguntarse cómo vivieron allí después de Sandy, habría que visitar a Miriam y cuestionarse cómo se tumbaban a mandarria limpia varias casas de mampostería, mientras la gente de la cueva estaba en la cueva, y luego en sus casas hechas con ripio de tabla y de lonas.
La recuperación –o la falta de– es la fase en la que se centra Periodismo de Barrio. Es la que nos permite contar la historia de la familia de la cueva, de Mar Verde, de Cangrejitos, de Cayo Granma y de San Pedrito tres años después. Es la que nos permite llegar al Vedado, a Santa Ana y Santa Fe unas horas más tarde. Es la que nos quita el sueño mientras la tierra se contorsiona en Santiago de Cuba.
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