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Arbovirosis y cuidados: mujeres frente a la crisis sanitaria en Cuba

Manos planchando con plancha antigua, rutina de madre soltera.

Cuba no se convirtió en un hervidero de mosquitos y enfermedades de la noche a la mañana. Desde que tengo memoria, el campo cubano ha sido un enjambre de bichos al oscurecer. Tampoco es el primer año en que las arbovirosis inundan la isla; sin embargo, la respuesta del gobierno ante una crisis que se torna alarmante es preocupantemente indiferente.

La basura se desborda: no unas pocas bolsas, sino casi tres metros alrededor de los tanques ubicados en una esquina. Durante la noche alguien, cualquiera, quema uno de los tanques hasta reducirlo a cenizas. Pasan los días; el sábado te despiertan las moscas dentro de la casa, un buldócer y un camión lleno de trabajadores ruidosos “recogen” la basura y, con esta, se llevan buena parte de la acera y la zanja, creando un pantano de aguas albañales y desechos, una casa perfecta para los mosquitos y su reproducción. Esta es una escena que puede narrar casi cualquier cubano; la esquina es cualquier esquina.

Luego llegaron las lluvias y las enfermedades.

Hace aproximadamente tres meses escuché por primera vez hablar de “el virus”, así, como cuando hablamos de “ellos” o de “los de arriba”: entidades cuasi fantasmales, que infunden respeto y miedo desde lejos, pero que rara vez imaginas tienen que ver directamente contigo. Hoy, la realidad es otra, ya “el virus” es omnisciente, ya no quedan casi familias que puedan afirmar no haber tenido al menos a uno de sus miembros enfermo.

Los arbovirus son infecciones transmitidas por artrópodos como mosquitos o garrapatas, y suelen ser comunes en zonas tropicales como Cuba. Los síntomas varían pero pueden incluir desde fiebre, inflamación y dolores musculares hasta problemas neurológicos, en dependencia del virus y de los cuidados. No existe un tratamiento específico para las infecciones, pero sí se tratan los síntomas. Se definen dos momentos importantes en las épocas de mayor transmisión y en los lugares con climas que ayudan a prosperar a las plagas: primero, los procesos de prevención, que deben ser a gran escala, gestionados por los gobiernos o entidades responsables de la higiene y la epidemiología. En segunda instancia, los cuidados posteriores al contagio que, aunque en gran medida responden a una responsabilidad personal y familiar, se engloban igualmente en gestiones gubernamentales como el acceso a medicinas para el tratamiento de los síntomas, así como a alimentos ricos en hierro, por ejemplo, ya que la mayoría de los arbovirus causan un descenso de este mineral.

A la emergencia por contagio actual se enfrenta un pueblo que desde 2021 se debate entre apagones, dolarización de la economía, crisis migratoria, inflación y una alimentación precaria en la mayoría de los casos. Si a esto le sumamos un gobierno que se compromete con la desinformación o la información parcial, la costumbre revolucionaria de ocultar las crisis y la disminución de instituciones de cuidados a adultos mayores —en 2022, con el Código de las Familias, se delegó prácticamente el cuidado de las personas de la tercera edad a los familiares—, da como resultado un país de enfermos.

La pregunta, además de la consabida ¿y qué pasa con la gestión gubernamental?, sería ¿y si todos estamos enfermos, quién se encarga de los cuidados? Me encantaría que la respuesta no fuera tan obvia, pero las labores de cuidados en la mayoría de los casos recae en las mujeres. En ellas, las cuidadoras también enfermas.

En una familia donde se contagian todos, siempre será la madre quien se levante a hacer las labores, porque hay que comer, porque hay que bañarse, y porque “madre hay una sola”.

¿Cuando no hay más nadie, quién cuida a los enfermos?

En un acertado artículo publicado el pasado 3 de diciembre, Adriana Fonte Preciado hablaba de la importancia de llamar a la situación que atraviesa Cuba por su nombre: emergencia sanitaria. La autora mencionaba cinco procedimientos fundamentales que se facilitarían si el gobierno reconociera a nivel internacional la crisis: primero, movilizar y estimular la cooperación internacional; segundo, priorizar y garantizar recursos biofarmaceúticos; tercero, permitir las donaciones de privados; cuarto, movilizar al ejército para la recogida de residuos sólidos urbanos; y quinto, solicitar ayuda técnica y científica  a consultoras internacionales. En resumen, se necesita una mejor gestión de un gobierno que ya solo se sostiene a base de conceptos de la década de los ochenta y de la pseudovirilidad revolucionaria.

