Gabriela Ramos no recuerda exactamente cuándo su hijo comenzó a tener acceso a Internet, pero cree que fue sobre los cinco años. Al principio, cuando él tenía alguna duda, ella buscaba respuestas en Google: “Él empezó a asociar la idea de encontrar información con Internet”. Actualmente lo usa para ver videos (infantiles o de algún tema que le atraiga) en YouTube. No fue hasta que aprendió a leer y a escribir que el niño tuvo mayor autonomía digital. “Le interesan los temas relacionados con los planetas, el espacio, el sistema solar y datos históricos”, dice Gabriela. Admite, además, que si bien ella no utiliza las opciones de control parental de la plataforma, acompaña de cerca el contenido que consume su hijo.
Eddy Manuel es padre separado; sobre los seis años su hijo accedió al mundo digital: “Tiene su tablet, pero prefiere el teléfono de nosotros o el de sus abuelas, sobre todo para ver YouTube y descargar juegos. Pero últimamente iba mucho a Google y por audio buscaba cosas que le interesaban”. Como tutor le preocupan los contenidos que automáticamente salen en la aplicación, porque muchas veces no son aptos para la edad de su hijo, ya sea por el lenguaje o por la agresividad de estos. Al igual que Gabriela, Eddy asegura que acompañaba e incluso participaba en el tiempo de pantalla, “así él se motivaba a ver otras cosas”.
Tras la apertura de Internet en Cuba, y luego con la pandemia por Covid-19, se ha visto un incremento en el uso que hacen las infancias y adolescencias, como nativas digitales, de las plataformas de redes sociales a las que tienen acceso desde la Isla. En Instagram o en Likee se pueden encontrar perfiles tanto de grupos de secundaria que suben contenido siguiendo los retos virales, como de niños/as pequeños/as cuyas cuentas, aclaran, están administradas por personas adultas. Sin embargo, esto no los hace menos vulnerables.
La huella digital y otros peligros del sharenting
“Esta caja representa la foto real de una niña de 9 años con un bikini dorado tumbada en una toalla. La imagen fue publicada en su cuenta de Instagram, administrada por adultos”, dice el inicio del reportaje publicado en febrero de este año por The New York Times, titulado “Un mercado de niñas influyentes administrado por mamás y acosado por hombres”. Para la investigación, Jennifer Valentino-DeVries y Michael H. Keller “analizaron 2,1 millones de publicaciones de Instagram, monitorearon meses de chats en línea de pedófilos profesos y entrevistaron a más de 100 personas, incluidos padres e hijos”. Cuando en 2022 Instagram lanzó el programa de suscripciones, abrió una puerta para que los creadores pudieran proporcionar material exclusivo y recibir a cambio pagos mensuales. Si bien esta opción solo está disponible para personas mayores de 18 años, “las cuentas administradas por madres evitan esa restricción”, apunta el estudio. Como resultado, entre otras cosas, se destapó que estos casos de explotación infantil no se quedan en la plataforma de Meta, sino que trascienden a aplicaciones de mensajería como Telegram: “Un grupo con más de 4000 miembros estaba altamente organizado, con una página de preguntas frecuentes y una hoja de Google que rastreaba a casi 700 niños, identificándolos mediante hashtags para ayudar a los miembros a encontrarlos dentro del largo historial de chat. El logo del grupo mostraba la mano de un niño en la mano de un adulto”.
Lamentablemente, esta realidad también se ha dado en el contexto cubano. En 2022, la periodista Yuliet Pérez Calaña hizo una denuncia pública en Facebook acerca de un grupo en esta misma red social donde “miles de pedófilos y pederastas compartían fotos de niñas de distintas nacionalidades e, incluso, intentaban contactarlas”. Así quedó recogido en un reportaje de Laura Seco Pacheco, publicado por elTOQUE. “Princesa, yo tengo mucho dinero para gastar en ti”; “Qué linda tu hija, siempre son lindas a los 12”; “Manden mensaje solo niñas, repito, solo niñas. Quiero una bonita amistad o algo más”; “Busco novia de 13 años”; esos eran algunos de los comentarios que se podían encontrar al pie de las fotos.
