Tiene la voz cansada. Sus ojos reflejan ira y auxilio. En su casa no hay tranquilidad. Tiene dos nietos: una bebé en brazos y un niño de nueve años que revolotea por la sala sin prestar atención a un televisor que grita.
—Tenemos que mantenernos ocupadas –dice ella–. Mi otra hija fue a hacer la cola de la tienda en MLC para ver si podemos comprar cigarros. Llevo todo el día sin fumar.
Su pie golpea el suelo y cambia a la bebé de un brazo al otro.
En su hogar ella es la única que piensa diferente. “Por estos días apoyar al Gobierno es pensar diferente”.
“Yo soy militante del Partido hace más de dos décadas”, dice. “Trabajo para la oficina del delegado del municipio Regla. He entregado mi vida a esta Revolución. Yo no dejo mi trabajo ahora mismo porque tengo que llevarle la jaba a mi hijo a la prisión”.
***
El 11 de julio su hijo iba para una casa en la playa. El chofer lo llamó para decirle que no lo dejaban entrar a Regla, entonces él salió a ver qué pasaba y si podía encontrar alguna forma de hacer que el carro llegara.
Había un mar de personas en la calle. Cientos de reglanos habían tomado Martí, la principal arteria del municipio. En varios puntos del país los cubanos se habían reunido para exigir mejoras políticas y económicas al Gobierno.
La manifestación lo alcanzó frente a una tienda. “Nosotros vivimos en esa calle. La única forma que él tenía de llegar a la casa era avanzar con los manifestantes”, explica la madre.
“Mi otra hija y yo habíamos cruzado la acera y estábamos en casa de una vecina que vive en altos para ver qué sucedía”.
Esperaron a que la manifestación pasara. Al llegar a la casa, el hijo ya estaba ahí. Se colocaron en la puerta de la calle. En ese momento el intendente en funciones del municipio pasó y le gritó a la madre que por qué había dejado salir a sus hijos.
—Mis hijos son mayores de edad y yo no les puedo prohibir nada.
—El problema es que él es un falta de respeto –le respondió el intendente señalando al hijo.
—Falta de respeto es usted que viene a cuestionar a mi mamá porque yo fui a la manifestación. Yo tengo 31 años y voy a donde a mí me da la gana –intervino él.
En ese momento se desató una discusión entre el intendente y la otra hija.
—Mi mamá está enferma por una infección medicamentosa hace varios días. Se ha tenido que curar sola. En los hospitales nadie la quiere atender –dijo la hija.
Toda esa situación alguien la grabó y la subió a Facebook. Ese día en la tarde enviaron el enlace a la familia. La publicación provenía de una reglana que vive en Estados Unidos hace varios años. El video había llegado a sus manos y ella decidió publicarlo.
“El día 12, como las nueve de la mañana, vino a mi casa el compañero Yosvani, que atiende Búsqueda y Captura, y Walter, que es otro policía bastante conocido en el municipio. El objetivo era citar a mis hijos”, cuenta la madre.
“Él me dijo que le daba mucha pena venir a molestar porque sabía de mi enfermedad, pero que mis hijos debían presentarse en la estación de la policía para una entrevista”.
***
Demoraron en llegar a la estación. Había que preparar a la bebé. La madre, sus dos hijos y los dos nietos llegaron rayando las 10:00 a.m.
“Me pidieron los carnés de identidad de mis dos hijos. A él lo llevaron al depósito. Mi otra hija, sus dos niños y yo nos sentamos en un banco de la recepción”, recuerda.
“Todo el mundo entraba y salía. Nadie nos atendía. Mi hija no había comido nada en todo el día. Mi nieta pedía lactar todo el tiempo. Mi nieto con sed. Ahí estuvimos hasta las nueve de la noche, que dimos un escándalo”.
Luego el instructor del caso salió de su oficina.
—Nosotros hemos sido condescendientes con ustedes. Ella tendría que estar en el calabozo –les dijo apuntando a la hija.
—¿Condescendencia con una mujer recién parida con dos niños? –le respondió la madre.
—Yo tuve siete hijos.
—Usted tuvo siete que crio en la unidad de policía comiéndose el sancocho de aquí, pero mis nietos se van a alimentar como dice el médico que tienen que hacerlo.
