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Por qué le creo a Leonardo Romero, por qué creer en él

Detención del estudiante universitario Leonardo Romero Negrín (Foto: Yamil Lage, AFP).

Se trata de la curiosidad y de la ausencia de curiosidad. Del pudor. Del beneficio de la duda que se otorga o no. Todo eso ante un evento único de su tipo en 60 años: las protestas del 11 de julio de 2021. Pero sobre todo se trata del eco, de la resonancia que produce en el Periodista, acaso por primera vez, el testimonio de Leonardo Romero Negrín, 22 años, un estudiante de Física de la Universidad de La Habana detenido y conducido a varias estaciones de policía, donde lo recibió una especie de aparato o sistema procesador de golpes que solo se concebía fuera de Cuba.

El testimonio “Abusos a manifestantes en Cuba: necesidad de una Comisión de Verdad y Reconciliación”, publicado por La Joven Cuba el lunes 19 de julio, estremeció a varios usuarios en las redes sociales. Se compartió y comentó como prenda de brutalidad policial contra manifestaciones vinculadas a la libertad de expresión. Pero con un plus, que el Periodista podría describir como: “un texto más real y doloroso que cualquier otro anteriormente publicado”.

La entrevista, que aparece firmada por el Consejo Editorial del medio, se consume en formato pódcast y texto. Leonardo describe varios momentos donde él y otros detenidos son golpeados a puño, patadas, y con objetos contundentes de fabricación industrial y artesanal, como tonfas o un trozo de madera. Es una descripción minuciosa, contada con una inteligencia inocente y no enfocada en la eficacia del texto.

Si el testimonio de Leonardo Romero es real, los policías que lo maltrataron a él y a un grupo de detenidos encontraban disfrute en la tortura, repetían un patrón de violencia. Hay un momento en que un agente uniformado le pega con la cabeza a Leonardo en el tabique, al estilo de series de mafia rusa, y le dice: “Por mercenario”. Luego lo conducen a la estación de policía de Zanja y después a la prisión de menores del Cotorro, donde sufre más golpizas y vejaciones.

Su lectura impresiona porque desgarra a quienes aun sabiendo y sintiendo que en la Isla existe una férrea dictadura, como es el caso del Periodista, simpatizan todavía con “algo”, que incluso cuesta describir luego de dicha lectura, porque ese “algo” parece importante solo si se vive en un equívoco. El Periodista cree que ese “algo” está hecho de afectos, de figuras cercanas y no de categorías teóricas. Ese “algo”, ahora roto o violado, está hecho de una percepción a priori, por defecto, de que se vive en una casa decente en medio de un barrio indecente y disfuncional. Un hogar que se habita percibiendo la necesidad de paz y que esa paz tiene un precio: un Padre. Esa cultura de tener un Padre viene acompañada también de una cultura de precio y sacrificio: hay que pagar un precio, hay que hacer un sacrificio, y este es directamente proporcional al poder que ejerce el Padre. Si el Padre es excesivamente mandón, sea cual sea el beneficio, la energía que despliega su mandato exige un similar despliegue de obediencia, que puede pasar el limite que acepta la dignidad.

Entonces, tenemos en el hogar a un Padre demasiado ocupado en prohibir y controlar. Un Padre que, en su versión amable, manda a callar o a bajar la voz si alguien o algo pervierte su lectura del diario, o si alguien se mueve mucho a su alrededor o fuera de su control. Un Padre sacrificado que expone a toda hora su esfuerzo, su desvelo y las dificultades que atraviesa para lograr esa paz tensa que no existe fuera, en el sucio barrio. Cuestionar a este Padre parece inútil en la práctica, porque censura en vez de escuchar y castiga a quienes lo critican, haciendo un uso velado de la fuerza. Es sumamente complicado y estresante discutir cualquier decisión; los habitantes de la casa mastican y tragan por miedo e, incluso, por agradecimiento.

El testimonio de Leonardo revela hasta dónde sería capaz de llegar el Padre si un evento amenaza su intento sistemático de mantener la paz. El Padre despliega la fuerza sobre quienes habitan la casa; arroja al suelo a quienes alzan la voz. De este choque cuesta levantarse sin tener una revelación doble: a) el Padre puede volverse indecente y soez, como el resto de los padres del barrio (desaparece así el velo de excepcionalidad que cubría al hogar); y b) tal despliegue de fuerzas trasciende, rasga en dos la paz y deja entrever que el Padre se cree empoderado sobre el conocimiento. El Padre se siente portador de una verdad última.

