Frecuentemente se hace referencia a la variedad étnica de Cuba; sin embargo, poco se conoce sobre la existencia de los coreanos y su aporte al famoso ajiaco de Fernando Ortiz.
Una muestra de esa diáspora surge en nuestro país el 25 de marzo de 1921, cuando llega un grupo de coreanos procedentes de México. Forzados a abandonar su tierra por motivos de desempleo, se habían establecido en la nación azteca para integrar la fuerza de trabajo de las haciendas henequeneras. Pero atraídos luego por el fenómeno de las vacas gordas en la Isla, más de 200 coreanos se reembarcaron.
Su llegada a Cuba coincidió sin embargo con la crisis causada por la baja de los precios del azúcar en el mercado mundial, y nuevamente se vieron forzados a trabajar en el henequén, cuya plantación se desarrollaba en Matanzas.
Lo que perdura hasta hoy de la identidad cultural de este grupo étnico sobrevivió porque permanecieron juntos en comunidades, siendo la de Cárdenas la primera y la de mayor número hasta el presente, con 309 descendientes registrados, seguida por La Habana con 269 y Camagüey con 150.*
En el proceso de asimilación perdieron muchas costumbres, pero desde su arribo constituyeron la Asociación Nacional Coreana. Esta se encuentra en un vacío legal a causa del nulo reconocimiento por parte del gobierno cubano, pese a lo cual sigue contribuyendo a la comunicación y ayuda mutua de los descendientes, y ello acentúa la identificación de estos como integrantes de la comunidad coreana internacional.
A través de la Asociación se efectuó la recaudación de fondos para contribuir al sostenimiento de la lucha antijaponesa en la península coreana. Existen registros de esas contribuciones y eso ha facilitado la comunicación entre los descendientes y Corea del Sur, país que reconoce de manera activa a este grupo, aunque cuando se produjo la emigración solo existía una Corea.
Hoy día integran la Asociación descendientes desde la primera hasta la cuarta generación. A pesar de una visible desaparición del fenotipo en las últimas generaciones, muchos elementos de su identidad siguen vivos, algunos en un curioso sincretismo con elementos de nuestra cultura.
Más allá de la influencia que tuvo la unidad de este grupo étnico, la posibilidad que ha ofrecido el gobierno surcoreano a algunos descendientes de visitar el país de sus antepasados ha provocado que muchos aporten a la comunidad elementos y modos de vida que se habían perdido. También se efectúan clases dirigidas a los descendientes para aprender a elaborar comidas típicas. La comunidad organiza cursos para estos y para otras personas interesadas en el idioma coreano.
Actualmente, debido a la ausencia de una sede diplomática en Cuba, los procesos consulares son llevados a cabo por la Embajada de Corea del Sur en México. Sin embargo, es admirable cómo a pesar de las dificultades que representa para ellos la ausencia de legitimación, esta comunidad reconoce su patrimonio y lo preserva.
Prueba de ello es la creación de una casa museo (ubicada en la barriada de Miramar, La Habana), en la que atesoran una colección de objetos tradicionales y documentos importantes de su historia. Este sitio se ha convertido en su trinchera, donde las “armas” son el compartir criterios sobre la elaboración del kimchi o hablar sobre la anhelada madre patria.
*Datos aportados por el presidente de la Asociación Nacional Coreana, en entrevista publicada al conmemorarse los 100 años de esa primera emigración a Cuba.
Este trabajo contó con la asesoría de Karla Patricia Lim en la investigación.