El antecedente
“El antecedente de todo esto es que en Cuba no hay condones. Desde hace dos años es prácticamente imposible encontrar”, me gritó Mariana desde la cocina. “Nosotros nos cuidábamos lo suficiente, pero estas cosas pasan y más en un país donde, te repito, no hay condones hace dos años y si los consigues cada uno te cuesta veinticinco pesos. Entonces, me hice un test de embarazo porque tenía cuatro días de retraso”.
A Mariana le corresponde un policlínico del Vedado. Fue el primer lugar a donde llegó con su esposo, con el objetivo de que la orientaran para abortar. Le pidieron realizarse todos los análisis pertinentes. Le dijeron que volviera al otro día para la regulación, o aborto por aspiración, como también se le llama en otros países.
Acuéstate ahí
“Estuvimos esperando a la doctora desde las seis y media hasta las nueve, y terminaron haciéndome la regulación como a las once de la mañana. Me realizó una serie de preguntas que contesté sin dilatar, porque la veía malencarada. Nunca me preguntó cómo estaba; prácticamente ni me miraba. La enfermera que estaba con ella reproducía el mismo patrón. Entre anotación y anotación, yo les expresé ciertas dudas que tenía y nunca respondieron. Era como si no me escucharan. Y así fue durante todo el proceso abortivo. Me dijo: ‘Acuéstate ahí’. Eso fue todo”.
La doctora le puso el espéculo y comenzó.
“El dolor es indescriptible: una mezcla de que te están chupando, apretando y cortando por dentro. A todas estas, mientras te lo hacen, ellas te amenazan diciéndote que si te mueves te van a herir y todo va a salir mal. Si pides un segundo para reponerte, te dicen que no. Y si te quejas por el dolor, te dicen que cuál es la exageración, que ese procedimiento se lo hacen un montón de mujeres y es como si fuera un dolor de ovarios”.
Nadie puede pensar que eso se sienta como un dolor de ovarios.
¿Con anestesia o sin anestesia?
La regulación por absorción, según la exjefa de Interrupción de embarazos de primer y segundo trimestre y especialista en Ginecología y Obstetricia en el Hospital Materno Infantil de Matanzas (quien actualmente radica en España), es un método que si se realiza con el tiempo adecuado no requiere la aplicación de ningún tipo de anestésico. No obstante, plantea que muchas veces en Cuba la regulación se realiza en cualquier momento. En esos casos, si hay que pasar cánulas grandes o estar más tiempo, sí es necesario anestesia; pero en la Isla no la ponen.
Aun así, en la mayoría de las clínicas fuera de Cuba, este proceso se realiza con anestesia general, local, o con sedantes. Solo en caso de que la mujer en cuestión quiera “vivir” el proceso, se aplica un sedante más leve para que esté consciente. Pero en ningún momento encontré algún artículo que plantease como técnica habitual el nulo uso de sedantes durante este procedimiento. Le platiqué esto a Mariana.
“Igual creo que lo hacen así porque no hay anestesia suficiente en el país; también para que aprendas ‘la lección’ y no le cojas el gusto a estarte haciendo abortos”, respondió.
¿Y dónde está el otro involucrado en el embarazo?
“A los hombres no los dejan pasar”, me dice Mariana en tanto mira a su esposo. “Durante todo esto nadie habló con él. El sermón siempre se lo dan a la madre abortiva, no al hombre. También, es interesante ver cómo la mayoría de las mujeres en las consultas de Ginecología y Obstetricia siempre están acompañadas por sus madres. Lo mismo durante las prácticas abortivas: o vas con tu madre, hermana, o con una amiga, pero pocas veces vas con tu pareja u otro responsable. Por dicha razón, me miraron extrañadas al ver que mi esposo era quien estaba conmigo y me acompañaría durante todo el proceso”.
Los restos fetales y el Hospital González Coro
“Luego de la regulación, la doctora y la enfermera me explicaron, bastante malhumoradas, que si tenía algún sangramiento, fiebre, o alguna anomalía, debía volver a la consulta, ahora en el Hospital Ramón González Coro. Estuve de reposo. Como al segundo día oriné y tuve una enorme hemorragia. Fuimos corriendo para allá”.
En el Cuerpo de Guardia estuvieron esperando cuatro horas. Mariana dentro del hospital, sintiéndose morir por la sangre y el dolor, y su esposo afuera. Después de todo ese tiempo no aguantó más y fue a hablar con la recepcionista para explicarle su caso. “Me mandaron a sentarme y a los cinco minutos gritaron: ‘¡La de la hemorragia!’. Eso, en medio de un salón lleno de personas. Yo me levanté y fui para allá”.
