I
En la antigüedad solo podían sobrevivir las ciudades que detuvieran por la fuerza o la disuasión el saqueo de sus vecinos. La agricultura era la actividad fundamental, pero cuando la cosecha no satisfacía la demanda los pueblos se saqueaban y esclavizaban entre sí. En el año 490 a.n.e, Atenas fue asediada por los persas. Las huestes de Darío ostentaban una hegemonía naval indiscutible. Pero Ática había armado a los ciudadanos pobres para que defendieran su ciudad. Articular el cuerpo plebeyo fue el paso definitivo hacia la igualdad de derechos civiles y políticos. En la batalla de Maratón, por primera vez en la historia, un ejército de ciudadanos libres se enfrentó a un imperio. Venció la democracia.
Las sociedades contemporáneas encaran problemáticas distintas a las repúblicas del Mediterráneo antiguo. Por lo mismo, resulta fascinante que aún hablemos de la política con el vocabulario ingeniado por los griegos. Un crítico se lo hizo notar a Karl Marx y el viejo le respondió: “¿por qué no habría de ejercer la infancia de la sociedad humana, en donde había obtenido su desarrollo más hermoso, un encanto eterno como una edad que nunca habrá de volver?”.[1]
Este texto habla de una disputa cubana actual y actuante, pero pide paciencia al lector para repasar esa “infantil” claridad con la que los antiguos griegos organizaron y pensaron su vida en común. De su herencia rescato tres claves conceptuales: democracia, plebeyos y palabra pública.
La democracia en Atenas no fue una utopía, sino un régimen legislativamente robusto y corolario de la articulación política de los ciudadanos pobres libres. La democracia, en su parte hermosa, prohibió la esclavitud por deudas, emprendió una reforma agraria, pagaba el equivalente a un jornal a los pobres que asistían al ágora; los días festivos, los ricos estaban moralmente obligados a sufragar los banquetes y la ciudad financiaba las representaciones de las comedias y tragedias clásicas que hoy conocemos.
La democracia ateniense instituyó un régimen de lo público y en el ágora los ciudadanos ejercían el derecho a la palabra y tomaban decisiones informadas sobre las problemáticas que los afectaban. La palabra (logos) devino herramienta de la democracia y ejercerla en libertad e igualdad definía la condición ciudadana. Todos los ciudadanos, afirmaba Pericles, son igualmente competentes y tienen tanto derecho a gobernar como a ser bien gobernados. Un ideal materializado en la breve duración de los mandatos, la rotación de los cargos y la sistemática rendición de cuentas sobre la gestión pública.
Fue en ese contexto que la Filosofía alcanzó su definición mejor. Su “problema fundamental” era distinguir quién dice lo justo, lo útil o lo perjudicial para la ciudad. Cuando sofistas, Platón y Aristóteles discursan sobre la verdad en el fondo disputan sobre la principal pregunta política: ¿quiénes deben tomar las decisiones?
Los manuales de Filosofía cuentan mal la historia. Con supina candidez hemos escuchado que solo el que sabe puede divisar el bien y que las personas comunes viven internadas en una cueva viendo sombras. Con esas tesis Platón intentaba expulsar a los ciudadanos pobres del ágora. Por el contrario, aquellos que defendieron el derecho de los plebeyos a levantar la voz fueron acusados de relativistas, mercaderes de la verdad y todavía sufren de mala prensa. Pero los sofistas —evocando un concepto gramsciano— eran los intelectuales orgánicos de la democracia.
El sofista Protágoras le dice a Platón: estamos de acuerdo que para tocar bien la flauta hay que saber música, pero cualquier ciudadano decente puede distinguir lo justo de lo injusto y, por tanto, la política es cosa de todos. Asimismo, cuando exclama: “hay que defender la opinión del más débil” es un llamado a democratizar el ágora que por siglos había sido el espacio, exclusivo y excluyente, de los “bien nacidos”. Los griegos —recuerda Michel Foucault— utilizaban la palabra “parresia” para nombrar el acto verbal del ciudadano que habla con franqueza al poder aun sabiendo que puede ser castigado por ello. En contraste, los atenienses llamaban “ilota” —esclavos en Esparta y raíz etimológica de idiota— a los ciudadanos que por conveniencia, miedo o indiferencia no se atrevían a ejercer su derecho a la palabra pública.
