“Hola. Buen día. Mi nombre es Mel y estoy interesada en su oferta. A continuación adjunto mi CV. Gracias de antemano”.
He perdido ya la cuenta de las veces que he redactado este mensaje para un trabajo y para otro; para un restaurante, para una tienda, para un bazar, para cuidar a una anciana, para pasear un perro… He escrito hasta la fecha unos diez currículums variados; lo único que tienen en común es el nombre, el contacto, y el código postal de la zona de Barcelona donde vivo.
Buscar trabajo se ha vuelto un leitmotiv. He impreso unos doscientos currículums y los he repartido por todos los bares de mala muerte que he encontrado a mi paso porque, según yo, en ellos tendría más oportunidades de que me contrataran de manera irregular que en otros sitios. He tocado puertas, he llamado a personas conocidas, me he abierto perfiles en todas las aplicaciones de empleo que he encontrado. Pasa un día, pasan dos, tres…, una semana…, un mes, y nada.

«He escrito hasta la fecha unos diez currículums variados; lo único que tienen en común es el nombre, el contacto, y el código postal de la zona de Barcelona donde vivo». Foto: Carlos Melián / Periodismo de Barrio.
¡Al fin ha aparecido un trabajo! Menos mal que tengo la bicicleta que me regaló Pablo, uno de mis amigos, cuando llegué a Catalunya. El trabajo es de mensajera: debo repartir pedidos de sushi de un restaurante chino. Hace frío y es de madrugada, ando sola por calles que no conozco, con una mochila más grande que yo. La gente me mira raro cuando abren la puerta, la gente me mira raro desde sus coches, la gente no está acostumbrada a ver a una chica con una mochila de reparto de Glovo.
Mi madre está en Cuba, rezando por recibir un mensaje así: “Mami, ya llegué a casa. Todo bien. Voy a descansar que ando muerta y ya aquí es tarde”. A mi padre le gana la impotencia de no tener en sus manos la solución a los problemas de su niña.
El chino del sushi me dice que me estoy demorando mucho entre una entrega y otra.
¡Bróder, ando en bicicleta, dando tremendo pedal por 30 euros!
La policía me detiene, me dice que sin casco no puedo conducir. Oshún me ha abandonado a mi suerte, pero esta vez estuvo ahí. Si me llegan a pedir mi permiso de trabajo, mi permiso de repartidora, mi identificación… No quiero ni imaginarlo.
Llevo meses esperando un permiso de residencia que podría haberse anulado en unos pocos minutos.
No tengo papeles, no puedo trabajar legalmente. No me dan respuesta a mis aplicaciones en las apps donde estoy registrada. No puedo escribir porque Trump congeló los fondos que financiaban a los medios para los que escribía. No debería repartir sushi tampoco, porque expongo mi proceso legal. Me estoy enamorando y no me lo puedo permitir. Pareciera que ni al amor tiene derecho cuando uno emigra.

Mel toca puertas por toda Barcelona, aferrándose a la esperanza de que alguna se abra. Foto: Carlos Melián / Periodismo de Barrio.
Lunes en la mañana. Bebo un café y reviso Telegram. Me han respondido desde una oferta a la que apliqué como niñera con uno de mis tantos currículums inventados. Me habla una chica, Pau:
“Hola Mel. La vacante se ha cubierto con una conocida, pero si te urge el empleo, estamos buscando una recepcionista para nuestra clínica estética de nueva apertura”.
“Me encantaría, pero actualmente no cuento con la documentación necesaria para ese tipo de puestos, solo tengo un NIE provisional”, le respondo.
“Con eso nos basta. Requerimos buena presencia y educación. ¿Crees que cumples con los requisitos? ¿Nos puedes enviar una foto para evaluar tu imagen?”.
“Sí, considero que sí”. Adjuntar archivo.
Llega otra respuesta a mis postulaciones; esta vez de recepcionista de una barbería de mujeres en el barrio del Born. Una oferta muy tentadora: buen salario, buen ambiente y, lo mejor de todo, aceptaban candidatas en tramitación de papeles.
“Tu perfil nos encanta, creemos que das muy bien con lo que buscamos. Tu currículum es excelente (currículum que había creado específicamente para este trabajo). Tu imagen es idónea por tus tatuajes y tu estilo. Solo tenemos un problema. Para este trabajo necesitamos chicas con cabello corto específicamente, porque sería la imagen del negocio, a quien primero verán las clientas al entrar al local”.
A mí realmente me pareció muy lógico. Principios básicos de marketing. Te muestro lo que te vendo. Vamos, creación de identidad. Tampoco tenía muchas opciones: reparto sushi, siendo explotada laboralmente por 30 euros pero con el cabello largo, o trabajo en una barbería, en un horario cómodo, con un salario digno, estando rapada. Yo lo vi claro: el pelo crece.
Viernes ya, no tengo respuesta concreta de ninguna de las dos ofertas, el tiempo sigue pasando. Llega la noche y con ella un mensaje de Pau disculpándose porque estaba muy ocupada con la apertura de la clínica y no había tenido tiempo de responderme, solo que ahora el nombre de usuario había cambiado de Pau a Bea.
“Tu perfil nos parece correcto, solo nos falta verte sin ropa para evaluar tu físico, recuerda que el puesto es en una clínica estética”.
“¿Cómo que sin ropa?”.
“Sí, alguna foto desnuda o, si no te parece bien, en traje de baño. También podríamos considerar hacer una videollamada para que no te sientas incómoda por enviar las fotos”.
Bloquear contacto.
¿Oshún, dónde estás cuando te necesito, madre? ¿Qué le estás tratando de decir a tu hija con todo esto?
Me aferro a creer que las cosas no pueden ir a peor, que mis diosas no se pueden estar olvidando de mí. Que yo soy un buen ser humano, coño. Que no hay motivos para que la vida me trate así. Que en cualquier momento me responderán de la barbería, donde tengo depositada ya toda mi fe.
Finalmente recibo noticias: he avanzado en el proceso de selección. Ya solo queda realizarme el corte de cabello. Las entrevistas con Marcos, el encargado, fluyen de manera maravillosa. Estaba convencida de antemano de que ese trabajo era para mí.
Por alguna razón, vino a mi cabeza la imagen del novio que tenía en Cuba, diciéndome que a mí me gustaba demasiado mi pelo largo como para cortarlo tras yo decirle una vez, en broma, que me pelaría bajito. Postergué el corte, quería ganar tiempo, algo no me gustaba.
Marcos me da los buenos días y me pregunta si ya desayuné. Me alarmé al momento. La situación comenzaba a salirse de los límites de lo profesional. Decidí darle rienda suelta a la conversación. A estas alturas, ya espero cualquier cosa.
“Tienes que ir a la barbería con dos amigas para que filmen el proceso”.
“¿Qué?”.
“Sí, necesitamos documentar todo el proceso del corte, que más adelante nos servirá de promoción. Quiero planos tuyos entrando a la barbería, tu vestuario debe ser una falda corta y un top. Necesitamos también ángulos específicos. El pelo cayendo, tu tocándote la nuca rapada. El suelo cubierto con tus rizos rubios. Quiero un video también de ti, hablando sobre las sensaciones que te produce el sonido de la máquina al pasar por tu cabeza”.
“¿Para qué es todo eso?”.
“Más adelante haremos una formación y yo te enviaré todos los videos que me habrás enviado anteriormente, para que tú me digas lo que vas sintiendo al verlos. Es peluquería emocional”.
Quedé en shock, era como estar leyendo un porno no explícito, donde yo era la protagonista. No respondí más, y al rato la cuenta estaba eliminada.
Esa vez sentí que mi madre había intercedido. Las hijas de Oshún no se pueden cortar el pelo.