Cada vez más, expertos comparten sus opiniones sobre un fenómeno que nombran como “instamamis” e “instapapis”: influencers que comercializan contenido sobre sus hijos/a. Se diferencia de otro fenómeno conocido como sharenting, ya que en este caso los progenitores no obtienen ningún beneficio económico al publicar información sobre sus hijos/as en redes, pero les sobreexponen constantemente. Sobre esto, Safer Kids Online, plataforma creada por la compañía tecnológica ESET, desarrolló una iniciativa llamada Digipadres, que incluye materiales de apoyo a familias y niños/as sobre el uso de Internet. En uno de sus materiales de libre descarga definen entre los peligros del sharenting que las niñas y niños “no tienen control sobre su propia huella digital”. Lo que pareciera inofensivo, en realidad, puede que trascienda descontroladamente.
Conocida por compartir contenidos de otras cuentas que, según la descripción de su biografía de Instagram, garantiza la “vergüenza ajena”, Cuba Cringe expone videos de otras personas sin importar su edad. Es un espacio en el que se da vía libre a los discursos de odio. La cuenta, con más de ciento sesenta mil seguidores y otro perfil de respaldo, ha generado una interacción peculiar en la que sus seguidores la mencionan en comentarios para dar aviso de un contenido que (entienden) da vergüenza ajena o cringe, o se lo envían por mensaje privado para que la cuenta lo repostee. Por supuesto, quienes están detrás del perfil no asumen responsabilidad sobre el ciberacoso que puede generar este tipo de dinámicas. Este descargo de responsabilidad se encuentra en sus historias destacadas: “La página no se responsabiliza por lo que comente cada persona, cada persona es responsable de sus comentarios, si va a reclamar algo, vaya directo con la persona que le hizo el comentario muchas gracias” (sic). También da la “opción” de escribir al DM (direct message o mensaje privado) “si algún video tuyo sale y no quieres que sea visto o deseas los créditos del video”, asegurando su eliminación o, en caso contrario, la respectiva mención. Pero, ¿eliminar el video sirve de algo?
“Internet no olvida ni protege”, escribió la divulgadora Friki Mamá (@MellamanSiL en X) en un hilo el pasado 18 de enero, cuando salió a la luz, por segunda vez, un video de la reconocida chef española y conductora del reality “Master Chef” Samantha Vallejo-Nágera y su hijo, que “en su día ya fue polémico”. Alguien lo compartió en TikTok nuevamente y de ahí pasó a otras redes. En 2021, Vallejo-Nágera publicó en su cuenta de Instagram una conversación con su hijo en la que lo corregía por bailar con otro niño: “los niños bailan con niñas”. “La polémica llegó a ser tal”, que terminó eliminando el contenido y dando declaraciones al respecto. Evidentemente, eliminarlo no sirvió de nada. Algo similar le sucedió el año pasado a una influencer cubana cuando para “desacreditarla” se volvió a filtrar un video íntimo suyo en X.
Leodanis cuenta con más de noventa y seis mil seguidores en Instagram. Recientemente ha viralizado una especie de “concurso” en el que regala dinero a quien conteste correctamente sus preguntas o supere el desafío. Más de dos millones de reproducciones tiene su video más viral, casi doce mil comentarios, y se compartió más de ochenta y ocho mil veces. En él, le pide a un menor de edad que le diga cinco consonantes. “Es un ñame con corbata”, “llevo toda la madrugada riéndome”, “ese chamaco acaba de cambiar el alfabeto, los atributos y hasta la palabra consonante en menos de un minuto”, “ese niño que ni se pare en la puerta de un pre” son algunas de las burlas ante la respuesta incorrecta. De qué manera puede afectar al niño la trascendencia que tendrá ese video no podemos comprobarlo, pero, sin duda, será un rastro muy difícil de borrar.
“La culpa es de los padres”. ¿Y el Estado?
En los últimos años ha habido un aumento de los negocios privados de guardería o “cuidos” como alternativa a los círculos infantiles estatales. Algunos, para promocionar sus servicios, comparten en sus cuentas de redes sociales el día a día de los niños y niñas que conforman su matrícula. Se pueden ver fotos o videos con rostros en primer plano, perfectamente reconocibles, en situaciones cotidianas como la hora de almuerzo, de la siesta o realizando actividades lúdicas. Otros, además, se apoyan en este tipo de formato para brindar información a las familias y promover la crianza respetuosa. ¿Qué tan necesaria es la imagen del rostro en primer plano de un niño llorando, en una situación vulnerable, con mocos, claramente desbordado, para hablar sobre la gestión emocional en la infancia y el acompañamiento de rabietas? La crianza respetuosa, como modelo educativo, ¿no debería incluir el respeto a la privacidad de las infancias?
