Periodismo de Barrio entrevista a Daniel Díaz Mantilla, escritor y editor cubano. Esta entrevista forma parte de La Revolución de los aplausos, una serie de conversaciones con actores de la sociedad civil que se realizaron entre diciembre de 2020 y enero de 2021, a raíz del diálogo que tuvo lugar el 27 de noviembre de 2020 en el Ministerio de Cultura.
Vamos a empezar por la presentación…
Yo soy escritor, soy narrador, poeta, ensayista, también soy editor. Comencé a publicar en los años 90, como parte de esa generación que se llamó los “novísimos narradores”, y he publicado novelas, libros de cuentos, poesía.
Trabajo en Ediciones Unión desde hace varios años. Antes de eso trabajé como editor alrededor de 12 años en una revista que se llama La Letra del Escriba.
¿Has sido censurado alguna vez?
Bueno, sí. He tenido dificultades en determinados momentos para publicar, por diversas razones. Algunas tienen que ver con el contenido, con la parte ideológica del texto, pero a la vez he tenido la suerte de poder publicarlo todo aquí, en Cuba, sin ningún problema. Es decir, ha habido demoras, ha habido incomprensiones, dificultades… Y algunas también tienen que ver más con la forma que con el contenido, por el asunto este de la hibridez entre géneros y la dificultad para clasificar un texto dentro de los cánones que tienen las instituciones, en este caso las editoriales.
He pasado un poco por encima de esas incomprensiones. En el caso de las cuestiones ideológicas, he tratado siempre de pasar por encima de todas esas incomprensiones, que han sido dolorosas, que han tomado tiempo, pero al final creo que he logrado que se me escuche, que se me entienda. He logrado insertarme en ese espacio que para mí es esencial, porque yo escribo para los cubanos, no solo para los cubanos, pero fundamentalmente para los cubanos. Y como mismo he podido publicar fuera de Cuba, siempre he querido, y lo he logrado, te digo, publicar dentro de Cuba para los lectores cubanos.
¿Y cómo has logrado eso? ¿Cómo has saltado la censura?
La censura por lo general tiene que ver con una incomprensión, con una dificultad entre las dos partes para entenderse, para respetarse, para vencer el recelo. Por lo general, las instituciones ven cualquier forma de crítica casi como un ataque, muchas veces lo han visto así, y cualquier tipo de novedad formal o temática, como algo peligroso o difícil de aceptar. Eso es comprensible también, porque muchas veces quienes deciden son funcionarios, burócratas, personas que no tienen una sensibilidad lo suficientemente desarrollada o actualizada para entender las cosas nuevas o críticas. Eso sucede. A mí, en lo personal, el haber sido censurado en algún momento me ha hecho buscar otros modos de expresión. Siempre desde el respeto, siempre desde la voluntad de llevarle a cualquier persona de cualquier tendencia ideológica o política, un contenido artístico, que es inevitablemente un contenido humano.
Entonces creo que esa censura me ha hecho crecer también un poco como escritor. Y a la vez como ciudadano. He evitado siempre cualquier tipo de confrontación en la que no haya un camino para la comprensión entre las personas. Nosotros podemos tener confrontaciones, podemos tener diferencias, podemos tener incluso discusiones serias, fuertes, pero jamás ha salido de mi boca hacia ninguna de esas personas una ofensa. Y jamás me he negado a la posibilidad de entendernos, de perdonarnos, de reconocernos, más allá del cargo que se puedan tener.
Inicialmente, con mi segundo libro, tuve muchas dificultades. Estuve alrededor de seis años sin publicar en Cuba…
¿Entre el primero y el segundo?
Entre el segundo y el tercero. Y fue difícil, realmente. Fue bastante difícil.
Yo jamás me fui, jamás hice ningún tipo de declaración que pudiera herirlos. Insistí una y otra vez. Y en algún momento las puertas se fueron abriendo otra vez. Al punto de que muchas personas que tuvieron una actitud de recelo hacia mí, que me vieron como un enemigo, o como un enemigo potencial, después fueron mis compañeros de trabajo. Y jamás, ni en ese momento ni después, tuve una actitud hacia ellos irrespetuosa o agresiva.
