Juan Carlos Calahorra fue uno de los artistas apresados en los sucesos del ICRT el 11 de julio. Es guionista, realizador audiovisual, editor y un promotor cultural de amplio espectro. No solo ha sido un ferviente defensor y casi solitario promotor de la Muestra Joven, también forma parte de proyectos que defienden la flora nativa de Cuba. Es un hombre pequeño de estatura y discreto, al que sería raro escuchar alzar la voz. Su documental El Evangelio según Ramiro obtuvo un premio Coral en 2012. Su obra cinematográfica es escasa, pero es una de las favoritas del Periodista. El Periodista cree y siente que la cultura, el pulso plástico y refinamiento que despliega en ella Juan Carlos, no tienen similitudes en el cine cubano; no son recursos que salen de un acerbo cinematográfico, sino de su personalidad. Esto último tiene relación con esta entrevista. Los que conocen a Juan Carlos saben que es un hombre insoportablemente honesto. Su solidez intelectual y moral hacen difícil pensar que es un delincuente, un mercenario o un confundido.
Recuerdo que el 11 de julio hablamos por teléfono en la mañana. Me preguntabas si yo sabía algo sobre las protestas en mi ciudad. Luego supe que estabas preso. ¿Cómo fue que saliste de tu casa? ¿Por qué razón?
Antes que nada, pido leer el testimonio del músico Abel Lescay, apresado en Bejucal. A ese joven hay que correr a pedirle disculpas, hay que regalarle un ramo de mariposas. O este país se hundirá en la ignominia y lo pagaremos todos.
El 11 de julio yo andaba enmarañado en el almuerzo y me conecto a Internet. Veo en Facebook que hay una protesta multitudinaria en San Antonio de los Baños. Asombro total. La 2G no me deja reproducir videos con fluidez, pero alcanzo a ver una gran parte del recorrido. Son calles conocidas. En la EICTV cursé talleres y un semestre como alumno de intercambio académico. Entre los que marchaban podría haber algún rostro familiar. Luego leo que también hay un levantamiento en Palma Soriano, un video lo prueba. Entonces fue que te llamé, porque eres mi amigo santiaguero.
Lo más increíble para mí fue ver a la gente marchando pacíficamente, segura de sí misma. En alguna publicación se mencionaba el Malecón como otro sitio de manifestaciones, o sea que La Habana se sumaba. En un chat alguien comenta que han empezado a reprimir. Una amiga me dice en un mensaje que va a estar a las 3:00 p.m. en el ICRT. Entiendo exactamente la intención, aunque no sea explícita. De pronto se cae la conexión. Fue una secuencia angustiosa, y entonces ese silencio que en Cuba puede presagiar lo peor, esta vez en una magnitud desconocida. Eran más de las 2:00 p.m., pero ya no tenía hambre. Samo y la Musa maullaban. Me saqué de la boca el pedazo de carne, lo dividí y se los tiré. Me vestí sudando, me puse dos nasobucos y salí.
Me llama la atención que algunas de las personas que conozco del gremio audiovisual se reunieron frente al ICRT. El grueso del pueblo simplemente se lanzó a las calles en La Habana, no sé con qué lógica más allá de tener voz luego de tantos años de sentirse bajo opresión y llenar las calles del ese grito: “Libertad”. En las ciudades pequeñas el patrón es más nítido: las marchas ocurrían hacia las sedes del Partido Comunista; buscaban un interlocutor. Me gustaría conocer ¿qué lógica, qué sentir te lanzó en dirección al ICRT?.
Aclaro que había personas del cine, del teatro, de las artes visuales. También se unieron otras no vinculadas al arte. Pero siempre fuimos pocos. Era por lo general gente muy joven, no conocía a todos, a algunos los veía en físico por primera vez.
Yo no iba a una protesta, sino a un reclamo a través de un diálogo. Desde que me avisaron lo sentí así. Acudía como parte de un gremio al centro cuya misión es informar; éramos colegas suyos en un sentido amplio. Si al llegar hubiera visto otro ambiente, otro propósito, hubiera dado media vuelta. La decisión de salir tiene que ver también con una historia de la que he sido parte. Está el antecedente de otro “apagón” de Internet y otra movilización de artistas e intelectuales preocupados por una forma de resolución de conflictos que creemos contraproducente y peligrosa. Eso ya está en la historia de este país: el 27 de noviembre de 2020. Nuestro gesto de entonces no fue bien entendido, el poder cultural no supo aprovechar la oportunidad de rectificar y ganar en legitimidad. Hoy vivimos las consecuencias y el escenario es peor, mientras ese poder cultural produce al por mayor videoclips y cápsulas.