Milagros Lisbeth Gallardo Torres matriculó a su hijo de tres años en una guardería privada. Admite que tampoco hace uso de las herramientas de control parental que proponen las plataformas de redes sociales, pero que necesita conocerlas por si las necesitara en el futuro. Su hijo aún no consume contenido “directamente conectado a Internet”. El testimonio de Milagros fue necesario para comprender qué grado de responsabilidad tiene el centro educativo: “Nos dan un formulario a rellenar, donde se incluye una cláusula muy breve sobre la imagen del nene en redes. Es escrito. Se firma por ambos padres. Yo lo firmé, di el consentimiento. No nos enseñan las imágenes antes de publicarlas. Allí siempre están bien atentos a las demandas de los padres y si hay alguna inconformidad es inmediatamente solucionada. [Pero] no ha habido una explicación de parte de la guardería sobre los riesgos de exponer menores en redes”.
Milagros asegura que conoce los riesgos; sin embargo, reconoce que el consentimiento firmado no incluye la opción de negarse a publicar la imagen o pedir que sea retirada de la red: “Ahora que lo pienso, debería ser más detallado. Yo sé que voy y hablo y perfectamente lo cambian, pero en el papel no hay una redacción detallada, ni te da esa opción. No es algo a lo que le den mucho peso. Por lo menos en el que me dieron a firmar hace unos cuantos meses”.
Por su parte, Yenisleydis Lorenzo, coordinadora general de una guardería privada en La Habana, explica cómo funcionan estas dinámicas en su centro: “Al comenzar las inscripciones siempre preguntamos si permiten que sean publicadas fotos de los niños en nuestras páginas oficiales. Después se firma en el reglamento. Si las familias no desean que se utilicen, pues no se toman. Una vez seleccionadas, las fotos se ponen en un grupo privado de WhatsApp. Si por alguna razón a la familia no le gustó o no quiere que se exponga la foto, lo informa y al momento se retira del grupo, y ya no entra dentro de la selección a publicar”. Yenisleydis afirma que las “seños” tienen prohibido tomar fotos y que esta norma está dentro del reglamento laboral, a excepción de que se les indique “porque se necesita evidencia de alguna actividad del niño”.
Publicar imágenes de menores de edad en Internet puede traer como resultado su uso en situaciones de abuso infantil. El grooming, por ejemplo, según Save the Children, es “una forma delictiva de acoso que implica a un adulto que se pone en contacto con un niño, niña o adolescente con el fin de ganarse poco a poco su confianza para luego involucrarle en una actividad sexual”. El deepfake, “otra forma de abuso sexual infantil, también utiliza imágenes, audio o video que, mediante inteligencia artificial, son modificados para transformarlos en otra cosa y hacerlos pasar por algo real, sin serlo”, explica Friki Mamá.
Según Yenisleydis, las imágenes que utilizan de las niñas y niños de su guardería tienen como “objetivo fundamental compartir experiencias, educar y fomentar una crianza respetuosa”. ¿Existirán composiciones fotográficas para compartir esas experiencias en las que no se vulnere la privacidad del menor? ¿Para educar tenemos necesariamente que mostrar los rostros de quienes no cuentan con la capacidad para consentir o negarse? ¿Hasta qué punto las familias tienen derecho a autorizar la sobreexposición de menores en Internet? La coordinadora asegura que nunca han vivido malas experiencias, ni fotos robadas, ni ciberacoso, ni comentarios violentos: “La verdad [es que] tenemos un equipo de dos personas siempre observando nuestras plataformas”. Pero es muy probable que, en algunos casos, ni siquiera puedan saberlo con certeza.
En la otra cara de la moneda, los centros educativos estatales, a las familias ni siquiera se les pide consentimiento antes de utilizar imágenes de los menores en la televisión nacional. El pasado 9 de octubre, mientras celebraba con mi hija que había recibido la pañoleta azul, llegó una notificación de veintidós fotos reenviadas al grupo de WhatsApp del aula. “Las fotos de Omara García, jefa de fotografía de la Agencia Cubana de Noticias”, decía un mensaje. “Estas imágenes salen hoy en la Mesa Redonda”, continuaba. Nadie nos había pedido consentimiento para esto. Efectivamente, esa noche, en la Mesa Redonda publicaron el video.
En 2018, en el país comenzó a comercializarse el servicio de acceso a Internet a través de teléfonos celulares. Según los datos del Anuario Estadístico de Cuba, emitido por la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI), en 2020 más de 7 millones de personas utilizaban Internet. En marzo de ese año llegó la pandemia de la Covid-19 y cambiaron muchísimas dinámicas. En cuanto a las familias con menores en casa, no tuvieron más opción que apoyarse en la tecnología para sobrellevar el encierro.
