El paisaje natural de Topes de Collantes es una inmensa zona protegida de Cuba, localizada en la parte central de la Isla. Allí, entre las montañas y conectadas por caminos escarpados, existen numerosas comunidades que forman parte del Plan Turquino.
A lo largo del Sendero Javira se encuentran cuatro caseríos dispersos. Quienes viven en el Sendero tienen que viajar más de 5 kilómetros cada día para llegar a las escuelas, centros de asistencia médica o bodega, todos localizados en el pueblo más cercano.
Los caminos que conectan los caseríos son intransitables para el transporte motorizado, por ello sus habitantes tienen que desplazarse a pie o a caballo. Hasta estos sitios de la montaña solo llegan quienes viven aquí y algunos pocos visitantes fascinados por la belleza del paisaje y la variedad de aves.
Yo estaba en el Sendero y conocí a su gente mientras “cazaba” aves con mi cámara. Pero terminé por hablar con ellos, por fotografiar retazos de sus vidas, tan alejadas de lo que podríamos llamar modernidad.
A lo largo de casi todo el camino la tupida vegetación sirve de techo para proteger del sol a quienes, día tras día, desandan el Sendero. De día, el follaje de los árboles es una bendición. De noche, consigue que la oscuridad sea palpable, como si una mancha oscura se pegara a todas las ramas y al aire mismo como alquitrán.
En uno de los caseríos del Sendero vive Pedrito, el niño protagonista de estas imágenes. Él no deja de asistir a la escuela ni siquiera cuando los caminos se tornan difíciles por las lluvias y las mismas arrias de mulos tienen que hacer un gran esfuerzo para avanzar entre el lodazal. Una hamaca en el patio trasero de la casa y un perro, fiel amigo de tantas caminatas, son sus entretenimientos en las tardes después de la escuela.
Román, el arriero, recorre el Sendero Javira a diario, cargando comida y otros menesteres hasta el caserío. Él lleva toda la vida en estos parajes y no conoce otro mundo que estos caminos, su caballo y el arria. Para Román, el Sendero no tiene secretos.