Todo lo malo va a dar al árbol. Nunca lo había pensado así, pero dialogar con Juan Carlos Sáenz de Calahorra, fundador de Nativa. Red de Microviveros, me hizo notar esa realidad y apropiarme de ella. Ahora distingo el verde de otra forma. Camino por las ciudades identificando especies y siendo más consciente de la diversidad vegetal. Se pudiera decir que me ha contagiado su pasión y eso me ha hecho, tal vez, más cubana. Conversamos en su casa, entre pequeñas vasijas donde germinan, más que plantas, esperanzas.
Entre abril y mayo de 2021 se sucedieron decenas de denuncias en redes sociales acerca del mal manejo del arbolado público, fundamentalmente en La Habana. La magnitud de la indignación ciudadana fue tal que el Gobierno tuvo que responder. Varios medios estatales dedicaron reportajes al tema y una Mesa Redonda al respecto fue transmitida. Desde entonces, grupos y organizaciones cubanos, estatales o independientes, intentan revertir el problema de la tala, anillado e incorrecta poda de los árboles urbanos.
El 18 de febrero de 2023 Periodismo de Barrio se hizo eco de una denuncia de Juan Carlos; se trataba del anillado de un roble blanco (Tabebuia angustata) en Nuevo Vedado. Juan Carlos ha formado parte de todo ese movimiento ciudadano hasta llegar a Nativa. Red de Microviveros, una iniciativa con vocación comunitaria, reparadora, memoriosa y decolonial.
De Planta! a Nativa. Red de Microviveros
“Nuestro trabajo empezó caminando, sencillamente caminado. Llevamos dos años en el proyecto”, comenta Juan Carlos. “Soy cineasta, pero un gran amigo, Luis Roberto González-Torres, es botánico. En 2012 crea un proyecto maravilloso llamado Planta! Iniciativa para la conservación de la flora cubana, vinculado a la Sociedad Cubana de Botánica y a la academia, que se propuso horizontalizar el trabajo y buscar formas novedosas para la conservación. La idea de Planta! es que las propias comunidades que están en las áreas protegidas queden al cuidado de los viveros”.
Un año antes de la pandemia, Juan Carlos se unió a la Iniciativa como editor de su página web. Así comenzó su interés por la flora cubana y la conservación de su diversidad. Cuando se hizo viral la crisis de la tala de árboles en 2021, se acercó al proyecto Habana Verde, fundado por Alexandra Lleonart y Lázaro Orihuela, y fue miembro de su equipo de coordinación. “Hicimos una carta a la que aporté algunas ideas. Existe una comprensión del arbolado como dador de oxígeno y atenuante del calentamiento urbano, pero no de que todos los árboles son distintos y tienen orígenes diversos, y esa constituye su riqueza”.
La carta, con fecha 22 de abril de 2021, logró reunir más de 500 firmas. Estaba dirigida al Servicio Estatal Forestal, el Ministerio de Agricultura, el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, la Asamblea Nacional del Poder Popular, el Consejo de Estado y el Consejo de Ministros. Exponía la preocupación de la ciudadanía por la excesiva tala y poda de árboles en La Habana y el resto del país. Además, llamaba la atención sobre cuatro puntos: 1) detener la tala indiscriminada de árboles, 2) detener las podas excesivas o indebidas, 3) crear nuevos proyectos de siembra de árboles, y 4) promover con mayor énfasis la educación sobre la importancia de los espacios verdes en las ciudades y su impacto beneficioso en la vida cotidiana.
Entre las acciones de denuncia realizadas por Habana Verde —luego Cuba Verde— se encuentra la identificación de 155 reportes, entre abril y mayo de 2021, relativos a 237 árboles, de los cuales 38 constituyeron casos de poda excesiva y los 199 restantes, casos de tala. El informe fue publicado por María Lorente Guerra, integrante de ese equipo, quien aclara en el post: “Muchos de los casos de tala son antiguos, este no es un problema nuevo en nuestras ciudades. También, en la mayoría de ellos es imposible averiguar si son casos de tala indiscriminada o no, pero una verdad se impone: los 199 árboles talados y reportados por nosotros, no han sido sustituidos hasta el día de hoy”.
