El artista multidisciplinar cubano Frank Lahera teje con paciencia y obstinación los hilos de su obra más personal y urgente. Un proyecto cinematográfico animado que, como su autor, fue silenciado en la isla y ahora busca su voz —y su financiación— en el mundo libre. Es la crónica de una lucha necesaria, una crítica feroz y una esperanza construida frame a frame, ahora desde la diáspora.

La luz de la mañana se cuela por la ventana de su estudio temporal e ilumina las pantallas donde habitan los personajes del futuro. Frank Lahera O’Callaghan (Santiago de Cuba, 1988) observa un storyboard detallado. En él, una joven de mirada intensa y determinada se adentra en un sótano prohibido. Es Ana, la protagonista de su película. También es, en muchos sentidos, el reflejo de su propio creador: un hombre que aprendió a ver en la oscuridad una forma de claridad y, en el silencio impuesto, un grito más potente.

Hablar con Frank es hacer un viaje en el tiempo y el espacio. De La Habana en ruinas —la real y la que imagina para el 2058— a la serenidad de una pequeña localidad al sur de Portugal. De la efervescencia de la creación artística a la árida pero necesaria burocracia de buscar fondos para el cine. Su voz, transmitida a través de una videollamada, es pausada pero firme, cargada de una convicción que solo poseen aquellos que han tenido que elegir entre el silencio cómplice o el exilio.

“Emigrar no fue una derrota. Fue una estrategia de guerra creativa”, afirma con una sonrisa que no oculta el resentir de la partida. “En Cuba, este proyecto era inviable. No solo por la censura, que era una certeza tan tangible como el malecón, sino por la absoluta imposibilidad material de producirlo. Aquí, al menos, puedo pelear en igualdad de condiciones por un lugar en las convocatorias internacionales. Aquí, mi voz no [se] ahoga”.

Ilustración de la Cuba distópica de 2058, con una bandera de vigilancia (un ojo), drones y soldados frente al Capitolio. Concept art de "El Despertar de los Sordos". (Crédito: Frank Lahera O’Callaghan / El Despertar de los Sordos).

Ilustración de la Cuba distópica de 2058, con una bandera de vigilancia (un ojo), drones y soldados frente al Capitolio. Concept art de «El Despertar de los Sordos». (Crédito: Frank Lahera O’Callaghan / El Despertar de los Sordos).

Frank no es un novato en la batalla. Su trayectoria en las artes visuales y el cine cubano es extensa y está marcada por un sello de poética que se conjuga con una mirada crítica. Sus instalaciones, pinturas y cortometrajes le granjearon un reconocimiento internacional que contrastaba con el ostracismo doméstico. “Ganaba reconocimientos fuera, pero dentro era el fantasma de los concursos. Mi nombre comenzó a ser tachado de las listas de seleccionados, al ser más recurrente la crítica a la realidad sistémica. Mi obra era una pregunta incómoda en un espacio donde solo se permiten respuestas obedientes o, mejor aún, aplausos”.

El Despertar de los Sordos es la culminación de toda esa lucha. Un largometraje de animación 2D que funciona como una distopía futurista y un espejo retrovisor de la Cuba actual. Un proyecto que, a falta de presupuesto, ya avanza en su pre-producción visual gracias a la fe y el talento de un grupo de diseñadores y artistas gráficos que aún resisten en la isla.

“Es un acto de resistencia en sí mismo, —explica Frank—. Ellos, desde la precariedad absoluta, creyendo en esta historia lo suficiente como para no dudar en invertir su tiempo y talento. Y yo desde aquí, en la diáspora, tratando de conseguir los recursos para hacerlo realidad. Es la metáfora perfecta de la película: la conexión entre los que se fueron y los que se quedaron, unidos por la esperanza de un despertar”.

La sinopsis de la cinta es tan potente como perturbadora: año 2058; Cuba es un páramo de escombros, aislada del mundo por un muro de metal y cristal translúcido. La población, reducida a ancianos y algunos jóvenes varados, ha sido convertida en una legión de “zombies”. Caminan, trabajan en labores brutales —a menudo fabricando las armas que se usarán contra ellos— y se alimentan de una masa informe expedida por mangueras. Su único dios es una pantalla estática y una voz omnipresente que emana de parlantes inalcanzables, repitiendo consignas hasta que la ficción se convierte en la única verdad posible.

