Hace más de 10 años descubrió la pintura callejera, la pintura de acción. Por aquel tiempo el grafiti era prácticamente desconocido en la Isla, muy pocos lo hacían. Para él una ciudad sin grafitis es una ciudad muda. Pintar en Cuba es bastante difícil, los materiales son escasos y costosos; por otra parte, está la paranoia con la que nos han educado: pintar en la calle sin permiso es ilegal, pero también puede interpretarse como un acto de protesta, de oposición. La calle es de “todos”, pero la regulan con leyes. El grafitero trata de ignorar esas leyes y rescatar espacios con una acción tan simple como pintar un muro con colores, un trazo o lo que le inspire. El que pasa se identifica con esa libertad. Interpreta con igual libertad que el artista. Esa conexión lo ha mantenido pintando todo este tiempo.
Recientemente Cuba ha experimentado ciertos cambios, se siente una apertura inevitable al mundo. A pesar de que las condiciones materiales son pésimas, se han organizado festivales y distritos de arte apoyados en la gestión privada, que poco a poco han creado una escena de reconocimiento, y más importante, una opinión favorable desde la comunidad.
“Yo creo mucho en la experimentación, es algo que no puedo evitar”, expresa Mr. Myl. “Mi personaje ha ido evolucionando con el tiempo, para mí tiene que ver con Elegguá, el abre caminos. Algo así como un Elegguá caníbal, un tótem de la Cuba actual. El grafiti en Cuba es algo raro, lo identifica la censura y la escasez, lo que lo hace más creativo y salvaje. En Cuba tenemos muy buena tradición gráfica y yo creo que eso ayuda mucho. En mi opinión, si aquí existieran las condiciones materiales y las libertades de cualquier país del Caribe o Latinoamérica, tendríamos una de las escenas de arte urbano más interesantes a nivel mundial”.