Señoras y señores, bienvenidos otra vez,
a esta especie de tribuna que llamamos cabaret.
CCPC – La República Light. 3ra. Temporada (2019)

El miércoles 10 de septiembre de 2025, Cuba quedó a oscuras. Apagón generalizado: el quinto en menos de un año. De punta a punta, nueve millones de habitantes abrían ventanas y puertas para combatir el calor. Rostros iluminados por el resplandor de las plantas eléctricas de los vecinos más acomodados, o por los astros —dígase constelaciones, una luna persistente o los aviones que llevaban consigo a compatriotas—. Nada romántico en esta escena.

Dicen ellos —los de arriba, los de las altas esferas— que el corte fue producto de una señal falsa de sobrecalentamiento en la caldera de la central termoeléctrica Antonio Guiteras. Dicen que fue una desconexión total del Sistema Eléctrico, asociada a una salida inesperada de esa termoeléctrica.

Se investigan las causas. Siempre se investigan las causas.

Menos de dos semanas después del hecho, el 24 de septiembre, el grupo de teatro matancero El Portazo cumplió 14 años de existencia. Su entrada definitiva a la adolescencia ocurrió en una Cuba marcada por la ausencia de muchas cosas. Entre ellas, el alumbrado del Café Teatro Biscuit, sede del elenco, ubicada en la esquina de las calles Ayuntamiento y Contreras, en pleno centro de la ciudad de Matanzas.

Catorce años entre inestabilidad y renovación.

Miembros de la compañía de teatro El Portazo celebran juntos y sonríen en el escenario del Club 23, en La Habana.

El grupo El Portazo celebra su 14 aniversario en el Club 23, La Habana. Foto: El Portazo.

La primera —y única— obra que vi de El Portazo fue durante mi etapa universitaria. Presentaron CCPC: La República Light en el teatro Bertolt Brecht, en 2016. Un cabaret de una hora con dos actos y un intermedio, en el que se indagaba sobre los traumas del país. Un revisionismo histórico bufo y necesario, con tintes de burlesque. Nunca había visto algo así.

Recuerdo las vestimentas, la banda sonora como una herramienta evocativa, y aquella luz que, en medio de la oscuridad, guiaba nuestra atención hacia los rostros maquiavélicos de El Héroe, La Novia, La Madre y La Patria.

—¿Cómo sostener ese efecto, en penumbras? —le consulté por WhatsApp a Pedro Armando Franco, actor egresado de la Escuela Nacional de Arte en 2003 y director de El Portazo.

“Una pregunta que se ha intentado responder desde la crisis de los 90. Quizás antes”, me dice el matancero naturalizado.

Actores del grupo de teatro cubano El Portazo en el escenario del Club 23 de La Habana durante la celebración de su aniversario.

Los apagones de 15 horas obligaron a El Portazo a celebrar su cumpleaños 14 en el Club 23, en La Habana, después de seis años sin visitar la capital. Foto: El Portazo.

La compañía teatral El Portazo nació en 2011 en la ciudad de Matanzas, capital de la provincia homónima. En aquel entonces, un grupo de amigos afiliados a la Asociación Hermanos Saíz decidió crear una plataforma para canalizar sus obsesiones generacionales.

Una década más tarde, el grupo está integrado, en su mayoría, por actores egresados del sistema de enseñanza artística y procedentes de diversas provincias del país. Sin embargo, se mantiene abierto a incorporar artistas sin formación académica cuyas habilidades enriquezcan la poética del elenco.

El debut de El Portazo ocurrió con Por Gusto, en 2011, una obra con texto del teatrólogo Abel González Melo. Después le siguió Con Angustia (2013), Semen (2014), The Cuban Coffee by Portazos Cooperative (CCPC) y CCPC: La República Light (2015), El Recitalito (2019), Todos los hombres son iguales (2020) y por ahí pa’ allá.

Insisto una vez más, ¿cómo hacer teatro en una Cuba sin luz?

La respuesta mágica que busco es la misma a la eterna pregunta de ¿cómo hacen los cubanos para vivir cada día de forma diferente?