—Usted se puede llevar a sus nietos.
—Mis nietos no van para ningún lado. Su mamá está aquí detenida. Mi otro hijo también. Como mis dos hijos están aquí, los dos de ella tienen que estar con su madre.
“Eso fue en voz alta. Yo con mucha educación”, cuenta la madre. “Entonces se llevaron a mi hija para un reconocimiento físico donde estaban presentes la primera secretaria del Partido, el intendente en funciones y el presidente del Gobierno del municipio”.
Al rato la llamaron para que firmara un documento donde se leía que no se reconocía a la persona en cuestión y le tomaron declaración. A las 10:30 p.m. la dejaron marcharse con sus hijos.
—¿Me puede decir qué va a pasar con mi otro hijo? –le preguntó la madre al instructor.
—Su otro hijo está detenido. Espere un momento para que recoja sus pertenencias.
Le dieron todo menos el teléfono.
—El teléfono no se puede perder –dijo la madre–. ¿Me puede explicar por qué está detenido?
—El reconocimiento físico dio como resultado que él es el promotor de la manifestación.
La madre no pudo hacer otra cosa que reír.
***
“Al otro día –13 de julio– fui a la estación de policía y me dicen que mi hijo está acusado de atentado a un funcionario público”.
Preguntó qué debía hacer para contratar a un abogado.
—Tienes que esperar siete días.
“El día 14 fui con mi sobrina a la estación a ver al instructor y cuando llego me dicen que estaba para la Fiscalía”.
Lo esperó hasta las 10 de la noche. Él instructor llegó. Le comunicó que enseguida las atenderían. Entró, e ipso facto se parqueó fuera de la unidad una guasabita (vehículo policial donde trasladan a los detenidos).
El instructor salió y les pidió que lo acompañaran al salón de reuniones de la unidad.
“Sentí el motor de la guasabita que arrancaba y le dije a mi sobrina: ‘Se llevan a mi hijo’. El instructor nos dejó solas. En ese momento mi teléfono suena”.
Era el hijo.
—Mamá, me sacaron de la unidad. Si el carro cogió por atrás de Regla ya estoy en el anillo del puerto. Si cogió por adelante estoy en el semáforo de Guanabacoa.
—¿Para dónde te llevan?
—No sé. Me dejaron llamarte para decirte eso.
“En fracciones de segundos subió el instructor. Nos pidió que pusiéramos los teléfonos en silencio”.
—¿Para dónde lo llevan? –preguntó la madre una y otra vez.
—Yo lo mandé para el Vivac, pero si ahí no hay capacidad lo envían para otro sitio y así hasta que encuentren un lugar. Por eso yo no sabría hasta mañana qué fue de él –le explicó el instructor.
“Me explicó que debido a la pandemia y por protocolos de seguridad no podían tener los calabozos llenos y por eso lo trasladaban”.
—¿Usted me puede decir dónde está el Vivac? –preguntó la madre.
—Yo no sé dónde está. Cuando tengo que ir, un carro me lleva directo.
El instructor les pidió un número de teléfono para localizarlas en caso de urgencia. La madre le dio dos. Un fijo y un celular. Los anotó en la carátula del expediente.
“Yo no volví a ir a la estación. Mi hijo no estaba ahí. No tenía sentido. Esperé los días reglamentarios y volví a presentarme en la unidad con el objetivo de recoger los datos para la contratación del abogado”.
El instructor le comunicó que la causa contra su hijo era la 586 y que estaba acusado por desorden público.
—Usted me dijo que estaba acusado de atentado…
—Olvídese de eso. El delito es desorden público.
***
El hijo lleva más de tres meses preso. Del Vivac lo trasladaron para el Técnico de Alamar y luego para Valle Grande.
“En Valle Grande se contagió de Covid-19”, dice la madre.
Un día llamaron por teléfono para contarles que a los demás detenidos les habían autorizado una visita. La familia esperó. Pensaron que en algún momento del día les contactarían.
“Dieron las 3:00 p.m. Pasaron las cuatro, las cinco. Nunca llamaron”.
