Algún defecto tenía que tener El Vedado, y resultó ser el mar que llega y lo inunda todo en la zona baja, y obliga a los vecinos más cercanos al malecón a vivir en un estado permanente de alerta.
Año tras año, las olas han saltado el muro y la gente ha recogido pacientemente sus efectos personales, poniéndolos a resguardo en lo alto, en la casa de un vecino, en el lobby de un edificio cercano, donde sea que el agua no llegue. A fuerza de repetirse, la escena ha acabado por normalizarse: el mar se apropia de las calles, la gente sube sus pertenencias, el mar se retira, la gente regresa a sus casas y limpia los destrozos.
Aunque las penetraciones costeras se dan usualmente en épocas de tormentas, este 21 de diciembre el malecón se desbordó fuera de la temporada ciclónica en Cuba. A las 3 p.m., la calle G –desde Línea hasta Malecón– era intransitable, sepultada bajo 80 centímetros de agua turbia. Seis cuadras más arriba, en la calle 23, la vida seguía su ritmo con normalidad. El mar, en lo alto de El Vedado, no es un problema.
Abajo, entre policías, equipos de rescate y salvamento, ambulancias y amigos, la gente había tomado precauciones desde horas de la mañana. Mientras lo hacían, no mostraban temor por el mar que avanzaba hacia ellos. Contemplaban el drama con resignación.
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