No recuerda qué había almorzado ese día, pero sí que vomitó hasta quedar estragado. Los mareos y la falta de aire lo dejaron al borde del desmayo. El Chino se había acostado un rato para dormir la siesta y refrescar el calor de la tarde en el consejo popular habanero Tallapiedra. Puso el ventilador, cerró las ventanas y apagó las luces. Quizá por eso sus vecinos asumieron que no estaba en casa y no lo llamaron antes.
Lo despertó el ardor en la nariz y la garganta. Entonces sintió el alboroto en el pasillo y las voces agitadas de sus vecinos. Al abrir la ventana para ver qué pasaba, el golpe del aire contaminado le nubló la vista y dejó de ver cuando sus ojos comenzaron lagrimear.
—¡Chino, corre, sal de la casa que hay un escape de amoníaco en la central!
Logró vestirse y salió corriendo a la calle, siempre en dirección al malecón y lejos de la central termoeléctrica ubicada a unos metros de su edificio. Llegó sin aliento a la casa de su hija, tres cuadras más adelante.
—Ella me echó mucha agua en la cara para quitarme la irritación –recuerda el Chino. Cuando pasaron los vómitos y el mareo se tiró en el sofá para dormir, pero no pudo. El susto era más fuerte que los estragos en su cuerpo.
Él fue quizá uno de los más afectados por el escape de amoníaco. Otros vecinos recuerdan haber salido de sus casas por disciplina, pero nunca sintieron el aire contaminado debido a la dirección en que soplaba el viento. Eso sucedió hace años –dicen– y no han ocurrido más escapes; pero lo peor no son los gases ni el humo negro que les ensucia la casa y la ropa; lo peor de vivir cerca de la central es el ruido.
La antigua central termoeléctrica de Tallapiedra (Estación 6) –hoy Otto Parellada (Estación 7)– presta servicios al Sistema Electroenergético Nacional solo desde su área más moderna. La estructura más antigua data de 1914, cuando se construyó el edificio neoclásico que la identifica. Actualmente en desuso, muchos de sus espacios están declarados en peligro de derrumbe.
Heriberto Chao (el Chino), periodista, vecino de Puerta Cerrada 218 entre Alambique y Florida:
“El día del escape de amoníaco no se me va a olvidar nunca. La verdad no pensé que me iba a morir, pero sí me las vi negras cuando llegué a casa de mi hija. Después de eso la vida siguió igual y todos los vecinos seguimos conviviendo con la planta y todos los problemas que nos causa. El ruido, el hollín, el churre constante. ¡Mira cómo está el televisor! No creas que somos unos sucios, aquí se limpió ayer, pero el polvo negro en esta zona es constante”.
Lisandra, 33 años, vecina de Alambique 160:
“Vivir en este barrio es difícil, pero como llevamos 17 años en esta casa, uno se adapta a convivir con la central y sus cosas, sobre todo con el ruido. A todos nos afecta, pero a los niños más. Antes, cuando se rompía con más frecuencia, sí había mucho ruido de las válvulas por las noches. Mi niño se despertaba sobresaltado, llorando, y no podíamos volver a dormir hasta que terminaran las reparaciones. Ahora Alexander tiene siete años y se acostumbró al ruido porque ha crecido escuchándolo. Ya ni se despierta cuando suena muy alto por la noche.
”Lo otro es el hollín y el polvo que manchan la ropa. Ahora mismo acabo de tender las camisas del uniforme del niño y estoy velando que el aire no se vire para acá porque se manchan y más nunca vuelven a ser blancas”.
Jorge Luis Rosales, 26, vecino de Alambique 160:
“Yo llevo aquí 23 años, casi toda mi vida, y todo es cuestión de costumbre porque ya ni me entero del ruido. Parece que han hecho algunos arreglos, porque el humo no cae tanto para acá y el ruido está más controlado, excepto por un par de días.
“¿Miedo? Pues, no. Sí puede ser que algún día explote algo, pero enseguida vienen los bomberos… pero no creo que eso explote como Chernobil. Al menos yo no pienso en eso o viviría con miedo toda la vida”.
Cira Molina, vecina de Alambique 160:
“Yo vivo aquí y trabajo en la planta hace tiempo, así que ya me acostumbré al ruido. No recuerdo ningún accidente, pero sí algunos escapes de gases… y cuando hay roturas y la caldera tiene que soltar presión es cuando las válvulas suenan más. En ese caso hay que aguantar hasta que termine, porque la planta no se puede apagar. Nosotros estamos subordinados a la Unión [Eléctrica de Cuba], solo ellos deciden si la planta se apaga y eso no sucede casi nunca…, por más que moleste a los vecinos”.