En mayo de 2021, Alexander Zorrilla Torreblanca, director de la Empresa Provincial de Áreas Verdes subordinada a la Dirección de Servicios Comunales de La Habana, informaba que en la provincia existían 750.000 árboles, de los cuales unos 250.000 debían ser sustituidos, y que 72.000 se encontraban bajo redes técnicas. Explicó, además, que desde finales de 2020 se habían acumulado alrededor de 1.200 solicitudes de la población para ejecutar talas o podas de árboles, las que se estaban atendiendo a partir de la tenencia de los recursos necesarios, a lo que él atribuía que la ciudadanía percibiera una “oleada” de estas acciones. El funcionario también puntualizó que de diciembre de 2020 a mayo de 2021 se habían talado casi 900 árboles, y que esa cifra debía duplicarse dada la cantidad de solicitudes de la población.
“Con el tiempo yo he ido comprendiendo que es muy complejo este tema. O sea, es muy fácil asignar al Estado el papel del malo, del insensible, cuando es un problema bien complejo. Quienes talan no son solo las instituciones. También en ocasiones se siembran especies que levantan las aceras, o se hace en parterres muy estrechos. Yo haría un puentecito para no cortar la raíz ni el árbol, pero no todo el mundo quiere o tiene cómo hacerlo. O la raíz viene y rompe la cisterna. Es muy duro, pero con la situación económica esto es un desastre”.
“Lo que hace falta es empezar a sembrar”, continúa Juan Carlos, rodeado de pequeñas posturas. Durante la pandemia, caminando cerca de su casa encontró ocho ejemplares de sabicú (Lysiloma sabicu) en un parque de su barrio. Fue el primer árbol con el que se identificó, aunque no lo conocía. Un amigo botánico le dijo el nombre. Sembró las semillas que allí recolectó en laticas de refresco y luego fue sumando especies.
“Me volví el sembrador del equipo, y un buen día se me ocurrió la idea de una red de microviveros, porque estas posturas pueden estar aquí en mi casa, pero por muy poco tiempo. Esto no es un vivero, y la planta necesita un determinado espacio, un equilibrio. Aquí no hay humedad ambiente, el sol es terrible por la tarde y por la mañana no da sol”.
“El lenguaje y el enfoque fue cambiando poco a poco. En Habana Verde podía hablarse del arbolado urbano, por ejemplo. A mí no me gusta. Puede que utilice en algún momento ese concepto, pero para mí es la flora autóctona o introducida, porque ayuda a entender el asunto y a contemplar especies no arbóreas, que también tienen presencia en la ciudad y cuyos derechos son igualmente violados”.
El mayor impulso lo recibió de José Enrique Mateo, economista que trabajó en el Ministerio de Finanzas y Precios y primo de Juan Carlos. “Él tiene un pensamiento mucho más cartesiano, «ministerial». Logró que todo entrara en caja. Se ha convertido en la persona que recolecta, siembra y hace todo conmigo. Luego se fueron sumando más personas, más espacios. Ya contamos con microviveros en varios municipios y un equipo entrañable que aporta sus saberes y talento”.
Con más experiencia en el trabajo, la red se convirtió en Nativa. Red de Microviveros y creó una página de Facebook con ese nombre para comunicar su mensaje. En Nativa no solo se siembran posturas, también se recolectan semillas, se identifican plantas, se investiga; se registra todo. Hacen ciencia popular al documentar la presencia de especies en sitios donde quizás los botánicos no las tenían localizadas. A los efectos de la conservación es importante saber dónde están los individuos, nombrarlos y socializar esos datos.
Nombrar las cosas para amarlas
Mientras tomamos café, Juan Carlos me explica el concepto de plant blindness o “ceguera de las plantas”, término acuñado en 1999 para describir un sesgo cognitivo: la tendencia humana a ignorar las especies vegetales. “Es cuando no adviertes que hay individuos concretos, plantas concretas que pertenecen a una familia y género, que se relacionan entre sí, como nosotros. Es la idea del ser humano en la cima de la pirámide evolutiva, que se sirve de los animales y las plantas como si fueran desechables. Estamos intentando modificar esa percepción”.
