En la madrugada del 20 de julio, Adelys Rodríguez empezó a contarme los hechos que la mantenían en el insomnio y la tristeza: su esposo y padre de sus tres hijos, Yéremi Blanco, había sido detenido en una de las manifestaciones ocurridas el 11 de julio en la ciudad de Matanzas. A las siete de la noche de ese día, Yéremi le envió un mensaje de texto a un amigo. “Me llevan detenido”, decía.

Hasta dos semanas después, esa fue la última señal de vida que pudo dar.

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A las cuatro de la tarde del día 11, Yéremi, de 38 años, pastor de la Iglesia Bíblica de la Gracia, salió de su casa, ubicada en el reparto de Pueblo Nuevo, y caminó tres cuadras hasta la calle San Francisco, donde cientos de personas estaban manifestándose.

Horas antes, se había viralizado en Internet la protesta ocurrida en San Antonio de los Baños, Artemisa, entre gritos de “No tenemos miedo”, “Libertad”, “Patria y Vida”. Las protestas se extendieron como pólvora por todo el país.

Yéremi y su esposa se enteraron de los sucesos mientras veían la intervención televisiva del presidente Miguel Díaz-Canel, quien convocaba a los “revolucionarios” a tomar las calles.

En ese momento, frente a su casa pasaba gente gritando: “La cosa es en San Francisco”. Antes de salir, Yéremi llamó a Yarián Sierra, su amigo y también pastor. Yarián le dijo que había participado un rato antes, que era una cosa pacífica. Entonces, decidieron salir juntos.

–¿Por qué decidió manifestarse? –le pregunto a Adelys.

–No es un secreto la situación que estamos viviendo los cubanos. En nuestro caso, tenemos tres hijos, soy diabética. Enfermamos un mes antes de Covid-19. Lo sobrepasamos con mucho trabajo, excepto su papá que falleció. Cuatro días estuvieron pidiéndole una ambulancia en el centro de aislamiento. Llegó al quinto, cuando estaba crítico. No duró dos días hospitalizado. También supimos la noticia de la esposa de un pastor que había fallecido por las mismas causas… Y cosas que se van sumando. La paciencia explota.

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Yéremi caminó dos kilómetros junto a los manifestantes. Sobre las seis, en el puente de Versalles, le envió un mensaje a un amigo contándole que el lugar estaba tranquilo, que no había casi nadie. Media hora después envió otro mensaje: “Me llevan detenido”.

Una hora más tarde, Adelys supo la noticia. Junto con la esposa de Yarián empezaron a llamar y a visitar amistades con la esperanza de que estuvieran en algún lado, libres. Nadie sabía. Sus móviles apagados. A las ocho de la noche fueron para la estación de policía situada en el reparto Playa. Ahí les explicaron que no tenían conocimiento sobre el paradero de ellos, que a los detenidos en la manifestación los estaban llevando para la delegación del Ministerio del Interior (MININT) en el reparto Versalles.

En el Minint las atendió un coronel. Les aseguró que no estaban ahí, pues en ese lugar solo había personas violentas. Les aconsejó que regresaran a la Policía Nacional Revolucionaria (PNR).

De vuelta a la PNR, un oficial les dijo que esa información estaba por encima de su nivel. Prometió llamar a su jefe para ver si este la proporcionaba. Pasó una hora y el oficial transmitió que su jefe no tenía conocimiento de eso, que regresaran al Minint. Si querían atenderlas y decirles algo, eran los que podían hacerlo.

Esta vez en el Minint les confirmaron que Yéremi y Yarián estaban detenidos, pero no podían decirles dónde. Les recomendaron que volvieran a casa y esperaran al día siguiente. Antes de las 11:00 a.m. debía visitarlas un oficial con noticias de sus esposos. De lo contrario, debían ir nuevamente a la PNR.

Esperaron hasta la hora prevista. Nadie se presentó. Salieron para la PNR, donde les informaron que estaban en la prisión de mujeres, a las afueras de la cuidad, en una sección que pertenece a la Seguridad del Estado.

–Fuimos muy maltratadas ahí –cuenta Adelys–. Al principio no querían darnos información. Nosotras reclamamos que ellos tenían derecho a una llamada. Los oficiales se rieron y comentaron que no había teléfono en esa prisión. El ambiente se acaloró porque dijimos que eso no era justificación, que ellos estaban violando sus propias leyes y nos tenían sin saber su paradero.