Mileidys Durán, 45, enfermera del consultorio médico de familia #15 del policlínico Robert Manuel Zulueta:
“Ahora hay un sistema nuevo, con un motor nuevo que cada vez que arranca afecta mucho la audición. A veces ese ruido dura días y noche enteros y llega a ser tan fuerte que no puedes ni conversar porque no escuchas a la persona que tienes delante. La población se queja, sobre todo, del ruido y también del hollín que ensucia todo.
”Hace como seis o siete años hubo un escape de amoníaco. Cuando sentimos el olor tuvimos que salir corriendo rumbo al malecón porque no se podía ni respirar. Otro día hubo una explosión enorme dentro de la central pero ni nos evacuaron porque dijeron que estaba controlado el fuego por los bomberos. Con el tiempo, hemos ido aprendiendo a conocer sus ruidos”.
Yalilka Orasma García, 35, doctora del consultorio médico de familia #15 del policlínico Robert Manuel Zulueta:
“Hay importantes quejas de los vecinos con respecto a la contaminación sonora. Nosotros las comunicamos a la dirección provincial de Salud y aún esperamos respuestas. El ruido es en todo momento y a toda hora, lo que ha provocado afectaciones no solo en el sistema auditivo de las personas. También tiene un impacto psicológico y emocional que se manifiesta en estados de estrés y ansiedad, sobre todo en los menores de edad y en los adultos mayores, para quienes los factores de riesgo son mayores. Para los que padecen de enfermedades respiratorias es un agravante la contaminación del aire de esta zona, pero lo más grave es el ruido estático.
”Yo vivo aquí hace solo cinco años y me ha tocado acostumbrarme. A veces no se puede ni dar consultas porque no escucho a los pacientes. Yo misma ya no tengo la misma audición en el oído derecho que en el izquierdo y es consecuencia directa del ruido, porque trabajo y vivo en un edificio que da de frente a la planta. Vivir cerca de ella es horrible. Aunque reconozco su importancia, es sencillamente horrible”.
Orlando Herrera, 47, camarógrafo, vecino de Puerta Cerrada y Florida:
“Esa termoeléctrica es un mal necesario. Ella estaba ahí primero que yo, imagínate si ya es parte de mi vida. Ahora hicieron un edificio nuevo y otras reparaciones, lo que significa que por lo pronto no la van a trasladar fuera de la ciudad, como tanto hemos pedido.
”Cuando el ruido es más fuerte apagamos todo y nos sentamos a esperar que pase porque ni puedes leer un libro. No te concentras. Quizá lo único bueno de vivir tan cerca es que el hollín nos afecta menos porque la chimenea está bien alta y el aire se lo lleva, pero entonces lo cogen los que viven de dos a tres kilómetros de aquí”.
Leonardo Cevereco, vecino de Puerta Cerrada 218 entre Alambique y Florida:
“¿Cómo es que se dice cuando una cosa molesta demasiado? Bueno, eso mismo, eso es vivir cerca de la planta… y yo no he vivido siempre en esta dirección pero sí en la zona. El hollín llegaba a veces hasta Los Sitios, así que ni cuando me mudé para allá escapé de la planta. Ahora vivo de nuevo en Jesús María con mi señora y el ruido ni lo siento porque la costumbre te lo mete en la cabeza”.
Alejandro Rosa Pérez, 48, y Aimeé García, 42, vecinos de Puerta Cerrada y Florida:
Alejandro: “Mira para arriba del televisor. Es mi salbutamol para el asma, que casi nunca se me quita por el humo de la chimenea. Aquí el polvo es constante y no solo te ensucia la ropa, sino toda la casa. Por ejemplo, yo que vendo cosas variadas las exhibo en mi ventana y por la tarde cuando recojo lo que me quedó del día, tienen una capa negra encima que me afea los productos y así nadie los quiere comprar”.
Aimeé: “Eso que tú escuchas ahora, para mí es lo más normal. Ya ni es ruido. ¡Tú no te imaginas lo que es ruido de verdad cuando esa cosa dice a sonar! Y además, sin aviso, eso lo mismo es por la mañana, que por la tarde o por la madrugada. No hay descanso”.
Daylín León, 42, vecina de calle Diaria entre Alambique y San Nicolás:
“No sé si tendrá relación pero casi todos los niños de esta cuadra son asmáticos. Leydis, mi niña, lo es. Pero el asunto es el ruido constante y no me refiero a eso que escuchas ahora, sino a cuando tienen que abrir la válvula de seguridad y es un sonido tan agudo que te duele la cabeza. ”He pensado irme, pero para dónde. Yo ni tengo dinero para comprar otra casa y son pocos los que permutan para esta zona con tantos problemas. A los que se mudan nuevos les cuesta adaptarse, pero para uno que nació aquí ya es parte de la vida”.
Andrés Reyes, vecino de calle Diaria entre Alambique y San Nicolás:
“Ahora está en talla, está tranquila, pero cuando se desorbita y forma la bulla, ya tú sabes, se entera toda La Habana y no hay dios que la aguante”.