Conner Gorry lleva más de 15 años en Cuba. Los atentados del 11 de septiembre catalizaron sus deseos de salir de Nueva York, una ciudad a la que cree violenta e insegura. Ya conocía la Isla, y en 2001 decidió volver, pero esta vez para quedarse.
En 1993, cuando la isla caribeña atravesaba una de sus peores crisis en el llamado Período Especial, la periodista participó en un programa de trabajo voluntario en un campo en la provincia de Matanzas. Allí tomó milordo –agua con azúcar– y comió fufú de plátano. Como ella misma dijo: “No había nada especial para los cuatro gatos extranjeros que estábamos allí”.
“La resistencia que tienen los cubanos me inspiró”, confiesa con humildad al tiempo que sonríe. A Conner le gusta demasiado Cuba. Reconoce la fuerza de la mujer caribeña, dice que es impresionante el empoderamiento que tiene. Y como mujer que propone y emprende, decidió abrir su propio negocio: Cuba Libro, un café con lecturas en inglés.
“La Habana no tenía un espacio libre de alcohol, libre de reggaetón, con hamaca y jardín para tomar un café mientras lees un libro. Para reunirse, conversar, estudiar, hacer música. Además, la ausencia de una librería en inglés me facilitó la exclusividad”, dice.
En 2013 comenzaron, con el auguro de que no funcionaría, porque eso de tener una librería en inglés era completamente novedoso, además de que los precios de las ofertas gastronómicas estaban por debajo de la media respecto a establecimientos con igual servicio. Pero eso no mitigó los deseos de Conner. “En cuatro años hemos sobrevivido”, dice.
Cuba Libro es un lugar tranquilo, un poco apartado del ruido de una ciudad bulliciosa, aunque el local está muy cerca de la céntrica avenida 23. A disposición de los tertulianos hay textos ganadores de los premios más importantes en literatura inglesa, además de novelas policíacas, autobiografías, libros sobre Cuba o escritos por cubanos y traducidos, además de textos infantiles y académicos.
Conner prefiere tener pocos libros, pero que todos sean buenos, los mejores. Por lo general trata de tener los textos que las personas andan buscando. Se los regalan turistas que están de paso, se los envían desde diferentes lugares del mundo. Muchos libros que iban a ser botados, terminan en el café.
La dueña explica que son los estudiantes universitarios los que más demandan una literatura específica. “Para hacer las tareas de clases prefieren consultar un ejemplar que tengamos y no comprar el libro. Así respondemos a los intereses de nuestra comunidad, porque al final a ella nos debemos, si no ¿quién nos lee?”.
Todos los libros están en venta, pero también existe la opción de rentarlos por una semana por el precio de cinco pesos cubanos. Esta oferta ha tenido buena aceptación entre los adultos mayores y los propios universitarios.
La principal línea distintiva de Cuba Libro está alejada de los pagos por el cliente. Para pasar un rato en el local, para leer incluso, no es necesario el consumo. “Queremos que nuestro espacio sea para todas las personas, no necesitan tener dinero para acercarse a nosotros, para disfrutar de un libro”, aclara la dueña, una mujer que vive para su establecimiento, para que todo funcione en el marco legal y justo.
En el mundo entero los negocios ya se dieron cuenta de que para sobrevivir en el macromercado deben apoyar a la comunidad al tiempo que se sientan apoyados por ella. Ese concepto lo tenía bien definido Conner, quien se había formado en una sociedad capitalista en la que es común la cooperación entre negocios. Y algo similar intentó trasladar a Cuba Libro, su pequeño establecimiento, loable por su compromiso social y por su empeño en demostrar que puede llegarse más lejos fortaleciendo alianzas entre distintos socios.
Aledaños al café literario, por llamarlo de alguna forma, hay varias cafeterías, casas de rentas, restaurantes, dulcerías. Entre todos se “ayudan”. Los clientes circulan de un establecimiento a otro, porque de alguna manera se complementan. En uno pueden degustar una comida, mientras que en otro pueden alojarse o, como en el caso de Cuba Libro, encontrar la ocasión idónea para leer y disfrutar de un café.
Conner se precia de tener un negocio “completamente responsable”. La actitud llega hasta la disciplina de no acudir a la subdeclaración de impuestos o a la compra en el mercado subterráneo.
“Nuestro equipo gana un salario justo, las propinas se dividen al final del día en partes iguales”, explica Conner. En su reunión mensual gestionan las actividades que se realizarán en los próximos días, y todos los trabajadores, a través de una lluvia de ideas, hacen sus aportes. “Eso es otra muestra de empoderamiento de los jóvenes, porque se sienten importantes, son escuchados y tenidos en cuenta”.
No solo café y libros hay en 24 y 19, en el Vedado capitalino. Casi se pueden ver todas las manifestaciones artísticas, combinadas entre sí. “Los artistas llegan a nuestro lugar por diferentes vías, yo no soy curadora, pero sí les brindo la oportunidad de exhibir su obra a buenos exponentes. La mayoría no ha tenido la suerte de pasar por las grandes galerías. Son jóvenes, pero ellos son el futuro del arte en Cuba”.
Son comunes los lanzamientos de libros, cine debates, torneos de ajedrez, performance, presentaciones de música en vivo, pero siempre acústica, porque hay que respetar el espacio de los vecinos.
“En Cuba se han abierto centros nocturnos en casi todos los barrios, en edificios multifamiliares, entonces, el espacio individual de cada vecino, ¿dónde queda? Hay que pensar que viven personas mayores, enfermas, que hay niños pequeños, eso no es sostenible ni saludable. Por esa razón las actividades culturales en Cuba Libro terminan a las nueve de la noche, y cuando hacemos presentaciones procuramos que sea fin de semana para molestar lo menos posible”.