La vigilancia es ejercida por una élite armada que por las noches patrulla las calles en viejos camiones de hierro, capturando a cualquier disidente para borrarlo de la existencia y de la memoria colectiva. Veinticinco años después de una gran revuelta fallida, el olvido se ha institucionalizado. Nadie recuerda el mundo exterior. Nadie recuerda a sus seres queridos.

Un joven observa una calle de La Habana completamente destruida, con autos volcados y edificios en ruinas. Concept art de "El Despertar de los Sordos". (Crédito: Frank Lahera O’Callaghan / El Despertar de los Sordos).

Un joven observa una calle de La Habana completamente destruida, con autos volcados y edificios en ruinas. Concept art de «El Despertar de los Sordos». (Crédito: Frank Lahera O’Callaghan / El Despertar de los Sordos).

En este infierno orwelliano con sabor caribeño sobrevive Ana, una joven de unos 20 años. Su única familia es su abuelo, un hombre encerrado en su mutismo. Ana quedó sorda de niña tras una golpiza de los soldados por intentar escapar en el “horario prohibido” para buscar a sus padres, quienes desaparecieron misteriosamente. Creció cargando el estigma de su discapacidad, hasta un día en el que descubre que su sordera no es una maldición, sino un escudo. Es inmune a la voz que adoctrina y embrutece a los demás.

Al hurgar en el sótano de su casa —un espacio celosamente custodiado por su abuelo— Ana encuentra pruebas de que sus padres no la abandonaron, sino que pertenecían a un movimiento de resistencia. Papeles manuscritos, planes, fotos donde aparecen con otros hombres y mujeres junto a una bandera peculiar: la enseña nacional cubana, pero cuyo rojo se degrada hasta transformarse en azul. Es el emblema de la esperanza. El descubrimiento la catapulta a una misión: encontrar a sus padres y reunir a otras personas sordas como ella, los únicos inmunes al adoctrinamiento, para liderar una nueva revolución y liberar a su pueblo de la esclavitud mental.

“Ana no es una superheroína —aclara Frank—. Es una joven asustada, llena de dudas, pero que encuentra en su propia herida la llave para sanar a los demás. Su sordera es la metáfora central. En un mundo donde el sonido es sinónimo de manipulación, la única forma de escuchar la verdad interior es no oír ese ruido. Es la parábola de lo que vivimos muchos cubanos: para mantener tu lucidez, a veces tienes que volverte ‘sordo’ a la propaganda constante, ‘ciego’ a la pantalla”.

Ilustración de una mujer mayor caminando sola por una calle en ruinas de La Habana, en la película "El Despertar de los Sordos". (Crédito: Frank Lahera O’Callaghan / El Despertar de los Sordos).

Ilustración de una mujer mayor caminando sola por una calle en ruinas de La Habana, en la película «El Despertar de los Sordos». (Crédito: Frank Lahera O’Callaghan / El Despertar de los Sordos).

El tratamiento visual que Frank y su equipo han desarrollado es fundamental para la potencia narrativa. Lejos de la animación comercial y pulcra, El Despertar de los Sordos busca una estética descarnada y fiel a lo real, incluso desde el dibujo.

“Queremos que el cubano que vea la película sienta un escalofrío de reconocimiento —explica—. No será una ciudad genérica. Será La Habana. Sus edificios derruidos, sus calles emblemáticas convertidas en arterias de un cadáver. El malecón, por ejemplo, está ahí, pero integrado a ese muro grotesco que encierra a la isla. La fotografía, aunque en 2D, imitará los planos y encuadres de un documental. Será sucio, granular, tangible”.

Las influencias son tan diversas como precisas. Del 1984 de George Orwell toma la atmósfera de control mental total y la paranoia. De la serie See (2019), la narrativa de un mundo donde la pérdida de un sentido se convierte en una ventaja evolutiva. De Animatrix, el tratamiento visual y la textura de la animación para adultos. Y del cine de zombies, no la carnicería, sino la esencia psicológica.