Saben que no son los primeros ni los únicos en intentar cambiar esta realidad. Hay varias personas e instituciones involucradas en la labor. Un ejemplo es la Iniciativa Pro-Arbolado de la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre, que se centra en el apoyo a las autoridades encargadas de recuperar y mantener el arbolado en Cuba y en fortalecer la participación ciudadana. Surgió en 2017 por la alianza entre arquitectos, botánicos y ecologistas, y ha encaminado varias iniciativas, como la publicación de un Listado feliz para arbolado viario en Cuba y el taller internacional “Hablemos de los árboles urbanos”, que en octubre de 2022 abarcó presentaciones, sesiones de grupo, exhibiciones de poda correcta y uso de los medios de seguridad, además de la visita a El Chico, que es el vivero de árboles para una parte de la ciudad.
En Nativa, sin embargo, quieren aportar una mirada más intimista. “Cuando uno nombra las plantas hace que existan individualmente. Estableces una relación afectiva con ellas y conoces que el jubabán y la siguaraya son parientes: Trichilia hirta y Trichilia havanensis. Empiezas a descubrir todo eso. Es algo apasionante, sobre todo para los niños. Yo quisiera que esa cultura comenzara desde la enseñanza primaria. Muy poca gente ha visto un almiquí, por ejemplo, pero los árboles son omnipresentes. Imagínate si los niños supieran nombrar cada árbol”.
La flora nativa
La flora del archipiélago cubano posee entre 7.000 y 7.500 especies, lo que ubica a la nación como el cuarto territorio insular más rico en plantas a nivel mundial y el primero en número de especies por kilómetro cuadrado. Alrededor del 53% son endémicas del país, valor que nos sitúa entre las siete islas con mayor endemismo en el planeta. La exclusividad de nuestra flora también se expresa en la diversificación de numerosos géneros de plantas, propiciada por la compleja formación geológica de la isla. “Tenemos una flora cuya característica no es tanto la vistosidad, como la singularidad. No deja de sorprendernos”, explica Juan Carlos.
A pesar de la importancia de su flora, Cuba es la segunda isla con más especies de plantas extintas en el mundo. En ello intervienen diferentes factores, fundamentalmente generados por el ser humano. En 2016 el boletín Bissea del Jardín Botánico Nacional, con la colaboración de varios proyectos e instituciones, publicó como número especial la “Lista roja de la flora de Cuba”. Dicho documento presenta la evaluación de 4.627 taxones, incluidos 2.417 endémicos, que constituyen más del 66% de las plantas del país. De las especies evaluadas, el 46,31% se encuentran en alguna categoría de amenaza; de estas, el 64,67% son especies exclusivas del archipiélago cubano.
Ese mismo estudio describe las principales amenazas que inciden en el estado de conservación de nuestra flora, asociadas a las actividades humanas. La primera amenaza a la biodiversidad vegetal en Cuba es la presencia de 337 especies de plantas invasoras, de las cuales 191 muestran un comportamiento transformador de los ecosistemas. Entre otras causas se incluyen la deforestación, la agricultura, la ganadería y la fragmentación. Curiosamente, la quinta amenaza identificada es la forestación, lo que pudiera resultar paradójico. Según el informe esto se debe a malas prácticas forestales, las cuales parten de considerar en los porcientos de cobertura boscosa, como zonas deforestadas, áreas cubiertas por matorrales o herbazales naturales de alto endemismo, los cuales se desmontan para sembrar árboles que muchas veces no sobreviven. Originalmente gran parte del territorio nacional estuvo cubierto por formaciones no boscosas.
“La falta de conocimientos acerca de la diversidad vegetal, de las formaciones vegetales específicas, y el no incluir estos conceptos en los planes para la siembra de especies arbóreas, lejos de promover la conservación, se convierte en una de las principales amenazas para las especies nativas”, apunta Juan Carlos Sáenz de Calahorra.
¿Y el arbolado urbano?
En las ciudades es más evidente, para quienes no tienen “ceguera de las plantas”, la pérdida de la diversidad vegetal. “Es muy complejo el fenómeno, porque durante décadas, desde el siglo XIX, probablemente antes, se sembraron especies introducidas excluyendo la mayoría de las nuestras. Luego está esa visión utilitaria que entiende a los árboles como madera, y es como si pasaran a otra categoría, no considerable como belleza o identidad”, comenta Juan Carlos.
