Giselle Quevedo Chil tiene 27 años y todo el sol de la tarde metido en la sonrisa. Me recibe con el mismo arrebato que desborda para adueñarse del espacio por donde camina. El vestido, corto. La piel, tostada, y sus tatuajes estilo blackwork. Bajo los pies descalzos las baldosas le resuenan un poco. La casa oscura, enorme, colonial. Me conduce por un pasillo ancho hasta donde tienen el estudio. “Mystic Ink, tinta mística”, me dice.
“Yo estaba estudiando en el Pedagógico la carrera de Lengua Inglesa, pero no terminé porque me invalidaron el componente laboral. Todo por tener tatuajes. El decano me dijo que, aunque yo fuera al aula cubierta, los alumnos me podían ver en la playa”.
El estudio es mediano, cómodo. La camilla de vinil, profesional. Las máquinas, preservadas en sus cajas. Un espejo antiguo da la sensación de espacio duplicado. La armonía no se pierde en este mundo fantástico, gótico, surreal.
Giselle se hizo su primer tatuaje mientras estudiaba en la universidad. “Me empecé a interesar, me hice más tatuajes, y así fui aprendiendo, observando. Luego me regalaron la primera máquina”. Lo que más le gusta hacer es el estilo blackwork. Saca su celular y me muestra ejemplos. “Prefiero los tribales, como los que hacían los aborígenes en Cuba. Son únicos, diferentes, rápidos. Y sé que me van a salir bien porque necesitan una técnica y precisión específicas que he ido adquiriendo”.
Las paredes del estudio ahogan, enmudecen. Hasta el techo, obras de arte. Todas de Rafael Javier Vivanco Sebey. Llega y saluda, cariñoso. Se alisa el pelo largo. Las uñas, largas también. Habla despacio, bajo. Tiene 29 años y la mirada de quien ha vivido mucho. Instructores de Arte lo tuvo en sus aulas por dos años, pero la decepción con esa escuela y la manera en que se imparte en ella la enseñanza lo obligaron a irse antes de finalizar la carrera.
La luz se cuela por la puerta. Recorta la figura de Rafael en el piso, y los bordes quedan pintados de amarillo. “Después hice Construcción Civil, pero seguí pintando porque lo hago desde los ocho o nueve años. Mi abuelo era carpintero empírico. Mi abuela bordaba. De ahí me viene el arte del tatuaje, creo”. Su abuelo le hacía los marcos. Él los montaba con sábanas rotas o en desuso. Les imprimaba un poco de vinil y ya podía pintar con acuarela. Después, una clara de huevo en un poco de agua para atomizar con el spray. Eso sella la pintura.
Le pregunto a Giselle cómo aprendió a tatuar. Dice que lo primero es la teoría. “La mayoría de los tatuadores cubanos somos empíricos, a base de internet y tutoriales. No hay una academia de tatuajes.” Rafael recuerda haber empezado armando su propia máquina y tatuando a un vecino. “Yo no sabía lo que era una máquina, lo que era una aguja”.
En Cuba los estudios de tatuaje no pueden tener patente. No se otorgan licencias porque la actividad es “alegal”. No está criminalizada, pero tampoco incluida en los trabajos por cuenta propia. “Ahora van a dar derechos para asociaciones. Están intentando crear una asociación de tatuadores aquí en Santiago de Cuba. Asociación Nacional de Tatuadores y Perforadores se debe de llamar”, acota Giselle.
Rafael entra al cuarto-estudio y se sienta en el piso. Se cansó de estar de pie junto a la puerta. Se cansó su sombra también. Ahora el sol me da en el cuerpo. ¿Cómo surgió la idea de crear un estudio de tatuaje juntos?
“Nos conocimos a través de Julio, un amigo en común. Él era enfermero, pero lo botaron de la carrera por llevar tatuajes. Hace diez años no era lo mismo. Tener un tatuaje era un escándalo. En cualquier parte del mundo los tatuadores son considerados artistas. Aquí en Cuba somos frikis, drogadictos y delincuentes”, dice Giselle desde la camilla y adopta la postura del loto.