Al final, les comunicaron que debían llevarles ropas y artículos de aseo porque iban a pasar siete días en la prisión, como mínimo. Regresaron horas más tarde, con todo. Incluidos los medicamentos de Yéremi: salbutamol para el asma bronquial, loratadina para la alergia y paracetamol para la migraña.

–Me explicaron que sin una prescripción médica no se los podían entregar. Volvimos para la casa a buscar un médico que nos pudiera ayudar. Casi a las siete de la noche fue cuando logramos que entraran las medicinas, que incluso con la orden, podían rechazarlas, según nos había dicho el oficial.

De las siete mudas de ropa que llevó Adelys, solo le dejaron pasar un short, un pulóver, un calzoncillo, las chancletas y tres nasobucos.

Tampoco le permitieron pasar la Biblia de Yéremi.

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En Matanzas, debido al rebrote de Covid-19, desde el 12 de julio hay regulaciones de tránsito que solo permiten la circulación de los transportes privados cada tres días, dentro de los municipios de residencia y en el horario comprendido de 6:00 a.m. hasta el mediodía. Estas restricciones convierten cualquier trámite en un asunto todavía más complejo.

Adelys pudo hacer sus gestiones por la solidaridad de dos pastores que la trasladaron en sus autos. Mientras, sus tres hijos y el de Yarián se quedaron juntos en casa.

El 18 de julio llamaron a Adelys por teléfono, cerca de las 2:00 a.m. y le informaron que iban a trasladar a Yéremi a la prisión Combinado del Sur.

En la mañana del 19, ella presentó el recurso habeas corpus en el Tribunal Provincial de Matanzas con ayuda de una abogada.

–No lo hice antes porque no tenía conocimiento de que era algo que podíamos hacer –asegura.

Esa noche, sobre las 10:30 p.m., la policía tocó a su puerta para avisarle que tenían detenido a su esposo.

–Dijeron que a Yéremi lo mantenían en la cárcel de mujeres. Y yo les digo: “¿Cómo me van a decir eso si me llamaron anoche para decir que lo iban a trasladar al Combinado?”. “Lo pueden trasladar o no. Está sujeto a cambios”, fue la respuesta que me dieron.

Tres días después, el habeas corpus fue denegado. Luego, a través de un abogado, pudo obtener el número de expediente de Yéremi y el cargo que se le imputaba: desorden público.

Adelys y su esposo llevan 18 años convertidos al Evangelio. Él sirvió como co-pastor durante ocho años en la Iglesia de Dios y otros dos de pastor en Los Pinos Nuevos. Ahora lleva más de un año al frente de la Iglesia Bíblica de la Gracia, que tiene 33 miembros oficiales.

–Mi familia está muy dolida y dañada con lo sucedido. De nuestra congregación no había nadie en la manifestación. Mi esposo salió como un ciudadano pacífico, no como pastor.

La liberación de Yéremi llegó el 24 de julio, al igual que la de Yarián. De forma inesperada, según cuenta Adelys. En la familia se respira otro aire, cierta tranquilidad, aunque los dos se mantienen en prisión domiciliaria hasta el día de juicio, aún sin fecha.

Con el paso de los días, Adelys ha obtenido otros detalles.

–Cuando ellos llegaron a San Francisco ya no había gente. Siguieron hasta el barrio la Marina y se unieron a los manifestantes. Caminaron casi seis cuadras hasta llegar al puente de Versalles. Ahí se detuvieron y la manifestación siguió adelante. Iban a regresar a la casa cuando vieron que dos cuadras más allá llegaba la policía. De curiosos fueron a ver qué pasaba. Yéremi se quedó parado en una esquina y Yarián se acercó un poco más. Entonces, Yéremi escuchó a su amigo gritándole y vio que varias personas lo estaban sosteniendo. Fue y lo tomó por un brazo. Inmediatamente, dos personas vestidas de civil y sin identificarse lo agarraron por las manos y lo montaron en una guagüita hasta la prisión de mujeres.

Cuando rezar es tan peligroso como pensar, solo un dios puede salvarnos.

Sobre el autor

Sabrina López Camaraza

Estudiante de Periodismo. Ganadora del concurso de Crónica Miguel Ángel de la Torre (2018). Colabora en 'elTOQUE' y Periodismo de Barrio.

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