En ese momento Mariana no se llamaba Mariana, sino “la de la hemorragia”.
“Me hicieron un ultrasonido. Dijeron que todo estaba bien, que me fuera. Al cumplirse una semana de la regulación fui a una consulta de seguimiento. Le conté a la doctora malencarada que había tenido leves sangramientos. Me recetó azitromicina. ‘Esto no es lo que tú llevas, pero es lo único que hay ahora, así que te lo tomas’. Me hicieron otro ultrasonido. Tampoco vieron restos”.
“A los tres días volví a la consulta. Le comenté que continuaba con síntomas leves y que dormía mucho. Por primera vez pude reconocer una pizca de preocupación en la cara de la doctora. Dormir mucho es un síntoma de septicemia”.
“Fui para el González Coro a hacerme otro ultrasonido. Entonces, me dijeron muy tranquilos: ‘Sí, ahí está. Tienes restos, pero eso se resuelve fácil’”.
Fácil es no salir embarazada
“Te vamos a hacer un legrado de urgencia”, le dijeron. Supuestamente lo realizarían a las seis de la tarde de ese mismo día, pero no fue hasta las once de la noche que la pasaron y le dijeron que ya no, que había que ponerle antibióticos y que no sabían si la iban a “vaciar”. Fin. No más explicaciones.
“Empecé a llorar. Sin comer, sin tomar agua, sin ir al baño, sin que nadie me explicara nada; en medio de mi ataque de llanto les dije que yo no sabía cómo algo que me habían dicho que era tan fácil se había complicado tanto. Entonces, el médico exclamó: ‘Fácil es no salir embarazada’. Y se fue”.
“Me empezaron a pasear por todo el hospital. Yo no paraba de llorar. Todo el mundo estaba viendo mi llanto sin la más mínima intención de preguntarme algo o, al menos, explicarme por qué no me harían el legrado ese día. Al final, me dejaron en un cuarto de recuperación porque no había donde meterme. No tenía baño. Mi única opción para hacer mis necesidades era una silla con un hueco en el medio y un tibor abajo. A veces, como había residentes y otras personas allá, yo tenía que orinar de cualquier forma y todos me tenían que ver, sí o sí. Recuerdo que en un momento necesitaba hacerlo y había tres residentes al lado mío. No se dieron ni la vuelta. Yo sentía como si estuvieran a la espera de que se me saliera un seno, no sé…, de que yo les mostrara algo sin querer. ¿Acaso es necesario que un grupo de residentes me vea mientras orino o defeco? ¿Es importante eso cuando te van a sacar los restos de un feto? Yo no sé, y aún continúo sin saber, porque nunca me explicaron. Solo me miraban”.
A todas estas, el esposo de Mariana seguía abajo, desde las seis. Eran casi la 1:00 a.m. y no tenía noticias de ella.
“Yo continuaba llorando. Pasó una enfermera. Me sacó de la sala. Le dije que desconocía qué me iba a pasar, que nadie me explicaba nada, que me habían dicho que quizás me vaciaban. La enfermera me sentó en una silla y me explicó. La única persona que me explicó algo calmadamente. Me expuso que me pondrían antibióticos, que debía quedarme en el hospital y después del quinto día me harían el legrado. Esa misma señora se apiadó de mi estado físico y emocional y, aunque no estaba permitido, habló con el conserje para que le avisara a mi esposo y lo dejara subir con ropa limpia para mí y algo de comer. Llevaba casi ocho horas sin ingerir ni agua y estaba manchada de sangre”.
A partir de esa madrugada, los días para Mariana se tornaron confusos. Primero la pasaron a la sala de Oncología, debido a que era en el único lugar donde había una cama disponible. Luego la pasaron a una sala con una rusa recién parida y otra chica a quien le practicarían un legrado sin anestesia.
“Esa fue una de las noches que peor pasé; la rusa no hablaba español ni inglés y no paraba de vomitar en la cama donde también estaba el recién nacido. Pedía auxilio y nadie venía. Yo desde la otra cama, con los sueros, no sabía qué hacer para ayudarla. Solo le decía: ‘Tranquila, tranquila’, y también gritaba, a ver si venía alguien. A su vez, el legrado sin anestesia lo estaban realizando en una sala que estaba muy pegada a la nuestra. Nosotras sentíamos los gritos de la muchacha pidiendo que por favor pararan, que no podía más”.
“También llegó una chica, de la mano de una doctora, para la cual sí hubo anestesia; sí hubo explicación detallada de todo su proceso; sí hubo buenos tratos. Si venía una enfermera, en caso de que se sintiera mal, siempre le sonreían”.
