El primer miércoles de mayo, desde 2016, se celebra el Día Mundial de la Salud Mental Materna. La fecha sirve asimismo para sensibilizar sobre la salud mental en el período perinatal, que va desde el embarazo hasta el primer año de vida del bebé. Una nota publicada por estos días nos recordó por qué es necesario abordar el tema desde una perspectiva más crítica y con enfoque de género: “Entre las causas y factores más frecuentes que afectan la salud mental materna están: fatiga y cansancio, falta de sueño, cambios hormonales, idealización de la maternidad, experiencias traumáticas pasadas, conflictos en la familia, antecedentes familiares o personales de trastornos mentales, y pérdida de un hijo”.
¿Acaso el contexto socioeconómico y cultural que viven las maternidades cubanas no debería, también, contemplarse dentro de esas causas y factores? ¿Hablamos de salud materna porque nos importa, o porque está en la agenda editorial? ¿Para generar conciencia basta con rellenar huecos editoriales en los medios de comunicación? Hablar de salud mental perinatal sin mirar más allá y señalando a las madres como únicas responsables del cuidado de su salud mental es obviar que existe una estructura heteropatriarcal y clasi-racista que nos oprime, es seguir reproduciendo la violencia contra nosotras.
Sin duda, esta es una gran oportunidad para cuestionar las implicaciones que tienen en la salud mental las condiciones laborales que viven las madres en Cuba. En reiteradas ocasiones vemos anuncios en redes sociales y páginas de clasificados como Revolico donde se oferta trabajo a mujeres “sin hijos”. Sin embargo, este requisito no aparece en los procesos de contratación para los hombres. Por lo regular, ni siquiera se les cuestiona una vez que acuden a entrevistas con este fin. Pareciera que se da por sentado que los hombres no son responsables del cuidado de los hijos. Este tipo de violencia está naturalizada en el imaginario colectivo, al punto de que en redes sociales algunos usuarios han defendido a los contratadores que incluyen esta “característica” alegando un supuesto derecho que contradice la Constitución de la Repúlica en su Artículo 44: “La mujer y el hombre gozan de iguales derechos en lo económico, político, cultural, social y familiar. El Estado garantiza que se ofrezcan a la mujer las mismas oportunidades y posibilidades que al hombre, a fin de lograr su plena participación en el desarrollo del país”. También podríamos hablar de los salarios precarizados, tardíos, de los altos precios y la inflación que vivimos, y de cómo estos factores generan desgaste en nuestra salud mental.
El Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal, en España, ha comenzado una campaña por un Plan Nacional de Salud Mental Perinatal. La ha titulado “El mapa del desierto”, basándose en “una investigación liderada por la psiquiatra y docente Azul Forti sobre los recursos públicos especializados en salud mental perinatal disponibles en el país. Este estudio revela que solo se han recibido datos de 46 iniciativas especializadas en este ámbito”. El dosier informativo señala que “para ofrecer una atención integral, es necesario ampliar la conceptualización en salud mental perinatal hasta el deseo de la maternidad o la elección de no serlo, la condición entre deseo/derecho, el contexto socioeconómico, histórico y cultural y sus posibles estrategias y habilidades para articular todo ello, entre otros factores”. En este sentido, ¿podemos decir que el Estado cubano, en materia de políticas públicas, está abordando de manera efectiva el debate sobre salud mental materna?
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Yo sufrí depresión postparto. En 2018, el psicólogo de la atención primaria que me atendió por mi área de salud me dijo que eso era normal, que viera a la bebé tan saludable que tenía. Yo no tuve “tristeza”, tuve episodios depresivos con autolesiones. Me sentía mala madre, incapaz, que mi hija no merecía que yo la criara. Todavía recuerdo su llanto al otro lado del baño mientras su padre la sostenía y me pedía que quitara el pestillo. Una noche, estando sola con ella, no tuve el valor de cargarla por miedo a hacerle daño. A mí me salvó una amiga, no el Sistema Nacional de Salud.
Embarazada de mi segundo hijo, debido a unos parámetros que conocimos en el primer ultrasonido de genética, tuve que plantearme si interrumpir el embarazo o someterme a la prueba de amniocentesis. Escogí la prueba con la esperanza de obtener un resultado más claro. Sin embargo, “el cultivo no creció”. Esa fue la primera vez que concebí la importancia del acompañamiento ante la pérdida de un hijo. Si en Cuba no se forman especialistas en salud mental perinatal, ¿quiénes, desde las instituciones de salud, acompañan efectivamente a las madres que pierden un embarazo? ¿Se le da la misma importancia a una gestación de tres semanas que a una más avanzada? ¿Solo pierdes un hijo después de que nace?