El Periodista conocía la segunda revelación (“b”) dado que su oficio tiene que ver con la búsqueda de la verdad o la justicia; y precisamente por esto, en su forma crítica e independiente, es prohibido en Cuba. Por ejercerlo ha recibido advertencias directas e indirectas de los órganos represivos del Padre, mas no tenía una idea exacta de la primera revelación (“a”), aun cuando lo había leído y escuchado cientos de veces; lo cual quiere decir que no siempre se tiene la capacidad de escarmentar por cabeza ajena, a veces hace falta vivir para aprender. En este caso, la noción de experiencia vivida nace de ser el Periodista testigo de los hechos del 11 de julio en su ciudad. Este conocimiento se juntó –por una rara amalgama– con la información transmitida por Leonardo Romero.

Ahora bien, el saldo que saca el Periodista es más sofisticado que la presencia simultanea de “a” (el Padre violento y soez, similar al resto) y “b” (el Padre empoderado sobre la verdad). Ambas revelaciones generan un precipitado fantasmal. El Padre deja ver una zona de sí, una zona capaz de volverse otra cosa, que lo saca del frasco o la máscara que prevalecía de él y lo vuelve una nueva entidad. No es solo que el Padre se pueda volver violento, eso podría calcularse, e incluso dominarse, sino que el Padre ya no es una unidad predecible. Se vuelve un desconocido.

Descubrir que se ha convivido durante mucho tiempo con un desconocido es más potente que descubrir que se ha convivido con un Padre violento. Esto último no es ya una conclusión lógica, aprendida, sino un sentimiento, un viaje del que no se regresa igual. El Periodista cree que esta percepción no solo le ha sido revelada a él, sino a las miles de personas que estaban en una región, en un imaginario común al suyo.

El valiente testimonio de Leonardo Romero Negrín ha provocado un desmoronamiento. La realidad que Leonardo develó hizo que un trozo del imaginario que conservaba a la Revolución tal y como ella se ha configurado a sí misma se haya ido abajo, como sucede con esos trozos de montaña que de vez en cuando se desmoronan si llueve mucho.

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Al rastrear el impacto de la denuncia, el Periodista encontró algo interesante: hay personas, incluso graduados de nivel superior, profesores universitarios, que se niegan a leer o escuchar dicho testimonio. Algo en su negación tiene ribetes de “No puedo creerlo”. Pero su “no poder creer” es tan categórico que cierran los ojos y se tapan los oídos.

¿Qué creen ellos que se les manchará por dentro si leen o escuchan lo que en verdad pudo haber sucedido? El Periodista cree que todo.

¿Qué piezas componen ese rechazo a ver y escuchar? Al Periodista se le parece al gesto de Odiseo, amarrándose al mástil del barco para no oír los irresistibles cantos de sirena. Theodor W. Adorno y Max Horkheimer especulan usando este gesto en su ensayo Dialéctica de la Ilustración: “La seducción de las sirenas permanece irresistible. Nadie que escuche su canto puede sustraerse a ella. La humanidad [cubana] ha debido someterse a cosas terribles hasta constituirse el sí mismo, el carácter idéntico, instrumental y viril del hombre, y algo de ello se repite en cada infancia. El esfuerzo para dar consistencia al yo queda marcado en él en todos sus estadios, y la tentación de perderlo ha estado siempre acompañada por la ciega decisión de conservarlo”.

Quien cierra ojos y oídos ante un probable abuso de carácter político, identifica una razón enemiga o desagradable en eso que rechaza. Cerrarse significa amarrase al mástil. El gesto demuestra una ciega decisión de conservar la razón.

¿Dónde estaría algo tan inocente como la curiosidad en tal caso? ¿Inhibida, desactivada o simplemente ausente? El Periodista cree que quizá la amalgama que le hace creer el testimonio de Leonardo Romero está compuesta de curiosidad. Pero, al parecer, la curiosidad no se excita por cualquier evento, es selectiva. El rechazo a conocer el episodio de Leonardo revela que la curiosidad no es una noción innata y que ha sido despojada de inocencia. Es decir, de nada sirve llamarla “curiosidad” para pretender que se usa una categoría virgen, que no ha sido conquistada ya por un colono o un virus invisible. La curiosidad se aprende, se ensambla, se educa. No es de extrañar entonces que existan profesores universitarios amarrando su cintura a un mástil. Han sido educados, ensamblados, como cualquier otra persona. Entonces, una experiencia que pudo haber sido amparada por la curiosidad pasa, en cambio, directamente al rechazo; ni siquiera a la apatía, sino al rechazo.