En la segunda mitad del siglo XVIII fueron emplazadas en la Alameda de Paula las primeras vías arboladas de la ciudad de La Habana y, posteriormente, a lo largo del Paseo de Extramuros. Para mediados del siglo XIX se habían sumado ya otras de sección privilegiada como las actuales Reina y Carlos III.
En 1859 se aprueba el diseño de ampliación de la ciudad y surge el reparto conocido como El Carmelo, parte de lo que es hoy El Vedado. Lo más significativo del proyecto fue la obligatoriedad del portal de cuatro metros, el jardín de cinco metros y el arbolado público en las aceras. Así se definió la estructura de las calles típicas de la barriada: una vía de ocho metros, con aceras de cuatro metros subdivididas en un área de circulación peatonal y otra de parterre con árboles de sombra. Esta marcó la aparición en Cuba de un arbolado viario de manera continua dentro de parterres, independiente de la circulación de peatones y vehículos. Posteriormente este diseño se aplicó en todas las urbanizaciones residenciales que fueron surgiendo al oeste y sur de la ciudad.
Explica en uno de sus artículos la arquitecta Larisa Castillo Rodríguez, directora de Horticultura y Paisajismo del Jardín Botánico Nacional, que si bien significó un beneficio disponer de espacios para la siembra de árboles en las calles, las especies escogidas no fueron las más adecuadas. Se plantaron “árboles exóticos de los géneros Casuarina y Eucalyptus, a los que siguieron masivamente distintas especies del género Ficus (tales como Ficus benjamina, Ficus retusa, Ficus religiosa, Ficus benghalensis, Ficus microcarpa y Ficus elastica) sin prever los efectos negativos que sobrevendrían con el paso del tiempo”.
Los ficus, de gran porte, crecen rápidamente, requieren poco mantenimiento y, debido a su apariencia extranjera y su frecuente uso en la jardinería europea, gozaban de la preferencia de la floreciente burguesía que habitaba El Vedado. Sin embargo, pronto se acumuló una lista de problemas con las redes, edificaciones y pavimentos, asociados al desmesurado crecimiento de estos árboles de robustos troncos y, en muchos casos, raíces adventicias. A inicios del siglo XX, varias personalidades como Juan Tomás Roig y Mesa alertaron sobre este asunto y propusieron la introducción de especies autóctonas en el arbolado viario.
La sistemática caída de árboles y las muchas afectaciones en la infraestructura de la capital, producto del paso de los huracanes de 1926 y 1944, hicieron que comenzaran a emplearse especies nativas en el arbolado viario y se detuviera la plantación de ficus exóticos. Las especies sembradas fueron majagua (Hibiscus elatus), ocuje (Calophyllum antillanum) y flamboyán rojo (Delonix regia), originario de Madagascar. A pesar de este paso de avance, no todas las nuevas especies resultaron apropiadas para la ciudad.
Al triunfar la Revolución en 1959 se produjeron importantes cambios, particularmente en La Habana y capitales de provincias, en la esfera de las áreas verdes urbanas. Dicho dominio quedó desplazado a la categoría de servicio comunal complementario. Aunque la renovación de las vías se mantuvo hasta los primeros años de la década de los setenta, luego comenzó a declinar hasta llegar al estancamiento. Con la crisis económica de los años noventa los servicios comunales se vieron sensiblemente afectados. En este periodo, sin embargo, se creó dentro del Grupo para el Desarrollo Integral de la Capital un equipo asesor de áreas verdes, que logró algunos resultados positivos. Pero la actividad fue perdiendo fuerza hasta alcanzar el estado deficiente en que se encuentra actualmente.
Otro artículo de Larisa Castillo, en coautoría con José Carlos Pastrana, describe un inventario realizado a 7.662 ejemplares arbóreos y unos 440 arbustos en la zona de El Vedado. Los especialistas llaman la atención sobre la poca diversidad de especies, a pesar de haber cubierto 50 calles de la barriada, con un área de unas 550 hectáreas. De las 49 especies encontradas, predominan tres en número de individuos: los ficus (Ficus sp.), el ocuje y la palma adonidia (Adonidia merrillii).
