Pensarás que estoy loca, pero yo le hablo hasta a la paloma rabiche. Los animales me entienden. Así le he salvado la vida a algunos perros: mediante la comunicación, porque les enseño que si voy caminando y me paro, ellos también tienen que parar.
La primera vez fue a un bóxer. Yo venía por Maternidad de Línea y un carro dobló inesperadamente. Por instinto di un paso atrás; al verme, el perro hizo lo mismo. Si yo no le hubiera enseñado ese ejercicio lo hubiesen atropellado. Los perros más inteligentes, por cierto, son los mestizos; no sé si es por la liga de razas.
***
Mi nombre es Paula Copello Rivero. Nací en Libertad entre San Rafael y San José, en una casa de vecindad o solar, como también se le conoce. De niña tuve varios perros, casi siempre pastores, pero como tenía que ir a la escuela los dejaba solos. Al regresar, en la tarde, los encontraba muertos, atropellados por un carro.
En los edificios de vecindad la gente es muy “viva”. Siempre algún vecino le decía a mi mamá: “El perro me comió los bistecs que estaban sobre la meseta”, por ejemplo. Entonces ella tenía que reponer la comida que supuestamente se había comido mi perro. Yo llegaba de la escuela y oía las discusiones.
Una vecina acostumbraba a llamar a Zoonosis para que se llevaran al perro. Mi papá, que era dirigente del taller de mecánica de Managuaco, en lo que ahora es el sur de la provincia de Mayabeque, me acompañaba a buscarlo, pero cuando llegábamos a Zoonosis ya no estaba. Como mis perros siempre fueron de raza, porque en ese taller también había un criadero militar de pastores alemanes, se los llevaban los mismos trabajadores.
Poco a poco fui aprendiendo cómo educarlos. Les enseñaba, por ejemplo, a no dejarse colocar un collar por un extraño.
Mi abuela también, de alguna forma, me incentivó a que yo me involucrara aún más en el adiestramiento canino; ella era muy estricta en cuanto al cuidado y educación de las mascotas. Me decía: “Con dos meses el perro debe saber orinar en el balcón”. Y como el perro no aprendiera, lo desaparecía. Eso me obligó a tener una disciplina. Por eso soy capaz de educar a cualquier animal, no solamente a los perros. Durante un tiempo tuve un chivito y lo enseñé a subir a la azotea a hacer sus necesidades.
***
Maruja no tenía miedo a las alturas. La recogí por el Barrio Chino. Tenía todo tipo de bichos, pero me la llevé para mi casa, la bañé y la alimenté. En ese entonces yo tenía 23 perros, todos cuidadores, pero la “custodio” era ella. Sobre las seis de la tarde le ponía su comida y después ella “patrullaba” todo el edificio subiendo por el alero. Era increíble verla hacer ese recorrido cada dos horas más o menos. A las seis de la mañana le daba su desayuno y entonces era que se acostaba a dormir: ¡Una custodio! Al ver que tenía tantas virtudes, quise buscar un mejor destino para ella y así conocí al entrenador de perros del Circo Nacional. Pero no me gustó su sistema, porque él tiene a los perros en unos huecos en la pared. Son como casetas muy chiquitas dentro de la pared y los perros solamente bajan de ahí para hacer los ejercicios. Eso me parece una tortura, el animal necesita libertad. Maruja nació libre.
Al tiempo me fui a vivir a Alamar. Cuando aquello en Alamar lo único que dejaban tener era pececitos. Pero yo tenía a Cali escondida, una perra pastora que criaba entonces. La llevaba a un terreno apartado cerca de mi edificio para entrenarla. Ya ella conocía las órdenes elementales de “junto”, “quieto”, “lugar”, por eso me confié y en una ocasión la solté para que se ejercitara. Pero la perra empezó a perseguir a un gato y se me extravió.
Ese suceso con Cali fue importante, porque me enseñó a no cometer más el grave error de hablarle al perro en otro idioma que no es el propio. Como yo no quería que le hiciera caso a nadie, solamente a mí, le empecé a dar algunas órdenes en inglés. Por tanto, si alguien más la llamaba, no obedecía. Eso es bueno por un lado, pero malo por otro, porque si no llego a estar cerca ese día, la perra se me pierde para siempre.