Yo trato por todos los medios de no crear enemistad con nadie. Creo que las diferencias en cuanto al pensamiento son algo natural, en cuanto a cualquier tipo de pensamiento, incluido el pensamiento político. Quizás seamos adversarios en algún debate, pero jamás seré enemigo de ninguno de ellos. Esa es mi posición.
¿Crees que la literatura, el arte en general, tiene alguna función social?
El arte tiene una función social siempre. En el momento en que el arte no tenga una función social, no es arte. Tiene muchas funciones, y todas son sociales. Tanto las cuestiones puramente estéticas como las cuestiones que tienen que ver con el movimiento de ideas. Son aspectos todos de la vida social, y la cultura es sólo en sociedad, y el arte también.
Háblame de las cuestiones que llevaron al 27N.
Creo que el 27 de noviembre [de 2020] confluyeron dos cosas distintas, pero que armonizan siempre, que siempre han estado de alguna manera juntas. Y es importante desligarlas, distinguirlas, para el análisis, para la comprensión, pero también hay que entender que esas cosas van juntas siempre. Es el eterno problema de la política y el arte, o la política y la cultura. Que haya contenidos políticos en la literatura o en el arte en general, es una cosa totalmente legítima. Es decir, el arte se ocupa también de la política como un aspecto de la vida de las personas, pero el arte no es política. Tú puedes hacer política con el arte si quieres, o puedes no hacerla. Eso es decisión de cada cual, como creador, pero no es ilegítimo abordar las cuestiones políticas dentro del arte.
Creo que ese día 27 hubo una parte de los reclamos de las personas que nos reunimos allí, que tiene que ver con cuestiones puramente artísticas, o de política cultural, no de la otra política, y son cuestiones muy antiguas, cuestiones que se van reactualizando, que van resurgiendo casi al ritmo de las generaciones. Por ejemplo, la cuestión de lo culto y lo popular en los años 60. Todo el debate, toda la falta de entendimiento que hubo entre las partes en ese momento, es una expresión del mismo conflicto. La polémica entre el arte realista y el abstracto, o los problemas con la música rock en los años ‘70, ‘80, ‘90, que yo los viví personalmente. Todas esas incomprensiones que en algún momento se han ido zanjando o se han ido resolviendo, yo creo que, parcialmente, son parte del mismo conflicto que incidió ese 27 de noviembre. Y son síntomas de que las soluciones que se le dieron a ese conflicto en los distintos momentos, con sus manifestaciones específicas, no resolvieron el problema de una manera satisfactoria o total.
Hay que entender también que la relación del artista con la sociedad y con las instituciones es una relación muy conflictiva. El arte es crítico e incide en la sociedad para cambiarla. Eso es ser revolucionario también. Además de eso, el arte es súper dinámico. Si una cosa no puede permitirse el arte es ser repetitivo y monótono. Y, por otra parte, las instituciones culturales, y esto es válido para cualquier institución cultural del mundo, las instituciones culturales forman parte de una burocracia, de una estructura que es más bien lenta en su movimiento. Eso hace que los conflictos reaparezcan una y otra vez. Lo que se necesita quizás es un modo de resolver ese desfase, que no sea agónico, que no sea tan crítico.
Nosotros tenemos, por ejemplo, congresos de la UNEAC, de la AHS, tenemos mil encuentros que cada cierto tiempo se realizan, debates, sobre todo después de una crisis como esta viene una especie de diálogo, un debate como ese que se hizo en estos días por parte del Ministerio de Cultura con algunos jóvenes. Siempre tenemos esos momentos. Pero realmente lo que necesitamos, independientemente de que esos encuentros ocurran, es un debate constante sobre nuestros problemas artísticos, culturales. Esa dinámica del diálogo tiene que ser habitual en los medios, en las instituciones, entre los ciudadanos, porque, ya te digo, el arte es dinámico como es dinámica la sociedad. Va cambiando, va evolucionando, y si uno espera a que haya una crisis para hablar sobre el problema, entonces está todo el tiempo entre la represión de lo nuevo y la crisis de lo nuevo que trata de imponerse. Eso no es muy saludable. No quiero decir que no deba haber congresos de la UNEAC ni de la AHS, sino que debe haber un diálogo más fluido entre las instituciones y los artistas.