“En aquel entonces, ella trabajaba en un estudio y yo en otro”, dice Rafael. “Ambos tuvimos conflictos en los respectivos trabajos y decidimos unirnos. Rentamos una casa en el centro de la ciudad, invertimos a la mitad, montamos un estudio y le pusimos Mystic Ink. Eso fue en el 2017”.
El póster al lado del espejo muestra un collage de imágenes donde aparecen ellos tatuando. Pregunto por las técnicas y los estilos. Giselle responde que a ella le encanta hacer todo lo que sea trabajo con negro. “También fusiono otros estilos como el old school o tradicional, los mandalas, el punto corrido o punto de arrastre. Hay una gama muy grande, porque un simple cambio de línea ya se identifica como un estilo nuevo”.
Dice Rafael que, en su caso, no es muy bueno en el hiperrealismo, pero sí domina bien el realismo. “Trabajo el punto corrido, neotradicional, old school. Mi gama es más abierta. Dentro de un estilo existen subestilos. En el realismo, por ejemplo, uno puede especializarse en rostros. Nada que ver con el paisaje. Y retrato y rostro tampoco son lo mismo. Pero lo que mejor me queda es el punto corrido o el punto de arrastre”.
En el año 2019 Giselle y Rafael comenzaron un proyecto nuevo, comunitario, y quieren desarrollarlo como parte esencial de Mystic Ink: ofrecer tatuajes gratuitos a mujeres con cicatrices de mastectomía. La iniciativa parte de una historia personal.
“De niña conocí a una mujer en Baire que le arreglaba el pelo a mi mamá —cuenta Giselle—. Había perdido un seno debido al cáncer de mama. Por depresión, esa señora dejó a su marido, más nunca se volvió a casar (…). Mi mamá me explicó que para ella esa pérdida significaba haber sido despojada de su feminidad, que lo identitario en ella se había quebrado”.
Luego, adulta, Giselle comprendió que hay opciones: un implante, una prótesis o, también, tatuar el área. Son maneras, en definitiva, de reconciliarse con el cuerpo y con cómo luce después de la cirugía. “Es difícil llegar a esa última decisión en una sociedad que no acepta el tatuaje. Imagínate un seno faltante tatuado”. Me explica que, no obstante, se acercó a la consulta de mastología del Hospital Oncológico de Santiago de Cuba y preguntó a las pacientes qué podía hacer para ayudarlas. Sobre todo a las que no contaban con otras alternativas. “Con ellas hemos trabajado, para que al mirarse al espejo, en vez de ver una cicatriz, vean una obra de arte que, además, tiene una historia, una intención”.
La mastectomía puede ser radical o parcial. Si es radical, muchas veces la paciente lo acepta con más facilidad porque se resigna a que ya no queda nada, solamente la cicatriz. Si es parcial, a algunas les queda el contorno del seno y pueden tatuarse el pezón con la técnica del hiperrealismo, creando una ilusión óptica. En otros casos, puede ser un diseño a elección propia.
Rafael le sube dos líneas al nivel de su voz. Se entusiasma con el tema. “Hasta ahora, las mujeres que han llegado a nosotros nos han contactado a través de la Dra. Ceila, oncóloga, amiga nuestra. Ella es el filtro. Como nosotros no cobramos por ese trabajo, la doctora nos recomienda y, de esta manera, se nos han acercado las pacientes que se han interesado. También por el boca a boca, que la vida nos ha demostrado que es lo que más funciona”.
