Rubén Darío Herrera ocupaba la cama 22 en el centro de aislamiento de Santa Clara. “Era muy raro porque los médicos no se referían a mí por mi nombre, sino por mi número”, contó este sábado al podcast El Enjambre, de elTOQUE. “Supongo que con tantos pacientes sospechosos es muy difícil recordar todos los nombres”.
La sospecha duró poco. El 27 de marzo, en el reporte emitido por el Ministerio de Salud de Cuba, se convirtió, oficialmente, en el caso #78 confirmado con la COVID-19.
El informe refería sus datos, anónimos, una edad que no coincidía (le sumaban 10 años a sus 23 de edad) pero hablaban del joven residente en el municipio de Ranchuelo, provincia Villa Clara, que había arribado al país desde Estados Unidos. Rubén comenzó con síntomas el 23 de marzo y fue detectado en el control a viajeros que realizan los médicos de familia en el país.
Este control de viajeros no es un protocolo activado ante la Covid-19, funciona desde muchos años antes para disminuir el número de enfermedades que entran al país. Fue remitido al Hospital “Manuel Piti Fajardo”, ingresado y se mantuvieron en vigilancia los 12 contactos que tuvo en los tres días asintomático dentro de la Isla.
Hace unas semanas Rubén había sido noticia en varios medios internacionales acreditados en La Habana porque fue seleccionado para participar en la iniciativa Sail For Climate Action (Vela para la Acción Climática). Sail For Climate Action estaba formado por un equipo interdisciplinario de jóvenes de América Latina y Europa que “buscan fortalecer la voz de diversos activistas climáticos”. El proyecto tenía como objetivo “proporcionar a los afectados por la crisis climática una plataforma para compartir sus historias”.
Esta acción continuaba su trabajo en el movimiento Fridays for Future en Cuba, el cual creó y lidera y cuyo objetivo es concientizar a los más jóvenes sobre las necesidades de acciones individuales para disminuir la huella climática.
Como parte de Sail for Climate Action viajaría por el océano Atlántico hasta llegar a Europa, donde participaría en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático que este año debía celebrarse en Bonn, Alemania. Para ello, pidió un semestre sabático en la Universidad.
“Llevábamos unos días en Bermudas, preparando condiciones para volver a navegar, cuando nos avisaron que el proyecto se iba a suspender momentáneamente”, dijo al programa El Enjambre. Cada participante debía volver a su país. Rubén regresaría al batey Ifraín Alfonso, en Ranchuelo. A La Habana llegó desde Miami, pero no sabe exactamente dónde se contagió.
“Seguramente fue en algunos de los aeropuertos”, dijo. “Estuve en Bermudas, New York, Nueva Jersey, Florida y La Habana. En Bermudas estuve en restaurantes y centros comerciales; pero no había casos confirmados hasta el último día, cuando anunciaron dos”.
Poco antes de saber que era el caso 78, Rubén compartía en sus redes sociales su preocupación por la poca percepción de riesgo que notaba en la ciudadanía cubana, noticias internacionales sobre el tema, alertas epidemiológicas. “Ni siquiera sabemos si hay más personas infectadas ahora mismo que siguen propagando el virus”, decía cuatro días antes de ser diagnosticado.
La cuarentena en el hospital la contó en su página de Facebook. El día 2 leyó, el día 3 escuchó podcast. Pero antes de ser ingresado había decidido alejarse de su familia, de manera preventiva. “Llegué el viernes 20 a Cuba y estuve aislado hasta el domingo en un cuarto fuera de la casa”, recuerda. Su madre le llevaba la comida. En ese tiempo estornudó un par de veces, tuvo tos, coriza, síntomas muy parecidos a la alergia. El domingo comenzó el cansancio y el dolor en las articulaciones. La temperatura subió a los 37 grados y su madre decidió llevarlo al médico. “Me ausculturaron y me trajeron para Santa Clara”, dice.
En su cuarto había tres casos sospechosos. Los doctores iban regularmente a visitarlo, lo nombraban de acuerdo a su número de cama, el paciente 22, le hicieron la prueba y dio positivo. “Tardaron tres días en hacerla porque esperan a que se desarrollen bien los síntomas y aumenten las cargas virales”, explica. “Los resultados demoran 24 horas”.
Rubén, como muchos pacientes con síntomas leves, pensó que no tenía el virus. Hoy sabe que era “portador”, que podía contagiar a otros. Cuando llegó su diagnóstico fue trasladado al Hospital Militar “Manuel Piti Fajardo”. Allí debe mantener su tratamiento con antibióticos y antivirales durante 15 días aproximadamente. Luego estará 10 días más en observación.
“Tomo un cóctel de pastillas inmenso. Me inyectan el interferón, que aparentemente es el más fuerte, y me dan también omeprazol y otros antibióticos, incluso uno que se usa para el paludismo (Kaletra)”, dice. Lo más difícil es lidiar con los efectos adversos de los medicamentos: diarreas, náuseas, dolor de cabeza, malestar general.
En su cuarto es el más joven. Lo acompañan sobre todo ancianos. Tosen constantemente, una tos muy fuerte “que incluso puede dar arqueadas”. En el cuarto de al lado sabe que está una mujer de 91 años, que está sola, como todos, pero quizás la soledad pese más cuando se es viejo. Un poco porque la vejez se asocia a la muerte y nadie quiere morir solo. Por eso Rubén pide a todos, pero especialmente a los jóvenes, que sean más responsables, más conscientes, que sigan las medidas de aislamiento social e higiene. Sabe, ha escuchado la tos de la anciana de 91 años, la de sus compañeros de cuarto. “Saber que puede que estés viviendo los últimos días de tu vida sola —dice sobre la anciana de 91 años— o con desconocidos y no con tu familia, debe ser desgarrador”.
Más desgarrador cuando el contagio se pudo evitar.
Bien por ti que tuviste una percepción del peligro distinta y reaccion veloz. Salvado porque estás en Cuba gracias a esos médicos que no recuerdan sólo tu nombre, sino que te atienden sabiendo qué eres tan culpable de la enfermedad como ellos de darte la atención necesaria