En resumen, la historia ateniense nos aporta algunas lecciones: 1) democracia, en el sentido clásico de la palabra, es el gobierno de los ciudadanos pobres libres; 2) los ciudadanos libres no se asumieron democráticos por constituir una mayoría del número, sino porque lograban persuadir a las mayorías de que sus decisiones eran las correctas; 3) el ágora, como espacio para hacer política, cambió la virilidad militar por la virtud de hablar en público con franca preocupación por una república libre.
II.
Una declaración titulada: “En articulación plebeya” circula y recauda firmas por las redes sociales. En ella se aboga por “fomentar una cultura cívica de respeto por los derechos humanos y de relación fraterna, que supere el lenguaje político polarizante, como condición para la superación de todas las formas de violencia y desigualdad”. Cientos de ciudadanos la firmaron, otros negaron su intención de contribuir al bien de Cuba y una tercera reacción reconoció sus valores, pero le reprochó una condena explícita al bloqueo y el hostigamiento norteamericano.
En efecto, durante la administración Trump, la política de la Casa Blanca redobló su política de asfixia con el declarado designio de forzar a los cubanos a tomar una acción de protesta contra su gobierno. Uno de los criterios más consensuados y reafirmados por la casi totalidad de las naciones —bajo gobiernos de todas las ideologías— ha sido la impugnación del embargo/bloqueo por ser un mecanismo de injerencia en la soberanía de la Isla. Un análisis del escenario económico y político cubano que no aluda a los efectos del bloqueo y a los millonarios fondos para comprar acciones que induzcan a un cambio de régimen en Cuba resulta omiso.
Decir que un enunciado es parcial puede significar lo mismo que decir que es incompleto o tendencioso. En el mejor caso, la pretensión de enunciar una verdad presupone la apertura a ser completada por otros. La forma ideal de comunicación para completar la verdad es el diálogo. Para ello se requiere la voluntad de que los diferentes —incluso los adversarios— se reconozcan como interlocutores responsables, con iguales derechos a participar dentro de un marco normativo común.
Si de decir toda la verdad se trata, en el discurso de la burocracia cubana el bloqueo ha servido para justificar su propia ineficiencia, así como el belicismo asumido por una parte de la oposición ha sido coartada para justificar la censura de todas las voces críticas. La política de los Estados Unidos nutre a sectores conservadores en ambos extremos del arco ideológico. Entre una oposición desleal a la soberanía y una burocracia anquilosada no hay un partido, una organización de masas o un grupo de académicos, sino múltiples formas de situarse frente a crisis de distinto orden que afectan la vida de los cubanos. Si es posible habar de un “centro” —más que todo un espectro— sería el que emerge de la equidistancia entre polarizadores, pero cubriría un amplísimo campo de contenidos conceptuales y sensibilidades políticas.
La Articulación plebeya (primera) no es un manifiesto ni un análisis contextual, es una comunicación con remitente y destinatario. Un grupo de ciudadanos se dirige a su Estado/gobierno para solicitarle el apego a la Constitución que ambos comparten y es mandatorio para ambos. Los Estados Unidos son un tercero, no comprometido con las normas que vinculan a la ciudadanía con las autoridades cubanas. El documento original fue publicado el 27 de noviembre en facebook y de ahí fue replicado en La Joven Cuba, al unísono que centenares de artistas e intelectuales —en su mayoría jóvenes— se reunían a las puertas del Ministerio de Cultura (Mincult).
