Desde el Parque Central hasta el parque El Curita hay un hervidero de personas. Es sábado 14 de septiembre, seis de la tarde, el cielo amenaza con llover. Desde la una no se han asomado más de dos guaguas de las ocho que tienen como paradero esta zona de La Habana.
Algunos desisten, abandonan la cola, salen a cazar un rutero o a probar suerte con alguno de los carros estatales que la policía obliga a parar. Otros ocupan bancos, los quicios de las aceras, compran refresco o fuman para matar un poco el tiempo. Hay ancianos, niños, mujeres. Gente con trastos, maletas, sacos, cajas. Gente que aguarda tanto con tal de ahorrar el CUC que están cobrando los taxis particulares por persona, sea cual sea el destino, porque todos los días no se puede pagar 1 CUC por llegar a casa, al trabajo, a la escuela.
—El calor, la inestabilidad del transporte y la inconsciencia hacen que se genere violencia. La escasez de combustible puede durar un rato, dependiendo de la cantidad de barcos que entren al país, de la distribución y el uso racional. Creo que llegará un momento muy difícil, pero es necesario mantener la calma para no caer en la desesperación –comenta Alberto Solís, de 27 años.
Mientras tanto, en la antigua terminal de ómnibus de Holguín, donde ahora funciona la agencia de reservaciones Viajero, un bicitaxista de casi 80 años espera por pasaje. En estos días, los bicitaxis son la forma más práctica de moverse por la ciudad porque casi no hay ómnibus, ni mototaxis, ni camiones.
—¿Está libre, maestro? –le pregunta un cliente. El hombre asiente con la cabeza. En dos minutos echa a andar su bici rumbo a la Avenida Libertadores, a unos cuatro kilómetros.
La terminal de ómnibus está desierta. Hay un camión particular que va a La Habana y espera para llenarse, a 14 CUC por persona. Y autos particulares a 40 CUC. Cuando abrió esta mañana la agencia Viajero, aún no tenían montado el sistema automatizado para reconvertir los pasajes de Yutong cancelados a las salidas de tren que se asignan. Una empleada lo explicó amablemente y pidió calma. Había allí un centenar de personas con dudas e inquietudes. A algunos les pidieron que volvieran el lunes para intentar reubicarlos en alguna de las salidas del tren –a la sazón con dos vagones más y cada cuatro días.
Horas antes, en la Habana Vieja, una mujer desfallecía en la cola del P12. La guagua delante, ella casi incrustada en el cristal de la puerta. Detrás el molote, los empujones, la gritería. Ella cayó, la bullaranga se calmó unos segundos y luego la mujer comenzó a pedir ayuda. Dos hombres la cargaron en lo que un policía paraba un taxi estatal (de esos que llaman “gacelas”) rumbo a 27 y G, en El Vedado.
Ester Castrizano vive en Monserrate y Tejadillo, Habana Vieja. Desde el jueves no ha podido montarse en ninguna ruta 27, 65, ni P11 para llevar a su hija de cuatro años al círculo infantil, aunque esos días despertó temprano, sobre las seis, para salir cuanto más a las siete.
“Las guaguas no paran en la parada, sino una cuadra antes. Todo el mundo corre para montarse, pero yo con la niña no puedo correr”. Entonces ha tenido que ir estos días caminando hasta el círculo, en la calle Salud de Centro Habana, y luego ir caminando a su trabajo. Lo mismo para el regreso: atraviesa para cortar camino por el boulevard de San Rafael y luego regresa a casa. Tiene los pies inflamados, pero lo prefiere antes de que empujen a su niña en la guagua. A un costado de la terminal de ferrocarriles hay una piquera de “gacelas”. Se forman tres colas en 20 metros. Dos con destino a Santiago de las Vegas, yendo por la calle Porvenir o Vento, y la tercera rumbo a Santa Fe, Playa. A la hora y media, cuando llegó un taxi, sin saber ni la ruta, la gente se lanzó sobre él, trataron de abrir las puertas. Hubo gritos, manotazos, hasta que el chofer se puso fuerte y gritó más alto que las 50 personas aglomeradas y organizó la cola. Luego, la señora de la garita, encargada de firmar la hoja de ruta de los taxistas, vociferó que ese había sido el último. Por hoy se había acabado el combustible.
Por toda La Habana, además de gente cansada, hay montones de basura. El 31 de agosto arribó a Cuba el tercer lote de camiones recolectores donados por el Gobierno de Japón. Así se cumplió el compromiso de este país de entregar 100 carros a la capital de la Isla por su 500 aniversario. Sin embargo, en la actual circunstancia de crisis de petróleo los nuevos camiones apenas han tenido tiempo para probar su efectividad. Actualmente, La Habana genera unos 23 000 metros cúbicos de residuos sólidos urbanos.
“No hay petróleo, por eso están afectados los ciclos de recogida de basura. Tenemos todos los carros parados y estamos recibiendo demasiadas quejas de la población que no podemos resolver hasta que no se mejore la situación del combustible”, nos dijeron por teléfono este sábado desde la recepción de Servicios Comunales de Boyeros. En un recorrido por varias zonas de Alta Habana y Capdevila, en este municipio, pudimos apreciar la saturación de los contenedores.