Para enero de 2021, las estadísticas de Datareportal apuntan que la penetración de Internet en Cuba se situó en el 68,0%. Un estudio realizado ese mismo año como parte del proyecto Centro a+ Espacios Adolescentes junto a Unicef Cuba arrojó que, de 68 adolescentes encuestados, el 95% se conectaban a Internet solos/as.
El Día Internacional de Internet Segura se celebra, desde 1997, el segundo martes de febrero. Este año, en una nota publicada en la columna de Cubadebate “Código Seguro”, sobre los riesgos del uso de Internet para la infancia y adolescencia, se hacía un “llamado a todos los actores implicados en la protección de la infancia en Internet, como los Estados, las empresas, las organizaciones, los medios de comunicación, los educadores, los padres y los propios menores”.
En Cuba se imparten clases de Informática desde la educación primaria. Para esta investigación no se pudo acceder a los planes educativos que dicta el Ministerio de Educación (Mined); sin embargo, en el portal de Cubaeduca, la plataforma online creada en 2009 por el Mined y actualmente gestionada por CINESOFT (Empresa de Informática y Medios Audiovisuales), se encuentran “hospedados contenidos que facilitan la consulta de contenidos de aprendizaje necesarios en cada uno de los niveles de enseñanza a los usuarios, dígase alumnos, profesores y la familia”.
En el caso de la asignatura Informática, que se imparte desde primer grado hasta séptimo, los contenidos que aparecen en la plataforma para apoyar a estudiantes, familias y educadores en el proceso educativo no incluyen los relacionados con la seguridad digital. En décimo y onceno grado se retoma la asignatura, pero el programa está dirigido al aprendizaje de los “Elementos de tecnología informática y sistema operativo Windows” y a trabajar con la “Hoja Electrónica de Cálculo”.
Educar a las infancias no es solo responsabilidad de las familias. La sociedad en general tiene un rol importante en este proceso. Los docentes, especialmente, deberían contar con las herramientas para facilitar el aprendizaje. Pero si desde las instituciones —y el Estado— no se forma a docentes digitalmente competentes ni se incluye la Seguridad Digital en los programas educativos, las familias quedamos en el centro del debate como únicas responsables. Entonces, ¿prohibimos el uso de Internet?
¿Autonomía digital o control parental?
La hermana menor de Daniela se mandaba fotos desnudas con su novio. La sobrina de Claudio, también. Unas no llegaron a regarse (o eso cree Daniela). Las otras se utilizaron como porno-venganza en los estados de WhatsApp: “acuérdate de la foto del tetón que tengo yo y que puedo publicar”. Daniela y Claudio son pareja. Ella, aunque no está de acuerdo con el uso que se les da a las redes sociales, siente que no hay mucho que puedan hacer como hermana y tío respectivamente, ya que no conviven con las niñas.
La experta en familia y tecnología María Zabala, en la presentación de su libro “Ser padres en la era digital”, invita a “preocuparnos un poco menos y ocuparnos bastante más en todo lo que tiene que ver con nosotros, nuestros hijos, la tecnología y la conectividad”.
“¿A qué edad le darían permiso a sus hijos a que tengan redes sociales?”, pregunté hace poco en mi cuenta personal de Twitter. La mayoría de las respuestas oscilaban entre los 15 y 18 años. Algunas personas aclararon que “nunca” les darían acceso a sus hijos. Mientras tanto, el límite de edad en las plataformas de redes sociales es de 13. Pero sabemos que a estas no solo se puede entrar desde casa. Las infancias también ocupan espacios alejados de la supervisión estricta de la familia y pueden tener acceso desde otros dispositivos.
Demonizar el uso de Internet por menores de edad no es el objetivo de este texto. Conocer los riesgos puede prevenir que estos contenidos se conviertan en material de explotación sexual infantil (mal llamada pornografía). Urgen en Cuba leyes que protejan a niñas y niños de los riesgos que conlleva la sobreexposición (grooming, deepfake, sextorsion), y que se eduque a la sociedad sobre ellas, para que conozcan cómo actuar en cada caso. Urge que las familias cubanas tengan herramientas y habilidades digitales. Urge que en la docencia se priorice la seguridad digital, y que la educación sexual infantil esté desde edades tempranas en los programas educativos. Meterles en una burbuja y que no entiendan cómo funcionan las redes sociales puede que no evite el peligro. Entonces, ¿autonomía digital o control parental? Ambos.