A estos importantísimos puntos que plantea Fonte Preciado, y que sin duda facilitarían la vida tanto de enfermos como de cuidadoras, sería una utopía necesaria sumarle prestaciones y facilidades de emergencia para quienes asumen los cuidados durante la crisis, porque si ya vamos a soñar, pues que sea en grande.

Lo cierto es que con o sin reconocimiento internacional son las mujeres de las familias quienes cargan invariablemente con los cuidados, en el mejor de los casos estando sanas, pero en muchos con secuelas de la misma enfermedad o de otras incluso más preocupantes.

Mónica Pérez es una mujer de 63 años, residente en La Habana, que ya ejercía el rol de cuidadora a tiempo completo y de encargada de las labores domésticas, acompañada por una pareja que requiere cuidados extraordinarios. Este es su testimonio:

“Vivo sola con mi esposo, que tiene dificultades para la locomoción (miembros inferiores), y tengo muy cerca de mi casa a mi madre y hermana (cuidadora de la primera).

“Hace dos meses aproximadamente, cuando enfermó una vecina, supe del brote de arbovirosis. Los síntomas fueron: fiebre alta, inmovilidad total, dolores en todo el cuerpo, malestar general. Luego enfermé yo. Primero, adquirí una Hepatitis A (viral), y en franca recuperación de esta adquirí el chikungunya. Con este último no fui nunca al médico, pero presenté los síntomas: los mismos que las personas de mi entorno (vecinos y amigos). Fue y está siendo una amarga experiencia; es un proceso desgastante porque no ves avances significativos.

“En la etapa dos del chikungunya tuve que cuidar a mi madre, de 89 años, y a mi hermana, de 60. Enfermaron juntas, también de chikungunya. Sintiéndome mal aún fui para su casa y, durante cuatro días, tuve que ayudarlas a pararse para ir al baño (me las enganchaba sobre mi espalda), darles la medicación, les cocinaba y alimentaba, limpiaba frecuentemente, lavaba, etc. Sentí que mi carga de trabajo doméstico aumentó, mucho; hay que hacer un gran esfuerzo físico porque tu cuerpo no responde como habitualmente lo hace. Hubo consecuencias para mi salud física; aún no me siento bien y ya va a ser un mes que enfermé.

“Emocionalmente, también, porque deprime sentirse así y porque no puedes dar todo de ti a tu familia, también enferma. En lo laboral, conté —cuento— con la comprensión y ayuda de mis compañeras de trabajo, pero igual no te sientes al máximo de tus capacidades y claro que es motivo de preocupación. Prácticamente no dejé de trabajar porque lo hice desde casa. Recibí también el apoyo de mi esposo (aun con sus limitaciones), de mi hermana (cuidadora de mi madre), que venía durante el día a hacérmelo todo, y de mis vecinos y amigos, preocupados y siempre al tanto de mí, de cómo me sentía y de si me hacía falta algo. Mi hijo, en la distancia, también monitoreaba”.

El de Mónica es uno de esos casos en que no hay más posibilidades; no tuvo la opción de recuperarse debidamente de una enfermedad que deja secuelas severas por meses o incluso años luego del contagio. Su hermana, otra mujer que ya ejerce el rol de cuidadora, asumió también la doble carga mientras estuvo sana, realizando las labores domésticas tanto de la casa donde vive su madre como los cuidados a Mónica mientras estaba convaleciente.

Esta historia ni siquiera es algo fuera de lo común, en el artículo “Sistema Nacional para el Cuidado Integral de la Vida en Cuba: Implementación y perspectivas”, publicado en Cubadebate a principios de 2025, según Ariel Fonseca Quesada, Viceministro de Trabajo y Seguridad Social, el 80% de las cuidadoras en Cuba son mujeres.

En el mismo artículo se citaba la participación de  Magela Romero Quesada, jefa de la red de cuidados de Cuba, quien explicaba que “La integralidad no solo explica que el cuidado es un asunto de salud pública, sino que requiere una respuesta intersectorial, lo que significa que diversos ministerios y actores de la sociedad civil estarán implicados en el desarrollo e implementación de este sistema, refiriéndose al Decreto 109 para el establecimiento del Sistema Nacional para el Cuidado Integral de la Vida, cuyo objetivo general es articular un conjunto de políticas y acciones encaminadas a garantizar servicios de cuidado para la población en situación de dependencia, fomentar la autonomía de las personas, garantizar los derechos de las personas proveedoras de cuidados y reducir las desigualdades de género”.

