En Cuba, los impuestos no son solo una herramienta para recaudar ingresos estatales; son un reflejo de las tensiones económicas que marcan la vida de sus ciudadanos. Según el economista Miguel Alejandro Hayes, el sistema fiscal cubano padece de profundas ineficiencias que tienen consecuencias directas e indirectas en la economía del país.
Por un lado, los impuestos recaudados en pesos cubanos están atados a una limitación crucial: no pueden convertirse fácilmente en divisas internacionales. Esto dificulta al gobierno adquirir bienes esenciales en el mercado global, profundizando el aislamiento económico del país. A pesar de esto, el sistema genera superávits fiscales que no benefician a los ciudadanos, revelando una desconexión entre las prioridades fiscales y las necesidades sociales.
Pero las consecuencias no terminan ahí. En un contexto de escasez crónica, los impuestos toman una forma menos evidente: los consumidores cubanos enfrentan lo que Hayes denomina un “impuesto oculto”, ya que la falta de productos básicos eleva los costos indirectos de su vida diaria. A esto se suma la falta de reinversión en servicios públicos, lo que agrava las condiciones de infraestructura y calidad de vida.
Finalmente, los impuestos del sector privado terminan subsidiando empresas estatales ineficientes, consolidando un modelo que favorece la dependencia y perpetúa las distorsiones económicas. Esta situación no solo afecta a los emprendedores y pequeños negocios, sino que limita las posibilidades de crecimiento económico a largo plazo.
Entender estas dinámicas es clave para cualquier análisis sobre la realidad económica cubana. En Periodismo de Barrio te invitamos a reflexionar sobre estos temas y a explorar más análisis que desentrañen los desafíos económicos de Cuba.
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