“Como todas las políticas ‘pilares’ del proyecto socialista cubano, los recursos destinados a la política cultural han sufrido en los últimos años un deterioro exponencial y sistemático, por lo que se siente una urgencia de aprender a hacer las cosas de otra manera. El asistencialismo está llegando a su fin”, comenta Pedro.

Primer plano de Pedro Armando Franco, director del teatro El Portazo, mirando seriamente a la cámara.

Para Pedro Armando Franco, actor egresado de la Escuela Nacional de Arte en 2003 y director de El Portazo, el arte cubano se ha convertido en un acto de resistencia. Foto: Néster Núñez/El Portazo.

En 2025, los apagones en Cuba son entes con cuerpo y rostro que transitan las calles. Más que un enemigo, son un síntoma. Un recordatorio visible del desgaste de un sistema que ya no logra sostener las rutinas de nadie, ni siquiera las de El Portazo.

“Estoy completamente seguro de que las agrupaciones teatrales del país hemos reducido a más del 50% la cantidad de encuentros que teníamos al mes para lograr un espectáculo, —explica el director—. Esto obliga a encontrar desesperadamente modelos de trabajo que puedan adaptarse a la contingencia. Y condena a quien no tenga capacidad de adaptación a la disminución de su presencia activa en el panorama nacional”.

La pérdida de audiencias, un público que ya no sabe cuándo funcionará el teatro, va de la mano con la fuga de talentos que, desmotivados, apuestan por la migración, no solo en términos geográficos, sino también laborales.

“Hay muchos artistas sobreviviendo a los servicios, como en cualquier otro contexto latinoamericano. El costo de los bienes y servicios que garantizan los procesos de producción de un espectáculo se ha disparado tanto en el sector estatal como en el privado”, agrega.

Foto grupal de los miembros y el elenco de la compañía de teatro El Portazo en la ciudad de Matanzas.

La compañía teatral El Portazo nació en 2011 en la ciudad de Matanzas, cuando un grupo de amigos decidió crear una plataforma para canalizar sus obsesiones generacionales. Foto: El Portazo.

Con presupuestos que se contraen drásticamente y limitan la capacidad de producción, Pedro —sin especificar— habla de una franca desventaja frente a “otras ofertas recreativas” con marcos legislativos más flexibles. También entra en juego la búsqueda de fuentes de financiación diversas: sponsors, marcas, mecenas, negocios, etcétera.

En resumen: hacer teatro en Cuba, un lujo.

“Y por último, la falta de fluido eléctrico ha golpeado grandemente la programación teatral (…) Los artistas no sabemos si podremos o no dar la función. Y la antiquísima tecnología con la que cuenta la mayoría de las salas cubanas no hace viable el uso de plantas eléctricas ni otras fuentes alternativas de energía”, señala el director. “Es alarmante la cantidad de teatros cerrados que hay en Cuba”.

“¿La solución? El reajuste de horarios, intentando adivinar los nichos de electricidad según la rotación anunciada. Pero esto no otorga garantías y termina desgastando a las agrupaciones y desmotivando a los públicos. Es una dura realidad que intentamos sortear con una estrategia de constante movilidad y una impresionante capacidad de resistencia y adaptación”. dice.

“El que está haciendo teatro hoy en Cuba y el que asiste al teatro hoy en Cuba, lo hace por una necesidad muy respetable”.

Sin embargo, para el dramaturgo, la crisis energética no es siquiera lo más significativo; lo que realmente golpea en la oscuridad es la crisis de propósito.

“La crítica, que tuvo un papel preponderante y consolidado en la distribución de jerarquías y validaciones dentro del panorama escénico, ha visto apagarse sus espacios de divulgación y encuentro. Tampoco ha logrado operar de manera distinta y, tras agotarse en quejas y reclamos a las instituciones, ha terminado replegándose a esfuerzos personales notablemente desarticulados”.

Varios actores y actrices jóvenes del elenco de El Portazo posan juntos para una foto de grupo.

El Portazo está integrado, en su mayoría, por actores egresados del sistema de enseñanza artística y procedentes de diversas provincias del país. Foto: El Portazo.

Los festivales que alguna vez dieron acceso a grandes públicos y programaciones, apenas se sostienen. La gran mayoría [lo hace] por voluntad territorial y no por aseguramiento ministerial.

