Hasta hace pocos días el ruido de las máquinas de coser, el chachareo y las risas de Caridad y Zademys eran constantes en el taller Procle. Entre pedaleo y puntadas estas cincuentonas alegres recibían a quienes llegaban con un diseño y tela propia para encargar una blusa o pedir que usaran la tela de un vestido pasado de moda en la confección de una prenda más moderna.
Sin embargo, con la situación provocada por el coronavirus, para estas emprendedoras la atención a la clientela ha pasado a un segundo plano.
Caridad Limonta Ewen estudió Ingeniería en Kiev (antigua URSS) pero decidió dedicarse completamente a la costura cuando en 2008 su corazón le impuso dejar atrás su vida laboral en instituciones estatales. Ese año fundó Procle, negocio familiar de confecciones textiles. Caridad considera que el centro de su emprendimiento son las personas: Zademys y las otras trabajadoras, más que nada amigas; y cuidarlas en estos momentos de pandemia es su prioridad.
Por eso la rutina del local ubicado en Centro Habana se trastocó bastante en los últimos días, al ritmo que también ha ido cambiando el paisaje en las calles cubanas: caras cubiertas con nasobucos se han vuelto comunes en las colas para comprar pollo y en las guaguas del transporte público. En algunos lugares, los policías han empezado a exigir que todos los usen.
“Cuando supimos del coronavirus entendimos que había que fabricar nasobucos para prevenir”, cuenta Caridad.
Empezaron a producirlos en febrero, para vender y para donar.
“Hasta el momento, hemos donado a clientes de la tercera edad, a vecinos y a hermanos de fe”, dice.
Aunque muchos hablan de los retos que vendrán y de cómo esta pandemia puede afectar la economía global y nacional, Caridad confiesa que su mayor preocupación ahora es ayudar a que no se expanda más dentro del país. En Procle decidieron cerrar temporalmente el taller y solo abrir un día a la semana para entregar encargos. Mientras, seis costureras hacen nasobucos desde sus casas con máquinas domésticas.
Los nasobucos, 100 % de algodón, son comercializados en 25 pesos cubanos (aproximadamente 1 USD). Con ese precio, que según Caridad cubre el costo de producción, garantizan el pago a las costureras.
“De momento no me da la cuenta para regalarlos todos —explica—, son tejidos que tenía almacenados para hacer blusas y vestidos. No es barato producirlos”.
Sin embargo, ya ha comenzado a recoger entre sus contactos ropa de uso para reciclarla en la confección de estas piezas que ayudan a que se contagien menos personas con el coronavirus.
En los próximos días, Caridad hará un esfuerzo por quedarse trabajando en casa, coser desde ese espacio más íntimo, poner en pausa los encuentros de amigos y amigas que a cada rato organiza en su taller, y olvidarse de las visitas a otros emprendedores a los que apoya y con quienes colabora con frecuencia.
BarbarA´s Power y la necesidad de innovar en medio de la crisis
La abogada, emprendedora y activista por los derechos de las personas negras Deyni Terry Abreu tuvo primero que sobreponerse al impacto psicológico que le provocaron las noticias sobre muertes en todo el mundo a causa de esta enfermedad.
Luego, la fundadora del proyecto de confecciones textiles BarbarA´s Power procesó y evaluó lo que podría significar la pandemia para el país y para su gente más cercana. Solo después, decidió que debía actuar rápido y tener un impacto inmediato en su entorno.
Lo primero que hicieron en el taller fue mandar a las costureras para sus casas, facilitarles las máquinas de coser y hacerles llegar la materia prima.
“Esto ha significado gastar más dinero en mensajes de texto, en llamadas y en conexión a Internet. Es un desafío, pero nos pareció fundamental”, cuenta.
También detuvieron la confección de vestuarios con diseños afrocubanos —el centro de su trabajo— y le han dado prioridad a la producción de nasobucos.
“Es una situación emergente pero no hemos caído en pánico”, explica Deyni.
Ella misma, a pesar de tener indicaciones médicas de reposo por infección en los riñones, se ha sumado a la confección de estos productos. “Mi dolencia no es nada comparada con el virus, esto es de mucha urgencia”, dice.
En su taller trabajan por encargo, con pedidos pequeños. Cada nasobuco lleva tres capas de tela, lo que demanda mucha materia prima. Ante la nueva situación, el servicio de envío a domicilio que siempre habían brindado es gratis.
“En algunos casos los hemos regalado; sin embargo, teniendo en cuenta que esta es una situación que traerá grandes pérdidas económicas al país y al negocio, hemos asumido la responsabilidad de comercializarlos a precios mínimos”, dice.
Cuando aparecieron los primeros casos de contagio positivos a la COVID-19 en el país, Deyni y su equipo investigaron los precios en que se estaban comercializando los nasobucos en otras provincias. Les parecieron excesivos, 75 pesos (3 USD aproximadamente), por lo que decidieron venderlos más económicos. Para los ancianos han hecho ofertas de nasobucos en 15 pesos con diseños más sencillos. Otros más a la moda, con telas en colores y tres capas, lo venden en 25 y 30 pesos. Representantes de centros de trabajo estatales también se han acercado a comprar.
Debido a que no han encontrado telas, sacrificaron sábanas que tenían guardadas y en buenas condiciones.
Deyni, Caridad y las costureras que trabajan en los emprendimientos Procle y BarbarA´s Power, forman parte de ese grupo de mujeres que desde hace días cosen nasobucos para los vecinos del barrio, colegas, clientes o para niños sin amparo filial. Evangelina Nabalón, Yordy Morejón y Larisa Sánchez Ramírez en La Habana; Deisy María en Camagüey; Mayra Valdés en Pinar del Río, son solo algunas de las cubanas que mueven y mueven el pedal, la solidaridad y también la economía nacional en estos tiempos de crisis sanitaria.
*Este artículo fue escrito en el marco del Laboratorio de Periodismo Situado.
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