“No me interesan los muertos vivientes que comen cerebros —aclara—, me interesan aquellos a los que les devoraron el cerebro. Nuestros zombies son mentales. Caminan, respiran, pero por dentro están vacíos. Son entes programados para obedecer. Es una imagen mucho más triste y aterradora porque se acerca dolorosamente a la realidad. ¿Acaso no vemos ya a personas así por nuestras ciudades, exhaustas, envejecidas por la decepción, viviendo por inercia? La película solo lleva esa realidad a su conclusión lógica”.

Ilustración de un líder político en un despacho con un retrato de Fidel Castro y una bandera de vigilancia. Afuera se ve el Capitolio y drones. Concept art de "El Despertar de los Sordos". (Crédito: Frank Lahera O’Callaghan / El Despertar de los Sordos).

Ilustración de un líder político en un despacho con un retrato de Fidel Castro y una bandera de vigilancia. Afuera se ve el Capitolio y drones. Concept art de «El Despertar de los Sordos». (Crédito: Frank Lahera O’Callaghan / El Despertar de los Sordos).

Este enfoque lo conecta con la tradición de sátira política del cine cubano, como Juan de los Muertos (2011) de Alejandro Brugués, pero yendo un paso más allá. Mientras Brugués usaba la alegoría zombie para hacer comedia ácida sobre la resiliencia cubana (“¡Juan de los Muertos! Limpiamos lo que ustedes no pudieron”), Lahera profundiza en la tragedia psicológica y la utiliza para una reflexión existencial más profunda y sombría.

La decisión de emigrar a Portugal en 2024 no fue fácil: “Dejas atrás tu familia, tus amigos, tus referentes. Pero también dejas atrás una losa de plomo sobre tu creatividad”. Para él, el exilio ha sido un renacer doloroso pero necesario. “Aquí respiro una libertad que no conocía. La libertad de imaginar sin autocensurarme, de crear sin preguntarme primero si ‘pasará’ el filtro de algún burócrata cultural”.

Sin embargo, el desafío ahora es otro, tan monumental como la censura: el dinero. La producción cinematográfica independiente es un campo de batalla donde miles de proyectos compiten por una porción minúscula de fondos. Frank dedica una parte crucial de su tiempo a investigar, escribir aplicaciones meticulosas y presentar su dossier a productoras, fondos de financiación europeos (como Creative Europe Media) y plataformas de crowdfunding.

“Es un trabajo ingrato y a menudo desmoralizante” —admite—. Recibes más ‘noes’ que otra cosa. Pero cada ‘no’ me da más fuerza. Porque sé que la historia de Ana merece ser contada. No es solo mi historia, es la de muchos. Y cada vez que un amigo en Cuba me manda un nuevo diseño, un nuevo storyboard, hecho con un ordenador que se apaga cada dos por tres por los cortes de luz, me recarga la fe”.

Ilustración de dos soldados armados patrullando una calle de un mercado en Cuba, entre civiles y grafitis de "Viva la Revolución". Concept art de "El Despertar de los Sordos". (Crédito: Frank Lahera O’Callaghan / El Despertar de los Sordos).

Ilustración de dos soldados armados patrullando una calle de un mercado en Cuba, entre civiles y grafitis de «Viva la Revolución». Concept art de «El Despertar de los Sordos». (Crédito: Frank Lahera O’Callaghan / El Despertar de los Sordos).

Este esfuerzo colaborativo transnacional es un ejemplo del nuevo paradigma del arte cubano: creadores dentro y fuera de la isla tejiendo redes de solidaridad y producción al margen de las instituciones oficiales. Es una diáspora cultural que se empodera y se autogestiona. “El gobierno cubano puede expulsarte del país, pero no puede expulsarte de la cultura cubana. Nosotros, desde afuera, seguimos construyéndola y ampliándola, libres de ataduras”.

El Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), única productora oficial de cine en Cuba, la que convoca al principal fondo de creación para la realización audiovisual, nunca daría un billete de diez pesos cubanos para materializar esta película, pero los creadores dentro de la isla no dudan en tejer alianzas con Frank, debido a la fuerza de su proyecto. Mientras el ICAIC se empeña en financiar películas de corte propagandístico, o simplemente el audiovisual pasivo al que está acostumbrado el público cubano, los artistas y cineastas crean nexos con este proyecto que se propone ser el grito de un pueblo. El Despertar de los Sordos no es una película cubana más, sino que se presenta como una de las primeras propuestas de animación en Cuba que busca articular una crítica directa al sistema, al menos de forma explícita y reconocible.