***
El último pastor alemán que tuve, al que pude entrenar por varios años y ganar muchísimas competencias, fue Puma. Era una belleza. Fue mi amigo, mi compañero. Pero era un perro mordedor. Si lo mirabas te mordía, y si no lo mirabas, también. Y si mordía no abría la boca, había que morderle a él una oreja, la cola, o algo para que soltara. Eso era insostenible. Afortunadamente conocí a Rosendo, un señor que vivía en Zanja y Galeano. Cuando lo conocí él andaba con Londra y Bondra, dos dóberman que aún eran cachorras en ese momento. A cada rato nos encontrábamos por la zona del Capitolio, frente a Partagás y, obviamente, las perras fueron creciendo y mejorando cada vez más su entrenamiento. Eso me hizo percatarme de que el mío era un desastre, que hasta con su sombra se fajaba. ¡Qué grado de agresividad tenía Puma con seis meses! Gracias a Rosendo llegué al entrenamiento canino de forma profesional.Me mostró El choque de Culturas, un libro básico para cualquier entrenador canino. Con él aprendí de manera oficial las primeras técnicas de entrenamiento. Me gustó mucho porque utiliza una manera que se llama adiestramiento respetuoso, es decir, el perro es entrenado desde el respeto a su integridad. También fui aprendiendo la técnica canina cubana, que se basa en métodos de obediencia combinados: el alimenticio con el de asociación. Muy efectiva. Así fue como enseñé a Puma.
El Club de los Dóberman entrenaba en la Finca de Los Monos, cerca de la Ciudad Deportiva. Fui un domingo, que era el día de las reuniones de entrenamiento. Agustín [Egurrola Álvarez], el presidente del club, me presentó al resto de los compañeros, y luego me hizo una prueba para ver si mi perro estaba entrenado. Lógicamente, Puma no obedeció ninguna de mis órdenes; me ubicaron en el grupo de los principiantes. “La escuelita”, le decían. Todo el mundo me miraba por encima del hombro, porque en primer lugar Puma era un pastor alemán en un club de dóberman y, en segundo, yo era la única mujer del grupo. Agustín me dice que tengo el reto de enseñarle un conjunto de órdenes básicas al perro, y que el domingo próximo me iba a examinar. Yo me preocupé por el espacio, pero rápido aprendí que a un perro la obediencia se le puede enseñar en cuatro lozas.
Poco a poco fui ganándome el respeto y la aceptación de todos en el club, porque yo era muy atenta a las clases, mostraba interés y disciplina. Claro, yo vengo del deporte de alto rendimiento, practiqué esgrima por más de 10 años y fui del equipo Cuba en varios torneos. Ese precedente facilitó mi comprensión del deporte canino. Así fue que dejé de ser “la mujer” para ser Paula, la rival de todos ellos. Al cabo de un año hicieron un examen muy fuerte y Puma venció todas las pruebas. Agustín dijo que yo estaba preparada, pero que no podía seguir avanzando conmigo porque mi perro era un pastor alemán. Quise entrar al club de los pastores, pero no me aceptaron porque Puma no tenía pedigrí.
Ahí empecé a participar en competencias de deporte canino. En la primera que me presenté con Puma ganamos el primer lugar en todas las modalidades: cobro del señuelo, obediencia, salto largo, etc. Y así fue a partir de entonces. Siempre ganaba. En Cuba hay un movimiento muy fuerte de este deporte, se practican unas treinta modalidades. Normalmente en competencias destacan unas diez, y Puma era bueno en todas, era un fenómeno. La competitividad es altísima, porque la Federación Cubana del Deporte Canino tiene mucho prestigio a nivel internacional, y lleva ya más de 20 años de creada.
En abril del año pasado se aprobó una Ley de Bienestar Animal en Cuba. Esto era algo necesario, porque es mucho el maltrato a los pobres animales en este país. El maltrato no es solo propinarle una golpiza al animal, sino también dejarlo sin agua y comida, o tenerlo todo el día amarrado bajo el sol y la lluvia, o en azoteas, como los tiene mucha gente. A los animales les afecta mucho el maltrato psicológico: regañarlos por todo sin educarlos, infundirles miedo, no tener un gesto de cariño hacia ellos. Yo he llegado a tener 23 perros, la mayoría rescatados de casas donde los maltrataban, o de la calle.
¿Tú crees que una multa alcanza a resarcir la muerte de un animal inocente? En otros países te pueden condenar hasta a cinco años de prisión por maltrato animal. Una multa la paga cualquiera, pero si hablas de cárcel de seguro se lo van a pensar mejor antes de abandonar o lastimar al gato, al perro… La Ley de Bienestar Animal es una victoria del activismo animalista, pero hay que seguir luchando.
Actualmente yo vivo en un apartamento muy pequeño, de cuatro por cuatro, y tengo seis perros. El deporte canino es mi vida entera, porque es donde ves el verdadero fruto de tu trabajo. La cinología es muy bonita, pero lo que dura la exhibición en la pista son segundos para casi un mes de entrenamiento. Incluso, te diría que la base de la cinología es el deporte canino. Todos los buenos entrenadores han pasado por el deporte canino, para aprender a dominar al perro y que el perro aprenda a obedecer a su dueño. Es como el artista, cuya inspiración luego se convierte en deseo objetivo. Y el resultado es una obra muy bella.
Me encantó el artículo, personalmente conozco a Paula y he escuchado todas esas historias de su propia boca. Es una bella persona con una sensibilidad por los animales muy grande. Muy agradecida estoy de haber leído un texto sobre ella q tenga su esencia.