Cuba es un país con un número muy amplio de personas de la “tercera edad”. Al mismo tiempo, entre 1960 y 2012 la esperanza de vida progresó de 64 a 78 años, la población migrante se encuentra mayoritariamente en franjas jóvenes de edad y la tasa de fecundidad fue de 1,62 en 2018, hecho que perpetúa ya antiguos problemas de reemplazo poblacional.
Ese escenario coloca al envejecimiento como “el principal desafío demográfico” de la nación, con consecuencias cruciales en varios planos, como la disponibilidad de fuerza de trabajo y la presión sobre el sistema de seguridad social y la infraestructura de los cuidados.
Vivir más tiempo, alargar el periodo de vida en que nos consideramos útiles y satisfechos, es una extraordinaria noticia. El tamaño de la cifra de adultos de la tercera edad en Cuba habla también de la vida que han podido vivir, y de seguridades en temas como educación, salud y alimentación.
Sin embargo, la pregunta sobre la dignidad en la vejez, y por las condiciones materiales que deben asegurarla, es una interrogante que genera muchas y graves preocupaciones en el aquí y ahora de esas personas, de sus familias, y de la sociedad cubana.
Este fotorreportaje es una mirada al tema del envejecimiento en Cuba en tiempos de COVID-19. Las fotografías fueron tomadas entre julio y agosto de 2020, se acompañan con estadísticas y opiniones de especialistas, y los títulos de las fotos corresponden asimismo a títulos o fragmentos de canciones cubanas, para conformar así una conversación cruzada sobre el tema.
“La población de 50 años y más, residente en Cuba (…) ascendió a 4 022 616 personas, de ellos: 2 109 970 son del sexo femenino, que corresponde al 52,5 % de la población total, con una relación o índice de feminidad de 1 103 mujeres por cada mil hombres. El grupo de personas de 60 años y más, representa el 56 % de la población en estudio, y el 44 % lo compone el grupo de 50 a 59 años”.
(A menos que se indique otra cosa, las estadísticas son tomadas de “Encuesta Nacional de Envejecimiento de la población 2017”, Oficina Nacional de Estadística e Información, Centro de Estudios de Población y Desarrollo, Ministerio de Salud Pública, Centro de Investigaciones sobre Longevidad, Envejecimiento y Salud, 2019).
“Al llegar a los 60 años apenas el 13,3 % de todas las personas de 60 y más inician nuevos proyectos de vida no realizados anteriormente, con una aparente amplia diferencia por sexo a favor de los hombres (9,5 % de las féminas frente al 17,6 % de los hombres)”.
“La demanda insatisfecha de sistemas de cuidado y de apoyo a las familias parece actuar como inhibidora para iniciar nuevos proyectos para el 86,7 % de la población de 60 años y más que no lo realizó”.
“La autopercepción de salud en la mayoría de la población se concentra en la categoría ‘regular’, en tanto alrededor del 10 % del total la evalúa como mala o muy mala. En todos los grupos de edad la autopercepción de salud que reportan las mujeres es peor que la declarada por los hombres, incluso en los grupos más jóvenes la proporción de mujeres más que duplica la de hombres”.
“El 80,6 % de las personas de 60 años y más padece al menos de una enfermedad crónica. Esta proporción se eleva al 86,9 % en el grupo de 75 años y más. La hipertensión arterial es la enfermedad crónica que más afecta a la población de mayor edad del país”.
“La protección social entre los de 60 años y más es elevada, el 68,5 % de ellos recibe pensiones a través de los regímenes de seguridad y asistencia social que tienen carácter universal. Esa proporción se eleva al 82 % entre las personas que alguna vez trabajaron y están ya en edad de jubilación. Nueve de cada diez hombres cuenta con ingresos propios (salario, jubilación, rentas, ahorros), ello está presente apenas en poco más de 6 de cada 10 mujeres, siendo que el resto o bien no cuenta con ningún tipo de ingreso o depende de ayudas monetarias transferidas por otras personas”.
“Una de cada cuatro mujeres de 50 a 59 años y casi una de cada cinco con 60 y más no recibe ingresos mensuales, lo que incrementa la proporción de población femenina económicamente dependiente”.
Ailynn Torres Santana: “Según una encuesta poblacional realizada entre diciembre de 2010 y marzo de 2011 por la Oficina Nacional de Estadística e Información, el 9 % de los encuestados adultos mayores declaró que no recibió́ ingresos en el último mes, con un porcentaje más elevado (14 %) para las mujeres”.
“Según ese estudio, una parte importante de las personas en su tercera edad cuenta solo con jubilación o pensión como fuente de ingreso. En el caso de las mujeres, la percepción de privación es mayor, probablemente porque una proporción más elevada de ellas no percibe ingresos y porque se encargan más de los aspectos económicos de los hogares”.
“En 2019, alrededor del 73 % del total de personas de 60 años y más recibía pensión en el país. El último informe sobre envejecimiento de la población cubana arrojó que las mujeres representaban casi el 53,49 % de la población anciana en Cuba y, según el Censo de 2012, constituían el 56,5 % entre las personas de ochenta años y más. Su esperanza de vida geriátrica (23,6 años) era mayor que la de los hombres (21 años), pero su calidad de vida es menor. Ellas sufren con más frecuencia enfermedades degenerativas (demencia, alzhéimer, osteoporosis), y crónicas (diabetes y padecimientos isquémicos y cardiovasculares). Con esas cifras, el mercado está jugando un rol cada vez más relevante en la provisión de servicios sociales, entre los cuales el de cuidados es el más visible (…)”.
