Desde los 12 años Pastor López trabaja la tierra que recibió como herencia de sus padres. A 15 kilómetros de San Antonio de Cabezas, un pequeño poblado rural del municipio Unión de Reyes, Matanzas, la finca Candelaria tiene 0,10 hectáreas de suelo poco fértil.
Pastor siembra malanga, tomate, frijoles, ajonjolí y yuca. Su plan actual de entrega de malanga es de 75 quintales; su producción total de esta temporada fue de 115. El contrato con la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) Antonio López establece que Pastor puede comercializar ese excedente con particulares, lo cual le resulta provechoso pues estos pagan el quintal de malanga a 450 pesos, mientras el Estado lo paga a 300 y le resta un 7 % en impuestos a cada quintal. Habitualmente, un tractor le garantiza el transporte hacia los vendedores privados por 250 pesos. “Pero ahora las carreteras están cerradas, le tengo que vender todo al Estado”.
En la Mesa Redonda del pasado 23 de marzo el primer ministro Manuel Marrero Cruz anunció la suspensión de la transportación interprovincial de pasajeros, estatal y privada, como parte de la estrategia del gobierno cubano para enfrentar la COVID-19. En aquel momento unas 22 000 personas viajaban diariamente entre provincias, y la cifra de casos positivos a la enfermedad rozaba los 50.
El 9 de abril, dos días después de que el país entrara en la etapa de transmisión autóctona limitada, el ministro de Transporte Eduardo Rodríguez Dávila informó en ese espacio televisivo la paralización total de esos servicios, excepto en actividades priorizadas. “Pondremos en función de la transportación de alimentaciones todos los medios que se requieran”, especifica el listado de medidas.
Julio Álvarez, de 50 años, y su padre Irene, de 84, también son asociados de la CCS Antonio López. Julio tiene un tractor y una carreta con capacidad para cien quintales con los que se dedica a mover productos de un pueblo a otro. Ya no puede hacerlo. “No dejan salir para ningún lugar”.
Explica que solía viajar a Bolondrón (a 40 km de San Antonio de Cabezas), a Bermejas (12 km), a Los Palos (8 km), buscaba maíz, tomate, frijoles, y los llevaba al mercado de su pueblo. Cobraba entre 500 y 600 pesos, según la distancia.
Yenlys Morales está sin empleo. Tiene 40 años, una niña y licencia de comprador mayorista. Desde hace diez años maneja un camión de carga. Compra mercancías que luego revende en mercados privados de La Habana y Matanzas.
“La marcha atrás venía desde hace tiempo –dice–, a raíz de la situación del combustible. Muchos campesinos aran con tractor y otros tienen turbinas para el regadío que funcionan con petróleo. Eso elevó los precios de los insumos. No me daban negocio los viajes. La cosa estaba mala, pero había trabajo. Ahora no hay nada hasta que abran las fronteras”.
Las cooperativas, sin embargo, mantienen su ritmo habitual: recoger mercancía y llevarla a la empresa Acopio, que se encarga de distribuirla.
Eddy Plasencia Arencibia, presidente de la CCS Rubén González, de Unión de Reyes, explica que los productos que se recogen en Cabezas se destinan a abastecer el municipio; también suministran a La Habana, a la ciudad de Matanzas y a Cárdenas. “Nosotros no podemos parar y vamos a seguir haciéndolo todo: recibiendo mercancías, haciendo balances, pagando. Cumplimos las medidas orientadas para proteger a nuestros campesinos del coronavirus, pero no podemos parar el trabajo”, apunta.
El 18 de marzo, una semana después de confirmados los tres primeros casos de coronavirus en Cuba, el semanario Trabajadores publicó un plan de prevención y control ante la propagación de la enfermedad, elaborado por el Ministerio de Agricultura. Adriana Ballester Hernández, directora de personal de ese organismo, explicó que el plan tiene como objetivo “evitar que los trabajadores enfermen y mantener el flujo productivo”. Las medidas incluyen chequear el cumplimiento de los reglamentos de convivencia e higiene; atender de manera priorizada a los grupos vulnerables; gestionar y mantener un inventario de jabón, cloro, hipoclorito de sodio, desinfectantes y alcohol en cada empresa de suministros; y la fabricación de nasobucos.
“En el campo usamos nasobucos para las trillas de frijoles, para regar abono, para viajar al pueblo; así la tierra y el polvo no te caen en la garganta. Ahora todo el mundo los tiene puestos porque hay peligro”.
José Antonio López viaja diez kilómetros en bicicleta por un terraplén desde su casa hasta el campo. Torales, la finca donde trabaja, tiene 0,11 hectáreas.
“Preparo los suelos todas las mañanas y por la tarde pastoreo los animales. No he tenido ninguna afectación por la pandemia”, dice. “Mi ayudante y yo nos lavamos las manos en una palangana. Cuando llego a la casa dejo las botas afuera y me echo hipoclorito. Dejo la ropa en una bolsa y luego se lava”.
