Prólogo
Dice un actor del grupo de teatro local: “En Matanzas no pasó nada. Si acaso, puso la ciudad un poco más fea”.
Dice un custodio en el polo turístico Varadero: “El gobierno nos preguntó si queríamos que nos mandaran ayuda para recoger los árboles y los escombros. Les dijimos que no, que por nosotros no se preocuparan, que íbamos a recoger todo esto solos”.
Dice un chofer de taxi, cuando pasa por Versalles, barrio de pescadores: “Hubo una corrida de pargo tres días después. Lunes, martes y miércoles. Había mucho pargo y poca electricidad”.
Dice Javier Fal, agricultor en Itabo, que Irma le dijo: “Te voy a moler”.
Cerca de la termoeléctrica Antonio Guiteras nadie dice, pero todos vemos. Camiones, carros, ómnibus Transtur, taxis amarillos. Hay mucha gente vigilando que la termoeléctrica eche a andar. Los camiones están numerados. El último que veo tiene un cartel donde se lee: “CTE 43. Recuperación Huracán Irma”.
El pescador
Primero salió Irma, por un punto ubicado a 45 kilómetros de Punta Hicacos, y detrás los pescadores. Se sabe que huracán trae pescado. Y por eso Rodolfo García (Roly) y Yuri Rodríguez subieron a su bote, el más pequeño de los 20 que se guardan en la base Camilo Cienfuegos, y se echaron al mar, hasta que hubo demasiado pargo vivo en el mar y demasiado pargo muerto en el bote.
“Hay que irse echando”, dijo Yuri, “que nos hundimos”.
Tenían más de 200 libras.
Si les preguntas a los pescadores el pargo se vendió mal. Sin electricidad en las casas ni en los frigoríficos del Estado, bajó hasta 8 pesos la libra. Si les preguntas a los clientes, que compraban 3 o 4 pescados para cocinar durante el día, a ese precio debería estar siempre.
En la base Camilo Cienfuegos no se perdió ningún bote. Los vientos huracanados los zarandearon, las olas del mar entraron por el río y alcanzaron los cuartos de los pescadores. Tumbaron la habitación del custodio, que estaba dentro, más para garantizar que los daños que se contabilizaran al día siguiente fueran efectivamente producto del huracán que para proteger lo que sea que hubiera que proteger en la Base. Antes de que el mar inundara la Base y el custodio tuviera que irse –porque presintió, en un destello de sentido común, que un cuarto de tabla de madera y techo de cualquier cosa no resiste mar, viento y río–, Yuri regresó y amarró por segunda vez su bote, que ya estaba virado.
Lo salvó.
El agricultor
Javier Fal habla de Irma en masculino. “Del daño, en la vida real, uno se da cuenta cuando pasan los días”, dice este agricultor que vive en Zapato, pueblo del municipio agrícola Martí. Él cree que el huracán se ensañó con “la esquinita esta” y señala las 9 000 matas que fueran su plantación de plátanos. Cree también que Irma machacó la finca y, “al no quedar complacido”, viró y dijo: “Te voy a patear otra vez, para que tú veas que soy un caballote de verdad”.
Pero las estadísticas confirman que lo sucedido en la finca de Javier fue la norma, no la excepción.
Se siembra plátano por amor al plátano. Primero, porque este cultivo tarda un año en cosecharse; segundo, porque requiere una buena inversión para comprar posturas, librar a las plantas de hierbas y plagas, fertilizarlas e instalar regadíos; y tercero, porque es difícil que sobreviva a los fuertes vientos de un huracán o a la sequía. A los frijoles y al maíz, como son cultivos de ciclo corto, no se les toma tanto cariño. En su platanal, Javier Fal invirtió 100 000 pesos y esperaba recoger 570 000. De esos, un 7 % le tocaba a la Cooperativa. El resto era para la casa. Y cuando dice “la casa” se refiere –lo recalca hasta el delirio– a la fiesta de 15 años de una de sus hijas.
A todos convenía que Javier entregara la cosecha prometida de plátano. Las cifras de pérdidas agrícolas oficiales, hoy números fríos sobre papel, se convertirán mañana en desabastecimiento palpable en los mercados. “La demanda de la población no podrá ser satisfecha en los próximos meses”, asegura el informe presentado por la Oficina de Naciones Unidas.
No obstante, el hecho de que Javier siembre para su hija, y que siembre, también, con su hija, cambia favorablemente el panorama de su finca.