Al tercer día llevaron a Mariana con un grupo de estudiantes porque la iban a agarrar como caso de estudio.
“De repente, estaba con las piernas abiertas y un espéculo metido, con un grupo de estudiantes viendo las paredes de mi útero. La profesora no paraba de decir que las paredes de mi útero eran bellas, que observaran lo lindo que era mi útero, que eso sí era un útero, que se acercaran más y más para apreciar mi útero”.
Entonces Mariana, que antes había sido “la de la hemorragia”, se convirtió en “la del útero lindo”. Un útero lindo con residuos de feto.
Y me dice el doctor: “Si tú quieres tener hijos, yo hago niños lindísimos”
El último día le dijeron que no comiera porque ya le harían los análisis de sangre y, en la noche, el legrado.
Le pusieron una trasfusión de sangre para subir la hemoglobina. Al rato llegó la anestesióloga. “Vino muy alterada y no me hizo ninguna pregunta ni ningún reconocimiento”.
Habitualmente, un anestesiólogo debe hacer una serie de reconocimientos físicos y preguntas respecto al historial clínico y experiencia con la aplicación de anestesia general que tenga el paciente. No la midió, no la pesó, no le preguntó nada.
“Me llevaron al salón. Me pusieron el espéculo, luego la anestesia. Y desaparecí. Por un instante, antes de dormirme, sentí un alivio enorme. Ya nadie me miraba feo, ya nadie me ignoraba, ya no me sentía maltratada, desecha. Ya no sentía nada”.
“Al día siguiente me hicieron un ultrasonido. Me dijeron que tenía coágulos. Me inyectaron algo para botarlos. Yo pregunté si aquello era bueno o malo. No me respondieron. Después de eso no me hicieron otro ultrasonido para cerciorarse de que hubiesen desaparecido. Solamente me dijeron que me vistiera y me fuera a casa”.
“En dos ocasiones, al despertar de la anestesia y al hacerme el ultrasonido, le pregunté a dos doctores (en distintos momentos) si toda esta situación iba a tener alguna repercusión en caso de querer tener hijos más adelante”.
“Ambos me dijeron que no”.
“Ambos me miraron bien coquetos”.
“Ambos me dijeron que si yo quería tener hijos, ellos hacían hijos lindísimos”.
“Uno fue el cirujano que me hizo el legrado”.
“El otro fue el ecografista”.
“Yo no dije nada. Solo me quería ir de ese lugar”.
Lo doloroso de todo esto
En España no se realizan muchas regulaciones, es más habitual el raspado bajo ultrasonido, en el cual siempre se aplica anestesia, me explicó la ginecobstetra de Matanzas. También me explicó que en Cuba todo es “a ciegas” y depende de la pericia del operador. “Hay que saber sentir que no dejaste nada y eso se logra reconociendo el sonido del útero cuando está limpio. En España es más fácil. Se puede ir observando si quedan restos”.
Mariana, desafortunadamente, no tuvo una doctora con la pericia necesaria para saber cómo suena un útero limpio; ni con la pericia necesaria para saber cómo tratar a alguien que va a atravesar por un proceso de esa índole. El dolor indescriptible de una regulación sin anestesia se acrecienta con el dolor que causa no recibir ningún tipo de acompañamiento ni apoyo emocional.
Durante el mes que Mariana estuvo en esas condiciones, solo tuvo contacto con una persona comprensiva entre tantos doctores y enfermeras. Actos como ignorar al paciente, la falta de explicación del proceso, la poca privacidad, la morbosidad, los juicios morales hacia la mujer y, para finalizar, los comentarios acosadores por parte de algunos doctores, hacen de este proceso un infierno.
“La gratuidad no significa que puedan tratarme de esa forma”, me dice Mariana. “Si la cosa va a ser así, entonces mejor pagar”.
Este es un caso muy determinado de maltrato físico, psicológico y espiritual a una paciente dentro de dos centros hospitalarios en La Habana, lo cual no significa que necesariamente esta deba ser la historia de todas las mujeres que han atravesado por dicha situación. No obstante, el problema de la mala atención en Cuba es una cadena que encuentra su origen en el generalizado descontento social en la Isla. Un descontento social que lleva a la deshumanización y a la falta de empatía hacia aquel que casi siempre está justo al otro extremo de la cadena. Hablo del pueblo y, en este caso, hablo de Mariana: una paciente que salió embarazada por la falta de preservativos en Cuba desde hace dos años y a la cual le dejaron restos fetales.