En una cálida tarde del último mayo, en las cercanías del poblado Silverita, Cienfuegos, nos llegó la noticia del incendio en un campo de caña. Pronto fuimos a ver qué tan grave podía ser. Lo primero que pensé y dije es que debíamos llamar a los bomberos. El comentario les pareció gracioso pues algunos rieron, entonces supe que los bomberos no apagan estos fuegos. La cooperativa agropecuaria dueña de los campos cañeros es la responsable de extinguirlos.
Como el siniestro amenazaba con prosperar rápidamente por la sequía del campo, el calor y el viento, decidieron hacer un fuego al final del sembrado para contrarrestar el que se avecinaba. El inminente fuego podía afectar a los caballos y a las reses que descansaban cerca, además de a varias casas próximas. Para los niños curiosos y con mucha energía, hacer un fuego con aprobación fue toda una aventura.
Cayendo la tarde, llegaron varios trabajadores de la cooperativa a apagar el incendio mediante un tractor con agua y se unieron a los vecinos que ya luchaban contra las llamas. La faena duró casi toda la noche, pues no era precisamente un equipamiento profesional el que tenían a su disposición. Sentí un poco de pena por ellos al ver que pasada la medianoche continuaban batallando.
En la mañana solo quedaba humo y cenizas, pero aun así había tarea por hacer, debían cosechar la caña quemada que pudiese ser aprovechada antes de que se secara por completo. Aunque este fuego quedó impreso en mi memoria, para los vecinos es algo que olvidarán pronto, como un evento común que pueden presenciar en cualquier temporada de sequía.
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