El 8 de diciembre fue el cumpleaños 21 de Armando Sardiñas Figueredo. Y el día antes se cumplieron dos meses de que hubiera comenzado su sanción de diez meses de trabajo correccional con internamiento, impuesta por manifestarse pacíficamente durante las protestas del 11 de julio en La Habana.
Su perfil de Twitter, manejado por una persona que dejó a cargo, comunicó el 7 de octubre: “Hoy, al llegar a La Lima, donde supuestamente cumpliría sentencia, se les informa a sus familiares que ese no era el lugar correcto ya que Armando, al tener 20 años, es menor de edad frente a la ley”. En ese momento se encontraba en cuarentena en el Centro Penitenciario para Menores Jóvenes de Occidente.
Según el tuit, al cumplir la cuarentena se le informaría a Armando su nuevo campamento.
En días previos, Periodismo de Barrio había conversado con él. Tenía la voz temblorosa y rota. El cuerpo casi todo cubierto de tatuajes. Los ojos, lacrimosos más que tristes. Enseñó el último meme que hizo, un video chistoso. Contó que estaba viviendo con su mejor amiga y la madre de esta.
―He sido un buen muchacho. De mi casa no salgo. Siempre ha sido trabajar, trabajar. Ahora estoy reclamando mis derechos. Los derechos de los ciudadanos de un país ―dijo.
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La madre de Amando falleció en 2013, a seis meses de que él comenzara a estudiar en el combinado deportivo Pepe Barrientos para graduarse como profesor de Educación Física. Quedó al cuidado de la hermana, que ya tenía dos hijas pequeñas. Entonces, dejó la escuela y empezó a trabajar como pintor de casas con una brigada particular. Luego estuvo cuatro años haciendo pizzas en una cafetería hasta que le llegó el Servicio Militar.
Después de la “previa”, por su situación familiar le propusieron trabajar como custodio en el restaurante La Dominica, ubicado en La Habana Vieja y perteneciente a la Corporación CIMEX S.A. Al cabo de un tiempo, sus superiores vieron el talento del muchacho como cocinero y lo pasaron a ese puesto.
El domingo 11 de julio su jefe lo llamó para reforzar la guardia del restaurante. Armando salió de su casa sin comer más que un pan y un vaso de leche sobre las dos de la tarde. Cogió un ómnibus P8 y se bajó en la esquina del hotel Manzana Kempinski.
―Sabía que en San Antonio de los Baños había protesta, pero no me imaginé que llegara a La Habana tan rápido o que sucediera exactamente en el lugar para donde yo iba.
Al ver la ola de manifestantes en el Parque Central se unió a ellos. Caminó un par de cuadras. Gritó “Libertad”, “Patria y Vida”.
―Una de mis motivaciones fue la situación en que estaba Matanzas en aquel momento. Me chocaba la falta de medicamentos, que los casos y los fallecidos aumentaban cada día. No fue por embullo. Pero nunca pensé estar preso porque, hasta donde yo sé, manifestarse es un derecho.
Ese día Armando usaba camisa negra sobre un pulóver verde. En fotos que circularon por las redes sociales se veía a un oficial vestido de civil que lo inmovilizaba por el cuello. Sus amigos lo identificaron y empezaron a mover el hashtag #FreeArmandito.
Sobre las seis de la tarde fue conducido en una patrulla a la estación policial de Zapata y C, en El Vedado.
―Cuando conté éramos 66 hombres de todas las edades en el calabozo: un cuartico de cinco por cinco metros. El piso parecía un mar, lleno de sudor. El agua la traían en una cubeta y con el mismo vasito íbamos tomando todos. Ahí dentro se siguió protestando, diciendo “Patria y Vida”, cantando el Himno Nacional.
Cerca de las 12 de la noche lo trasladaron a la estación de 100 y Aldabó. Por diez días Armando fue el prisionero número 385, en la celda 237. Su primera noche fue interminable; lo interrogaron dos veces.
―Me preguntaron cómo llegué a la protesta, cómo me había enterado, si tenía tarjeta MLC, si conocía a activistas, si alguien me había pagado para que fuera. Yo todo el tiempo decía la verdad: había llegado porque iba para el trabajo.
Recuerda que hubo interrogatorios excepto en los últimos tres días.
―Volvían a peguntar lo mismo y lo mismo todo el tiempo. Tuve como seis instructores y les decía: ¿Qué crees que pase conmigo? Unos respondían que podía ir preso hasta cinco años y otros que saldría con una multa. Me tenían así…
Armando dice que la celda era “impresionante”, aunque no puede describirla con exactitud. La ventilación era casi nula, por ventanas solo había dos huequitos de cinco centímetros. El calor era infernal. Él y sus tres compañeros de celda amanecían bañados en sudor.
La puerta de barrotes forrada con una plancha de hierro impedía la vista hacia el pasillo. Por una abertura de unos 40 centímetros de largo y diez de ancho le pasaban la comida tres veces al día. Desayuno a la seis de la mañana, al mediodía el almuerzo y en la tardenoche la comida. También podía pedir un encendedor tres veces al día para fumar.
