Desde que tengo uso de razón siempre han estado ahí, deambulando por las ciudades, esquinas, zonas concurridas. En mi ciudad natal, Santiago de Cuba, podías encontrarlos principalmente en las calles Enramadas o Aguilera, más tarde en el Parque Céspedes y en la Plaza de Marte. No pedían mucho, solo algunos centavos para completar un café, un pan con lo que tuviera o un cigarrillo y, sobre todo, en silencio, la comprensión de que somos lo mismo.

Siempre han estado ahí, hasta cuando “sorprendía” alguna visita oficial y los organismos corrían para mostrar sus mejores “vestimentas” limpiando las calles de su presencia como si fueran una enfermedad que hay que erradicar, momentáneamente. Algunos ómnibus Girón los recogían y los trasladaban a no se sabe dónde ni en qué condiciones.

Mientras estudiaba mi primera carrera universitaria, comencé a trabajar como guardia de seguridad en una Unidad Presupuestada de Salud Pública, por lo que muchas veces debía rotar por centros para personas discapacitadas. Ahí había de todo: desde maltratos solapados a ancianos y jóvenes allí albergados, hasta saturación de pacientes. Todo el día sufriendo la insensibilidad de una parte del personal médico.

Muchos rostros han ido engrosando la lista de esos que llamaron “disfrazados”. Seres anónimos que se van multiplicando sin pausa y pero con prisa. Ya no solo personas discapacitadas abandonadas por la sociedad, también maestros, deportistas, médicos, obreros, abuelos y abuelas, así como militares condecorados que una vez le entregaron su vida a esa “Revolución” que ahora no los quiere ni ver. Han tenido que despojarse de su dignidad mientras el gobierno los abandona y mira por encima del hombro, teniendo que lanzarse a las calles a “cazar” su sustento en vez de descansar luego de una vida de trabajo. Muchos perecen en el camino, agotados, hambrientos, enfermos.

El incremento de la población envejecida en Cuba es un hecho, y su desprotección también. Es un reto llegar a una cifra exacta, pero cada vez son más frecuentes las personas buscando en la basura o pidiendo dinero para llevarse algo a la boca, pues no tienen otra forma de seguir vivos.

Estas imágenes son prueba de ello.

Joven con gorra y mochila revisa una fila de contenedores azules en una calle de Cuba.

En las ciudades cubanas proliferan las personas que hurgan en contenedores y venden plástico, latas o botellas a las casas de compra estatales para conseguir efectivo. Foto: Frank Lahera O’Callaghan.

Hombre con sombrero y camisa a cuadros introduce el torso en un contenedor azul junto a una pared.

El reciclaje informal es ingreso diario: la Empresa de Recuperación de Materias Primas ajusta precios por metales y envases, pero no saca a la gente de la calle. Foto: Frank Lahera O’Callaghan.

Dos hombres en situación de calle en un portal; uno sentado con muletas, otro de pie; transeúnte al fondo.

La mendicidad se volvió tema político: tras negarla, la ministra de Trabajo dimitió y el Gobierno reconoció vulnerabilidades. Foto: Frank Lahera O’Callaghan.

Hombre sentado en un andén con herramientas y objetos usados; detrás, carrito con letrero “Fritura de harina”.

Oficios improvisados y ventas mínimas sostienen la supervivencia en barrios empobrecidos, en un escenario de necesidades humanitarias crecientes según ONU. Foto: Frank Lahera O’Callaghan.

Hombre mayor camina por la acera con una bolsa plástica blanca y chaqueta abierta.

Cuba envejece: 25,7% de la población tiene 60 años o más, y muchos adultos mayores afrontan la calle con ingresos insuficientes. Foto: Frank Lahera O’Callaghan.

Persona con sombrero y camisa morada sentada en los escalones de un portal, junto a bolsa y sombrilla roja.

Portales y umbrales actúan como refugio temporal ante la precariedad habitacional y la falta de redes de apoyo estables. Foto: Frank Lahera O’Callaghan.

Hombre con gorra rosa, audífonos al cuello y mochila remendada cruza una avenida.

La economía informal mezcla trabajos ocasionales, reventa y recolección. Foto: Frank Lahera O’Callaghan.

Hombre mayor, descalzo y cubierto con manta oscura, mira dentro de un contenedor azul roto en una esquina.

Escarbar en desechos para comer o revender es ya una imagen cotidiana. Foto: Frank Lahera O’Callaghan.

Sobre el autor

Frank Lahera O’Callaghan

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