Todos los días a las 7:00 a.m., Mariano parte rumbo a la pequeña finca que mantiene a las afueras del centro de Guanabacoa, en localidad nombrada Ricabal, muy próxima a la Vía Monumental. Antes de preparar la tierra, aquello era un cascajo; el terreno estaba “perdío de yerba” cuando emprendió a limpiar, cercar y arar la tierra. Con estiércol preparó el terreno que hoy produce quintales de hortalizas.
Desde que tuvo conocimiento, Mariano aprendió a trabajar la tierra con su padre en la Sierra Maestra. A base de trabajo duro obtuvo esa sabiduría sencilla que tienen algunos campesinos. Su finquita está cruzada de surcos transversales a la elevación del terreno para prevenir la erosión de la lluvia. Está claro en los ciclos de cultivo y estima correctamente el tiempo productivo de cada parcela.
A partir de septiembre comenzó a sembrar los semilleros de ciclo corto. En tres y cuatro meses cosecha tomate, pepino, lechuga, ajo de montaña, gandul, ají y cilantro de Castilla. El tomate es sembrarlo y con poca agua se da; la lechuga es relativamente fácil, pero el trasplante de las posturas hace que a sus 66 años sienta el esfuerzo en las rodillas. Calcula poder trabajar la tierra unos pocos años más. Ya no rinde como antes, en cada nuevo surco se toma un descanso. Observa el cielo para saber si llueve. Demasiada agua estropearía los cultivos, en especial el tomate, pero a falta de un sistema de riego depende de las lluvias para la productividad de la finca.
Mariano entiende que estamos en medio de una situación complicada con la agricultura. No sabe mucho de precios, mínimos, máximos o topados, pero sí que el esfuerzo hace que la tierra sea productiva.
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