¿Cuáles fueron tus exigencias ese día?
Yo no tenía ninguna exigencia personal. Después si quieres llegamos ahí. Hay otra cosa que quería decir con respecto a esto…
Mira, te decía que, por un lado, está la cuestión que tiene que ver con el arte. Hay una manera en que tradicionalmente se han abordado esos temas del arte, que es la politización de los problemas. Cuando yo era joven, oír rock era diversionismo ideológico. Y cuando personas como Fernando Rojas o Abel Prieto eran jóvenes, la cuestión de lo culto y lo popular… es decir, un arte, digamos, elitista, era también conflictivo. Poco a poco se han ido trascendiendo esas dicotomías, esas visiones demasiado parcializadas, visiones que nacen desde la incomprensión y desde cierto recelo, porque también hay que entender que vivimos en un país con un contexto social, político, etcétera, que es muy complejo, y no hay que negarlo, no podemos tapar el sol con un dedo: tenemos un vecino muy poderoso, con el cual las relaciones no son muy amistosas, y esa sombra gravita sobre todo lo que sucede en nuestro país. Por eso a veces vemos fantasmas donde no los hay, y a veces también no vemos los fantasmas que están ahí. Es muy complejo.
Yo pienso que hay que tratar de entender la complejidad de la realidad donde vivimos, y también tenemos que entender, y esto es sobre todo para las instituciones, que el hecho de que tengamos a ese vecino ahí en el norte, no puede ser una justificación para negar las diferencias que tenemos entre nosotros. Al contrario, esas diferencias tenemos que aprender a vivir con ellas y hacer una armonía con esas diferencias, para que no venga desde afuera cualquiera, amigo o enemigo, a hacer algún tipo de intervención, que va a ser al final siempre dañina para nosotros.
Tenemos que aprender que los Estados Unidos no se van a ir de ahí, van a seguir estando ahí, y nosotros tenemos que seguir viviendo aquí, en armonía con nuestras diferencias.
Ese fantasma es peligroso: existe alguien ahí siempre tratando de incidir en nuestra realidad, y no debería hacerlo. Pero ese fantasma no nos puede volver paranoicos.
Entonces ya estoy hablando de la otra parte que incide en lo que sucedió el 27 de noviembre, que tiene que ver con cuestiones políticas específicamente. Es decir, eran artistas, pero eran a la vez artistas y ciudadanos los que asistieron al Mincult. Y hay cuestiones que tienen que ver con la censura en el arte, pero hay cuestiones que tienen que ver con los derechos ciudadanos. Son dos problemas que tal vez digas que no tienen que ver, pero sí, porque un artista no es artista nada más, es una persona como cualquier otra, y todas las incomprensiones, todas sus ideas, todos sus anhelos, todos sus deseos, todos sus problemas, se vuelcan en su arte. Y si haces una lectura parcializada de su arte, le estás quitando dimensiones a la persona, le estás quitando dimensiones al artista. Lo cierto es que Cuba es una sociedad plural desde hace mucho tiempo, siempre lo ha sido, con una diversidad de aspiraciones, de sueños, de ideas políticas, que uno puede o no compartir, pero que no puede negar: existen. Para resolver los conflictos que esa diversidad conlleva tenemos leyes, para eso tenemos códigos de conducta como cualquier sociedad del mundo, y para eso también tenemos mecanismos para hacer consensos. Nosotros aprobamos una Constitución en 2019, y mira, una Constitución, que es un consenso, nunca satisface a todo el mundo cien por ciento, porque uno tiene que ceder en ciertas cosas, tiene que aceptar la voluntad de los demás. Pero también uno encuentra cierto avance a nivel social, a nivel legal, en un documento como ese. Yo pienso que esta nueva Constitución trae muchísimos derechos, por lo menos en la letra, en el texto, muchísimos derechos a los cuales nuestra sociedad no está habituada, nuestras instituciones no están habituadas, hay que reajustar, siempre ante una nueva Constitución hay que reajustar muchas cosas, y esta Constitución trae muchas cosas nuevas para nuestra sociedad.