¿Qué somos tú y yo, Carlos? Fabuladores, intérpretes del mundo. En nuestras obras representamos a esos que se lanzaron a la calle. La gente que más ha sufrido décadas de escasez, falta de futuro, poca o nula participación. Contamos sus sueños y frustraciones. Con esas historias viajamos el mundo, recibimos premios. De repente la posibilidad de represión sobre ellos se volvió real. Esto para mí no es un dato menor. Hay una identificación de base con los que salieron. Yo no podía quedarme a esperar cómodamente que volviera la conexión, cuando ya el relato sobre esa gente estuviera secuestrado. Es lo usual, fue lo que sucedió el 27N: una multitud rodeada por efectivos en espera de una orden para reprimir; unos medios que no tardaron en difamar sin que los difamados hayan tenido el mínimo derecho de réplica en ellos. Ahora eran multitudes más heterogéneas y en varias partes del país, pero el esquema se repetía.
Cuando me dirigí a la multitud en mi ciudad sentí lo mismo que tú, sobre todo no quería que me hicieran el cuento. Una vez allí, no pude ocultar mi emoción, se me salió, hasta lloré. Esa gente era parte de mí, representaban con sus cuerpos algo que yo también sentía. Yo era parte ellos, no había un “ellos”, fracasó mi distanciamiento. Y era bastante sano porque predominaba la alegría ¿Cuántos eran ustedes más o menos? ¿Crees que representaban una masa peligrosa, amenazadora o algo así? Vi una foto que se ha hecho viral de un chico arrodillado y rezando. Un pariente mío cuenta que cuando él caminaba por las calles sumado a una multitud, vio que los manifestantes apartaban piedras y botellas para mantener el carácter pacífico de la manifestación. Durante el 27N fue igual. Los manifestantes se cuidaban de no hacer gestos que demostraran violencia, mantenían los brazos caídos, se sentaron en la calle incluso. Fue la policía la que lanzó gas pimienta. Fue el ministro de Cultura quien meses después terminó agrediendo físicamente a un periodista que documentaba su desempeño.
Bueno, el 11 de julio frente al ICRT fue algo atípico, aunque guarda relación con lo que pasó en otros momentos y ese mismo día en otros sitios. Si nuestro grupito devino “masa peligrosa”, sin serlo en modo alguno, es un síntoma del problema mayor que habrán de solucionar. En 23 entre L y M era un típico domingo de modorra en medio de la pandemia y no era nuestra intención quebrar esa calma.
Bajé la Rampa por la acera del hotel Habana Libre, buscando con la vista a mis amigos. Poco tráfico, casi ningún transeúnte. Al llegar a la esquina de 23 y M giré la cabeza y divisé a unos muchachos. Parecían ángeles. Nos saludamos puño contra puño. Poco después cruzamos 23. Había una cámara apostada en la esquina del ICRT, yo pensé que era del propio Instituto y eso me inquietó. Fueron llegando otros muchachos y muchachas, pero no creo que pasáramos de veinticinco. Como no sabía cuál era el plan me acerqué a Yunior García [dramaturgo y cineasta] y le dije: “Yunior, al menos yo vengo a pedir que no haya represión contra la gente que protesta”. Él me confirmó que esa era la intención, pedir respeto por la vida, transparencia, información verídica. De pronto recibí la llamada de un amigo, me alejo para oírlo mejor aunque el rumor de la calle tampoco me dejaba. Cuando regreso al grupo se decide caminar hacia la entrada del ICRT que da a 23. Ya ahí se acerca a nosotros un muchacho que venía de dentro y habla con Yunior. Era el que nos pondría en el camino hacia un encuentro con la dirección del Instituto, pensé. El muchacho entra de nuevo, vuelve a salir, vuelve a entrar. No parecían ponerse de acuerdo. Había cierta tensión en el portal. Nosotros estábamos en la acera, más cerca del contén que de los escalones. Veo que Waldo Ramírez sale por la puerta y sentí alivio. Él es hoy vicepresidente del ICRT, pero para mí siempre será el autor de Freddy o el sueño de Noel, el presidente de la 5ta. y la 6ta. Muestra [Nacional de Nuevos Realizadores]. Waldo da una ronda por el portal sin mirarnos, habla con gente. Yo me preguntaba por qué no venía hacia nosotros, y entonces vuelve a entrar al Instituto. Ahí sentí que nos quedábamos solos, que todo se iba a joder.