Preocupadas, hablaron con el instructor. “Él solo nos dijo que debíamos esperar, que ellos se iban a comunicar con nosotros”.
“Al otro día fuimos al bufete y le contamos al abogado lo que había pasado. Él fue con nosotras hasta el Técnico de Alamar”.
El abogado entró y les dijo: “No se muevan de aquí que te van a dar un encuentro. Ellos no te avisaron ayer porque no tenían cómo comunicarse contigo”.
La visita transcurrió con un oficial presente. El hijo vestido con uniforme de recluso.
—Déjame verte. Súbete la camisa –exigió la madre
—Mamá, a mí nadie me ha tocado.
—Yo no me confío –repitió, hasta que el hijo le mostró que no tenía marcas.
—A mí nadie tiene por qué tocarme.
—No hay que tener un motivo para que alguien te toque. De hecho, no hay motivos para que estés aquí.
El hijo le pidió que estuviese tranquila.
“Él nunca habla de las condiciones en las que está. No me quiere decir. Solo sé que comparte celda con dos personas acusadas de asesinato”.
Esa fue la última vez que se vieron.
***
La relación con el abogado siempre fue confusa. Nunca revelaba las cosas como eran y llegó al punto de faltar el respeto.
“En la primera reunión que tuve con él luego de que pudiera estudiar el expediente, me explicó que mi hijo estaba acusado de atentado a un funcionario público, desorden y propagación de epidemia. Eso contradecía lo que me había dicho el instructor”.
Una vez, por teléfono, el abogado le contestó que no podía atenderla porque estaba teniendo relaciones sexuales y que él le cogía el teléfono a quien le daba la gana. Obviamente, no utilizó esas palabras.
La madre puso una queja formal en el bufete y dijo que desistía de ese abogado.
“Contraté a otro en Habana Vieja. El problema es que estamos contra reloj. Ya el expediente está cerrado. Solo falta la petición del fiscal para ir a juicio”.
***
La madre está diagnosticada con depresión desde hace varios años.
“Llevo tres meses sin ver a mi hijo. No sé si está gordo o si está flaco. No tengo fuerzas para ir a trabajar. Sé que si voy al doctor me van a medicar. Esos tratamientos ya los he hecho. Me hacen dormir. Ahora mismo no puedo dormir”.
Debido a la pandemia las visitas a los reclusos se han suspendido. Los autorizaron a llamar a sus casas un día sí y uno no. Tres minutos.
“Creo que él no está muy seguro de por qué está ahí. Varias veces nos ha preguntado si podemos hablar con el abogado para que le informen de qué se le acusa”.
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La madre está desilusionada. Esta situación hace que recuerde cuando un grupo de personas se manifestó en 1994, lo que se conoce como El Maleconazo.
“Fidel hizo acto de presencia, no mandó al pueblo a enfrentarse unos con otros. Eso me chocó mucho. Me estaban pidiendo a mí, que soy militante, enfrentarme con mi pueblo”.
“Yo recuerdo todas las manifestaciones y tribunas abiertas a las que asistí para que regresaran al niño Elián. Desde las 12 de la noche hasta el día siguiente estábamos movilizados. Yo estoy dispuesta a pasar por lo mismo por la libertad de mi hijo. No me parece que sean capaces de hundir a un hombre que desde que empinó trabaja para esta Revolución”.
En más de una ocasión le ha dicho al abogado que pida a la Fiscalía que investigue. Sabe que no lo han hecho.
“Yo soy la presidenta del CDR de mi barrio y aquí no ha venido nadie a preguntar por él. Que mi hijo esté en desacuerdo con algunos comportamientos del Gobierno no lo hace un delincuente”.
La madre dice que apoya el modelo socialista, pero que quiere un país diferente para ella, sus hijos y sus nietos.
“Eso no quiere decir que deje de ser la revolucionaria que siempre he sido. Quiero una Cuba en la que yo pueda solucionar mis problemas económicos con mi salario. Quiero una Cuba en la que pueda respirar. Aquí y ahora todos nos sentimos ahogados”.
Si la libertad del hijo depende de que ella deje de ser militante del Partido, está dispuesta a entregar su carné.
“Antes de ser militante y revolucionaria, soy madre”.
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