Cerrar los sentidos y el entendimiento ante un fenómeno como la posibilidad de la tortura en el cuerpo policial cubano; cerrarse ante la posibilidad de una refutación de la supuesta paz y democracia cubana, implica para el Periodista que el rechazo ha sido aprehendido y que la curiosidad no es un estudiante libre que se registra en cualquier congreso.

Podría asumirse también que existe dentro de cada uno de nosotros un dispositivo activo, inhibidor, policial, que se dispara automáticamente cuando se escucha cierta clase de mensajes que amenazan con echar abajo estructuras que nos constituyen, nos permiten vivir en paz. Y su carácter activo es el que nos amarra, el que nos lleva a reaccionar con miedo, con violencia, con insultos. Estos dispositivos se manifiestan en cualquier persona, no importa su signo ideológico, si marxista, comunista o anticastrista; lo mismo en profesores universitarios fieles al discurso oficial, que en el Periodista cuando escucha que alguien reclama una invasión armada en Cuba; sus sentidos también se cierran, coinciden en él figuras de rechazo: la violencia, el aburrimiento ante lo que considera un discurso viejo y tradicional, y la conclusión, más teórica que aprehendida, de que esta vía conllevaría a un largo periodo de guerras que no promoverá a corto plazo una sociedad más justa que la precedente, sino otro modelo de casta militar similar al de hoy. Conclusiones que se basan en proyecciones…

Identificamos entonces ciertas razones como “claramente enemigas”. Existen en un campo de simpatías y rechazos que se conmutan gracias a códigos cultivados. La potencia de un gesto de negación como no querer oír o mirar lo que sucedió el 11J, no querer oír o reconocer un bando crítico, no tener curiosidad hacia lo que este puede decir, parece otra manera de aceptar que la brutalidad es inmediatamente necesaria. A esa brutalidad se le puede incluso guardar cierto culto, como el culto que el soldado le hace a la autoridad, a la obediencia, desechando los porqués de la curiosidad. La brutalidad del Padre como vector necesario para defender la tranquilidad ciudadana.

La propaganda oficial ha logrado enlazar control, brutalidad policial y gestión del conocimiento. Entonces, el gesto de no oír ni leer va más allá de sofocar una indisciplina social y se interna en graves y perversas formas de marcar el conocimiento. Desde lejos, sin entrar en él, se marca donde dice “Peligro”, donde dice “Aquí no”. Y desde lejos se rechaza.

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Karl Popper cree que a partir de Galileo Galilei se verifica uno de los primeros gestos exitosos de instrumentalización del conocimiento, esto es: separar la verdad de lo empírico y verificable. Digamos que cuando se decía que la tierra era redonda, no plana, y que giraba alrededor del sol, se debía declarar que eso no era una verdad o la verdad, sino una aproximación matemática, una especie de función pedagógica para hacer más comprensible el funcionamiento de determinados movimientos del universo.

“No había ninguna objeción a que Galileo enseñara la teoría matemática del sistema, mientras pusiera en claro que su valor era solamente instrumental; que no era más que una ‘suposición’, como decía el cardenal Bellarmino; o una ‘hipótesis matemática’, una especie de estratagema matemática, ‘inventada y supuesta con el fin de abreviar y facilitar los cálculos’. En otras palabras, no había ninguna objeción mientras Galileo estuviera dispuesto a compartir la opinión de Andreas Osiander, quien, en su prefacio al De revolutionibus de Copérnico, había dicho: ‘No hay ninguna necesidad de que estas hipótesis sean verdaderas, o siquiera que se asemejen a la verdad; solo se pide de ellas que permitan realizar cálculos que sean concordantes con las observaciones’”.

Negarse a leer y escuchar hechos que podrían ser verdaderos es otra manera de instrumentalización. Ensamblar la curiosidad implica instrumentalizarla, orientar rutas que la saquen de un cauce general. Igual suerte corren principios éticos universales y campos completos del conocimiento como la Historia, la Filosofía o cualquier tipo de observación empírica. ¿Cómo puede ser posible esto? ¿Qué movimiento logra que la verdad pueda ser separada de la observación empírica de forma tal que es posible, sin desgarramiento ni vergüenza, desactivar incluso la curiosidad?