Una de las cosas que me llama la atención de lo que he leído sobre la protesta ante el ICRT fue cómo los allí reunidos hacían suyas algunas consignas antimperialistas que ha usado durante años el oficialismo. Ahí sucedió algo importante a nivel de imaginario. ¿Has pensado en eso?
Yo creo que desde ambos extremos, sobre todo desde el que ejerce el poder en Cuba, se han instrumentalizado hasta la aberración los criterios y las acciones de quienes manifestamos una posición el 11 de julio. No sería la primera vez. En el Vivac nos despertaron con una etiqueta aplastante: “¡De pie los opositores!”. Cuba es hoy una especie de callejón sin salida, de dominó cerrado, de relato estancado. Todos estamos al final de ese callejón. Entonces vienen los que controlan la narración y te empujan contra la pared que les conviene. Yo nunca he asumido una identidad de “opositor”, me considero un sembrador y un cineasta indignado. Tampoco había gritado “Abajo el bloqueo”, pero solo por pudor y falta de oportunidad. Es la consigna preferida de quienes promueven o justifican los mismos errores que el enemigo histórico aprovecha para mantener una política inmoral; no he ido a ninguna marcha, caravana, matutino, acto de reafirmación o de repudio donde se grite eso. Pero sí firmé un documento de La Joven Cuba donde se pedía el fin del bloqueo. Yunior García también lo firmó, por cierto.
Frente al ICRT, cuando se hizo imposible un diálogo real, nuestros reclamos se hicieron a viva voz. Pero no era la intención primera reclamar de esa forma. A mí me tomó por sorpresa (el 27N no se gritó nada), pero me uní. Era justo. En toda Cuba la gente gritaba; alguien debía oírnos. Creo que lo primero que se dijo fue “Queremos saber la verdad”. Éramos ciudadanos frente a una institución pública cuya misión es informar al pueblo pidiendo (por todos) saber la verdad, en medio de un “apagón” y con el peor de los presentimientos. También gritamos “Pongan la Internet” y “Derecho a tener derechos”, demanda del 27N que me encanta porque alude al “grado cero” de la justicia (a ese nivel estamos). No dijimos insultos, no se nombró a dirigente alguno ni a ninguna figura del proceso revolucionario. Al menos nuestro grupo nunca dijo cosas como esas. Desde todos los ángulos éramos filmados, ellos mismos nos filmaban y hay registro suficiente que puede probarlo.
A su vez, en el portal del ICRT unos compañeros –añosos en su mayoría– gritaban las consignas de siempre. Algunos nos hacían gestos para que avanzáramos hacia ellos, buscando que invadiéramos el portal y delinquiéramos. Muy sádico todo. Lo que más me chocó fue un joven al centro de ellos que nos miraba sonriendo y asintiendo con ironía. En un momento alzó los brazos y empezó a moverlos como si fuera nuestro “director de orquesta”. Es la imagen más terrible que me quedó.
El portal se había ido llenando de trabajadores de ahí y de otros lugares que llegaban y ocupaban su lugar en la representación. Una señora empezó a repartirles banderitas de papel. Era el colmo de la farsa, un guion que el cine joven cubano ha satirizado en varias obras. Cuando ellos empezaron a gritarnos consignas como “Cuba sí, yanquis no” o “Abajo el bloqueo”, nosotros también las dijimos. Creo que con más convicción, porque reconocemos su justeza, pero nunca hemos vivido de ellas. Fue un crescendo hasta que ya las consignas no dieron más. Sentíamos miedo, al menos yo lo sentía. Entonces cantamos el Himno Nacional. Ellos debían entender que no estábamos ahí como enemigos, sino como cubanos.
Recuerdo que en un punto me acerqué a un anciano muy enardecido y le pregunté si él creía que era más revolucionario que nosotros, pero no me oyó y retrocedí. Todo se había convertido en una controversia sin solución posible. Ellos eran sordos y más numerosos, todo el aparato policial los respaldaba y presumían de eso. No pudieron provocar la violencia nuestra, pero la violencia vendría contra nosotros por la espalda, literalmente, y lo sabían.