Y el diálogo que ocurrió el día 27 fue con un apego total a esta Constitución. Por parte de todas las personas que hablaron ahí, que fueron personas muy diversas todas, y entre los 30 creo que no coincidimos dos personas en todo lo que piensan, como es lógico. Pero tenemos un marco legal, un marco institucional, y tenemos la voluntad, no solo los 30 sino en general, toda la sociedad cubana, incluidas las instituciones, los funcionarios, tenemos la voluntad de respetar nuestras leyes, las que nosotros mismos nos hemos ido dando con el tiempo. Y esa es la base, pienso yo, sobre la cual se puede debatir, construir, adversar. Hay que entender también que un adversario político no es un enemigo. No necesariamente es un enemigo.
Entonces tú, como creador que ha lidiado con la censura, ¿cómo llevas tu relación con las instituciones? Porque trabajas en una…
Yo siempre he visto las instituciones estatales como algo necesario y útil. En un país como el nuestro, que es subdesarrollado no solo económicamente sino también culturalmente, aunque estamos quizás muy por encima de otros países de nuestra región en cuestiones de educación, de sensibilidad, de cultura, pero somos un país subdesarrollado en todos los aspectos, necesitamos instituciones que fomenten el desarrollo de la cultura, que eduquen, que creen espacios, que cuiden el arte que se hace del influjo que puede tener el mercado más desatado, ¿entiendes?; protección, por ejemplo, del kitsch, de la vulgarización de los contenidos. Y para eso sirven las instituciones, no solo las estatales, pero las instituciones estatales tienen un peso súper importante en eso. Hay que tener esto en cuenta. Las instituciones estatales no son enemigos, son necesarias y son o pueden ser aliados. Depende de cómo actúen, pero pueden ser aliados en el proceso de crear, de producir arte, de educar la sensibilidad, de crear espacios para el artista, para el crítico, para todo tipo de trabajo intelectual.
Entonces, mi posición siempre ha sido esta: trabajo con las instituciones culturales para la cultura cubana, para el pueblo cubano. No trabajo para las instituciones culturales, trabajo con ellas. Eso significa que en el momento que haya desencuentros, incomprensiones insalvables, puedo seguir trabajando para la cultura, para el pueblo, sin las instituciones.
Sin embargo, me decías que crees que hacen falta otras instituciones, no sólo las que existen.
Sí, el problema es que las instituciones del Estado son útiles, son válidas, son necesarias, pero no son las únicas que podemos tener. Yo te hablaba antes de la lentitud con que esas instituciones burocráticas, o que tienen una estructura burocrática… la lentitud con que esas instituciones asumen lo novedoso en los códigos de expresión y en las ideas que se manejan. Por eso también es que son necesarias otro tipo de instituciones culturales creadas, dirigidas, fomentadas por los propios artistas, o por otros actores que pueden ser críticos, o investigadores de la cultura, creando cierto tipo de marco institucional o legal donde quepan esas instituciones, que podrían ser una cooperativa o un trabajo por cuenta propia. Siempre, por supuesto, con respeto a ciertas normas, a cierta legalidad, pero ese otro tipo de instituciones es importante.
En el caso de la literatura, que es el que más conozco, casi todas las revistas literarias de antes de la Revolución eran instituciones culturales, pero desde los propios artistas. Con o sin apoyo de mecenas, con más pobreza o con menos pobreza, pero una revista como Orígenes, o una editorial como Orígenes, eran una institución. Era una institución por la importancia, por el respeto que logró ganarse, por la capacidad para legitimar artistas y tendencias estéticas dentro del campo de la cultura cubana.