Según el ministro de Agricultura, Gustavo Rodríguez Rollero, la producción nacional de alimentos es prioridad en el actual contexto. Por tanto, dijo, se fomentará la agricultura urbana, suburbana y familiar, así como los cultivos de ciclo corto; y se destinará el máximo de recursos a las producciones de arroz, plátano, frijol, maíz, huevos y carne porcina.
Hace cuatro meses que Christian Hernández, de 22 años, canceló su convenio con la Unidad Empresarial de Base Porcina de Unión de Reyes. En su pequeña finca El Pilar, a las afueras de San Antonio de Cabezas, construyó una porqueriza donde caben 150 cerdos.
“El contrato consistía en que la empresa me vendía las precebas [cerdos con 60 días de nacidos] destetadas, el pienso del inicio y el 70 % del alimento para la crianza. Después yo devolvía los animales con 90 kilogramos o más. Pero se demoraban meses para traer comida y tenía que inventar. En el último tiempo la cosa se puso fea, no había comida y tenía que criar cochinos del Estado con recursos propios. Así no”.
Cuba gasta unos 500 millones de pesos en la importación de materias primas y piensos para la elaboración de alimento animal. “Debemos transformar esa matriz y cambiar la mentalidad importadora”, destacó el ministro. “Se trata de lograr un balance de alimento animal en el que gradualmente pesen más las fuentes nacionales, lo que conlleva sembrar más yuca y maíz, usar más el palmiche, pastos, forrajes y plantas proteicas que tenemos”.
Dice Christian que “ahora con la pandemia no hay venta de cochinos, ni particular ni para el Estado”.
“En el potrero tengo diez puercas y un verraco. No hay comida y la sequía es grande. No entra pienso ni soya. Los estoy alimentando con lo que me produce la finca y es difícil porque a un cochino grande tengo que alimentarlo dos veces al día”.
En Cabezas, la libra de carne de puerco subió de 37 a 47 pesos.
“Mi tierra es muy chiquita. Lo que produzco es para consumo propio. Sembré yuca y no crece por la sequía. En el campo me paso desde que amanece hasta que oscurece. No tengo contacto con nadie y ando con nasobuco todo el día, aunque esté en medio de la nada”.
Desde hace diez años, Anastasio Rodríguez Toledo siembra en su patio quimbombó, habichuela y tomate que luego vende a la CCS Pablo Prado Rodríguez, de Unión de Reyes. Ante la pandemia, la CCS le ha pedido reforzar la higiene e incrementar sus producciones. Anastasio asegura que esto último es difícil debido a la escasez de recursos como el abono y el combustible; también a los efectos de la sequía.
Según el Instituto de Meteorología, marzo, quinto mes del periodo estacional poco lluvioso en Cuba, finalizó con un 90 % del territorio nacional con insuficientes acumulados de lluvia. “De ellos, un 46 % correspondió a déficits catalogados de severos a extremos, un 23 % moderados y un 21 % débiles”, explica el reporte.
Las provincias más afectadas fueron Pinar del Río, Artemisa, Mayabeque, La Habana, Cienfuegos, Camagüey, Granma, Santiago de Cuba y Guantánamo. Unos 70 municipios fueron reportados de críticos, con más del 95 % de sus áreas afectadas. Entre ellos Unión de Reyes, con un déficit de 98,2 %.
Silvio Luis Padrón no trabaja desde enero. La cooperativa V Congreso, a la que pertenece, está prácticamente cerrada, pues al no tener sistemas de riego depende de la voluntad de la lluvia. Varias veces ha ido a preguntar pero la respuesta sigue siendo idéntica: “Nada. Te avisamos”.
Silvio tiene 63 años y es agricultor desde los diez. Su especialidad es la siembra de la yuca. Afirma que medio Unión de Reyes hace fila en su portal cuando la vende, y que en fin de año no da abasto con los encargos. Ahora hace poco más que leer el periódico y buscar mandados. Desde enero su esposa Evangelina tomó las riendas de la economía familiar con una máquina de coser.
Del primero de marzo al 31 de agosto, el país comienza la llamada campaña de primavera, en la que se intensifica la preparación de tierras y se aprovechan las primeras lluvias para cumplir la siembra. Al intervenir en la Mesa Redonda del 30 de marzo último, el titular del Ministerio de Agricultura manifestó que “los productores deberán aferrarse a este periodo para aprovechar el tiempo y el agua, porque solo el 7 % de la tierra está en áreas bajo riego”.
Luis Pérez Álvarez, de 70 años, trabaja con José Antonio López como obrero agrícola. “La mayor afectación que tenemos es la sequía. Hace mucho que no llueve y en la finca no tenemos regadíos”, asegura. “La falta de recursos también nos limita mucho. El petróleo, las fumigaciones y los fertilizantes están escasos. Ahora que todo está paralizado y el mundo está revuelto, será peor”.
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