La Seguridad del Estado lo ha vuelto a hacer. En el último mes, ha acosado a decenas de periodistas, activistas y emprendedores. Ha conducido interrogatorios ilegales de más de 12 horas, confiscado salarios y ahorros personales, cámaras fotográficas, teléfonos y computadoras, vulnerado comunicaciones privadas y lanzado amenazas de cárcel. Pero la Seguridad del Estado no es autónoma, es parte de ese ente incestuoso que conforman el Estado, el gobierno y el Partido Comunista de Cuba, y cuando la Seguridad del Estado reprime y criminaliza, es el gobierno quien da la orden.

Todos los periodistas han sido obligados a renunciar a su trabajo en medios independientes. Aquellos que han podido, se han exiliado; pero la mayoría se encuentra todavía en Cuba, sujeta a tortura psicológica y lidiando con la indefensión que se siente frente a un sistema totalitario. Varios son miembros del equipo de Periodismo de Barrio, El Toque, Cubanet, Diario de Cuba, entre otros. Su único delito ha sido contar las historias que las personas en situaciones de vulnerabilidad han querido compartir durante años. Su único delito ha sido hacer periodismo. Pero el periodismo, ya lo sabemos, no es un delito.

Pareciera que la cúpula del Partido Comunista de Cuba, que Miguel Díaz-Canel representa, todavía no está satisfecha con los más de mil presos políticos que mantiene tras las rejas, ni con los cientos ⎯¿miles?⎯ de periodistas, activistas, artistas y académicos que ha forzado al exilio en los últimos cinco años, ni con los más de 850 mil cubanos que, desde las protestas populares del 11 de julio de 2021 hasta la actualidad, han emigrado a Estados Unidos incluso poniendo en riesgo sus vidas. Siempre se puede ir a por más. Se puede intentar apagar cualquier voz que disienta en la isla.

Sus métodos no son nuevos. Llevamos 65 años escuchando los relatos de la represión, de la violencia política. No ha cambiado mucho el libreto, aunque al gobierno cada vez le cuesta más sostener el mito de la revolución liberadora y humanista. Cada vez se vuelve más difícil engañar al pueblo cubano y al mundo. Cada vez caen más máscaras, además de edificios, y dan más vergüenza que orgullo las que un día fueron grandes conquistas de la salud y la educación.

Es cierto que hoy no hay multitudes, alentadas por los discursos interminables de un líder ególatra, pidiendo paredón a gritos para quienes disienten; probablemente porque buena parte de esas multitudes están ya del otro lado del estrecho de la Florida. Y también es cierto que hoy usan maneras más “sofisticadas” para callar, maneras a las que el mundo, las embajadas extranjeras, las Naciones Unidas no prestan tanta atención. ​​Sin embargo, que no fusilen como en los sesenta, no necesariamente significa que no sean capaces de matar, o que no destruyan las vidas y sueños de millones de personas. Saben que con arrebatar a los presos políticos sus mejores años, separar familias con exilios forzosos y provocar traumas y trastornos mentales, van resolviendo. 

El verdadero objetivo del gobierno cubano es y ha sido siempre preservar el poder. A costa de todo y de todos. Y si el pueblo sale a la calle, sus respuestas son las mismas: arrestos masivos, interrogatorios, golpes  a los manifestantes, o incluso disparos con armas de fuego, hasta restablecer la “tranquilidad ciudadana”. 

El gobierno necesita que el pueblo cubano atraviese tranquilamente los apagones y las enfermedades para las que no hay tratamientos, ni medicinas, ni especialistas. Que las madres manden en silencio a sus hijos a las escuelas, con el estómago vacío y los zapatos rotos. Que confíen, ciegamente, en la dirección del país; aunque la dirección del país lleva más de 60 años sin encontrar la solución para los apagones, los estómagos vacíos y los zapatos rotos.

Pero, en medio de su soberbia, a la Seguridad del Estado, al Partido y al gobierno se les escapa que, si bien es cierto que han logrado preservar su régimen desde 1959 mediante el abuso del poder, la razón por la que cual la maquinaria represiva no ha descansado nunca es porque la disidencia no le ha permitido descansar. Ni le permitirá descansar. Mientras en Cuba exista un sistema totalitario, que se sustente sobre la violación de derechos humanos y valores democráticos, habrá disidencia. 