Y otra revista tan adversa a esa como Ciclón, por ejemplo, la que hizo Virgilio Piñera, que fue un momento de ruptura con Orígenes, esa revista también era una institución. Fue una institución breve, sí, porque como te decía antes este es un país pobre, los artistas no tenían muchos recursos, pero son instituciones también. Y son instituciones que defienden posiciones estéticas, a veces beligerantes con otras, pero beligerantes a un nivel, y nunca esa beligerancia es exclusión de lo otro: es debate, diálogo, debate a veces intenso, pero al final todas están construyendo lo mismo: están construyendo un devenir como sociedad, como cultura, una identidad, que es diversa, que es plural. Hoy quizás no vemos la gran diferencia entre Orígenes y Ciclón, a pesar de que en su momento las tensiones fueron bastante grandes entre Virgilio y Lezama. Son así las cosas.
Yo creo que en estos tiempos también tenemos muchas maneras diversas de hacer el arte. En el cine, por ejemplo, con el abaratamiento de todos los medios, en las artes plásticas, también; la aparición de un nuevo espacio inmenso que es el ciberespacio, para la difusión, para la promoción de contenidos… Todo eso nos pone en una época totalmente distinta, en Cuba y el resto del mundo. Y también hay distintos mecenazgos, apoyos, algunos canalizados a través de crowdfunding o cualquier otra vía, por medios digitales o no. Todo eso nos coloca en una realidad distinta. No podemos pretender que todo se mantenga como en los años 90 o en los años 80, es decir, hay cambios en el mundo, en Cuba, y esos cambios tienen que expresarse en nuevas libertades, en nuevas posibilidades, porque eso es crecimiento, eso es avance.
¿Cuál fue tu intervención en la reunión con el viceministro Fernando Rojas?
El día 27 yo les recordé allí a los compañeros con los que nos reunimos, el momento en que se fundó el Ministerio de Cultura, que fue un momento, digamos, de cambio. Cuba venía de un periodo muy, muy terrible, de ruptura de la comunicación entre los artistas y las instituciones del Estado, ese periodo que se llamó Quinquenio Gris, pero que realmente empezó mucho antes y duró todavía un poco después del año 75.
Para poner fin a ese Quinquenio Gris se fundó el Ministerio de Cultura; para reconstruir el diálogo y la armonía entre los creadores, las instituciones y la sociedad, se creó el Ministerio de Cultura. Fue un momento de esperanza muy grande para todos los artistas y para todos los políticos de ese momento. Ese espíritu fue el que yo traté de que se recordara en esa reunión del día 27. Hablé de la necesidad de vencer el recelo, de escuchar, de reconectar con los jóvenes creadores, de encontrar una vía para comunicarse, para dialogar. Esa fue una parte de mi intervención, que tiene que ver específicamente con las cuestiones culturales.
La otra parte de mi intervención tuvo que ver con los derechos ciudadanos de esos artistas, con ciertas prácticas que incluso la ley proscribe, y que desde ciertas instancias del poder en Cuba se están usando habitualmente. Prácticas que implican la represión, la exclusión, y que no son aceptables de ninguna manera. En primer lugar, porque están convirtiendo en enemigos a quienes no lo son, y en segundo, porque ellos tienen que respetar las leyes también. Todos tenemos que respetarlas. Si esas son las leyes revolucionarias, son las leyes de nuestro Estado socialista, cómo es posible que, desde el Estado socialista, una instancia, una parte de ese Estado, sea capaz de violarla. Eso no puede suceder. Yo le hablé de eso al viceministro de Cultura, porque lo cierto es que, aunque sea el Ministerio de Cultura, es parte del Estado y tienen un mandato, que es velar porque la Constitución se cumpla, porque las leyes se cumplan.