Esta situación no es exclusiva de El Vedado. Aunque no abundan los estudios al respecto, los que existen dan cuenta del problema. Un trabajo publicado en 2016 sobre el arbolado en zonas de interés histórico y monumental en la ciudad de Santiago de Cuba mostró un predominio de las especies exóticas (77%) frente a las nativas (23%). Otra investigación publicada en 2018, sobre las áreas verdes públicas de la ciudad de Camagüey, informó que solo el 31,25% de las especies detectadas eran nativas, mientras que el 18,75% eran exóticas invasoras.
Sobre el arbolado urbano del reparto Hermanos Cruz en Pinar del Río, se reportó en un estudio de 2019 que, respecto al número de individuos por especie, Adonidia merrillii, Delonix regia, Eucalyptus sp., Caryota urens, Hibiscus elatus y Pinus caribaea resultaron ser las de mayor presencia. Solo las dos últimas son autóctonas. El 64% del total de especies identificadas fueron introducidas desde diversos sitios del mundo.
Sembrar con sentido
En un artículo publicado en Cubadebate, Alejandro Palmarola, entonces presidente de la Sociedad Cubana de Botánica, apuntaba a la necesidad de sembrar y sembrar bien. “Para eso, se debe estimular la producción de árboles nativos, de talla adecuada, en viveros especializados. Hoy la existencia en nuestro deprimido sistema de viveros es insuficiente, casi inexistente, para las necesidades de la capital. Fortalecer los viveros de arbolado debe ser una prioridad, así como la publicación de recomendaciones técnicas para la ejecución de las siembras. Un árbol inadecuado o mal plantado es como una mina de tiempo, que explotará en algún momento. Debemos tratar de no repetir errores del pasado que hoy son costosos y crean múltiples conflictos”.
Para Juan Carlos se trata de sembrar con conciencia. “Primero, sembrar con criterios técnicos sólidos. Sembrar con estudio del espacio, pero también con sentido. En el Pabellón Cuba, por ejemplo, debería sembrarse la flora nativa y endémica de este país, ¿no? Casi nunca ocurre, y es muy triste, porque es un privilegio tener esa flora que solo existe aquí. Ahora probablemente haya más conciencia, por suerte. Vas a los eventos y los decisores hablan el mismo lenguaje, entienden lo que ha pasado, porque uno aprende también de la historia. Solo hace falta que los planes se concreten”.
El problema también implica falta de sensibilidad y conocimiento en la población. “El otro día, caminando por El Vedado, encontré tres almendros sembrados en menos de tres metros por un particular”, prosigue. “Ahí se une todo: malas prácticas, ignorancia y falta de regulaciones. Hay gente que tala árboles porque no dejan ver la casa que recién pintó o el apartamento que recién adquirió, o porque no quieren barrer la acera, porque los árboles «traen mosquitos», porque se pone «brujería» en los troncos, con un sesgo clasista tremendo. En el árbol se expresa todo lo malo a nivel humano y a nivel estatal. Comienzas por el árbol y llegas a hacer una radiografía del país que tenemos”.
Con pesar me narra que en una ocasión sus vecinos estaban chapeando. Él bajó de su casa a presentarse y hablarles de Nativa. Llevaba consigo una postura de sabina de costa (Juniperus lucayana), que es un árbol cubano y del Caribe, raro ya en la naturaleza, precioso y que no crece demasiado. “Se los regalo”, les dijo. Le respondieron que no. Al día siguiente, un vecino le explicó que no siembran nada porque “luego un negro se sube al árbol y entra al balcón”. También el racismo va a dar al árbol. “Todo lo malo”, repite Juan Carlos, “toda la bajeza, toda la chapucería, toda la falta de creatividad, de curiosidad y de amor”.
“Estar en Nativa te da una perspectiva, un sentido crítico mayor a la hora de analizar el árbol, exploras conocimientos a otros niveles. Por ejemplo, ¿por qué sembramos ficus exóticos? ¿Por qué no sembramos otras especies, ficus nativos incluso? Yo creo que eso es parte de la crisis de la empresa estatal, y de la falta de creatividad del emprendimiento privado también”, asevera. “Cuando vino el trabajo en los barrios «vulnerables» después del 11J, en La Timba hicieron a la carrera un parque entre edificios y lo que sembraron fue crotos, adonidias y cocoteros. ¡Cocoteros en un parque que necesita sombra y seguridad! Es muy simpático, pero es muy peligroso. Es chapucería acumulada”.