Un año más tarde, luego de nacer mi hijo menor, tuve que renunciar a mi trabajo porque el niño “se enfermaba mucho”. ¿La ley me amparaba a ausentarme de mi puesto? Sí. Específicamente el decreto-ley 56/2021: “la madre trabajadora tiene derecho a recibir una prestación monetaria equivalente al 60% del salario promedio, calculado a partir de lo percibido en los 12 meses inmediatos anteriores a la fecha en que se produce la enfermedad del menor, previa presentación del certificado médico que acredita su enfermedad. Este derecho puede ser ejercido por el padre o por uno de los abuelos trabajadores, a quien la madre encargue el cuidado del menor”. Sin embargo, el ambiente hostil al que tenía que enfrentarme diariamente me superó.
“Mi madre cuidaba a mi hijo con 38 de fiebre y yo me iba a trabajar”, me decía mi jefa casi todos los días. Una sanción por incumplimiento, un consejo disciplinario “sorpresa”, cuestionamientos hacia mi maternidad y los bajos salarios provocaron tal ansiedad que preferí estar desempleada durante meses a seguir exponiéndome a toda esa violencia. Por supuesto, el desempleo trajo otras preocupaciones. Pero, al menos, yo tuve esa opción. Soy consciente de que muchas madres no la tienen. ¿A quién le importa la salud mental de las madres emprendedoras, de las desempleadas, de las amas de casa? ¿Quién contabiliza a los deudores de manutención y cómo este número incide en la salud mental de quienes criamos? ¿Dónde reciben acompañamiento psicológico las madres en prisión, las que están en situación de calle? ¿Dónde están las cifras públicas que nos permitirían saber la magnitud de este problema en Cuba?
Habría que sumar a este análisis el impacto que ha tenido en todo el mundo, especialmente en Cuba, la pandemia por Covid-19. Pareciera que ha pasado mucho tiempo, pero fue hace solo cuatro años que cambió por completo la vida de miles de personas. Hablemos de quienes pasaron su embarazo, puerperio y primer año de maternidad con cuidados extremos y sin la posibilidad de acompañamiento durante procesos y procederes médicos importantes. Hablemos del empobrecimiento de las redes de apoyo tradicionales como resultado del encierro y de las prácticas de distanciamiento social y, por supuesto, de la sobrecarga que ello significó en términos físicos y emocionales para las madres. Pensemos en la negativa de ingresar a entidades comerciales con menores y su impacto en hogares monoparentales que no tenían otro medio para adquirir productos básicos.
A su vez, habría que citar la escalada de violencia hacia mujeres y niños encerrados con sus agresores. Este fenómeno, no privativo de Cuba, ha sido avalado por varios estudios en diversos países y a nivel regional. Entre estos destaca “Violentadas en cuarentena”, una investigación transfronteriza en 19 países de América Latina y el Caribe sobre violencia contra las mujeres por razones de género durante la cuarentena por Covid-19. Para el caso cubano, Liz Oliva refiere que entre el 24 de marzo y el 15 de octubre de 2020 ocurrieron 17 feminicidios y tres infanticidios relacionados, en el hogar o en entornos familiares de las víctimas. Según el mismo reporte, el 21 de julio de 2020 “el Noticiero Nacional de Televisión anunció la creación de una guía para atender denuncias telefónicas sobre violencia de género e intrafamiliar”, iniciativa en la que se unieron el Centro Nacional de Educación Sexual, la Fiscalía General de la República, la Universidad de La Habana, la Policía Nacional Revolucionaria y la Federación de Mujeres Cubanas. Tres meses después, anunciaba Cubadebate que la línea 103, que previamente atendía casos vinculados con el consumo de drogas y ofrecía asistencia sobre Covid-19, incluiría a víctimas de violencia de género.
Más allá de estas iniciativas, grupos de activismo y diversas organizaciones de la sociedad civil abogan por una línea telefónica específica para la atención a víctimas de violencia de género, así como por refugios para albergar a mujeres y niños en esta situación, al amparo de una ley integral contra la violencia de género solicitada a la Asamblea Nacional del Poder Popular. No obstante, dicha propuesta no ha sido incluida en el cronograma legislativo reciente, ni fue reconocido el feminicidio como figura legal en el Código Penal aprobado en 2022. Además, no solo son preocupantes la violencia física y el feminicidio como su última expresión. A ellos se unen la violencia psicológica y económica catalizada por otros factores resultantes del encierro, como “la convivencia obligatoria, junto al mal manejo de la ira y la dificultad para el control de las emociones”. Cabría preguntarse, entonces, cómo ocurre la crianza en estos espacios y cómo afecta la salud mental de las madres el no poder escapar del ciclo de violencia y ofrecer alternativas a sus hijos.