La declaración responde, en tiempo real, a la urgencia de ciudadanos siendo rociados con aerosol pimienta y cercados de policías y grupos civiles convocados a repeler una protesta pacífica. Recordemos que los motivos de los allí congregados, sin mediar una convocatoria expresa, eran diversos dentro de un rango de insatisfacción por la gestión estatal frente al Movimiento San Isidro (MSI) y con demandas en torno a la libertad de creación y expresión. Atendiendo a la urgencia del contexto la Articulación expresaba: “rechazamos cualquier acción violenta y represiva, y reivindicamos el respeto a los espacios de diálogo dentro del marco de las leyes y la constitución”.
Finalmente, el escenario de protesta del 27 de noviembre fue resuelto en un diálogo entre los 30 representantes democráticamente elegidos in situ por los allí congregados y el viceministro de cultura Fernando Rojas. El último de los acuerdos prometió garantías de no consecuencia para los manifestantes. Ya en la madrugada los jóvenes del 27 N cantaron el Himno Nacional, se abrazaron y caminaron salvos, entre vehículos policiales, a sus casas.
Más tarde la televisión estatal cubana —por primera vez en semanas de la escalada de conflictos— dedicó un programa especial a identificar al MSI como un actor mercenario, articulador de show mediáticos e insertados en el guion de los “golpes suaves” y “revoluciones de colores”. La identidad, en cambio, de los manifestantes del 27N fue presentada por el viceministro Rojas con tono conciliador, resaltando el saldo positivo del encuentro y la voluntad institucional de respetar lo pactado. Todo ello, mientras se desmentía la actuación policial de la noche anterior y se mostraban las imágenes de los congregados y sus representantes “hablaban” en off.
Fernando Pérez —una de las voces más prestigiosas del campo cultural cubano—requirió a las instituciones extirpar los prejuicios y emprender un diálogo serio. Para el director de El ojo del canario, los jóvenes del 27N merecen una mirada poética que rescate la Cuba del futuro reunida frente a las puertas de su Ministerio.
No hay dudas de que el 27 de noviembre hubo una protesta política de artistas y creadores. Con todo lo complejo que significa decir esa frase en Cuba. Un análisis serio no pasaría por alto que el repertorio elegido por el demandante fue acudir a las puertas de su institución a reclamar la presencia de su ministro. Una crisis de credibilidad institucional dibujaría un escenario más sombrío para la resolución de conflictos. A futuro, ese es el escenario trazado cuando —por un “correo insolente”— las autoridades decidieron cerrar el diálogo y sustituirlo por una reunión con algunos elegidos.
Demandar la presencia en la mesa de diálogo de la persona del presidente —lo que Fidel Castro quizás hubiera hecho de motu proprio— puede resultar tan excesivo como razonable requerir la presencia de un asesor constitucional. Para las autoridades cubanas ambas cosas son igual de intolerables. En los hechos, ninguno de los dos actores distinguió entre procesar un diálogo o una negociación. Una vez más, bandos en las antípodas, no perdieron oportunidad para el anacrónico uso de la frase de Maceo: “No, no nos entendemos”. Con esa expresión el Titán rechazó un pacto incompatible con su decisión de no cansarse hasta: “librarse de todo aquello que no sea republicano”. Citar la primera frase aislada del ideario que la sostiene solo sirve para alimentar obcecaciones que impiden procesar diferencias y solventar en el diálogo los conflictos.
Otro botón de polarización asoma cuando un autor —bajo el seudónimo Bufa Subversiva— publicó “Articulación Popular y Socialista” para contrarrestar el texto plebeyo. El texto en sí carece de valor conceptual, excepto el ser difundido por los medios oficiales y afines a pesar de faltas tan evidentes como presentar una fecha errada de su contraparte y, por ese lugar, increpar a los plebeyos excluir “la espontaneidad de la Tángana como parte del diálogo”.[2] En su arremetida declara: “no hay nada de ‘plebeyo’ en personas que son pagadas por organizaciones como la NED (…) que han hecho público su vínculo con tales organizaciones enlazadas directamente al gobierno norteamericano”. No se aclara si se refiere a redactores o cofirmantes que en una declaración abierta solo pueden comprometerse con las ideas plasmadas en el texto en cuestión. En cualquier caso, la retractación “popular y “socialista” no discute conceptos, sino que es el continente de un ataque ad hominem, es decir, la afirmación de que una idea es falsa basándose en los supuestos intereses espurios o características morales de sus firmantes.