Antes de tatuar a la paciente, la doctora pone a los artistas al corriente de la evolución del tratamiento con sueros. Ella es la que da el visto bueno. Un requisito importante es que debe tener más de dos años de operada. “Cuando llegan las pacientes a tatuarse, nosotros les hacemos una serie de preguntas: ¿Hace cuánto terminaste el tratamiento? ¿Qué tipo de cáncer tuviste? También les pedimos que firmen un consentimiento informado donde se explica el procedimiento que se les va a realizar —que consiste en tatuarles el área con el diseño elegido por ellas previamente—, las posibles complicaciones —que son las mismas que las de un tatuaje en piel sana, es decir, se inyecta tinta dentro de la piel y esto puede ocasionar alergias o infecciones si no se tienen los cuidados apropiados— y las indicaciones que deben seguir después de tatuarse, o sea, higiene y cuidado de la zona por una semana aproximadamente”, argumenta Giselle.
Hasta ahora Mystic Ink ha atendido solamente a mujeres cisgénero, porque han sido ellas quienes se han acercado buscando la alternativa del tatuaje para sus cicatrices. Pero están abiertos a recibir a cualquier persona dentro del espectro de la diversidad sexogenérica, con la única condición de que haya padecido cáncer de mama, tenga una cicatriz producto de una mastectomía y la intención de cubrirla con un tatuaje. Nada más.
En ocasiones las invitan al estudio para ver una sesión de tatuaje con otra paciente. De esa forma saben a lo que se enfrentan. No les hacen fotos, porque es delicado y ninguna acepta.
La idea es convertir a Mystic Ink en un proyecto comunitario grande. Por esa razón se están mudando para La Habana, porque en Santiago de Cuba no les fluyen los sueños. “Hay muchos prejuicios en el interior del país. Espero que allá encontremos el apoyo necesario, porque para sacar adelante cualquier iniciativa es inevitable contar con alguna ayuda institucional. De lo contrario, las dificultades se tornan infinitas. Y para llegar al público que necesitamos y ocupar esos espacios hace falta que, al menos, nos permitan trabajar”, expone Rafael.
Divulgar lo que hacen es imprescindible. En La Habana el futuro es menos incierto, consideran; hay menos estorbos y tabúes. Iniciativas similares también han buscado distintos cauces en Santiago de Cuba y, sobre todo, en la capital. Katterine Bravo y Katterine Jústiz, dos muchachas emprendedoras que durante un largo periodo fueron las únicas mujeres tatuadoras de la provincia de Santiago de Cuba, asumieron, además de ese reto, el de tatuar a mujeres mastectomizadas en el salón del proyecto Cassiopeia ArtTattoo de la calle Barnada, al centro de la ciudad de Santiago. También los muchachos de Risink Tattoo, en La Habana, ofrecían la posibilidad de tatuaje gratuito a mujeres con mastectomía radical de más de tres meses, con la idea de “hacer florecer sus cicatrices”.
Las experiencias que cuentan algunas mujeres beneficiadas a través de proyectos de tatuaje gratuito son muy positivas. La belleza del dibujo sobre la piel afectada cobra un sentido diferente. Las fortalece también en corazón y espíritu. Porque salir adelante después de vivir el cáncer de mama y su tortuosa recuperación es tremendo. La carga emocional, la pérdida de autoestima y el conflicto identitario que puede generarse, el estrés de la reconstrucción, la ausencia del órgano extirpado son retos que solo ellas conocen de verdad. Y el uso del tatuaje como alternativa estética es la manera en que han conseguido cerrar sus heridas externas e internas.
Rafael y Giselle hablan de futuro con luces en los ojos. Sin miedo. El muchacho me explica que ahora mismo se encuentran en una etapa de introspección espiritual. “Nos estamos abriendo al universo, y eso es algo que nos debíamos desde hace tiempo. Necesitamos vivir este momento de paz como algo místico, y que quienes nos visiten respiren esa sensación de expansión y libertad. Es importante que el proyecto de tatuar cicatrices de mastectomías tenga nombre, estamos trabajando en eso, porque cuando le pones nombre a las cosas, cobran vida”.