Hay algo que me suele interesar, y es cómo una cosa lleva a otra. ¿Cómo fue que de mero manifestante pacífico se puede pasar a la cama de un camión, arreado como si fueses un saco de carbón? ¿Qué sucedió primero, qué sucedió después? ¿Podrías establecer un encadenamiento?
Yo no estuve entre los que tiraron en el camión. Trataré de contarte hasta donde me deje la memoria.
En algún momento la violencia verbal de los del portal nos hizo predecir lo peor. El acuerdo fue sentarnos en la acera. Alguien previno sobre la eventual llegada de un transporte que nos llevaría presos. Ya en la calle cargaban a un muchacho. En la esquina alcancé a ver a Manuel Alejandro [Rodríguez Yong, productor audiovisual] con una turba abalanzaba sobre él. De pronto veo que Waldo Ramírez ha salido, me pasa por el lado y se detiene en la calle a dos pasos de mí. Había violencia de muchos contra unos pocos. Waldo veía todo sin dar crédito, fue la impresión que me dio. Lo toqué por el hombro y le dije, “Waldo, soy Juan Carlos Calahorra, de la Muestra. Esto me parece un error”. Entonces él me dice, “Por supuesto que es un error”. Un error que pudo evitarse a tiempo con sabiduría política. Quiero pensar que no estuvo en sus manos.
Cuatro de nosotros nos agarramos y cruzamos la calle. En la acera opuesta había otras personas, espectadores, gente solidaria, no lo sé. También había efectivos observando cada paso de los que nos habíamos manifestado. Un hombre como de sesenta años de repente se vira hacia la gente y grita: “¡¿Y dónde está el pueblo?!”. Léase: ¿dónde está el pueblo que nos ayude a reprimir al no-pueblo? Luego pude conectar ese llamado impotente (nadie en la acera respondió) y la orden de combate que ya había dado el Presidente de la República.
Llegamos hasta L y ahí nos dividimos. Yo crucé la calle y seguí por 23 caminando normalmente. Como a los veinte metros vi que en la acera contraria un amigo iba a ser detenido y me quedé en shock. Creo que fue mi actitud lo que llamó la atención de un efectivo vestido de civil que andaba cerca. Me preguntó si yo no era uno de los que estaban en el ICRT. No me dio tiempo a contestar, me volteó, me esposó y le chifló a un patrullero que dio un giro a lo Tras la huella y parqueó frente a nosotros.
¿A dónde te condujo? ¿Me puedes describir los lugares y procesos por los que pasaste? ¿Cómo fue el trato en esos interrogatorios, si los hubo?
Al entrar al carro me advirtieron que no me recostara porque las esposas me apretarían más. Cuando íbamos ya por la calle G vi otra patrulla en la que iban Gretel Medina [cineasta y docente] y Solveig Font [curadora]. A la altura de los ficus ambas patrullas se juntaron y nos saludamos a través del cristal. Yo no sentía ni miedo, estaba como embotado. Había escuchado de boca de los policías que a nosotros nos llevaban para el Vivac, sitio que no conocía.
Al llegar nos juntamos los de los patrulleros y los del camión. Nos cacharon contra la pared y debimos entregarlo todo antes de pasar a una celda de unos 3 x 4 metros. Cuando entré vi que algunos fumaban. Pregunté en broma dónde estaba el rincón de los no fumadores. Había tensión, pero al mismo tiempo buena onda, sentido del humor. Era gente muy noble, culta, que no se sentía culpable de nada. En la celda también había jóvenes que no conocía: una tendera que pasó y se nos unió, un universitario que intentó defender a un manifestante, otro chico que pasó por el lugar cantando. “¿Cantando qué?”, le preguntaron. “Patria y Vida”, respondió, como si fuera lo más inocente del mundo. Y lo era. Oíamos cada relato con interés, esa era la Cuba que había salido a la calle. Varias veces le hice notar a Yunior que vivíamos y oíamos escenas de una película futura. Una película hermosa que no produciría el Fondo.