En la maquinaria propagandística estatal el MSI, el 27N y la Articulación plebeya reciben la descalificación personal y el linchamiento mediático como tratamiento común. Sin prescindir, en ciertos casos, de arrestos domiciliarios, actos de repudio, detenciones e interrogatorios policiales a personas sin procesos legales en curso. Las acciones mediáticas y policiales son socializadas en el ágora digital, devenida plaza pública, generando apoyos y rechazos.
Un marco en la fotografía de Facebook identifica a quienes quieren a un país inclusivo (Cuba es de todos) y los que subrayan que el país sobrevivió al hostigamiento de Trump (Cuba Viva). El ágora digital cubana se ha ampliado y con ella se multiplican los efectos comunicativos. El performance de MSI generó un efecto cascada donde en un punto de la escalada se hizo imposible mantenerse indiferente. A partir de reacciones enfrentadas se conformaron grupos que reafirmaban su identidad en oposición a otros. El resultado es un estado mental que enfatiza en las divergencias ya no solo con el opuesto, sino con los que pudieran expresar contenidos similares en conceptos diferentes.
La Articulación plebeya refrenda un amplio, pero, a la vez, preciso pacto con “todos los saberes comprometidos con el bien de Cuba y la conservación de la soberanía nacional, la independencia y la integridad de la patria”. Para una disposición racional la recusación a toda forma de injerencia extranjera es indudable. Sin embargo, una articulación autónoma, el encaje en tradiciones políticas no doctrinarias y la distancia con el vocabulario intransigente genera sospecha, desconcierto y rechazo en los celadores de la “pureza revolucionaria”. La polarización prefiere colocar etiquetas que dialogar, elige tener enemigos antes que adversarios, prefiere la trinchera que el ágora. Para el revolucionario polarizante el campamento espartano es más vigoroso que la democracia plebeya. Un error histórico común en las izquierdas tradicionales.
III.
Lo que no más ayer era un problema a procesar con argumentos estéticos y, de contar con elementos suficientes de convicción, en un espacio jurídico transparente; hoy ha sido elevado a una crisis política de alta intensidad. Los medios corporativos internacionales han hecho su negocio. El lobby cubanoamericano utilizará estos eventos para torpedear el diálogo entre el gobierno cubano y la nueva administración de la Casa Blanca. Sí, puede resultar paradójico que uno de los gobiernos que mejor ha gestionado la pandemia global se haya visto superado por un conflicto doméstico. No sorprende, es proverbial que una de las asignaturas pendientes de los sectores pertinaces al interior del partido/gobierno es la ciencia política.
La hegemonía de Fidel, en parte heredada por Raúl, excusaba a los políticos del partido y a su monolítica bancada en la Asamblea Nacional a hilar fino en política. Esa condición no solo ya no existe, sino que se hará más distante con la desaparición de la generación histórica que hizo la Revolución. El pilar de legitimidad del proceso político cubano es el referéndum donde la ciudadanía —con el 86,9 % de los votos— aprobó como fundamento que: “Cuba es un Estado socialista de derecho y justicia social, democrático, independiente y soberano, organizado con todos y para el bien de todos” (Art. 1).
La Carta Magna de 2019 conserva bridas en la tradición soviética de su predecesora, pero incorpora un renovado lenguaje universal, técnico jurídico y pluralista. Por ese lugar, ingresan nuevos contenidos a la ciudadanía como la aceptación de los derechos humanos en su carácter irrenunciable, imprescriptible, indivisible e interdependientes. Se registran principios como la igualdad ante la ley sin discriminaciones de ningún orden (Arts. 40, 41); se reconocen las libertades de conciencia, pensamiento y expresión (Art. 54) y las garantías para un debido proceso y el habeas corpus (Arts. 94, 95). A tales mandatos se refiere Articulación plebeya cuando demanda: “se revise la constitucionalidad de todas las normas de inferior jerarquía que contradigan la Constitución”.
