La música infantil a todo volumen y un olor nauseabundo que sale de los estanques de agua verde agitan el aire. El chillido de los monos y el rugido de los leones forman parte del paisaje sonoro del Parque Zoológico de 26. Le pregunto a un trabajador por qué el tejón camina nervioso de un lado a otro de la jaula. “Tiene hambre. Deben comer dos veces al día, pero solo están comiendo por la mañana porque no alcanza”. Me sorprende su sinceridad.
Los trabajadores del lugar tratan con mucho cariño a los animales, han establecido vínculos comparables con el de una mascota doméstica. He visto a un cuidador acariciar a un mapache hembra; le dice “la Gorda”. Un antílope de la India tiene un nombre compuesto, mezcla de dos de sus cuidadores. Estaba distraída con los pelícanos cuando escucho una algarabía alrededor del estanque de los cocodrilos. Un cuidador saltó la enorme cerca para rescatar a un pichón que cayó al pantano y devolverlo al nido en lo alto de la copa del árbol. Fue conmovedor.
En cambio, los visitantes dejan mucho que desear. Una mujer se queja de aburrimiento. “Este zoológico es una basura”, dice. Un niño de unos once años le lanza improperios al chimpancé: “¿Qué tú miras? Te voy a reventar la cara de una pedrada”. La mayoría ríe divertida mirando a los monos saltar y dar vueltas. No ven las jaulas.
No pocas veces han sorprendido a visitantes golpeando al chimpancé con un palo. Uno de los antílopes perdió un ojo de una pedrada.
Los zoológicos son uno de los tantos desafueros de nuestra especie y en el Zoológico de 26, emblemático de La Habana, el desarraigo que viven los animales empeora por la ignominiosa realidad que vivimos en Cuba y la falta de amor de las personas hacia otros seres vivos. De no ser por sus cuidadores estos animales habrían muerto de tristeza y soledad.
En el estanque de los cocodrilos y de los patos ves el gesto del sacrílego que arroja latas, botellas plásticas, envoltorios de caramelos. ¿A quién le importa que allí viva un animal? El que vive aplastado tiende a aplastar…
Los estanques están cubiertos de un agua verde brillante que parece una alfombra. Imagino que entre otras cosas se debe a la presencia de cianobacterias. Le pregunto a un hombre que lleva un cubo de comida para alguna jaula el porqué del color verde de los estanques. “Ya no quedan animales ahí, ahora es un lugar para la meditación”. Necesito unos segundos para recuperarme de esa respuesta e insistir. “Hay muchos mosquitos, ¿es agua estancada?”. Entonces emerge un “Sí” casi mudo. Otro trabajador dice irónico: “La culpa es del bloqueo”.
El ser humano no se siente parte de la naturaleza, sino dueño de ella y de su destino. ¿Cómo puede un ser vivo meter dentro de una jaula a otro ser vivo? ¿Cómo puede un ser vivo disfrutar delante de una jaula?
A la salida me encuentro con un hombre que manipula una cría de cocodrilo como si fuera un juguete. Le tiene la boca amarrada con algún tipo de cinta para que no muerda. Es decir, para que deje ser un cocodrilo y se convierta en una foto.
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