Poco a poco nos fueron llamando para interrogarnos. El oficial que me tocó, bastante joven, insistía en saber cómo habíamos llegado ahí, si respondíamos a una convocatoria. Contarle todo no me fue difícil, no había nada que esconder y sí mucho que denunciar. Pero las artes de un interrogador son extenuantes, te obligan a pasar varias veces por el mismo punto y yo veía la tarde caer por la ventana. Al final escribió de su puño y letra un resumen y me lo dio a leer. No vi ninguna acusación, tan solo mis datos generales y la declaración en sí. Me pareció tan ingenua su/mi historia que firmé. Concluido todo, el oficial me pidió que le enseñara las manos. Me extrañó, pero lo obedecí. Un atomizador salido de la nada me roció desinfectante con fragancia. Afuera llovía. El oficial, que ya parecía un muchacho cualquiera, me dice: “Ahora tenemos que correr”, y salimos desprendidos de regreso a la celda.
Háblame de las condiciones del lugar. ¿Era una cárcel? ¿Los uniformaron?
No me sentí preso exactamente, aunque enrejado sí. De habernos puesto uniforme la sensación hubiera sido distinta. En el Vivac pasamos unas 26 horas, solo una noche entre el 11 y el 12. Creo que todos pensamos que nos liberarían tras el interrogatorio. Poco antes de las 9:00 p.m. se acercó un alto oficial a la reja y nos dijo, amable y cuidando cada palabra, que no podríamos irnos por la cercanía del toque de queda y porque liberarnos no era una decisión que estuviera en sus manos. Lo primero lo comprendimos, lo segundo nos aterró. Por más que pedimos que nos dejaran llamar a nuestros familiares para que supieran de nosotros, no nos hacían caso. Solo a las mujeres se lo permitieron ya muy tarde, por ser madres. Ojo: Yunior es papá y todos éramos hijos.
Durante las horas que estuvimos en esa celda entraron también jóvenes que habían sido arrestados en otros puntos de la ciudad. Nos fueron poniendo al tanto de una situación cuyo alcance real desconocíamos. Se les iluminaban los ojos al contar lo que habían vivido. Había algo muy puro en sus relatos, eran como adolescentes contando su primera noche fuera de casa, una casa dominada por un padre restrictivo y feroz. En cierta medida, algo así sucedería con miles de cubanos y cubanas, con independencia de la edad, “hijos pródigos” de un padre que les cerró la puerta en medio de la noche.
¿Y cómo manejaron las autoridades el tema de la COVID-19? ¿Cómo lo manejaste tú?
Ese era un miedo añadido, pues no se respetó el protocolo sanitario como uno esperaría en un momento tan complejo de la pandemia. Poco después de entrar a la celda un oficial se acercó a decirnos que no se podía fumar, pero nos iba a dejar hacerlo. No entendí el porqué de tal excepción. En esa primera celda llegamos a ser más de quince personas. Yo tenía en mi brazo la segunda dosis de Abdala, pero me faltaba la tercera. Pensé que todo lo que me había cuidado durante año y pico se iba a la mierda.
Ya llevábamos rato ahí cuando trajeron a un hombre esposado, todo mojado, el torso desnudo, con evidentes problemas psiquiátricos. Estaba eufórico, repetía una idea fija: que sacaran de su mochila un expediente donde constaba que había trabajado con el comandante Ordaz en Mazorra. No paraba de gritarnos su historia con el nasobuco bajado. Era un tipo simpático, muy noble. No tenía por qué estar allí en ese estado. Varias veces reclamamos que lo sacaran de la celda, pero no recibimos respuesta hasta muy tarde. Por estar esposado no podía controlar el nasobuco y se le bajaba al hablar. Un momento de máxima tensión fue cuando un oficial se paró frente a la reja mientras el hombre hacía contorsiones para poder subirse el nasobuco. Con solo meter el brazo por entre los barrotes el oficial podría ayudarlo. Todos se lo pedíamos con insistencia, pero el oficial no se movía, no reaccionaba. Así pasó más de un minuto. Era la viva imagen de un ser humano con el poder de la fuerza, pero a la vez vulnerable, sobrepasado por una situación incomprensible.
Creo que ellos usaron un dispositivo moral para justificar su acción, algo así como: “¿Si te interesa tanto la pandemia, por qué saliste a la calle a protestar? ¿Si eres madre y te interesa atender a tus hijos pequeños, por qué saliste a protestar olvidando a tus hijos y la pandemia?”. Otra versión de lo mismo: “Eres menor de edad para una cosa (ante la policía), pero para la otra no (salir a protestar)”.