Intentar silenciar al periodismo independiente, para intentar así mantener lejos de la luz pública y en el olvido las realidades que visibiliza y denuncia: las madres sin comida para sus hijos, los ancianos sin medicinas, los hogares en apagones, no hará desaparecer mágicamente esas realidades. Al contrario. Ello sólo contribuirá a prolongar las injusticias y el sufrimiento de la gente. 

Los periodistas independientes, al igual que los activistas, artistas y organizaciones civiles disidentes, son una consecuencia de esas realidades. No al revés. Y claro que los periodistas independientes reciben una remuneración monetaria por realizar su trabajo, pero no hay salario que compense los peligros de hacer periodismo independiente en Cuba. No hay salario que compense las amenazas y el acoso de la Seguridad del Estado, que compense un solo año en una cárcel como preso político, que compense exponerse a todos los tratos crueles, inhumanos y degradantes a los que son sometidos quienes disienten en Cuba. Solo una profunda vocación de servicio público puede motivar a alguien a hacer periodismo independiente en un sistema totalitario. 

Periodismo de Barrio, al igual que otros medios independientes, ha enfrentado desde siempre esos esfuerzos por estigmatizar el trabajo periodístico con la mejor arma posible: haciendo más periodismo. Periodismo de Barrio no surgió para cambiar un censor por otro. Durante estos nueve años de trayectoria, nuestras publicaciones son la evidencia más contundente de que nuestro compromiso y lealtad siempre han estado, y seguirán estando, con la sociedad, la historia nacional, la búsqueda de la verdad y el rigor. Nuestras fuentes de financiamiento nunca han condicionado nuestras decisiones editoriales, ni comprometido nuestra independencia.

Las razones por las cuales tantos periodistas, muchos de ellos graduados de Periodismo en universidades cubanas, han transitado de medios estatales a independientes en los últimos diez años, siguen ahí. Las razones por las cuales tantas personas han empezado a hacer periodismo independiente, sin haber necesitado pisar un medio estatal para entender la censura, siguen ahí. No van a desaparecer imponiendo el servicio militar obligatorio como requisito para estudiar Periodismo en las universidades, ni cerrando la carrera de Periodismo. 

El periodismo independiente existe no solamente por la inconformidad de los periodistas con los medios oficialistas y su subordinación a los intereses del Partido y la Seguridad del Estado, sino también porque existen personas, comunidades, que quieren contar sus historias a través de él. Los medios oficialistas no logran, ni lograrán jamás, abarcar la complejidad de necesidades expresivas de la sociedad cubana. Ni siquiera los medios independientes lo podrían lograr. 

Vivimos en una época en la que las tecnologías han democratizado los discursos y relatos sobre una realidad, han cambiado las relaciones de poder en todas partes, han inaugurado las figuras de los influencers, han permitido a periodistas prescindir de las organizaciones mediáticas tradicionales y hacer periodismo en una cuenta en Instagram, han viralizado y convertido en celebridad en un par de semanas a Rocío Bueno, con sus recetas para Pablo, y a Lis Padilla, con su challenge de la canción Son amores. Y Cuba no queda fuera de esas dinámicas. 

El silencio, la introspección, la discreción, no son exactamente rasgos distintivos de nuestra cultura, aunque existan cubanos con esos rasgos, y esto es algo que jamás ha entendido el régimen; en particular desde la censura del documental PM, que inspiró a Fidel Castro a decir, en 1961, una serie de barrabasadas que trascendieron luego como “Palabras a los intelectuales” y ofrecieron las bases ideológicas de la cultura política, o más bien la cultura policial, en Cuba. 

Quizás ahora pueda parecer que la Seguridad del Estado atesta un golpe de muerte a Periodismo de Barrio, que nos coloca más cerca de nuestra desaparición, al igual que a otros medios independientes. Incluso si no pudiéramos reponernos a ese golpe de muerte y desapareciéramos mañana, las historias que hemos contado a lo largo de estos nueve años nos trascenderán. Ya nos trascendieron. Pero tampoco se entusiasmen. Nosotros somos quienes contamos las historias, y esta historia todavía no ha acabado. 

Sobre el autor

Periodismo de Barrio

Revista digital hecha desde Cuba para ampliar y diversificar la información sobre el impacto del cambio climático en poblaciones vulnerables del país, mediante la producción de investigaciones periodísticas en diferentes formatos y géneros.

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