“La reducción de eventos artísticos ha sido casi orgánica. Simplemente han desaparecido, sin muchas explicaciones ni preguntas”.

El Portazo ha tenido que aceptar que no puede garantizar logísticamente un encuentro con su público. Esa decepción de estar listo y no poder salir a escena resulta incluso más dolorosa que la cancelación previa de cualquier función.

Como estrategia de supervivencia, la agrupación decidió desplazar su centro de producción a la capital cubana. Una solución transitoria para no sucumbir. Si bien las artes escénicas en la ciudad de Matanzas tienen los recursos gubernamentales justos para sostener su programa cultural hasta 2026 —generosos en comparación con otras áreas geográficas del país—, la situación de la provincia no permite que puedan ser utilizados, explicó Pedro.

El contexto matancero —marcado por cortes de 15 horas o más— obligó a la agrupación a celebrar su cumpleaños en el Club 23, en La Habana, después de seis años sin visitar la capital.

Ya en mayo del presente año, el gobierno matancero había anunciado el aumento del “máximo apagable”, con cortes del 65% y 74% del gasto provincial. Las autoridades bautizaron la medida como “distribución equitativa”.

Fachada del Café Teatro Biscuit en una esquina del centro de Matanzas, sede de la compañía El Portazo.

Café Teatro Biscuit, sede del elenco, ubicada en la esquina de las calles Ayuntamiento y Contreras, en pleno centro de Matanzas. Foto: El Portazo.

Sobre el traslado, escribió El Portazo en sus redes sociales:

“No es un gesto de desdén a nuestra audiencia matancera (…) Pero necesitábamos trabajar y allá [en Matanzas] en estos momentos no podíamos”.

“Es un público que nos ha acompañado durante más de una década y no queríamos fallarle, —explica, por su parte, Pedro—. Queríamos aliviar o soportar la carga juntos, pero objetivamente se nos hacía imposible ahora mismo operar desde allí. Habíamos experimentado una migración hacia la capital de parte valiosa de nuestros recursos humanos. Analizando estos aspectos, decidimos desplazarnos también nosotros. Hablaba de la dirección artística para poder sostener la creación”.

El paradigma de la reinvención de los modelos de producción, adaptados a una realidad. Una realidad que atraviesa al arte y se manifiesta sobre las propias tablillas donde dan vida a sus personajes.

“Remodelamos, construimos y activamos una estrategia parecida a la de la pandemia. Prepararnos para cuando la cosa mejore. Con la esperanza de que un día, por fuerza histórica, tendrá que mejorar. Y cuando suceda, queremos estar listos”, agrega el director.

Un actor de El Portazo se ilumina el rostro con la luz de un celular en la oscuridad, simbolizando los apagones en Cuba.

En 2025, los apagones en Cuba son el recordatorio visible del desgaste de un sistema que ya no logra sostener las rutinas de nadie, ni siquiera las de El Portazo. Foto: El Portazo.

Si algo caracteriza a El Portazo es su vínculo con todos los contextos palpables. En medio de la pandemia, en 2020, el teatro se convirtió en un almacén/farmacia comunitaria.

En un momento de la historia —nacional y global— en que la existencia humana se volvió frágil, cuando Matanzas, en palabras del propio Pedro, se convirtió en un vórtice de muerte y desolación, la agrupación respondió al llamado del proyecto Solo el Amor, liderado por Laura Bustillo y Katherine Gavilán, para articular una red de apoyo. La iniciativa se centró en diagnosticar los casos más graves y en recibir, clasificar y distribuir ayuda humanitaria en la ciudad para salvar vidas.

“Nunca habíamos tenido tanta responsabilidad: nuestra sede estaba en el centro de la ciudad y teníamos un personal joven y dispuesto. Asumimos el reto y convertimos el teatro en un centro de donaciones durante los meses más crueles de la pandemia. Lloraba porque no me alcanzaba la vida para responder todos los mensajes”, señala Pedro.

“La vulnerabilidad fue la mayor lección recibida. La capacidad de dar y recibir amor y apoyo del ser humano. Ese fue el mayor hallazgo. Ojalá la vida no nos ponga nunca más en una situación así, pero si fuera necesario, lo repetiríamos”.