En la narrativa del poder (caricatura mediática), los cubanos que salimos ese día nos dividimos en violentos, vándalos, mercenarios y confundidos. Todos por igual irresponsables y tontos. Alguien pudiera pensar: si nosotros sabíamos que había tan pocas posibilidades de conseguir algo, ¿por qué fuimos al ICRT con semejante pedido?
Yo soy bastante miedoso y pesimista, pero hay compromisos contra los cuales no puedo luchar. Es la tercera vez que me sucede. Hay como una piedra o un libro de fundamento que me impulsa. Son cosas que un pragmatismo cómplice y un silencio igualmente cómplice no pueden explicar ni abolir. Algo así nos movería a todos los que fuimos, supongo. Aun cuando se cerró la posibilidad de dialogar seguíamos siendo instrumentos, aunque ahora de una justicia poética. Tú hablabas del historiador Leo Fernández Otaño, arrodillado en la calle mientras alguien con más del doble de su edad le gritaba al oído. Para mí esa fue nuestra imago (Lezama): nuestra imagen encarnada en la historia.
¿Los registraron en algún sistema, en algún protocolo?
Sí, nos procesaron a todos al final de la noche: fotos de frente y de perfil, huellas de cada centímetro de las palmas. Siempre es incómodo y peliculero que te hagan eso, aunque te sepas inocente. Luego tuvimos que sacar lo que llevábamos en las mochilas y todo fue minuciosamente anotado. Abrieron nuestros móviles y apuntaron cada dato técnico antes de incautarlos. Nos entregaron un módulo con ropa de cama, mosquitero, toalla y un jaboncito. Yo pedí un nasobuco limpio, pero no recibí respuesta, evidentemente no la tenían. Raúl Prado, que estaba delante de mí en ese momento, sacó de su mochila el guion de Riquimbili, la nueva película de Fernando Pérez, de la cual es director de fotografía. Fue un momento fundamental.
Nos habían dado un pan con algo, pero yo estaba tan disgustado que no comí. A los hombres nos concentraron en un albergue-celda vacío. Las mujeres fueron a otro donde sí había reclusas ya. Cuando llegamos al albergue-celda cada uno eligió en la oscuridad dónde dormir. Mi sexto sentido de becado me condujo a una litera con ventana. En la pilita del cubo lavé los nasobucos y tomé agua, no me bañé. Eran ya más de las 2:00 a.m. y mis compañeros no paraban de hablar, hacer planes y reírse mientras yo respiraba el olorcito que llegaba del campo. Danielito Triana [actor, estudiante del ISA] compuso y recitó esta décima que sería un buen alegato de defensa:
Esto no es Villa Marista,
Estamos en el Vivac.
Y ya el tiempo lo dirá(c)…
Mercenarios no: Artistas.
Cosa de la otra dista.
La violencia no es el modo.
Ha llovido ahora, hay lodo.
Hoy no podremos dormir,
Pues queremos construir
Una Cuba para todos.
¿En algún momento pensaste que recibirían un castigo peor del que estaban experimentando en ese momento? ¿Les informaban sobre qué sucedería con ustedes?
Lo que primó fue la incertidumbre, porque quedamos retenidos sin saber cuándo nos iban a soltar o si nos fabricaban una causa magnificada por las circunstancias. Era como si cualquier piedra lanzada por ahí pudiera complicar nuestra situación. En la tarde del segundo día nos tomaron muestras de orina para detectar una posible sustancia psicotrópica. Insistieron en que era un procedimiento de rutina y que las muestras no se manipularían. Todo era fuente de paranoia.
Pero había una esperanza. Fernando Pérez se había presentado a primera hora en el Vivac. Lo supimos porque con él fue Dayana [Prieto, productora de cine], que es novia de Yunior, a llevarle unas pastillas que él tiene que tomar. Yunior volvió con la noticia y fue un alivio. Fernando es un maestro y como un padre de todos nosotros, lo sabes como yo.
