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Las cisternas del malecón

Cuando el domingo 10 de septiembre el mar comenzó a retirarse, dejó, además de los destrozos, algunas enseñanzas. Primero, para Irma, La Habana no estaba lista. Nunca lo estuvo. Segundo, las olas tienen el poder de igualar el mercado inmobiliario: entre los sótanos de El Vedado y las cuarterías de la calle San Lázaro, una vez inundados, no hay gran diferencia. Tercero, y esto ya es casi una certeza, la verdadera tragedia comienza al día siguiente de los huracanes.

Horas después del paso del huracán Irma por la costa norte cubana, los cintillos informativos se centraron en los efectos más palpables. Al día siguiente, la noticia fueron los diez fallecidos en Cuba a causa del huracán. Por el segundo renglón competían las afectaciones al tendido eléctrico, los derrumbes y las maltrechas instalaciones hoteleras. Luego se hablaba de agricultura, de pérdidas en comercios y almacenes estatales, de vandalismo y escuelas dañadas. Y en medio de tanto desastre, apenas como una pincelada en el cuadro de la catástrofe, muy poco se dijo de las casi 2 000 cisternas contaminadas a lo largo del malecón con la entrada del mar, y de los efectos de la tormenta sobre el servicio de abasto de agua en casi toda La Habana. Siendo justos, la importancia de las cisternas contaminadas palidece cuando se las compara con la imagen de los muebles puestos a secar en las aceras.

El lunes 11 de septiembre, ya con el cielo despejado, la gente comenzó a rearmar la vida como pudo. Las áreas próximas al mar parecían zonas de guerra, como si los edificios, sus habitantes y las pertenencias de estos hubieran sido desparramados por las calles aledañas al malecón, luego de ser agitados en un descomunal vaso de cubilete.

En medio de tal confusión, desde ese mismo día el Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INRH) destinó “60 brigadas con bombas de achique, unos 14 carros de alta presión, [y] 19 limpia fosas” para la limpieza de las cisternas y sótanos inundados por el mar a lo largo del malecón, según aseguró a la prensa local Javier Venegas Tápanes, delegado de Recursos Hidráulicos en La Habana.

El miércoles 13 de septiembre, el informe elaborado por la Oficina de la Coordinadora Residente del Sistema de Naciones Unidas en Cuba tras el paso del huracán Irma reportaba daños en “1 005 sistemas de abasto de agua que dan servicio a 3 144 140 habitantes”. La mayor parte del problema se basaba en techos de instalaciones municipales y en la falta de fluido eléctrico para accionar las bombas de agua. Según el mismo informe, los mayores daños en este sector se ubicaban en Las Tunas y La Habana.

En un país donde el 95,5 % de la población posee acceso al agua potable y al saneamiento, eso significa que, a más de 72 horas del paso de Irma, un tercio de los cubanos no contaba con tales servicios.

Dos días más tarde, Inés María Chapman, presidenta del INRH, declaró en la Mesa Redonda que la capital del país se encontraba al 95 % en la recuperación de los sistemas de acueducto, con el funcionamiento de 115 sistemas de abasto de agua –de ellos 104 conectados al Sistema Electroenergético Nacional y 11 funcionando con grupos electrógenos–. La aspiración, aseguraba, era que ese mismo fin de semana se restableciera “la totalidad del servicio” en toda la ciudad.

También como consecuencia de las afectaciones en el abasto de agua, las autoridades médicas del país ordenaron extremar las medidas de higiene para el consumo del líquido. Por eso, como parte del proceso del saneamiento de las cisternas contaminadas en La Habana, se incluyó la cloración. O, al menos, eso fue lo que se orientó.

Pero en medio del caos que eran San Lázaro y la calle 3ra. en El Vedado, no es de extrañar que los planes para la recuperación no se cumplieran al pie de la letra.

A primera vista, la operación a lo largo del malecón parecía simple: vaciar las cisternas, limpiarlas, clorarlas y luego llenarlas. Para los 93 equipos de trabajo que laboraban en la faena –sumando las fuerzas que anunciara Tápanes–, sería una media de 21 cisternas por grupo. Tápanes aseguró que en las primeras 72 horas ya habían limpiado unas 1 500, trabajando 24 horas al día desde que los daños habían sido contabilizados: el ritmo era de 5 cisternas diarias por cada brigada. Por sus cálculos, estimaba que todas las cisternas se completaran el jueves.

La cuarta sesión del Consejo de Defensa Provincial de La Habana, celebrada el viernes 15 de septiembre, anunció que había concluido “el saneamiento e higienización de las 1 824 cisternas contaminadas en las zonas del litoral”.