Popper explica una consecución de hechos que podrían revelarnos algo:

“La Iglesia [la que juzgó a Galileo Galilei] estaba poco dispuesta a admitir la verdad de un nuevo sistema del mundo que parecía contradecir un pasaje del Viejo Testamento. Pero esta no era la razón principal. Unos cien años más tarde, el obispo Berkeley expuso claramente una razón más profunda en su crítica a Newton.

”En la época de Berkeley, el sistema copernicano del mundo había dado origen a la teoría de la gravitación de Newton, y Berkeley veía en ésta a una seria competidora de la religión. Estaba convencido de que se produciría una declinación de la fe religiosa y de la autoridad religiosa en caso de ser correcta la interpretación de la nueva ciencia de los ‘librepensadores’; pues estos veían en su éxito una prueba del poder del intelecto humano, sin ayuda de la revelación divina, para descubrir los secretos del mundo, la realidad oculta detrás de sus apariencias.

”Berkeley consideraba que eso era interpretar mal la nueva ciencia. Analizó la teoría de Newton con total honestidad y gran penetración filosófica; y el examen crítico de los conceptos newtonianos lo convenció de que esta teoría no podía ser más que una ‘hipótesis matemática’, esto es, un instrumento conveniente para el cálculo y la predicción de los fenómenos o apariencias; que no podía ser tomada, en modo alguno, como una descripción verdadera de algo real”.

La defensa del obispo Berkeley se basaba en argumentos que el propio Popper comparte sobre la investigación científica. Ambos, con siglos de diferencia y llegando por caminos distintos, creen que el hombre no puede arribar al conocimiento último de nada. Berkeley, porque tal propiedad solo la tiene Dios; Popper, porque un conocimiento último solo le atañe a una teoría no científica. No puede ser científica una teoría que se reconoce a priori con la propiedad de encontrar la razón última.

Lo que el Periodista quiere hacer notar es que cualquier intento de verificación fuera de una verdad decretada y oficial es susceptible de ser instrumentalizado. Esto quiere decir que de alguna manera estamos culturalmente listos, culturalmente ensamblados para aceptar un rechazo a la curiosidad. Esta ha sido instrumentalizada, domada, ensamblada, como se doma y ensambla un potro para que pueda ser montado por hombres. Aplica a los que en Cuba defienden ciegamente la versión oficial de la Revolución y a quienes se oponen furiosamente a ella. La furia contra Castro, contra el comunismo, parece por momentos seguir el mismo patrón de colocar bridas de hierro a la curiosidad.

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Opuesto al grupo que rechaza leer y escuchar, hay personas que creen que es cierto lo que dice Leonardo Romero. Sus reacciones son igual de complejas. Para algunos el testimonio es desgarrador, implica una especie de derrumbe y profunda decepción. Para otros es una confirmación de viejas y consolidadas certezas, incluso vivencias.

El Periodista se ha hecho una pregunta que no sabe si podrá responder: ¿por qué creerle un poco más a Leonardo Romero si solo existe apenas su versión de los hechos? A continuación, posibles razones:

  1. Leonardo en su declaración menciona elementos que podrían confirmar sus palabras. La cámara de seguridad del hotel Saratoga podría demostrar que él no se manifestó explícitamente a favor de ningún bando durante la protesta, y que en el momento de su detención solo cubría con su cuerpo a un antiguo alumno suyo para que no lo pateara más la policía. Menciona a un posible testigo: un periodista de la revista Alma Mater que estaba en la estación, detenido como él, y que nadie sabe si hablará o no. Alma Mater se adelantó a prometer que revelaría dicho testimonio, pero semanas después del hecho, no sale. Nota: Aunque esta demora es un elocuente silencio a favor del testimonio, nada tiene que ver con la veracidad inmediata que el Periodista intenta explicarse.
  2. Leonardo se niega a decir el nombre del periodista de Alma Mater para evitarle represalias. Las represalias son figuras conocidas por todos en Cuba: expulsión del centro laboral (Alma Mater pertenece a la Casa Editora Abril, empresa perteneciente a la Unión de Jóvenes Comunistas), expulsión del centro estudiantil, maltratos en el barrio. Las represalias por ejercer la libertad de expresión son una institución oficial en Cuba.
  3. Varias personas confiables dan fe de la sinceridad, honestidad y singularidad de Leonardo Romero como individuo. Esta singularidad respalda su conducta a la hora de cubrir con su cuerpo al alumno que es reprimido, y su presencia en las protestas aun teniendo una causa legal en proceso por participar en una manifestación pacífica en abril.
  4. Es militante de la Unión de Jóvenes Comunistas, de la Federación Estudiantil Universitaria, ambas oficialistas. En una manifestación que ocurrió el viernes 30 de abril, Leonardo Romero fue apresado al portar y exhibir un cartel que decía “Socialismo sí, represión no”. Protestar en el caso de Leonardo implica transgredir el silencio que toda militancia impone; su transgresión está en función de un imperativo moral. Esta transgresión implica vida, disidencia, idealismo, compromiso con la verdad.
  5. Sus amigos, los que lo han defendido públicamente, son personas que se declaran socialistas desde posiciones críticas; en estas prevalece un discurso constructivo y de diálogo con las doctrinas de la oficialidad. Ahora bien, el Periodista considera que lo importante no es el diálogo con la oficialidad, sino el crédito al compañero, y el crédito a su disidencia a contrapelo de dicha voluntad de diálogo con la oficialidad. La izquierda tradicional suele traicionar precisamente esto. Suele alinearse con el discurso oficial del Partido Comunista cubano, que en épocas pasadas también se alineó con acciones que demandaban rechazo inmediato, como las invasiones soviéticas a Checoslovaquia y Afganistán. No abandonar a su compañero de lucha implica también una búsqueda de la verdad. Sus amigos le otorgan veracidad porque su propia conducta parece incorruptible.
  6. Del lado de las fuerzas policiales estaban las condiciones creadas para que estas se mostraran agresivas. Las fuerzas policiales cubanas son las que están más expuestas a contener las demandas populares que bloquean esas doctrinas dominantes dentro del Partido Comunista de Cuba. Son de alguna manera víctimas. Estas prohibiciones no solo alejan de lo justo a la policía, sino que las sobreexponen éticamente. Muchos policías conocen que las prohibiciones son ajenas a las necesidades y demandas populares, y se muestran permisibles con su violación; en esta permisibilidad cabe la aceptación de regalos. Para la ley son sobornos, para ellos son regalos. Estas prácticas de corrupción son de amplio conocimiento popular. Muchas personas sienten que la policía está avocada a mentir, a favor incluso de su propia autoridad.
  7. La debilidad institucional. La violación arbitraria y sistemática de principios constitucionales, sin fiscalización a cargo de instituciones independientes, hace que no existan garantía para ejercer las libertades reconocidas en la carta magna. Lo cual crea un marco débil, un terreno fértil para el abuso de poder.
  8. Intención de castigo. Este fenómeno es similar al voto de castigo electoral, cuando la sociedad castiga al paquete completo por mal proceder, por abusos o corrupción. Esto significa que hay una predisposición de incredulidad hacia la voz oficial y que debe primar, en cualquier caso, el castigo a su versión de los hechos. Leonardo Romero representa ese castigo, por lo cual su testimonio es amigable.

El Periodista cree que aún esta enumeración no está completa. Siente que el efecto-curiosidad devora su certeza, que es como una mesa de dos patas en equilibrio gracias a la curiosidad. El equilibrio es la curiosidad y no la certeza.

Leonardo Romero Negrín podría mentir, y algunos, no todos, de los puntos enumerados desmoronarse. Pero no caerían los hechos que no dependen de la personalidad de Leonardo: el silencio de Alma Mater; el mutismo del periodista que presenció los maltratos; las represalias institucionalizadas por ejercer la libertad de expresión en Cuba; el beneficio que le otorgan sus amigos a Leonardo Romero; los tanques soviéticos entrando a Checoslovaquia y Afganistán, la ceguera voluntaria habitual de la izquierda tradicional; las asfixiantes prohibiciones, la corrupción del cuerpo policial; la intención de castigo disuelta en una gran parte del imaginario popular; el Periodista mismo. Aun si se demostrara que Leonardo Romero Negrín miente, una curiosidad ensamblada por los hechos antes mencionados no quitaría razón a sus argumentos.

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