Hacia el final de la tarde a algunos nos volvieron a entrevistar. Esta vez fue con un oficial de la Seguridad del Estado que parecía “especializado” en el mundo artístico. Nos sentamos en un parquecito cerca de la entrada del Vivac, bajo unas caobas. Él ponderó la calidad de la madera, yo la belleza del árbol. Fue una conversación bastante distendida. Me pareció capaz de entender las motivaciones de un artista en su condición de ciudadano, aunque no compartiéramos muchas ideas. Más allá de lo que se me preguntaba puse las cosas en contexto. Le hice saber que también fui al ICRT por un malestar que tiene su centro en la 19ª Muestra Joven ICAIC: una “microorden de combate” lanzada contra una película y un equipo espectacular. Cuando el 27N se hizo la lista de los que entrarían al MINCULT, Camila Rodríguez [investigadora] y yo estuvimos entre los treinta, aunque luego quedamos fuera. A este oficial le dije lo que me hubiera gustado decir allá.
Lo último que me preguntó fue qué yo esperaba que sucediera con nosotros. Sin pensarlo le dije: “Que se haga justicia”. De regreso al albergue-celda temí que nuestros conceptos de justicia fueran distintos. En menos de una hora me volvieron a llamar, esta vez con la orden de que recogiera mis cosas. Enseguida mencionaron a Raúl Prado y así fuimos saliendo todos. Todos menos los cuatro muchachos que no eran del grupo de “artistas e intelectuales”. Solo he sabido de la liberación de uno de ellos. Creo que el más jovencito (17 años) sigue preso. Es terrible.
Me interesa saber qué sucedió cuando llegaste a tu casa. ¿Qué hiciste? ¿Pensaste en denunciar los tratos recibidos?
¿Denunciar? ¿Cómo y ante qué autoridad? A esa hora uno solo quiere sentirse bien. Firmamos una medida cautelar en la puerta del Vivac, que sigue vigente hasta hoy. Yo vine en el carro de la familia de Danielito. Fue lindo conocer a su mamá y a su tía. Parecían entender perfectamente la situación, no juzgaban. El carro me dejó a dos cuadras de mi casa. En cuanto bajé recibí la llamada de Lilmara Cruz, una colega y amiga que vive cerca. Me ofrecía comida y compañía. Pero ya habíamos comido en el Vivac y lo que más deseaba era la seguridad de mis gatos, regar las plántulas.
Para mí fue importante que la gente que salió a la calle no gritara “Abajo el bloqueo”. Las consignas que sí escuchamos eran contra el comunismo, contra Díaz-Canel, es decir, contra la gestión estatal. ¿Por qué crees que ocurrieron las protestas del 11J? Creo que es un asunto muy complejo.
Sí, lo más triste es ver cómo se ha banalizado todo en los medios oficiales. Las consignas que promueve el Gobierno inundan sus tuits, sus vallas, su televisión cada cinco minutos. La gente está saturada, necesita decir otras cosas, cualquier barbaridad, todo lo que le han obligado a tragarse, a canalizar; escribirlo en un cartel si así lo desea. Es un derecho universal. Cuando vino Juan Pablo II, en la Plaza de la Revolución la gente, como ahora, gritaba “Libertad”. Yo también lo grité junto a mi Iglesia, más que por mí por mis padres, y no hubo represión, no pudo haberla.
Estas han sido las protestas más grandes en 62 años del proceso llamado Revolución. Había mucho malestar acumulado, reprimido. El malestar alimentado por el bloqueo, pero, sobre todo, por décadas de mala gestión, un modelo económico ineficiente y poco soberano, falta de libertad de expresión, unos medios partidistas desconectados de la realidad, incapacidad para reconocer los errores y rectificar a tiempo. A eso añadiría un desgaste de la autoridad/honorabilidad de las fuerzas del orden en la percepción de la gente. Era una bomba de tiempo, hasta que todo se juntó. “En prever está todo el arte de salvar”, dijo Martí en un texto más útil hoy que Hacemos Cuba.
Y no te hablo desde Nuevo Vedado, sino desde Víbora Park, Mantilla, Párraga, La Güinera; desde el municipio marginalizado del que partí con dolor. Dicen los que fueron mis vecinos que por allá una multitud se tiró para la calle, y lo dicen con orgullo. Yo prefiero pensar el 11J desde ahí para entenderlo mejor. Lo triste es que esas historias han sido expulsadas del relato vencedor. Cuando en el Noticiero o en Telesur se refieren a las protestas ponen las “malas imágenes” y las llaman disturbios, revueltas, una sinécdoque perversa de todo lo que sucedió. Yo imagino que haya mucha gente enfurecida con razón.