Pero no dije eso, ni lo digo ahora, ni lo diré jamás, desde la posición de un enemigo. Lo dije allí: me alegro de que tengamos una Seguridad del Estado, es necesario tenerla, todos los Estados tienen que protegerse de la injerencia de cualquier otro Estado; hay muchísimas acciones oscuras que se hacen entre unos y otros, incluso entre Estados que parecen amigos. Si recuerdas, por ejemplo, lo que sucedió entre Ángela Merkel y Donald Trump a raíz del descubrimiento de todo el espionaje masivo que se hacía hacia instituciones y funcionarios de Alemania, tú dices: pero bueno, ¿no son amigos? Es decir, eso es una práctica habitual, no es saludable, pero uno no puede soñar con que eso no exista, y hay que protegerse. Es decir, necesitamos realmente una Seguridad del Estado, necesitamos contrainteligencia, necesitamos policías, necesitamos ejército, todas esas cosas las necesitamos. Yo no quiero que eso desaparezca, y no los veo como enemigos ni como una amenaza a mi libertad, pero me parece que hay una falta de comprensión, primero, de la diversidad de nuestra sociedad, que es legítima, que es natural; y quizás de la nueva realidad en la que estamos viviendo desde que tenemos esta Constitución nueva. La incapacidad para ver personas distintas y no enemigos.
En el tiempo que estuve dialogando con esos muchachos que recién conocí el día 27, no vi personas que pudiera catalogar como enemigos, personas a las cuales pudiera decirles “contigo no hablo”. No los vi. Y vi posiciones políticas, ideológicas, muy distintas de las mías. Pero vi la posibilidad de conversar, vi la posibilidad de convivir y de construir juntos cosas, cosas que son buenas para ellos y para nosotros, para todos. Eso es lo que me movió a trabajar con ellos, y lo que me ha movido a ponerme al lado de ellos en esta búsqueda del diálogo. A mí no me gusta decir en esta batalla o en esta lucha o en esta guerra, porque para mí no es una guerra. Yo trabajo con las instituciones, muchas de esas personas son mis compañeros de trabajo de muchos años, y hemos tenido conversaciones de todo tipo, desde broncas hasta conversaciones de amigos, y no son mis enemigos, ni aun en el momento en que hayamos tenido un malentendido, jamás los he visto como enemigos, y esos muchachos tampoco lo son. Entonces estoy ahí con ellos precisamente porque quiero que todos ellos y los otros tengan un espacio para vivir aquí y para realizarse.
¿Creíste que ese diálogo del 27N iba a llevar a algún lugar?
Si no hubiese creído que podía salir algo bueno de ahí, no hubiese perdido mi tiempo haciéndolo.
Yo estaba escribiendo antes de que sucediera todo eso, un rato antes de irme para el Ministerio de Cultura estaba escribiendo, y necesito seguir lo que estaba haciendo. Para mí eso es muy importante. Y paré porque sentí que era necesario estar allí, y todos estos días en los que estuvimos en INSTAR con esos muchachos, dialogando, tratando de encontrar vías, de ponernos de acuerdo y construir un camino para ese diálogo, para mí no fue tiempo perdido. E incluso ahora, después de haber visto la manera en que se resolvió ese problema, que no fue una solución realmente, o no fue una buena solución, me parece, de ninguna de las partes. Pero incluso con este resultado que hemos tenido hasta ahora, no fue una pérdida de tiempo.
A mí me parece que esta ruptura es la evidencia de que tenemos un problema serio que resolver. Quizás ahora no sea el momento de insistir con el diálogo, de insistir en que hay que sentarse a dialogar, porque estamos todos tensos, crispados, dolidos, nos sentimos traicionados. No digo yo, digo todos. Me imagino que hay muchos compañeros de trabajo o personas que me conocen, que están dolidos conmigo, por haber estado allí con esos muchachos. Y ese malestar no es el clima adecuado para un diálogo constructivo.
Ahora creo que lo más necesario sería que nos sentemos cada cual a reflexionar, a pensar en lo que hicimos bien, en lo que hicimos mal, en dónde fuimos intolerantes y en dónde no queremos ceder, y en cómo ceder sin traicionarnos a nosotros mismos. Tenemos todos que reflexionar mucho, porque lo que ha sucedido no le gustó a nadie. Ni a ellos les gustó que nosotros fuésemos a las puertas del Ministerio de Cultura a exigirles, ni a nosotros nos gustó que en los medios masivos hicieran toda esa serie de asociaciones locas de los que fuimos, un grupo de artistas o personas con sensibilidad artística, con preocupaciones artísticas, asociados de pronto con gente que quiere que un millón de cubanos mueran, o gente que tira cocteles molotov en no sé dónde. No. ¿Por qué se nos asocia a eso? Eso es un error. Y entiendo que están desde la trinchera temiendo el avance del enemigo. Sí, hay un enemigo, y sí, quiere avanzar, pero no somos nosotros. De verdad que no.