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La primera vez que vi a Iván Alfonso, el lunes 11 de septiembre, él estaba enterrado hasta la cintura, metido en el tanque de asbesto cemento que le sirve de cisterna en el número 317 de la calle Colón, en Centro Habana. Repetía una operación casi robóticamente: se agachaba dentro del estrecho tanque, llenaba una cubeta blanca y luego se incorporaba, sacaba medio cuerpo del tanque y vaciaba la cubeta fuera. El agua que sacaba era turbia, del color de los charcos en medio del aguacero.

Desde el domingo, la gente de la ciudadela donde viven Iván, su esposa, su hija y su nieta, limpió las casas, invadidas la noche antes por un mar que se trepó más de medio metro en los apartamentos de la planta baja. Y el lunes en la mañana estaban a punto de limpiar también los cuatro tanques que usan como cisternas.

Cuando la brigada de Aguas de La Habana se presentó, ya tenían abierta la tapa de la cisterna para limpiarla. “Pero me dijeron que ellos estaban orientados por el gobierno para hacerlo. Entonces la muchacha que venía al frente de los operarios me pidió el nombre y apellidos, y me dijo que firmara, que ellos estaban en la esquina y enseguida vendrían. Por supuesto, jamás regresó”, recuerda. Iván no supo nunca su nombre.

Firmó en representación de los vecinos de la ciudadela por la limpieza de cuatro cisternas contaminadas. Pero nadie fue a hacer el trabajo en ese momento. Sí vio cómo el mismo camión limpiaba el depósito de la cisterna de una pizzería particular con cierto renombre en el barrio y luego se marchaba. Cuatro horas más tarde, ya convencido del fraude, terminó de limpiar su tanque.

Cada vez que recuerda la escena crece su indignación. “La firma era la constancia de que ellos habían estado aquí, y ella me dijo que regresarían enseguida. Por eso firmé. Yo sé que había muchos afectados en la zona del litoral, y sé que el Estado hacía lo posible para resolver el problema de todos, pero lo que sucedió es inadmisible”.

El martes, casi a las 12 de la noche, fue otra brigada a Colón 317. Según dijeron los trabajadores, el camión venía de la Habana del Este y lo habían mandado urgentemente para allí. “Pero llegaron tarde, ya ese trabajo lo habíamos hecho”.

Iván asegura que los trabajadores de Salud Pública pasaron por allí. Entregaron las pastillas para clorar las cisternas y midieron la calidad del agua. “Nos dijeron lo mismo que por el televisor, que debíamos hervir el agua y echarle las gotas de hipoclorito; que había que tener cuidado con eso”.

Hasta el lunes 25 de septiembre ninguna autoridad local de Centro Habana había llegado hasta Colón 317. Aunque perdió su cama y los colchones de la casa se mojaron en la inundación, Iván no pide privilegios. Pero le gustaría saber que tiene alguien en quien apoyarse.

“Imagínate que a estas alturas yo todavía no he podido conseguir un cubo de cemento para sellar la tapa de la cisterna, porque cuando fui al rastro me dijeron que los materiales eran para los damnificados. ¿Y yo que soy? Solo quiero comprar, fíjate, comprar un cubo de cemento para sellar, por mis propios medios, la cisterna que limpié, también, por mis propios medios. Yo no quiero que el Estado venga y me haga nada. Hay cosas sencillas que uno mismo puede solucionar”.

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Sin la barrera del muro que había construido frente a la casa, el mar entró hasta el fondo. Cuando la presión de agua se estabilizó dentro del apartamento, Yosvany Jiménez dejó de preocuparse porque el mar entrara y se dedicó a impedir que las cosas salieran flotando con la corriente.

El sábado 9 de septiembre, como otras veces, había asegurado la tapa de la cisterna, tapándola con nailon y un saco de piedras. Un esfuerzo que resultó inútil.

Después de que pasara el temporal, comenzaron a llegar las pipas de agua potable para ver quién necesitaba, y él tomó la iniciativa. La cisterna es pequeña y el trabajo duró media hora. Con la siguiente pipa que pasó por allí, la llenó. Era la mañana del lunes 11 de septiembre.

Cuando las brigadas de limpieza llegaron a su casa, Yosvany ya no era un problema que necesitaran reportar.

“A los que no vi fue a quienes tenían que echarle el cloro. Esa gente no pasó por aquí, y la verdad es que yo no salí de la casa porque había un montón de cosas por hacer dentro después”. Aún sin cloro, en el número 5 de la calle A, entre 1ra. y 3ra., nadie se ha enfermado por el agua.