Por otra parte, podemos pensar en las miles de mujeres contratadas en el sector público que fueron enviadas a sus casas con régimen de teletrabajo. No solo tenían que cumplir con plazos de entrega de informaciones, documentos, investigaciones, cualquier cosa que avalara un “trabajo realizado” para justificar un salario. Tenían que hacerlo mientras preparaban desayunos, almuerzos, comidas, limpiaban mocos, salían a hacer horas de colas, entretenían a los hijos en casa, lidiaban con ataques de ansiedad y se daban dos galletas frente al espejo porque “si otras pudieron, yo no voy a ser menos”. Las que trabajaban en el sector privado corrieron con igual o peor suerte, del mismo modo que las que subsistían gracias a actividades económicas informales. Con muchos negocios cerrados, con la capacidad de movimiento restringida, la mayoría de ellas quedaron desempleadas, sin un respaldo económico para satisfacer las necesidades básicas propias y de su prole.
La feminización de la pobreza no es un secreto para nadie, sobre todo en entornos económicos tan fluctuantes y precarios como el cubano. La imposibilidad de pasar largas horas en colas obligaba a comprar en el mercado negro, con exiguos salarios que apenas alcanzaban para lo básico. En un país altamente machista, la responsabilidad económica y la carga mental de la subsistencia siguen estando sobre los hombros de las mujeres. Es por eso que también, durante la pandemia, nacieron muchos de los emprendimientos que de manera exitosa ―o no― han sido liderados por estas. Quienes tuvieron alguna ayuda, alguna idea novedosa, algún saber adquirido, decidieron convertirlo en un nuevo camino para sostenerse a sí mismas y a sus hijos. En algunos casos abandonaron sus profesiones originales (no sin antes atravesar, quizás, un proceso de duelo) y apostaron todas sus energías, desvelos y recursos a los nuevos proyectos. Habría que hacer un estudio para conocer cuántas profesionales han abandonado su carrera por falta de conciliación con otros aspectos de la vida, no ya en términos de horarios, sino por los muy bajos salarios que ofrecen las instituciones estatales en el contexto de una economía dolarizada donde la remuneración mensual promedio ronda los 12 dólares (tomando como referencia el valor del cambio de divisa en el mercado informal).
Por último, habría que preguntarse cómo sobreviven hoy las madres que continúan dependiendo de estos salarios, que no alcanzan para comprar ni siquiera una bolsa de leche y un cartón de huevos a la misma vez. Existe una responsabilidad que es del Estado, del gobierno y sus ministerios, de las leyes y programas implementados o en proceso de ser aprobados, a la vez que una crisis sistémica y un corpus cultural que trasciende estos actores y se expande en el campo social. De tal suerte, aquellos elementos que afectan hoy la salud mental materna tienen expresiones tanto a nivel macro como en microespacios donde priman la desigualdad, la discriminación, la violencia, la naturalización de estereotipos y la precariedad económica, los cuales impiden el acceso pleno a una alimentación, educación, salud, seguridad y ocio de calidad.
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Desde mi experiencia como madre y mujer trabajadora, entre los factores que más han afectado mi salud mental están: la violencia obstétrica que sufrí desde el embarazo; la “idealización de la maternidad”, que se puede traducir en la desinformación que existe sobre la maternidad y la crianza, la cual es replicada por las instituciones cubanas; el exceso de cargas en los cuidados, que también es responsabilidad del Estado; la violencia de género que sufrí —y todavía sufro— cuando no se tiene en cuenta mi maternidad en entornos laborales; y, sobre todo, que no me alcance el dinero para cubrir las necesidades básicas de mis hijos y maternar dignamente.
En Cuba, para nadie es un secreto, se materna precariamente. Y, si bien este no es el único país del mundo donde el debate hacia la protección de los derechos de las madres no se prioriza lo suficiente, es en el que vivimos, en el que maternamos. Lo que no se nombra no existe; por tanto, hasta que se cuestione desde todas las violencias que la atraviesan, hablemos de salud mental materna para que deje de ser innombrable.
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