Entonces hay que esperar a que sanen un poco esos malestares, y hay que retomar ese diálogo. Es imprescindible, lo he dicho, lo he escrito y publicado en estos días. Es imprescindible el diálogo. Es imprescindible encontrar el espacio. Así que no ha sido un tiempo perdido.
¿Te sigue pareciendo que el camino es el diálogo?
Sí, el camino es el diálogo siempre. El diálogo es una vía de comunicación, y no es solo verbal. Hay que acercarse. Hay que ver el arte que hacen, hay que escuchar la música que hacen, hay que leer la literatura que escriben, hay que ver al ser humano que está comunicándose contigo. Y hay que ver que algunos de ellos quizás son jóvenes inexpertos, son demasiado apasionados, no saben expresar sus ideas de una manera que llegue bien, con una música como el reguetón o como el rap, que son un poco agresivas en su manera de expresarse.
A veces es difícil echarse para atrás y entender de dónde nace ese malestar, pero ese malestar es natural. A ver, Sigmund Freud lo explicaba en un texto súper famoso que es “El malestar en la cultura”. Y ese malestar tiene vías de expresión y de canalización, y puede transformarse el malestar en otras emociones distintas; además no es solo malestar lo que hay en esas personas, hay otras cosas que también se pueden cultivar. A veces solo con mirarnos a los ojos y darnos un poco de confianza, un poco de aliento, se resuelven muchos problemas, ¿entiendes?
¿Ha cambiado o crees que cambie tu relación con las instituciones después del 27N?
Creo que no depende de mí. Yo sigo siendo la misma persona de siempre, desde que publiqué mi primer cuento con 23 años, desde que andaba con pitusas rotos y el pelo por la cintura y la policía me detenía y me metían en el calabozo porque era un friki. Desde entonces soy la misma persona y toda la trayectoria mía como persona y como escritor ha sido de evolución en una dirección. No ha habido una ruptura en mí a pesar de los momentos difíciles por los que pueda haber pasado, y no creo que esto vaya a marcar una ruptura para mí, independientemente de lo que las instituciones puedan hacer. Si ellos rompen conmigo, les daré su tiempo para que recapaciten y cambien su manera de pensar; no quiere decir eso que mi manera de pensar no tenga que cambiar también y que yo no tenga que recapacitar ciertas cosas, pero ya te digo, jamás los voy a ver como enemigos. Los veo como personas que comparten conmigo muchísimo, porque son personas a las que les interesa la cultura, les interesa el arte, les interesa la sociedad, les interesa la política, cosas que a mí me interesan también; que tienen criterios distintos a los míos a lo mejor, ok, podemos conversarlo, hoy, mañana, dentro de 20 años, si todavía estoy vivo dentro de 20 años quiero decir… Es decir, por mi parte no. Espero que por la parte de ellos tampoco.
¿Y crees que cambió algo en Cuba ese día?
Sí. Ese día cambiaron muchas cosas en Cuba. Hay que ver… Todo depende también de las actitudes que se tengan a partir de ahora. Porque podemos olvidar y repetir los errores, podemos aprender de estos errores y hacer que esos cambios sean para bien, o podemos actuar de maneras equivocadas todavía, seguir con tozudeces e intolerancias, y hacer que esos cambios sean para mal. Pero lo que sucedió en ese Ministerio de Cultura el día 27, como lo que sucedió con la ‘Guerrita de los e-mails’, fue un momento de cambio, de reacomodo de las relaciones, de repensar el consenso. Y si lo repensamos bien serán buenos cambios, si lo repensamos mal serán malos cambios. Pero cambio sí, eso fue un cambio.