Es viernes 13 de diciembre de 2019 y todos estamos cansados. Han pasado dos semanas completas desde que Madrid recibiera a los miles de negociadores, funcionarios, periodistas, miembros de organizaciones civiles, científicos y activistas medioambientales que repletan la Feria Internacional (IFEMA) de la capital española.
La COP 25, que no pudo celebrarse en Chile y tuvo que migrar de continente, no ha tenido resultados satisfactorios. Jornadas enteras de negociaciones estancadas por intereses económicos y políticos, metas que no se han cumplido, noticias científicas alarmantes sobre los efectos a corto plazo del comportamiento actual, reclamos de los países menos favorecidos, denuncias de las comunidades originarias… ese el saldo que deja esta Conferencia por ahora.
Durante este tiempo los periodistas han perseguido a negociadores y ministros, y estos se han tratado de esquivar las preguntas sobre los avances con declaraciones vagas. Fuera de las sesiones técnicas y de alto nivel, las organizaciones civiles han presionado para que los políticos pacten los acuerdos necesarios. Pero en todo ese tiempo la COP 25 y sus negociaciones se han movido poco. O nada.
Mientras a puertas cerradas se negocia el futuro del planeta, fuera de las salas de reunión privadas se vive intensamente la COP 25. Durante estos días IFEMA se ha transformado en hervidero de nacionalidades, de acentos, de conferencias e intercambio; funcionarios de bajo y medio rango se mezclan cada día con famosos que acaparan cámaras: Guterrez y Gretha, Harrison Ford y Alejandro Sanz, Al Gore y John Kerry; en los pasillos y en los stands —con algo más de privacidad— se negocian términos de acuerdos, los países se alinean en bloques, se consultan las futuras declaraciones y posturas…
En IFEMA, por ajetreo que todos llevan, pareciera que el mundo avanza más a prisa, que la COP ha hecho mucho y en muy poco tiempo. Pero el verdadero ritmo de la Conferencia se marca a puerta cerrada, midiendo cada palabra en los textos. Y es un compás muy lento.