A diferencia de Yosvany, los vecinos del edificio número 3 en la calle C tuvieron que esperar una semana para tener agua en sus casas. En aquella zona de El Vedado la corriente eléctrica llegaría el sábado 16 de septiembre.

Cristina Aztengo, presidenta del Consejo de Vecinos, asegura que “el proceso del saneamiento de la cisterna fue un poco molesto, porque demoró”. Las brigadas que trabajaban en la zona explicaron a los vecinos que tenían la orientación de priorizar la limpieza de los sótanos, que en el área son muchos.

Finalmente, la cisterna de 54 m3 que abastece a 20 apartamentos la limpiaron el miércoles 13 de septiembre, a las seis de la tarde. “Los que estaban en esta zona eran los camiones de aguas albañales, y después de hablar muchas veces con ellos y pedirles de favor que limpiaran aquí, nos sacaron el agua de la cisterna”, recuerda Cristina.

Fueron ocho las veces que el carro de saneamiento llenó y descargó sus depósitos antes de vaciar la cisterna. “En la última ronda, fue puro fango lo que sacaron de allí, un fango negro”.

Ya vacía, los propios vecinos la limpiaron. Después, “la doctora del consultorio médico que hay en el edificio buscó enseguida las pastillas de cloración”. Esa agua tenía que estar allí por 24 horas y después tenía que venir otro camión cisterna a sacarla, pero como había costado tanto trabajo que vinieran a limpiarla la primera vez, decidieron usar esa agua solo para limpiar y lavar. Así estuvieron cuatro días.

Como imaginaron, el camión que debía venir jamás llegó.

Algo similar ocurrió en el edificio situado en la esquina de 1ra. y 6, también en El Vedado. Cuenta Ramón Hernández, encargado de mantenimiento del sitio desde hace una década, que “dos días después del ciclón vinieron a limpiar la cisterna. La vaciaron y echaron cloro. Era un producto muy fuerte, se sentía en el olor. Nos dijeron que después vendrían a sacar esa agua, pero no vinieron”.

Cuando restablecieron el fluido eléctrico en la zona, hicieron tres ciclos de llenado y vaciado de la cisterna y Ramón advirtió a los vecinos que aquella agua no era para tomar. Luego comenzaron a usarla.

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Hoy uno de los focos de atención dentro del proceso de recuperación tras el paso de Irma por Cuba ha sido el acceso de la población al agua potable y al saneamiento. En tal sentido, el documento presentado a la ONU por sus representantes en Cuba refleja que la UNICEF trabaja en la elaboración de “una propuesta para apoyar de forma inmediata el sector de agua y saneamiento en los 8 municipios más afectados: de Villa Clara (6) y Camagüey (2), a través del mecanismo de financiación de emergencias de OCHA, CERF”.

La misma organización trabaja en una propuesta de “Plan de Acción de 6 a 18 meses, que se centrará en apoyar el acceso y soluciones de tratamiento para garantizar agua segura e higiene en los municipios más afectados de Sancti Spíritus, Ciego de Ávila y La Habana, donde se reportan los daños más severos”; y hace coordinaciones para “la entrega de tres millones de tabletas de cloro para garantizar la calidad del agua de consumo de los hogares”.

Además, como parte de la ayuda humanitaria de diferentes organizaciones y países del mundo, han llegado a la Isla tabletas para purificar el agua como parte de un envío de 33 toneladas realizado por la Federación Internacional de la Cruz Roja (FICR), y equipos de purificación de agua provenientes de China y Japón.

Aunque el país no ha ofrecido aún cifras definitivas, lo cierto es que tampoco se tienen noticias de ninguna epidemia relacionada con el consumo de agua contaminada.

Irma dejó lluvias suficientes como para elevar el nivel de llenado de los embalses cubanos hasta el 63 % de su capacidad. Esto es una noticia alentadora para la disponibilidad de agua dulce, si tenemos en cuenta que la principal fuente de renovación de los embalses en Cuba es la lluvia.

Sin embargo, dos semanas después de Irma, habría que mirar más allá del efecto directo de la catástrofe. Esta vez el huracán puso al descubierto las deudas organizativas de la capital cubana. Pero también dejó una larga lista de errores cometidos en el enfrentamiento y la recuperación ante el paso de un fenómeno meteorológico de este tipo.

El proceso de limpieza y saneamiento de las cisternas contaminadas a lo largo del malecón deja un mensaje claro: de poco sirven los recursos sin una buena gestión.

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