Kirenia Díaz, vecina de Alta Habana, explica que “ciertamente en la última semana no ha venido ningún camión a vaciar los contenedores”, pero que también “los malos hábitos de higiene de los vecinos han empeorado la situación”. A Evelio Coronado le preocupa especialmente un microvertedero que se ha creado en la calle Cinco Palmas de Capdevila. “Puedo afirmar que hace más de 15 días no se recoge la basura aquí. La gente hace lo suyo también arrojando la suciedad fuera de lugar, pero ya los desechos están rodando al río y están creando un preocupante foco de contaminación”. En las comparecencias de los ministros en la televisión para hablar sobre la situación de los combustibles, los funcionarios del Ministerio de Salud (MINSAP) se han referido a la importancia de mantener bajo control el mosquito Aedes Aegypti y otros vectores, sin embargo la Empresa de Servicios Comunales, que responde al MINSAP, poco se ha referido a los ciclos de recogida de basura. Tras llamar a Servicios Comunales de Playa pudimos constatar que en este municipio también hay problemas con las frecuencias de saneamiento a causa del petróleo. Lo mismo pasa en Arroyo Naranjo y Centro Habana.
En Holguín, la fumigación de Salud Pública contra el mosquito se ha mantenido bien. También la distribución de alimentos. Los carros estatales están parando disciplinadamente en las paradas y la gente se pregunta por qué no lo hacían antes, por qué hay que esperar presiones y crisis para ser un poquito solidarios.
El viernes no había papel sanitario en La Luz de Yara, la tienda más grande de la ciudad, al centro del Parque Calixto García. La tienda estaba andando sin aire acondicionado. Por suerte había pollo, sin mucha cola, en el reparto Sanfield.
Tampoco había carbón en el entorno de la Placita de Pueblo Nuevo. La gente, previsora, enseguida acapara “portadores energéticos”, como suele decirse rimbombantemente ahora. “Puede que me entre carbón el domingo, manténganse viniendo por aquí”, anunció una de las vendedoras, sin dar demasiadas esperanzas.
—Para haber crisis de transporte, todavía veo muchos carros en la calle –observa el anciano bicitaxista, que se llama Rúber, mientras se desliza carretera central abajo–. Solamente se notan menos guaguas, pero los demás autos siguen chillando gomas en la calle.
Rúber lleva 21 años sobre ese bicitaxi. Después de que se jubiló, con 39 años de labor, le propusieron volver a contratarse con el Estado, pero dijo que no, que ya quería trabajar sin jefe. Y agarró su bicicleta. Sesenta años de trabajo en total y aún pedalea y conversa al mismo tiempo, sin demasiada falta de aire.
—¿Y ahora sigue la jornada? –le pregunta el cliente mientras se baja en el mercado Numa de la Avenida Libertadores.
—No, no, no es para tanto –dice sonriendo Rúber–. Estoy fuerte, pero ya trabajo solo las mañanas. Son 77 años en las costillas. De aquí voy para mi casa a descansar.
Cobra 25 pesos, gira en U y se aleja, sudoroso.
En la primera parada del P7, frente al Parque de la Fraternidad, en la Habana Vieja, un oficial de tránsito y seis policías organizan las colas: una para los que irán de pie y otra para los sentados. Aun así, se pierden, se disgregan; la gente grita, se empuja. Los más altos y fuertes atropellan a los más pequeños mientras el chofer clama por colaboración y la policía impone el orden en un forcejeo. Todos tratan de irse: en la puerta, comprimidos, aplastados, pero dentro. Saben que esperar otra guagua es correr riesgo, es jugar con la suerte. El P7 arranca lento y la última puerta va casi abierta. En el camino, se saltará varias paradas, dejará a pocas personas y podrán subir menos hasta la última. “Desde el Período Especial esto no estaba así”, se comenta.
Dicen que a un muchacho que hacía fotos la policía le pidió el celular, su carnet de identidad, y le advirtió que no lo hiciera más, que el enemigo podía aprovecharse de sus imágenes.
En la periferia de la ciudad la situación empeora. Ariel Niévares vive en Guanabacoa. Para él, asistir a la universidad implica levantarse a las cinco, ir al paradero alrededor de las seis para llegar, con suerte, sobre las ocho y media. Explica que los horarios más críticos son el de la mañana, cuando todo el mundo sale, y la tarde, cuando regresan todos. Gran parte de la población de ese municipio trabaja o estudia fuera de él. No hay muchos carros estatales ni muchos inspectores o policías. Los “boteros” no han aumentado el precio del pasaje sino que han recortado el tramo de la ruta a la mitad. Los ruteros hay que cogerlos en la piquera. También han disminuido por la escasez de petróleo. Algunos salen con asientos vacíos mientras hay personal esperando porque tienen sus ajustes con gente a la que guardan el asiento.
En el reparto Antonio Guiteras, al Este de la ciudad, Enrique, de 69 años, tiene una moto particular. Dice que cuando sale pasa por la parada y monta a alguien que vaya en su mismo recorrido. A eso se le llama dar botella. “Mis compañeros de trabajo llegan a las nueve, pero todos han dado el paso al frente y ninguno ha dejado de trabajar”, cuenta. También que ha visto carros estatales, que antes no paraban, hacerlo ahora porque, según dice, “hay solidaridad”.
Algunas guaguas Transtur llegan vacías y recogen. Tramos cortos. Con aire acondicionado. No cobran. Al bajarse, casi todos dan las gracias; el chofer asiente con la cabeza. A las siete de la tarde, suben al P12 los que se mantuvieron en la cola con sombrillas, a pesar del aguacero. Suben, otra vez, desorganizados. Un oficial responde a una pregunta con voz muy alta: “Hay carencia de petróleo por culpa del Bloqueo”. La gente sigue gritando y empujándose. Los cuerpos crean tolerancia.
Excelente.