“El 13,5 % de las personas fuera de edad laboral se encontraban laborando en el momento de la ENEP-2017, y se aprecia una mayor tendencia a ello entre los hombres; para estos la tasa de empleo revela que 1 de cada 5 está incorporado a la actividad económica, frente a apenas una de cada 11 mujeres. Estas personas que trabajan luego que alcanzan la edad límite para ello, en su mayoría tienden a seguir desempeñando la misma actividad ocupacional que más conocen. Las dos razones que prevalecen en la participación económica fuera de la edad laboral, tanto para hombres como para mujeres, son en primer lugar ‘Sentirse útil y capaz’, seguido de ‘Razones económicas’, entre estas últimas se encuentran ‘Tiene que ayudar a hijos y otros’; ‘Tiene personas dependientes’ y ‘El dinero no alcanza’”.
Elaine Acosta: “Teniendo en cuenta que la COVID-19 ha visibilizado más la condición de vulnerabilidad que tenemos todos; existen determinadas características de esta pandemia que pone a un grupo de personas en una situación de vulnerabilidad. Hay dos cuestiones fundamentales a tener en cuenta. Atendiendo a criterios médicos conocidos, se ha definido a las personas mayores y con padecimientos crónicos previos como las más vulnerables frente al contagio. Se conoce que la letalidad de este virus es mayor en personas que tienen más de 60 años. En el caso cubano este criterio es más preocupante y notorio, debido el alto grado de envejecimiento poblacional del país –un 20 % de la población tiene más de 60 años, lo que representa más de dos millones de personas. Ahí hay un gran grupo, con sus diferencias, porque este virus no afecta por igual a todas las personas mayores, pues aquellas que se encuentran en mayor situación de pobreza y que están solas son más vulnerables”.
“(…) los resultados sugieren una baja prevalencia de maltrato hacia las personas de 60 años y más en su entorno residencial, quienes en su gran mayoría (89 %) no reconocen haber experimentado ninguna situación de comportamientos irrespetuosos, rechazo, agresiones físicas o verbales, negación o abandono de quienes deben cuidarlos, negligencia en la administración de medicamentos o de implementos auxiliares necesarios como espejuelos, bastones, etc.”.
Mayra Espina Prieto: “(…) hay grupos que están sobrerrepresentados en la situación de pobreza, o son más vulnerables a los eventos de crisis social, y transitan con más facilidad hacia el empobrecimiento. Estos grupos son, por género, las mujeres. No quiere decir que solo haya mujeres; pero ellas están sobrerrepresentadas en ese grupo de pobreza. Por generaciones son los ancianos; sobre todo aquellos que viven solos o en familias muy numerosas, cuyos recursos no alcanzan para satisfacer todas las necesidades. (…) Un elemento que refuerza la gravedad de estas tendencias de desigualdad es que, en la mayor parte de los casos, no se trata de situaciones de desventaja nuevas, generadas por la crisis, sino que se padecía una reproducción histórica, generacional de tales desventajas, en el sentido de que los perdedores y más afectados por la crisis suelen ser grupos y familias que ya estaban en una situación socioeconómica relativa desfavorable. La reproducción generacional de las desigualdades las hace todavía más injustas e imprime un matiz de desesperanza a quienes la padecen”.
(Mayra Espina: “Desigualdades en la Cuba actual. Causas y remedios”, en Denia García Ronda (ed.): Presencia negra en la cultura cubana, Ediciones Sensemayá, La Habana, 2015).
Ángela Isabel Peña Farias: “(…) algunos retos para la equidad social en el actual contexto de reconfiguración de la política social en Cuba, y con ello, en el escenario de transformaciones relativas al Régimen de Bienestar cubano:
- Reproducción del patrón de desigualdad ya afianzado en los noventa, y de los grupos en desventaja y en condiciones de pobreza.
- Ampliación de las brechas sociales debido a las desiguales condiciones para modular el impacto de los cambios.
- Patrón de inclusión social centrado en el necesitado con un carácter ex post, reconfigurando el carácter ex ante de la política social tradicional cubana.
- Reenfoque en el asistencialismo hacia los sectores vulnerables y pobres con menor encadenamiento a la promoción de la superación real de estos procesos.
- Distanciamiento entre las clases sociales que resquebraje definitivamente las aspiraciones de solidaridad social como marco político.
- Necesidad de incrementar el gasto social sin encadenamiento, es decir, el gasto en subsidiar protección a los perdedores del juego, sin que este subsidio se revierta en una potenciación de la participación y aporte social de los beneficiados.
- Naturalización del problema, es decir, que las personas se acostumbren a lidiar con la desigualdad y la pobreza viéndolo como el modo en que las cosas son, lo cual desvirtuaría la esencia humanista del modelo de desarrollo.
- La desconfianza en las instituciones y en el liderazgo político a futuro”.
(Ángela Isabel Peña Farias: “Regímenes de bienestar en Cuba. Notas para una Discusión”, en María del Carmen Zabala Argüelles (comp.): Debates actuales sobre política social. Cuba en el contexto de América Latina y el Caribe, FLACSO-Cuba, 2017/Fundación Friedrich Ebert, 2017).