La declaración de intenciones de Frank para su obra es un manifiesto. Un texto lúcido y ardiente que no deja lugar a dudas sobre su compromiso:

“El arte hoy debe responder al grito de la impotencia, debe ser un arma para expandir el raciocinio, no para esquivarlo y prestarse a manipulaciones. Si no, no es arte, es más bien propaganda”. Esta frase, quizás, es la clave que desbloquea toda su obra y, en particular, este proyecto. Es la línea que separa al creador del propagandista, al artista del funcionario cultural.

“No quiero hacer una película para entretener y ya. Quiero hacer una película que obligue a parar. A detener el metraje mental por un segundo y preguntarse: ¿Y yo? ¿Estoy despierto? ¿O estoy simplemente repitiendo los mantras que me han dicho que repita? ¿Estoy caminando hacia mi propia zombificación?”.

Un hombre con la mirada perdida y ojos blancos, representando a los "zombies mentales" adoctrinados en "El Despertar de los Sordos". (Crédito: Frank Lahera O’Callaghan / El Despertar de los Sordos).

Un hombre con la mirada perdida y ojos blancos, representando a los «zombies mentales» adoctrinados en «El Despertar de los Sordos». (Crédito: Frank Lahera O’Callaghan / El Despertar de los Sordos).

El trayecto es largo y empedrado. La financiación es el gran obstáculo, pero no el único. La producción de una película de animación de esta envergadura requiere un equipo técnico especializado y años de trabajo. Frank es consciente de ello, pero su determinación es inquebrantable.

Muestra con orgullo algunos de los concept arts que sus colaboradores en Cuba han creado. La imagen de Ana, con sus ojos grandes llenos de miedo y determinación, es poderosa. Los fondos de una Habana en ruinas, con el Capitolio semiderruido y La Giraldilla cubierta de maleza, son poéticos de una manera sobrecogedora. La bandera de la resistencia, con su degradado de rojo a azul, ondea sobre un paisaje de esperanza desesperada.

“El azul es el color del mar que nos rodea y que no podemos cruzar. Es el color del cielo que aún está ahí, libre. Es la esperanza que nace desde dentro de la propia bandera, transformándola”, explica Frank.

La película es, en última instancia, un acto de fe. Fe en el poder del arte para cambiar conciencias. Fe en que la historia de Ana encontrará su eco en el corazón de los espectadores. Fe en que, algún día, el proyecto encontrará los socios y el dinero necesarios para completarse.

Frank Lahera O’Callaghan, el artista censurado más de una vez, el emigrante, el soñador obstinado, no pide lástima. Pide atención. Que escuchemos, a través de su película, el grito sordo de una generación que se niega a ser silenciada. Su exilio no es un punto final, sino un paréntesis necesario desde el que construir un grito más fuerte, más nítido y más libre. El despertar, sugiere, no será estruendoso. Será el silencio consciente de quienes, al fin, decidan escucharse a sí mismos.

Ilustración de la protagonista Ana cuando era niña, escondiéndose de soldados armados. Escena de "El Despertar de los Sordos". (Crédito: Frank Lahera O’Callaghan / El Despertar de los Sordos).

Ilustración de la protagonista Ana cuando era niña, escondiéndose de soldados armados. Escena de «El Despertar de los Sordos». (Crédito: Frank Lahera O’Callaghan / El Despertar de los Sordos).

Sobre el autor

Mel González

(La Habana,1999). Actriz, realizadora audiovisual y periodista independiente cubana. Egresada de la Universidad de las Artes, Cuba, en el perfil de teatro. Ha trabajado en agrupaciones cubanas como Teatro el Público. Desde la producción, ha formado parte de proyectos cinematográficos como Bonsai y Destinos. Ha colaborado con diferentes medios como La Hora de Cuba, Alas Tensas y El Toque. En 2024 escribe, produce y dirige el documental ¿Comer o soñar?. Fue ganadora del premio de fotografía “Un Cop de Ull” en Mallorca, y de la residencia para creadores “Olhar Abril através da América Latina” en Beja, Portugal.

Deje un comentario