El pasado 16 de diciembre estuve en El Rincón para fotografiar las celebraciones de San Lázaro. Había visto imágenes desgarradoras de fotógrafos que admiro, y escuchado muchas historias sobre promesas cumplidas. Sin embargo, el reguetón a todo volumen y la energía de un carnaval de pueblo apenas me permitió conectar con la conmemoración.
Para los habitantes del Rincón, un pequeño poblado al sur de Santiago de las Vegas, aquello era una especie de desfile que podían observar desde sus portales. Algunos aprovechaban su ubicación y colocaban puestos de venta de alimentos, productos religiosos y flores; otros llegaban desde lugares distantes para vender sus mercancías aprovechando la atención.
Mientras pasaban las horas, las personas comenzaron a ingerir bebidas alcohólicas y a bailar. Escuché, entre otras cosas, ofensas y burlas hacia los penitentes. Por otra parte, en las afueras de la iglesia muchos estaban solo para tomarse fotos; otros vestían como San Lázaro para hacer dinero fácil.
Aunque escuché historias verdaderas de devoción y fe, el ambiente general solo reafirmó lo que llevo tiempo observando en nuestra sociedad: la pérdida constante de nuestros valores morales.
¿Qué está sucediendo con nuestra sociedad?
¿Qué sucede con el respeto por la religión, por la cultura, por nuestra identidad?
¿Cómo uno de los acontecimientos religiosos más aglutinadores del país puede convertirse en un evento circense, en un show mediático que todos terminamos cubriendo?
Al final de la noche, una imagen me devolvió la ilusión: una familia unida cumplía una promesa a nombre de un niño pequeño. El amor en sus rostros fue para mí la luz entre tanta oscuridad.
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