Se dice que las fincas familiares se recuperan con mayor facilidad de los desastres naturales. Por lo obvio, porque son de una familia, de un conjunto de personas que dependen de ellas. Porque cuando Javier no tuvo valor para llegar hasta el final de la línea de plátano sembrado, su padre dijo que caminara más, que las últimas no estaban partidas. Y hay una diferencia notable entre la mata de plátano partida y la que está acostada. La misma que entre la vida y la muerte. La mata de plátano acostada se puede salvar.
“Hay dos hectáreas de plátanos que recuperamos. Fuimos mata por mata y las paramos, les echamos un poco de tierra, y a los pocos días se pusieron verdecitas de nuevo”, dice Javier. Dos hectáreas de plátano son 3 000 matas. La familia de Javier tiene menos de 10 integrantes. La recuperación duró tres días.
“Estas matas tienen cuatro meses y medio”, dice. “Habrá plátano aquí el próximo año antes de que llegue cualquier ciclón”.
El sobreviviente
Rosendo, cuando lo fueron a buscar para evacuarse, se escondió. Y al chofer del ómnibus casi le cuesta la vida.
Unas horas antes de que el chofer pasara por su casa levantada con tablas y con techo de zinc, Rosendo había llevado pescado frito, tres bolsas de leche, arroz y galletas para su cueva, a 2 kilómetros de su vivienda. La cueva no le es extraña a Rosendo. Allí encontró refugio cuando tenía 29 años y decidió abandonar Versalles, un pueblo de Matanzas, para irse al mar y al campo. Allí vivió con Collar, su perro entrenado que agarraba todos los conejos, pero que “no quería cuentos con las jutías”. Allí cocinó los conejos de Collar y las jutías suyas.
A la cueva le llama “un lugar seguro”. Que es la razón por la que Rosendo no le teme a los huracanes: porque desde 1931 está mirando ciclones y siempre ha tratado de estar en un lugar seguro.
Cuando el huracán Irma abatió el poblado costero donde vive Rosendo, al que llaman Finca Santa Teresita, el hombre pasó por tres lugares inseguros. Del primero lo sacó una marejada, del segundo otra marejada, y del tercero una racha de viento que le llevó el techo y permitió que una tercera marejada se colara. Así amaneció.
En el barrio de Rosendo vive tan poca gente a tiempo completo que si no hubiera salido su foto en el periódico local yo no lo habría encontrado. Y si yo no lo hubiera encontrado, Rosendo quizás no habría sabido que su foto salió en el periódico local. Es una zona costera donde, antes del huracán, había una docena de casas de mampostería con dueños que solo venían los fines de semana a vacacionar. Ahora llega poca gente: los que tienen las viviendas en pie, a darles una vuelta; los que tienen las viviendas en el piso, a ver si quedó algo que merezca ser rescatado; y los que no tienen viviendas ni en pie ni en el piso, pero buscan qué se pueden robar para completar sus casas o venderlo a los que tienen viviendas en el piso en el próximo barrio.
El día del huracán, el chofer del ómnibus donde iban a evacuar a Rosendo regresó sin él. El viento casi vira la guagua, el chofer tuvo que bajarse y meterse en casa de unos vecinos que encontró cerca. “A mí me da una pena eso”, dice el hombre de 88 años que espera que lleguen los clavos para reparar el techo de su casa. ¿Que si tuvo daños? Dice que ninguno. Que el huracán le llevó algo a la casa. Quizás las planchas de zinc que le faltan al techo. Es difícil de determinar porque la casa de Rosendo no parece que se la llevó el huracán; parece, si acaso, que la trajo el ciclón y la dejó en este sitio. Pero ya que estamos en temporada de recuperación, va a aprovechar y “cortarla”. “¿Para qué quiero tanta casa?”, dice y señala un desnivel por donde la piensa “cortar”.
Epílogo
En Matanzas hubo 2 600 viviendas dañadas y 200 derrumbes totales.
Cuba perdió, en menos de 72 horas, 50 500 hectáreas de cultivos. De ellas, 26 915 (más del 50 %) eran de plátanos: el 25 % de la plantación nacional.
La termoeléctrica Antonio Guiteras se reincorporó al sistema electroenergético nacional (SEN) este lunes 1 de octubre.
Este trabajo fue realizado con apoyo del Centro de Periodismo Investigativo de Puerto Rico.