―Al quinto día viene una instructora gritándome, diciendo que tenía pruebas en contra mía. Yo diciendo: ¿Cómo que pruebas si yo no hice nada? Ni un golpe, ni una piedra. Nada. En ese momento sacó mi teléfono y me pide que lo desbloquee. Lo revisó delante de mí y anotó la contraseña en un papel. Le repito: ¿Qué pruebas tiene en contra mía? Y me manda para la celda como para que recapacitara. A la hora me vuelven a llamar con el teléfono y sin nada en qué apoyarse.
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El 18 de julio le notificaron a Armando que tendría juicio el día 21, acusado oficialmente de desorden público.
―Ellos decían que tenía derecho a un abogado y que, si no tenía dinero para pagarlo, pondrían uno de oficio. Pero el derecho a la llamada nunca existió. No había cómo avisarles a mis familiares. Al final, llegué al juicio sin ningún tipo de representación o acompañamiento.
Armando recuerda que el 21 lo despertaron a las cinco de la mañana y lo llevaron hacia el Tribunal Municipal de Diez de Octubre.
―El traslado parecía de asesinos en serie. Esposados. La patrulla en la que iba paraba el tránsito para que pasara el otro vehículo que cargaba a los demás presos.
A las 8:30 de la mañana llegaron al tribunal. Los doce acusados se mantuvieron en una celda hasta una hora más tarde que empezó el juicio, el cual se prolongaría hasta las cuatro de la tarde.
―Nadie sabía que estábamos ahí, excepto ellos mismos. A la sala llegaron dos abogados por arte de magia que trataron de defendernos. En mi turno hice la historia de cómo había llegado a la manifestación y por qué. Declaré que había gritado “Patria y Vida”, “Libertad”. El fiscal empezó a cuestionarme ese punto y debatimos sobre el tema.
El veredicto final fue prorrogado para el próximo día. Armando retornó a 100 y Aldabó y esa noche no durmió pensando en lo que podía pasarle. Al amanecer del siguiente día lo trasladaron nuevamente al tribunal y le notificaron la sanción de diez meses de privación de libertad en el Centro Penitenciario para Menores Jóvenes de Occidente, situado en los límites de La Habana con Artemisa.
―Pocas horas antes les avisaron a mi mejor amiga y a su madre que me iban a sancionar. Ellas empezaron a buscar abogado y a hacer esas gestiones.
En el Centro Penitenciario eran seis en el calabozo. Podían ver el sol por una ventana. La ventilación era mejor que en 100 y Aldabó. El problema era el agua. Cada uno llenaba una cubeta al día para bañarse y otra para tomar.
No recuerda a los cuántos días, pero cree que a los tres de estar ahí, personal del tribunal fue a preguntarle si quería apelar la sanción. Armando respondió que sí. Por esa misma fecha le posibilitaron llamar por teléfono.
El 7 de agosto Armando tuvo el juicio de apelación en el Tribunal Provincial Popular de La Habana, acompañado de su abogado. La sentencia fue corregida a diez meses de privación de libertad subsidiada por trabajo correccional con internamiento.
―Llegué a Jóvenes… y me dormí. Pensaba que de ahí me trasladaban al campamento. En eso, un oficial me despierta con la carta de libertad y entonces es que puedo llamar a mi casa para que me buscaran. Nunca imaginé estar par de días en mi casa, volver a ver a mi familia.
El 20 de septiembre Armando recogió la diligencia de requerimiento en el Tribunal Municipal de Centro Habana. Esta indicaba que debía presentarse el 7 de octubre, antes de las dos de la tarde, en el Centro Correccional CTEM radicado en La Lima, Guanabacoa, para cumplir su sanción.
El documento especificaba que las labores que realizaría serían en la agricultura fundamentalmente. Recomendaba llevar toalla, sábana, un cubo, ropa apropiada, utensilios y productos de aseo personal, “con vistas a que se garantice sus mejores condiciones de vida ya que el centro no se las puede garantizar”.
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Los días que estuvo libre, Armando dormía de día y permanecía despierto en la noche. No quiso salir mucho a la calle para evitar problemas. Durante la entrevista con Periodismo de Barrio, su celular no paraba de sonar: notificaciones, llamadas y mensajes.
Armandito tiene más de 8 000 seguidores en Twitter. En su cuenta, @soy_armanditoo, se identifica como Mood Sad (Ánimo Triste), lo que contrasta con el contenido de sus publicaciones: memes y videos de sátira social. Varios de sus tuits han alcanzado miles de “me gusta”. En uno de ellos contó que iba caminando por la calle y un conocido le gritó: “Armandito, yo te apoyo”. “Se me aguaron los ojos y la piel se me erizó. Era un colega que conocí en una dispensada de refresco, pero hasta ahí. Nunca habíamos hablado de nada”, escribió.
―El ánimo de las personas en redes sociales me ha ayudado mucho a no deprimirme, a no sentirme solo. Tantas personas no pueden estar equivocadas. No he cometido delito.
―¿Cómo es la Cuba que deseas?
―Yo quisiera que se respeten los derechos, que no sean violados como son actualmente. Que haya una plena libertad de expresión. Que, por ejemplo, si se me va la corriente pueda gritar cualquier cosa sin temor a que llegue una patrulla a buscarme…