Sin embargo no se escucha nada sobre las cuidadoras durante esta crisis sanitaria. Se habla de si es beneficioso o no reconocer la emergencia, de conceptos políticos, de cifras de fallecidos, de hospitales colapsados y de ausencia de atención médica; pero también es menester recordar que como Mónica y su hermana hay miles de casos en un país que avanza hacia el envejecimiento poblacional a pasos gigantes.

Leidys González tiene 45 años y reside en la región Oriental del país. Aunque estuvo asistida durante la primera etapa del virus, alrededor de la segunda ocurrió la entrada del huracán Melissa, que dejó a su paso un rastro de destrucción en toda la zona.

“Mientras estuve enferma no tuve que levantarme, solo para ir al baño y para bañarme, porque mi familia me lo hacía todo, y los alimentos que yo iba a ingerir me los llevaban a la cama o me sentaban en la sala. Hace siete días que se me quitó el virus y aún me sigo sintiendo mal. Tengo dolor en los riñones, dolor bajo vientre, una cistitis que no se me quita con nada, (…) el dolor me coge los dos brazos y toda la espalda”.

Leidys cuenta que durante la noche del azote del huracán, el río de su pueblo natal había subido bastante por las lluvias previas, y se esperaba una creciente. Sin embargo, no se vaticinaba un peligro para su familia por la ubicación de su casa. Durante la noche la situación se tornó un poco preocupante, pero Leidys, con secuelas muy severas de la reciente convalecencia, encargada de planificar en gran medida lo relacionado con la evacuación de su familia y confiando en que el río no representaba un peligro para su casa, decidió que estaba agotada y que no les iba a pasar nada. La mañana trajo consigo una creciente tan grande que en cuestión de poco tiempo tuvieron que agarrar lo indispensable, lo que se podía, y sin hacer caso a secuelas o enfermedades refugiarse en otra vivienda en lo alto de una loma.

Hay una frase feminista que me resuena en la cabeza tanto en el caso de Mónica, cuando explica que emocionalmente se siente mal por no poder dar todo de sí a su familia también enferma, como en el de Leidys, al ser quien debía estar al tanto de cuándo salir o no de la casa: la carga mental nunca es para los demás.

La carga mental es un chip que nos incorporan en la crianza a las personas que socializamos como mujeres en la infancia. Los cuidados no son solo las acciones que llevamos a cabo por terceros y que aunque pueden ser muy estimulantes también pueden ser agotadoras; los cuidados, además, incluyen tener en cuenta lo que hay que comprar para que una casa funcione, para que un enfermo se mejore, las cosas que hay que arreglar, los medicamentos que se necesitan, el saber que cuando no haces una labor será una carga que debe llevar quien venga detrás. La carga mental de los cuidados es que, en medio de un huracán categoría tres, tengas que ocuparte por pensar en si el río se va a llevar tu casa o no. Es un peso que se aligeraría con una correcta gestión gubernamental. Y esa gestión debería asegurar, en el orden en que se necesite, tanto una evacuación segura y completa ante un desastre natural como todo lo necesario para gestionar los cuidados a una persona que tiene a su cargo otras personas dependientes, cuando esta se enferme.
Hay variantes en muchas familias y, ciertamente, la mayoría se reacomoda para que, al menos durante la etapa uno de los arbovirus que azotan a Cuba en este momento, las enfermas sean atendidas. Pero lo cierto es que no solo tenemos un país de enfermos: tenemos, más importante aún, un país de mujeres enfermas que llevan triples y cuádruples cargas, ahora con dolores como secuelas de un virus y de la ausencia de cuidados posteriores correctos.

Cuba, una vez más, habla de un último esfuerzo decisivo y de construir un modelo que de económico tiene poco. Sin embargo, sus mujeres siguen aquí, construyendo dónde no hay, cargando jabas con dolores en todas las extremidades y cuidando a sus familias a costa de su propia salud. Me recuerda a un meme feminista que se hizo viral hace un tiempo y que enunciaba que no se puede ser anarquista, comunista y aliade si tu madre te sigue lavando los calzoncillos.

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