Mel, dentro de un bar, esperando una oportunidad laboral. Foto: Carlos Melián / Periodismo de Barrio.
Sin fuerzas ya, continué en mi incesante labor. Eso sí, cuando vea un anuncio, me presento en el lugar y entrego el currículum personalmente. Y así pasó con una oferta de ayudante en una tienda de ropa de segunda mano. Fui bien temprano y dejé mi currículum de dependiente. El dueño me pareció muy estricto y un poco malhumorado, pero dentro de eso, lo normal. No iba yo a esperar un trato medianamente digno aspirando a un trabajo irregular, y menos después de todo lo anterior. Lo importante del asunto: me dijo que me presentara el sábado a hacer una prueba.
El sábado en la mañana llegué 30 minutos antes, como siempre. Un mendigo que estaba sentado al lado de la tienda me preguntó si venía por la oferta de trabajo de Freddie; le contesté que sí. Con cara de incredulidad me dijo que “no me daba dos días allí”. Sin entender mucho, y tratando de ignorar el asunto, continué esperando.
Freddie llegó con un chico peruano que también estaría a prueba. Al entrar al local rápidamente me puse a barrer —si algo me ha enseñado el trabajo irregular es que a quien te paga le genera placer verte barrer. Apenas me dio tiempo terminar la parte de arriba cuando escuché a Freddie gritando, diciéndome que ya no podía trabajar allí. No entendía qué estaba sucediendo. Supuestamente, el peruano estaba entretenido en el teléfono, por lo que él lo echó de la tienda. Yo seguía preguntándome qué tenía que ver yo con ese asunto. Me obligó a apagar mi teléfono, lanzando un discurso racista y xenófobo sobre los latinos, siendo él colombiano.
Se acercó y me dijo que yo era muy rubia para ser latina y muy latina para ser rubia; intentó acariciarme el cabello y yo asustada me alejé hasta chocar con una mesa que quedaba justo frente al único pedazo de ventana que no estaba cubierto con una cortina. Todo estaba cerrado. Cuando ya veía venir lo peor, asomaron las cabezas unos clientes tratando de averiguar si la tienda estaba cerrada o no. Freddie no tuvo más remedio que abrir y yo aproveché para exigirle que me devolviera el bolso y marcharme de allí.

«De tanto buscar trabajo como camarera, olvido que tengo ocho años de experiencia en diversos ámbitos como creadora». Foto: Carlos Melián / Periodismo de Barrio.
Hay muchas calles de Barcelona por las que no puedo pasar, muchas zonas que ya tengo vedadas. Me acompaña una sensación de miedo que ya se ha vuelto habitual, y una aceptación ante esta realidad. Fui a una asociación de ayudas a los emigrantes a pedir que me devolvieran a mi país, pero hicieron todo lo posible por convencerme de lo contrario. Me asignaron una psicóloga y una abogada expertas en acoso para llevar el caso.
No estoy bien, pero voy mejorando. A fin de cuentas solo han pasado seis meses, aunque la experiencia sea equivalente a dos años. Estoy estudiando inglés y catalán. Estoy escribiendo de nuevo, y todo esto me ha servido para crecer y para reconciliarme con el teatro. A todas estas, el único currículum real que tengo me avala como artista y como escritora. YO SOY UNA ARTISTA. Lo pongo en mayúsculas porque de tanto buscar trabajo como camarera, olvido que tengo ocho años de experiencia en diversos ámbitos como creadora.
Hace falta mucho más para que una cubana, teatrera, e hija de Oshún, tire la toalla. Lo que ayer fue una racha de dolor, hoy es un texto periodístico y, mañana, mi primera obra de teatro en Barcelona.
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