Un integrante de El Portazo, con una mascarilla con la bandera LGTBIQ+, organiza cajas de medicamentos en la sede del grupo.

En medio de la pandemia, en 2020, El Portazo se convirtió en un almacén/farmacia comunitaria. Foto: Pedro Armando Franco.

Desde entonces, El Portazo no se ha desligado de estas redes solidarias: sirve comida a personas sin acceso a la alimentación, recopila medicinas para entregar a centros de salud, y hace llegar ayuda a zonas afectadas por desastres naturales.

Le pregunté a Pedro si creía que, en el contexto actual, hacer teatro en la isla se había convertido en un espacio de resistencia social además de artística.

“Todo el arte cubano se ha convertido en un acto de resistencia”, responde.

Con todos los cambios que se han acumulado en más de una década de existencia —las entradas y salidas, las reconciliaciones y rupturas diplomáticas, el adiós al CUC, los períodos coyunturales, por no decir especiales—, la agrupación ha sabido sostener un espacio de libertad. Ahora, bajo los mandatos de planificación de apagones, continúan.

Un actor de El Portazo en plena actuación, con expresión intensa, en un escenario con luces dramáticas.

La agrupación ha aplicado una estrategia de constante movilidad y una impresionante capacidad de resistencia y adaptación. Fotos: Néster Núñez/El Portazo.

En 14 años, El Portazo ha permitido a las audiencias transitar de la reflexión a la catarsis.

“Y este ha sido nuestro principal valor. Catorce años en la vida humana es una adolescencia, aunque ya no nos sentimos tan rebeldes en casa. Hacer de la ‘luchita’ un arte sigue siendo un buen motivo para levantarse y hacer teatro. Tanto los artistas cubanos, como el público de esta tierra, merecemos el derecho de realizarnos plenamente”, finaliza Pedro.

Un fin de semana de abril, El Portazo probó una programación “improbable”.

El teatro abrió sus puertas a la 1:00 a.m.

La función comenzó 1:30 a.m.

A la 1:33 a.m. se cantó. A las 2:15 a.m. partía el barco.

A las 2:37 a.m. El Héroe decía que se iba y el público votaba por Madrid como destino.

A las 2:29 a.m. La Novia preguntaba si él sabía lo que era Cuba.

A las 3:05 a.m. se escuchó una ovación conmovedora y cómplice.

Ese mes, El Portazo anunció en sus redes que “el circuito no apagable” donde se encuentra el Café Teatro Biscuit ya era “apagable”. ¿La buena noticia? En medio de la oscuridad, la gente aún quiere ver teatro. El show must go on

La cosa está que horripila y mete miedo de verdad; usted verá cómo,
de hambre, un ratón se morirá.

El elenco de El Portazo actúa en el escenario frente a un cartel de fondo que dice "AQUÍ HACEMOS DE LA LUCHA UN ARTE".

El elenco ha acudido al reajuste de horarios, intentando adivinar los nichos de electricidad según la rotación anunciada, para seguir haciendo su arte. Foto: El Portazo.

El público de un teatro, visto desde el escenario, aplaude con entusiasmo en la oscuridad.

El Portazo ha tenido que aceptar que no puede garantizar logísticamente un encuentro con su público. Foto Raúl Navarro González/ El Portazo.

Retrato de Pedro Franco, director de El Portazo, acompañado por el público.

Para Pedro Franco, la crisis energética no es siquiera lo más significativo; lo que realmente golpea en la oscuridad es la crisis de propósito. Foto: Néster Núñez/El Portazo.

Un actor de El Portazo en el escenario, con el torso desnudo y la cabeza hacia atrás en un gesto de catarsis y liberación emocional.

En 14 años, El Portazo ha permitido a las audiencias transitar de la reflexión a la catarsis. Foto Raúl Navarro González/ El Portazo.

Sobre el autor

Ella Fernández

(25 de noviembre de 1995, La Habana, Cuba) Daniella “Ella” Fernández, licenciada en Comunicación Social por la Universidad de La Habana. Fotoperiodista y cineasta independiente radicada en Buenos Aires, Argentina. Su trabajo se dedica a explorar temas como los feminismos, las migraciones y los movimientos sociales en América Latina.

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