Tú eres un realizador y guionista con una obra muy delicada y personal, también has sido una de las personas más preocupadas porque se retome la Muestra Joven ICAIC. Dentro de la Muestra has sido director de la revista Bisiesto y miembro de la junta directiva. El ejercicio de la expresión individual ha estado muy presente en tu vida. ¿Después de esta experiencia, crees que será posible una Muestra tal y como fue antes? ¿Qué sucederá con espacios críticos como la Muestra y el cine cubano después del 11J? ¿Qué alternativa podría haber si el Estado cierra sus puertas o restringe más la expresión?
La Muestra donde tú y yo nos conocimos fue justo eso: un espacio que defendió la expresión individual y que por esa razón desapareció virtualmente en abril de 2020. Se hizo inviable tras años de conflictos y cansancio de su equipo histórico, tras la emergencia de una nueva generación al frente del evento en un momento muy difícil en el campo de la cultura cubana. ¿Qué nos quitaron? Una Muestra que no se completaría sin girar por todo el país, que incluyó al llamado cine expandido, a cuyo concurso de ficción llegó un largometraje amateur de origen comunitario. Un espacio analítico y pedagógico, algo distinto del paternalismo. Por cierto, creo que las mayores lecciones que deberíamos aprovechar hoy a nivel de país nos llegan de la pedagogía y la psicología grupal. ¿Cómo acercar a la “oveja negra”, cómo ganarla sin hacerla abjurar de sí? El fracaso del proyecto Muestra es el fracaso del país como República plural, como socialismo democrático.
Hoy la Muestra Joven ICAIC es un patrimonio en peligro. Si resucita mañana no lo sé, te hablo de hoy. Nunca he perdido del todo la esperanza, pero no puedo saber la influencia que ejercerá esta “nueva experiencia”, como le dices. Creo que el 27N fue esa experiencia que debía bastar para iniciar un diálogo real, reparador, en el que se pudieran salvar proyectos como la Muestra. Yo fui al MINCULT con la 19ª Muestra atorada en la garganta, sentí que se podía, pero no grité. ¿Gritar será la solución o solo una trampa?
Todos los realizadores hemos vivido este momento excepcional, ya sea en carne propia o a través de amigos, conocidos. Sería natural que esas historias se convirtieran en proyectos en espera de apoyo. ¿Cuán preparados estamos para ese día? Esta no es ya la Cuba con contradicciones más o menos soportables, representables. Es una Cuba que estalló, donde el número de presos políticos se ha incrementado y algunos de ellos podrían ser colegas; donde muchos de nosotros hemos sido o podríamos ser juzgados por expresarnos o ¡por filmar!, lo que era nuestro derecho y nuestro deber. Ojo: nuestro y de cualquiera que puso a grabar su celular. Hay gente presa por eso.
Ya no nos podemos dar el lujo de prescindir de historias que por demasiado lejanas no filmamos. Esto con excepciones: Santa y Andrés (Carlos Lechuga), Afuera (Vanessa Portieles y Yanelvis González), Fiodor en el fiordo (Fabián Suárez), Quiero Hacer Una Película (Yimit Ramírez), Sueños al pairo (José Luis Aparicio y Fernando Fraguela). ¿Quién va a apoyar las historias de este presente? ¿Dónde se van a mostrar? ¿Nos las vamos a tragar como un papel que podría perjudicarnos? No sé si esto será una alternativa, pero presiento que muchos de nosotros vamos a salir de Cuba huyendo de algo que nunca sentí tan punzante: el asco. Fea palabra que mi madre me prohibía decir.
¿Qué crees que es lo que debe suceder y qué no debe suceder a partir de esta experiencia del 11J? ¿Crees que algo va a cambiar? ¿Qué cosa crees que podrá cambiar en general en el entorno cubano?
No debe suceder lo que sucede a diario. Todo lo han reducido a un plan de intervención, de “golpe blando”, a un estado de confusión general. El presidente se reúne con todos menos con “los del ICRT”, menos con “los del 27N”, menos con los cineastas del Cardumen y el equipo de la Muestra. Pero el diálogo más difícil seguirá siendo el más productivo. Si el verdadero interés es Cuba, quiero decir. Concordia es lo que hace falta. No sé qué corazón le vamos a poner a nada si se nos omite, si se le dice malandrín a la gente. Un pueblo al que se le obliga a tragar su historia es como un árbol anillado para que no respire.