El derecho es un discurso político y la política fluye en la cotidianidad que intenta organizar el derecho. Cuando el texto plebeyo habla del imperio de la ley no es Hans Kelsen a quien se le hace un cumplido, sino al republicanismo democrático. Ello será difícilmente observado por cierta izquierda internacional que se empeña en pensar a Cuba desde la épica revolucionaria y desatendiendo la voz del ciudadano cubano común. La idea de mantener a Cuba como una excepcionalidad museable, protegida de los aportes teóricos que solo valdrían para denunciar las restricciones democráticas, perfidias del poder, autoritarios, discriminaciones, feminicidios y corruptelas capitalistas es tramposo Por fuera de ese egoísta lugar, la Cuba bandera revolucionaria debe responder a las necesidades democratizadoras de la Cuba país cada día más diverso y desigual; un país urgido de disminuir la pobreza y el desabastecimiento de los productos básicos de su canasta vital; un país apremiado de procesar sus diferencias ideológicas bajo el imperio de la ley y en respeto a los derechos humanos. Atravesar esa tempestad con la compañía de la izquierda democrática estaría muy bien, hacerlo con dispositivos de control ciudadano y espacios abiertos al debate público sobre la justicia y la legitimidad sería lo realmente socialista.
El programa republicano, muy distinto al liberal, se compromete con impedir que un individuo o grupo social a razón de su poder económico coarte a la República su derecho a definir el bien público. La libertad republicana es opuesta a la liberal en tanto no reza: yo soy libre hasta el límite de tu libertad, sino dice: yo soy libre porque compartimos una república libre de dominación arbitraria para ambos. Por ese lugar, el programa republicano se ejerce también contra las burocracias estatales que operan con lo público como si fuera su patrimonio. Los republicanos democráticos —preocupados por las asimetrías de poder— procuran que las libertades de expresión y prensa se materialice en medios públicos bajo estricto control fiduciario de la ciudadanía.
El término “plebeyo”, por su parte, remite a una tradición que atraviesa la historia de la política. Plebeyos eran los ciudadanos pobres libres y su régimen político marcó el sentido clásico de la “democracia”. Gramsci definió lo plebeyo como el bloque social de los oprimidos. Los plebeyos son en Frantz Fanon “los condenados de la tierra” y el concepto-metáfora Caliban identifica la identidad plebeya en oposición al discurso colonizador. La “opción por los pobres” en la teología de la liberación define una determinación que vale tanto para Dios como para toda autoridad: “el gobierno que no es de los pobres es el gobierno de los ricos”. No hay pretensión de neutralidad, sino que el plebeyismo —entendido como empoderamiento de los grupos subalternos— define la clave del movimiento democrático. En el mapa de la Filosofía Política adscribirse a una declaración republicana plebeya puede ser un intento completado, pero su sentido de clase no es intercambiable.
Lo que sí es cierto es que la democracia como una cosa en sí, como una abstracción formal no existe en la política real. Se dice democracia en oposición a las derechas patriarcales, a los fundamentalismos religiosos, a los mercaderes de la independencia y la soberanía popular. Se dice plebeya, como decir mestiza, frente a las purezas doctrinarias, mudas frente a los grupos poderosos que ahora mismo —blindados por la ausencia de medios de comunicación realmente públicos— privatizan los cambios económicos a su favor. Se dice republicanismo para impedir que los poderosos de distinto signo expropien a la ciudadanía de su derecho a definir lo que es de pública utilidad. Se dice República porque una patria debe ser el ágora de todos y no la finca de algunos.
[1] Karl Marx, Selected Writings, Oxford University Press, 1977, p. 360.
[2] Se refiere a un evento de reafirmación revolucionaria publicitado un día después de la publicación del texto plebeyo.