Otro ejemplo es el rascabarriga (Espadaea amoena), especie endémica con un valor botánico notable porque es la única de su género. “A los arquitectos les encanta el rascabarriga, pero es de lento crecimiento y el Estado nunca sembró esta especie. Ahora no habría posturas suficientes para satisfacer la necesidad. Me llama la atención la poca atención que el proyecto ilustrado y nacionalista que fue la Revolución le prestó a la flora nativa, al menos en las ciudades, a lo que vemos o protegemos en la ciudad. No todo puede quedar en los jardines botánicos o en las áreas protegidas”.
A Juan Carlos también le parece que la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, a pesar de su discurso patrimonial, no entendió del todo la riqueza del patrimonio natural. “Vas a los parques de la Habana Vieja y lo que ves son carolinas, bugambilias, flamboyanes, laureles, cosas así sobre todo. Todo eso es maravilloso, pero ¿por qué nunca se pensó en la flora nativa, la que está todavía en la Loma de la Cabaña, mirándonos casi? El saúco amarillo, el ponasí, el fustete, Ateleia cubensis, la filigrana, el bejuco San Pedro, la pinga de perro —que es un arbusto precioso—. ¿Por qué esa flora, la que había antes de que se edificara la ciudad probablemente, debió sobrevivir en los márgenes, en la periferia de la ciudad, y acogimos todo lo que llegó de fuera olvidando lo propio?”
“Cuando vas a los viveros, grandes y pequeños, si encuentras especies nativas o endémicas, están ahí porque le gustan a alguien, no porque hay un pensamiento cultural detrás, ni un interés en salvarlas, y de esa intención también depende que estimes una planta y la cuides. No la vas a proteger porque «hay que sembrar un millón de árboles». Yo creo que justamente el mejor aliado de la protección es que puedas nombrar lo que ves, saber su origen, luego viene el amor. Ese pensamiento tiene que estar ahí y es la única razón que veo para comprometerse, para «barrer las hojas»”.
Los sueños de Juan Carlos
En Nativa se proponen incrementar y diversificar la presencia de flora autóctona en el espacio urbano, a la vez que apoyar otros esfuerzos por conservar las especies más vulnerables. A través del conocimiento de plantas ligadas a expresiones de la conciencia y el saber humanos, pretenden fortalecer la identidad nacional, así como identidades locales y grupales.
“Sin llegar al chovinismo, al nacionalismo, yo creo que me ha dado más gusto ser cubano el saber que existen 7.500 especies aquí y cuáles son algunas de ellas. Todo eso se va organizando en una idea distinta de lo nacional, de lo propio. Se va creando un sentido de pertenencia mucho más fuerte y profundo”, apunta.
“El nacionalismo no pasó de las frutas «cubanas», que no lo son tanto la mayoría; de la palma real y la mariposa, que viene de Asia pero fue elegida por un motivo histórico y afectivo, y al final es flor nacional porque la cultura es una segunda naturaleza. No hay la obligación de que la flor nacional tenga que ser nativa. Pero hay personas que quisieran como flor nacional a la Magnolia cubensis, que es una planta endémica de una familia arcaica”.
Las plantas cultivadas por la Red de Microviveros tienen como destino mayoritario centros educativos y médicos, instituciones culturales y religiosas, sedes de emprendimientos y jardines privados. La idea es que las personas se comprometan a velar por el desarrollo de las posturas que reciben y sirvan como puentes hacia nuevas personas y lugares. En el presente, Nativa cuenta con nueve microviveros en casas bajo el cuidado de familias; así como 734 posturas creciendo en bolsa y 180 emplazadas gratuitamente o donadas, pertenecientes a 60 especies de la flora cubana. Juan Carlos Sáenz de Calahorra sueña una ciudad más hermosa: “los árboles son parte fundamental del paisaje y creo que puedo ayudar”.